8.3.23

Capitalismo de amiguitas

Es propaganda, pero no sólo. Es por el 8-M, pero no sólo.

El anuncio de la ley de paridad se explica por el interés electoral (y cuánto y qué malo dice esto de España), pero también por las convicciones más profundas de este Gobierno. Porque el feminismo es el mínimo común múltiplo de la coalición que sostiene este Gobierno y el máximo común divisor de la sociedad española.

Por eso el feminismo se ha convertido en la política única, en la excusa única, y en el único punto de la agenda legislativa. Todos los mensajes del Gobierno tendrán que ser feministas y todos los recursos del Estado, tanto los palos del Código Penal como las zanahorias de las ayudas públicas, movilizados en favor de la causa.

Por eso Pam es cada día más célebre y por eso hasta las iniciativas que pretende tomar Sánchez en nombre de la parte socialista del Gobierno van quedando eclipsadas por el feminismo auténtico de Pam y sus delirios. Porque si todos apuntan en la misma dirección, todo cae hacia el mismo lado, que es el que se encarga del asunto.

"Ojalá poder hacer que todas las mujeres de este país sientan placer". "Hay que garantizar que nosotras podemos tener placer", decía Pam. Y es una suerte que conjugue mal, porque gracias a eso el mensaje sólo es totalitario hasta el ridículo pero no más allá.

Pero que todo sea feminismo quiere decir que nada es cuestionable, so pena de gravísimos insultos y acusaciones. Es una visión totalitaria de la política, en la que ellos tienen que solucionar todos los problemas de la sociedad y reeducarnos hasta en la masturbación, y nosotros tenemos que callar para no parecer malas personas indiferentes al dolor (o al placer) ajeno.

Y es de ahí de donde surge esta convicción patrimonialista del Estado que lleva a un gobierno a decir quién tiene que sentarse en qué consejos y cómo debería hacerlo (piernas juntas, machirulos; piernas abiertas, mujeres de bien). De ahí mismo surge la indignación con la que han respondido a la fuga de Ferrovial. Peor que si fuese Puigdemont, porque Ferrovial era suyo.

Porque creen realmente que quien cobra del Estado cobra de ellos, que son los que reparten el asunto, y que por lo tanto a ellos deben obediencia y gratitud. Y por eso se sorprenden y se indignan como muy en serio cuando ven que existe la mera posibilidad de no ceder a sus amenazas cuando existe la posibilidad de no tener que vivir de sus prebendas.

Su reacción encaja bien, y no por casualidad, con ese capitalismo zombie, crony o de amiguetes que condena a nuestra economía. En esta incestuosa relación entre Gobierno y empresas, donde las puertas giran ahora al ritmo al que antes giraban los Rolodex y donde los consejos de administración se van llenando de expolíticos con buenos contactos, porque los buenos contactos traen buenos contratos.

Podrida ya la relación, para satisfacer sus aspiraciones y su propaganda al Gobierno le bastaría con colocar únicamente mujeres en los consejos de administración que controla de forma directa o indirecta. Pero no es suficiente. Nunca nada es suficiente.

Y por eso ha acabando recibiendo hasta Ana Particia Botín, que es una mujer con poder y que, encima, había dado la cara y hasta el banco por la revolución violeta.

Pero, en un regímen como el que sueñan nuestros dirigentes, sumarse a la propaganda gubernamental no es suficiente. Nunca nada es suficiente para quien lleva marcado hasta en el apellido el pecado original de no deberle el cargo al gobierno de turno.

En este regímen, y como muy bien decía Ione Belarra, feminismo no es que Ana Patricia Botín o Marta Ortega (con nombres y apellidos, así hay que señalar a la gente ahora) dirijan grandes empresas. Porque feminismo no es que las mujeres manden. Ni siquiera que manden las mujeres feministas; las suyas.

Feminismo es que manden porque las han puesto ellos. Y que manden, por lo tanto, por delegación. Es decir, que no manden. Que obedezcan y que lo agradezcan, sabiendo que por ellas mismas y en una sociedad tan machista nunca habrían llegado donde las han enchufado ellos.

Feminismo es dejarles todo el rato muy clarito a las mujeres lo que valen.


2.3.23

Vox se borra de su propia moción

Cuanto más lejos del partido, mejor, dicen en Vox. Y es verdad que Tamames, con esto de la "Gran ocasión" y de la "Nación catalana", más lejos de Vox ya casi no se puede estar.

