De todas las alegres indignaciones de estos días, las más tristes e hipócritas son las del “espacio convergente”, como les llama la rufianada. Es una alegría forzada, de pagliaccio, de quien se ha visto obligado por las circunstancias y por sus propios complejos a abrazar un republicanismo sin sustancia y que ahora les arrastra a luchar otra batalla estéril en nombre de sus adversarios. Es la alegría de quien se dejó convencer que el nacionalismo era un atraso y una vergüenza y de derechas y que las derechas eran malas. La alegría de los que se pusieron muy serios a buscar razones que justificasen la independencia de la Comunidad Autónoma catalana sin apelar a ninguna razón que les fuese propia y que, con la ayuda de Esquerra y Podemos, encontraron las excusas de la justicia social, de las pensiones, de las leyes de dependencia, los helados de postre y hasta del republicanismo. Se contentaron con hacerse republicanos porque hacerse de Esquerra todavía no era necesario, y todas las excusas que encontraron para hacer la independencia se les imponen ahora como excusas para no hacerla.
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