Porque a Vox lo han convertido en muchas cosas, pero si algo era cuando era algo definido y definible era eso, era la voz alzada del pueblo español contra la falsedad y el trapicheo con los nacionalistas de sus élites. Algo raro hay en que presenten ahora a alguien de la élite de las del trapicheo con los nacionalistas y algo raro en que buscasen a una figura de la transición, ellos que eran, en el justo reverso del podemismo, críticos a su manera con la transición y el pacto constitucional, tanto en su espíritu como en su letra.

Quizás sea Vox ya se conforma, o se resigne almenos, en ir quedando como el último depósito de votos descontentos con el sistema. O quizás es que ya no aspira a gobernar propiamente y con sus ideas, y quizás sea por eso que se ha borrado justo cuando debería estar gritando que los focos a mi persona. Pero decir que esta moción no va a servir de nada es mucho decir.

No va a servir para echar a Sánchez ni va a servir para presentar en sociedad al líder del futuro. No va a servir, en fin, para lo que se supone que tienen que servir estas cosas. Pero es que la moción de Vox no es ni se pretende una moción contra Sánchez, sino contra el sistema. Es una moción contra la deriva, la “slippery slope”, del gobierno pero, sobre todo, de la democracia española que nos dimos entre todos. Es, pues una moción anti-sistema y nostálgica. Y es curioso que cuando estos dos adjetivos, que tantas veces se le han adjudicado a Vox, toman un sentido pleno, encuentran al fin su significante, Vox se borre como para no molestar. Como si no quisiera entorpecer el encuentro de la democracia española con sus miedos y complejos.

¿Queríais partidos nostálgicos? Pues aquí nos tenéis. ¿Queríais espíritu de la transición? Pues aquí lo tenéis. Reencarnado en carne, como diría Mecano. Y si no es para contraponer a Sánchez con su sucesor, que sea para confrontarlo a él, a la izquierda, y a España en general con sus fantasmas; con la imagen de lo que podría haber sido y no será. 

Porque son muy capaces, los españoles de bien, de temer más a Tamames de lo que temem a Otegi. 

Y porque más allá de esto, y en la dialéctica imposible de Sánchez o Tamames, en este anacronismo, se encuentra en realidad algo de fondo, algo fundamental, del funcionamiento de nuestra democracia. Hay, efectivamente, una tensión entre lo joven y lo viejo que la farsa decadente del sistema disimula pero que no logra superar y que el partido, ahora ya sí que sí que nostálgico y anti-sistema, tiene la obligación de poner sobre la mesa para salvar su mal nombre. 

En esta contraposición entre la efebocracia que tan bien gobierna Sánchez y la gerontocracia que nunca nos devolverá Tamames se demuestra que la española es una democracia escindida generacionalmente y que si el extremismo pretendiese acabar con la paz social sólo podría hacerlo explotando esta fisura del sistema por donde a los jóvenes se les da la razón y a los viejos el parné. 

La nuestra es una democracia que por hacerse la moderna querría acercarse a la juventud pero que por la creciente fuerza de la demografía tiende y tenderá cada vez más a dirigirse hacia la senectud. Discurso de jóvenes y política de viejos. Y aquí está la hipocresía sistémica que realmente podría hacerlo saltar todo por los aires. Y que Tamames, por su mera presencia, pone en evidencia. 

Aunque ni sea ni tema en su discurso. Porque esta es otra. Incluso quienes más critican y se burlan de Vox esperan en el fondo, quizás alguno incluso teme, que Tamames haga un gran discurso que ponga en su sitio a los líderes actuales; es decir, frente al espejo jibarizante de los grandes hombres de la transición.

Y con ello Vox los arrastra a todos (quieran o no, voten a favor, en contra, rabien, lloren o rían, se abstengan o se vayan al bar) a la moción por la nostalgia. Nostalgia por lo que debería haber sido y no está siendo. Por la izquierda posible, por la derecha posible o por la España posible. Y nostalgia, en definitiva, por un país donde los ahora viejos eran todavía jóvenes y donde Vox no existía porque no era necesario. 

Vox es, ahora más que nunca, la caricatura de los miedos españoles. Y si así, en su presencia espectral, no parece que pueda ganar, tampoco está tan claro que tenga que perder.

23.2.23

Todos Terf. La ley trans y el borrado de mujeres y familias

Es curioso que de todas las críticas que se le pueden hacer a la ley trans haya tantos (TERFS!) que se centren en el borrado de las mujeres y de las familias. Como si estas cosas pudiesen borrarse por decreto. 

Tanta preocupación por el borrado de las mujeres dice de su concepción de la feminidad y de la ley. De la mujer, no como sujeto de derecho, sino como creación, como producto del derecho y cuya existencia y valor depende, básicamente, del tamaño de la partida presupuestaria que les corresponda.  

No pudiendo, en realidad, borrar a las mujeres, todo lo que les preocupa y todo lo que puede lograr esta ley es complicar la aplicación de las políticas de discriminación, presuntamente positivas, en las que se basa toda la pretensión legislativa del feminismo imperante. 

Aunque el efecto no será, en ningún modo, la vuelta a la igualdad ante la ley. Sino, simplemente, el aumento de las incoherencias y contradicciones, en el discurso y en la ley y, por lo tanto, de la arbitrariedad en su defensa y aplicación. Lo que no se consiguió con los jueces con la ley del sí es sí, doblegar la letra de la ley al espíritu de los tiempos, será mucho más fácil de lograr en todas aquellas asociaciones, instituciones y medios dedicadas al asunto y dependientes del presupuesto público. 

Y lo mismo pasa con las familias y con ese presunto borrado de los padres y las madres (¿qué habrán hecho con ellos? ¿quién nos hará ahora los tuppers?) para sustituirlos por progenitores gestantes y no gestantes. Da para chiste, claro, pero quizás sólo sea porque la jerga legal tiende a lo incomprensible y, por lo tanto, a lo ridículo a los oídos descontextualizados del lego. 

Decía Chesterton que “quienes hablan contra la familia no saben lo que hacen, porque no saben lo que deshacen”. Seguramente tenía razón. Y la tenía más allá de la llamada a la responsabilidad parental, al cuidado de los mayores y al respeto a la institución y a la sabiduría que esta nos lega. La tenía también en la constatación de que cuando hablan de la familia realmente parece que no sepan de lo que hablan. Ni lo que es, ni lo que defiende, ni su sentido ni su responsabilidad. 

Ayer mismo nos explicaba una chica muy seria y concienciada que nuestras abuelas habían tirado su vida cuidando de los demás. Supongo que será culpa de la fatal arrogancia adolescente. O de ese miedo, tan comprensible, a envejecer. El creer que nada tiene que ver la muerte, la ceniza, con ellos. Pero es admirable la rapidez con la que nuestras abuelas, las pobres, pasan de ser heroínas a esclavas y vuelta patrás. Y sólo podría parecerle normal a quien no las conozca o no las entienda. 

Pero es corriente, y quizás incluso normal, que adolescentes tardíos se atrevan en sus podcasts a explicarles a sus abuelos como deberían haber vivido la vida para ser tan felices como (querrían ser) ellos. Y quizás es mejor así. Que no lo entiendan y que muy poco a poco, por lo que nos cuesta y por lo viejos y tontos, casi seniles, que estamos ya, que “En defensa de Afrodita” es como muy del 2017 y que el rollo este de las relaciones abiertas ahora ya no se lleva. Que un sociólogo de twitter ha descubierto que el amor libre es el último invento del turbocapitalismo emocional y que lo verdaderamente revolucionario y lo que de verdad soluciona todos los problemas de la convivencia humana y asegura una vida feliz y sin dolor es la coresponsabilidad emocional y los cuidados peer to peer; el quererse, el cuidarse, el vivir incluso juntos, preguntarse qué tal el día, hacerse la cena y criar un par de churumbeles. Vivir como nuestros abuelos los machos tóxicos y nuestras abuelas las esclavas, pero esta vez en guay. O sea, como Irene Montero y sus compis del ministerio. 

Hay cosas que son imposibles, como borrar la realidad a golpe de ley. Y hay cosas que son inevitables. Como que la jerga legal suene a menudo ridícula, que la izquierda tienda a la creación destructiva, que los jóvenes tengan que aprenderlo todo de nuevo… o que la naturaleza humana y sus miserias y dependencias y crueles lecciones existenciales rebrote siempre y sobreviva a sus ilusos enterradores.

16.2.23

¿Para qué caballos en tiempos de penuria?

Contó Rodrigo Sorogoyen en su discurso de los Goya que los caballos salvajes que aparecen en As Bestas llevan siglos viviendo en libertad en los montes de Sabucedo, en Galicia. Y que ahora se están proyectando cuatro parques eólicos gigantescos que son una amenaza para la fauna y la flora de la zona. 

Como suele pasar en estas ceremonias, a Sorogoyen se le hizo largo el discurso porque todo lo importante ya lo había dicho en la película. Lo único que le quedaba por decir era "energía eólica sí, pero no así". 

Y lo único que nos queda por preguntarnos es "si no así, ¿cómo?".

Porque es ya muy habitual que la conciencia ecologista que nos obliga a abrazar las renovables para salvar el planeta sea la misma que nos impide instalar renovables para no cargarnos la fauna y la flora. El planeta. 

¿Dónde entonces serían aceptables esos parques eólicos gigantescos a los que debemos, en buena conciencia, decir que sí? ¿O es que quizás el problema es que simplemente no son aceptables? 

Dijo Nietzsche que cualquier cómo es soportable para quien tiene un por qué. Y lo que nos pasa aquí es que en realidad no sabemos por qué ni para qué queremos energía eólica. Por qué ni para qué queremos salvar el planeta, los montes de Galicia, las dos cosas o ninguna. 

¿Para qué queremos los montes limpios de molinos si no es para que se queden a vivir en ellos los que se mueren y matan por largarse de allí? Si no es por ellos, ¿para quién entonces habrá que preservarlos y protegerlos como Don Quijotes de los molinos eléctricos?

¿Debería haber en esas montañas, en esos bosques y en esa naturaleza virgen algo más que las ruinas de antiguos pueblos abandonados y las tumbas de los viejos que murieron con ellos?

Se diría que si hay que proteger la naturaleza es para que puedan disfrutarla los caballos, los franceses y algún que otro excursionista ocasional. Que hay que renunciar a las eólicas para satisfacer el nacionalismo equino de los que llevan siglos habitando esas montañas y los sueños del gabacho écolo que busca una vida más auténtica alejado de las prisas y las suciedades de una civilización hipertecnificada. 

A Sorogoyen se le hizo largo el discurso y quizá hasta la película, precisamente porque no le bastaba con decir que energía eólica sí, pero no así. Y porque cualquier intento de simplificar o reducir esa trágica historia a un eslogan como este, a una huida hacia la nada como esta, la empobrecería hasta el punto de convertirla en una parodia moralista.  

Hay en la película un arco trágico que va de la reducción de los caballos en la primera escena a la reducción del francés en la que podría ser la última. Pero que no lo es porque incluso aquí tiene que hacerse justicia. Porque sería insoportable dejar un mundo de muerte, molinos eólicos y pueblos abandonados.

Y por eso es tan tentador limitarse a decir que "energía eólica sí, pero no así" y dejarnos un pueblo reconciliado tras la tragedia, ya sin molinos y sin asesinos, y poblado por nuevo o quince ovejas y dos o tres mujeres víctimas, solas y tranquilas que quizás se ayuden y quizás sólo se dejen en paz. 

Es la tentación de la justicia climática y de la sororidad de Sorogoyen, que nos hace insoportable una tragedia que nos recuerda que nunca hemos necesitado de las grandes eléctricas para comportarnos como as bestas. Y que, forzados a elegir entre la humanidad y la naturaleza, nos obliga, en justa conciencia, a ponernos del lado de los caballos. 

Todo lo que yo sé de Galicia lo aprendí jugando a la brisca en una de esas aldeas de la película, con cuatro casas, dos viejas y una oscura casita que hacía las veces de taberna. En ese juego, las cartas que no valían nada eran "palla para o cabalo".

Quién nos iba a decir que, sólo unos años después, ya nada valdría tanto como esa paja para esos caballos.


9.2.23

De cómo la IA salvará la educación

Es imperativo recuperar el optimismo tecnológico. Aunque solo sea para protegernos de todos esos presuntos reformistas que usan la más mínima excusa, la más mínima novedad tecnológica, para tirar el niño de la educación con el agua del “viejo modelo educativo”.

Para prevenirnos contra esos gurús de la educación que aseguran que un mes de Chatbot ha acabado con el sistema educativo de los últimos 200 años. Cuando la verdad es que el modelo educativo de los últimos 200 años no tiene más que dos o tres reformas educativas. Y cuando es por lo tanto muy probable que lo que quede tras esta nueva revolución educativa sea algo muy parecido a lo que se hacía antes y que, en realidad, se sigue haciendo todavía en las aulas.

No es sorprendente pero sí que es auténticamente digna de estudio la prisa de tantos expertos en hacer borrón y cuenta nueva con los fundamentos de nuestra civilización. La inteligencia artificial, o mejor dicho, el jueguecito del Chatbot, no ha hecho para la educación mucho más de lo que ya hicieron en su época la enciclopedia Encarta, Google o Wikipedia. Simplemente, ha facilitado y democratizado enormemente el procedimiento de copy-paste en el que se basan muchísimas de las tareas educativas y, especialmente, evaluativas.

Creer que esto supone el fin de un modelo educativo, es no entender ni el sistema educativo ni el sentido de la copia.

Así que no deberían excederse en su optimismo nuestro reformistas. Hace muchos años de los profesores saben que los alumnos copian y no por eso han dejado de encargar presuntas investigaciones como deberes. Lo habrán hecho, imagino, con la voluntad de que aprendan a copiar, de que aprendan a buscar, de que aprendan a encontrar las fuentes más adecuadas a las distintas tareas. 

Y con la esperanza, imagino, de que algo quede tras la copia. Alguna competencia, como las llaman ahora, y algo con lo que trabajar. Que aprendan a copiar más y mejor, incluso. Es decir, a copiar menos y a pensar más.

En todo este proceso, el Chatbot, la Inteligencia Artificial, no son mucho más que una nueva fuente de vieja información. 

Si el gran cambio revolucionario en la evaluación y en la educación supone simplemente la vuelta de los exámenes presenciales y a las preguntas de razonamiento, lo único que podemos decir es que esta es solo la enésima decepción revolucionaria. Y que lo que tiene de bueno, a diferencia de tantas otras, es que esta almenos es una decepción fértil, que posibilita e incluso incentiva la vuelta a una educación en un sentido más pleno. 

Quizás sirva el miedo a esta nueva tecnología, por ejemplo, para empezar a revertir el entusiasmo con el que se han llenado nuestras clases de ordenadores y tablets y adolescentes que dedican sus horas lectivas a jugar al parxís online como si fuesen jubilados en alguna distopía venidera. Inspirada, seguramente, en el curiosísimo caso de Benjamin Button.

Todo el discurso y la discusión sobre la nueva educación podría servir, por ejemplo, para recuperar el valor de la atención y no sólo para menospreciar el conocimiento. Porque en competencia laboral e intelectual con las IA parece claro que lo que tocaría es reforzar todo aquello que nos diferencia de las máquinas, y no lo que nos condena a ser sustituidos por ellas. 

Por eso, y en contra de lo que parecen pretender tan a menudo los gurús de la nueva educación por proyectos y competencias, ahora no puedes tratarse todo de hacer menos de lo que hacen las máquinas sino de hacer más. 

Todo trabajo, toda tarea, tiene que empezar ahora más allá de la IA. Cada vez tendrá menos mérito del ser capaz de encontrar la información y ordenarla y hacerla presentable y cada vez tendrá más el ser capaz de saber qué hacer con ella. Todo ejercicio empezará donde muchos acaban ahora y se centrará en la comprensión de la información disponible y en la reflexión propia. En ser capaces de saber lo que saben las IA y de pensar lo que sólo puede pensar cada uno por sí mismo.

2.2.23

La cínica contrarreforma del 'sí es sí'

La convicción general de que este es un Gobierno débil es la mayor fortaleza del PSOE. Es la perfecta excusa que le permite gobernar sin asumir la responsabilidad que le corresponde y mantener viva la esperanza de que cualquier alternativa sería peor. Para sus socios, que nada temen más que las futuras e inevitables elecciones. Y para el conjunto de la España centrada, que a nada teme más que a Vox.

Esto es algo que se ve especialmente bien ahora que el PSOE ha empezado una (pre)campaña contra Irene Montero y ha dado permiso a sus plumillas para criticar la hasta la fecha quizás imperfecta, como todos, pero "muy necesaria" ley del 'sí es sí'.

Con esta campaña de condescendiente distanciamiento hacia Irene Montero y los suyos, el PSOE demuestra que no sólo necesita a Podemos para gobernar, sino para legitimarse como partido de ordem e progresso.

Porque si algo nos han enseñado estos años de discurso desde y sobre el populismo es que ya no hay poder ni sistema que pueda legitimarse sin integrar a sus "deplorables". Es algo que sabe bien el PSOE y que tendrá que aprender, más pronto que tarde, con sarna o con gusto, el PP de Feijóo.

Con esta campaña, el PSOE pretende aprovechar el dogmatismo ideológico y adolescente de Podemos, y particularmente de Irene Montero, para exculparse de cualquier responsabilidad sobre una de las mayores y más peligrosas chapuzas que nos haya ofrendado la democracia española. Pero aunque ella sea quien con mayor desfachatez la siga defendiendo, esta ley no es obra exclusiva ni principal de Irene Montero.

Esta es una ley del Gobierno de España. Es decir, de la coalición en su conjunto y de todos y cada uno de sus miembros.

Y todavía diría más. Esta ley es una ley española. Y aprobada, por tanto, en el Congreso. Y responsabilidad, por tanto, de todos aquellos que votaron a su favor o se abstuvieron (como la CUP).

Y el intento del PSOE de presentarse ahora como el corrector de este desaguisado, como el adulto en la habitación, es de un sonrojante cinismo. Porque no oculta, sino que evidencia, la gravísima responsabilidad que tiene como partido y como Gobierno, por haber aprobado y defendido esta ley en el Consejo de Ministros, en el Parlamento y en el debate público.

Todas y cada una de esas revisiones de condena, y todas y cada una de las posibles reincidencias que se den gracias a esta ley, son también, y principalmente, responsabilidad suya.

Culpa suya, por no haber actuado entonces, cuando tocaba, con la sensatez de la que presumen ahora, cuando les conviene.

Era entonces cuando ellos podrían haber escuchado a los expertos y a los intelectuales, al menos a los afines. E incluso pensar por sí mismos y prever, que no adivinar, los terribles efectos negativos que tendría la reforma.

Que pretendan hacer creer ahora, como llevan haciendo toda la legislatura, que estas leyes, estos errores, se explican por la debilidad del Gobierno pone sobre la mesa otro hecho quizás más cínico. Y seguro que mucho más grave.

Y es que el PSOE necesita que Podemos se equivoque para presentarse como el contrarreformismo sensato que España necesita.

Y que se plantee ahora la contrarreforma (y que haya conseguido que Podemos la haya aceptado siempre que no se toque el consentimiento) es un gran logro de la propaganda.

El consentimiento siempre estará allí porque siempre estuvo. Porque lo estaba antes de la reforma y porque el 'sí es sí' no era más que un lema de campaña.

Por eso el PSOE puede hacer con esta contrarreforma lo mismo que hizo con la del mercado laboral. Puede hacer ver que todo cambia para dejarlo todo igual. O, mejor dicho, sólo un poquito peor que antes.

Y por eso Podemos tendrá que tragar. Y limitarse a insistir en que no puede tocarse lo que no podría tocarse para no tener que aparecer antes de tiempo ante su menguante masa popular como una pandilla de niñatos soberbios indiferentes a la suerte de las mujeres.

Lo que evidencia esta campaña contrarreformista es que el PSOE ha estado calculando con las agresiones sexuales, como con las mascarillas en el transporte público, el cuándo y el cómo convenía más a sus intereses electorales salir en defensa de la cordura.

Y ahora pretende vender como logro y solución de problemas ajenos lo que es únicamente cálculo cínico y partidista para sacar rédito de sus propias y gravísimas responsabilidades.

Es bonito ver cómo políticos y opinólogos se suman ahora a la crítica a esta vergonzosa ley. Pero no deberíamos olvidar nunca que nadie está más equivocado que quien sólo tiene razón cuando toca.

27.1.23

La mejor promoción de Eli, la de la Complutense

Aveces los elogios hacen más daño que las críticas. Y por eso es lamentable el bombo que la izquierda está dándole a "la mejor estudiante de su promoción". Que insistan tanto en sus excelentes calificaciones casi parece una excusatio non petita, porque no creo que un discurso como ese pueda parecerles gran cosa ni siquiera a ellos. Y porque tampoco puede ser un reconocimiento de la meritocracia, por mucho que lo pretenda Gabriel Rufián. 

Su entusiasmo se explica, simplemente, porque tener a la mejor estudiante de su parte es una forma de recordarnos que la Universidad es suya. Y que de eso va todo.

Que de eso va que Isabel Díaz Ayuso tenga que entrar a recibir un reconocimiento con el ejército, como denunciaba con gran preocupación el buenazo de Íñigo Errejón, cuando Pablo Iglesias pudo hacerlo con la sobria solemnidad que el momento merecía. 

La Universidad es uno de los pocos ámbitos, prácticamente el único, donde presumen de la excelencia como mérito. Cuando es sabido que, desde sus inicios, el movimiento político ese del que usted me habla ha demostrado un profundo desprecio por el mérito y la excelencia (siempre supuestos, siempre financiados por la cartera de papá) en nombre de la democracia y de la indignación moral.

Pero es que de la Universidad vienen ellos. Y de ahí venían también los elogios a sus fundadores, grandísimos intelectuales de reconocido prestigio internacional, y la defensa tan recurrente, tan socorrida, de la ministra Irene Montero cada vez que alguien duda de su capacidad y sus méritos. Ella, también excelentísima estudiante, que dejó pasar la oportunidad de hacer carrera en Harvard para dedicarse a salvar la democracia.

En estos elogios y en esta defensa se esconde algo que la mejor de su promoción quizá no ha entendido todavía. Y es la conciencia de que el salto de la Universidad a la política es un sacrificio porque es una degradación. Intelectual, claro, que no económica ni moral. Moralmente no hay nada superior al sacrificio por el bien común.

Pero es sin duda una degradación intelectual que gente tan y tan válida tenga que rebajarse a discutir con gente como nosotros. Y de ahí que sus líderes busquen volver a volar libres por el mundo que les es propio, que es el de las ideas, el de los intelectuales, las series, las expos alternativas y las birras por Malasaña. 

Ellos son muy conscientes del precio que están pagando, y eso explica la desfachatez con la que cabalgan contradicciones para cobrarse los servicios prestados.

Porque de esa conciencia viene el cinismo que "la mejor de su promoción" todavía no ha hecho suyo. Y esa inocencia, y no el nivel de la Universidad, es el gran problema de su discurso.

Porque seguro, segurísimo, que muchos estudiantes mucho peores que ella hubiesen hecho un discurso mucho mejor. Pero lo que buscaba ella y lo que se aplaude en su discurso no era la solidez argumentativa ni la capacidad retórica. Ese discurso no era una conferencia académica. Ese discurso era un discurso político, improvisado además, en el que lo importante era el entusiasmo y la indignación.

Lo único que demuestra ese discurso, y lo único que de él se aplaude cínicamente, es la naturaleza y la intensidad de la afiliación política de su vocera.

Y todo lo que está mal en él es la convicción de que no podría estar mejor. De que es un discurso casi perfecto en su imperfección, que trata todos los temas que tiene que tratar como tiene que tratarlos.

Que tiene el tono entre quejumbroso y cabreado que les es tan propio, que va pasando del susurro paternalista al grito indignado según responda el auditorio, que presume sin presumir de sus logros y que tiene su dosis de queja feminista, de clase trabajadora, de denuncia partidista, de demagogia de alta intensidad, de retórica violenta, de eslogan ridículo y de la valentía impostada de hacer como que rompes lo que no quieres romper. 

Lo peor es que es posible que el discurso le sea tan útil como el título. Y por eso hace bien en no romperlo. Porque la mejor de su promoción entiende muy bien que el conocimiento no es eso. Que no son las notas ni las cámaras ni el título.

Pero que merece la pena conservarlo. No porque sea ilegal romperlo (sólo es muy caro) sino porque en este sistema, en esta titulitis de la que tan joven ya está harta, ese título sigue siendo su mejor salvavidas. Para cuando a los suyos se les baje el subidón y la dejen tirada con su ridículo discurso y sus magníficas notas. 

Supongo que en el fondo es una suerte que el sistema siga creyendo más en sus jóvenes de lo que sus jóvenes creen en él.

Per fi una bona notícia a TV3

A TV3 no hi ha censura, hi ha línia editorial. I la línia editorial la marca la direcció i la direcció la marca el govern i la línia editorial és, per tant, política. Això explica el que és TV3 i això és el que significa treballar a TV3 i no és ni pot ser una sorpresa per a ningú.
A excepció, suposo, de tota aquesta generació d'instagramers que es pensen que ser lliure i revolucionari és votar la CUP cada quatre anys mentre viuen del pressupost públic. Per als altres, la sorpresa és que es queixés el PSC i no Jordi Basté. 
Però el Joel i el Manel ja són prou grandets per saber a què juguen i què volen fer i no sembla que necessitin gaire consells. 
No crec que a TV3 li interessi que el Joel dimiteixi. Si fos així el farien fora perquè és evident TV3 pot viure perfectament sense el Joel, el Manel, el Zona Franca en general i fins i tot l'Andrés Faingold. El que no està tan clar si ells poden viure sense TV3. La qüestió fonamental és qui pot viure sense TV3, és a dir, contra TV3, i com i de què pot viure. I aquesta era la gràcia de La Sotana i El Soterrani i de totes aquestes iniciatives similars. No necessàriament els acudits que hi facin o si insulten als uns o als altres, sinó l'espai de llibertat que defensen pel simple fet d'existir i de sobreviure fora del control del poder polític i mediàtic oficial. 
Que ara els seus amics i aquesta tropa de nens mediàtics amb sous de funcionari animin el Joel a seguir (com si quedar-se cobrant una pasta per fer un programa cada cop menys propi no fos vendre's a trossets sinó el zènit de la lluita anti-sistema) només demostra que el gran perill del Zona Franca no ha estat mai la censura o que el tanquessin per un acudit de nazis o per poca audiència. El perill, evident des del primer dia, era acomodar-se a fer el paper dels gamberros i els outsiders, els folloneros, per acabar fent bàsicament el mateix humor i en la mateixa línia política que Toni Soler S.L. El perill era l'èxit. 
Per això és una bona notícia que hagin fet fora el Manel Vidal i fins i tot que Miquel Bonet presumeixi ara de que a ell no van deixar-lo anar de convidat. No per ells, clar. Sinó per tots els altres. Perquè encara que sigui d'aquesta manera covarda i per aquests càlculs i xantatges polítics tan miserables, està bé que sigui la pròpia TV3 qui ens recordi que fora de les seves estretes fronteres també hi ha vida (cada dia més) i s'hi poden fer moltes coses, molt sovint, molt millors que les que hi fan dins. 

20.1.23

Carmena y la soberbia del revolucionario

Estaba muy enfadado y dispuesto a escribir contra Elon Musk. Porque se ve que ha quitado las estrellitas de la esquina del Twitter que me permitían ordenar la información de forma cronológica y escapar de las trampas del algoritmo. Así, seguro que por culpa del algoritmo, hoy se me ha llenado el timeline de vídeos de caídas, de bromas pesadas y de elogios excesivos a Manuela Carmena.

Porque, en una entrevista en El País, se ha atrevido a criticar el empecinamiento del Ministerio de Igualdad con la ley del 'sí es sí'.

"No corregir la ley del 'sí es sí' (ha dicho) es soberbia infantil". Pero se equivoca Carmena. La soberbia no es un vicio infantil. Lo infantil es el egoísmo, incluso el narcisismo primario.

La soberbia es un vicio adolescente, sofisticado por las hormonas y por la ideología. Incluso por esa ideología y esa pulsión que ella misma se supone que comparte con los miembros y miembras del Ministerio en cuestión. Y, en cierto modo, incluso con Elon Musk. Y que consiste, fundamentalmente, en creer que los que mandaban antes lo hacían por mala fe o por estupidez y que, ahora que por fin llegamos los buenos, esto lo arreglamos en un par de tardes.

La diferencia, claro está, es que algunos soberbios juegan con su propio dinero y con él mismo pagan sus errores, mientras que otros juegan con el dinero, la seguridad y el futuro de los demás. Y siempre se largan sin pagar la factura.

Y es esa soberbia la que les impide tanto reconocer el bien que hicieron otros como el mal que pueden hacer ellos. Es eso mismo lo que les hace presumir en exceso de lo que van a hacer y negarse a reconocer sus errores o limitaciones cuando finalmente no están a la altura.

Elon Musk entró en Twitter alertando sobre las estrellitas y explicando cómo liberarse de la tiranía del algoritmo. Y ahora que ha claudicado, por razones seguro que muy comprensibles en quien se juega en esto la fortuna, lo ha hecho en silencio. Con nocturnidad y alevosía.

Del mismo modo en que anunció la vuelta de Kanye West como una conquista de la libertad de expresión para echarlo de nuevo poco después. O como presumió de poner en riesgo su propia seguridad personal permitiendo que una cuenta de Twitter publicara la localización de su jet privado para cerrarla después sin mayor explicación.

También así, con soberbio disimulo, pretende corregirse el Ministerio. Y propone estos días, como chutando la pelota hacia adelante, que todos los beneficiados por sus negligencias lleven una pulsera de geolocalización.

Cuando den orden a los suyos de felicitarse y celebrar, habrá que recordar que este hubiese sido, en efecto, un interesante debate. De haberse planteado.

Si hubiese estado en la ley o en su propuesta, habría sido un buen momento para tener una discusión seria sobre la reinserción de los agresores sexuales, la adecuación de las penas, la libertad de los exconvictos y de las víctimas.

Para tener un debate, en fin, sobre justicia y seguridad, que es lo que tocaría.

Pero este debate no existió. Porque no quisieron. Porque enterraron cualquier discusión razonable sobre un tema tan sensible, delicado e importante bajo toneladas de demagogia y de gravísimas acusaciones de violencia, machismo estructural y odio partidista.

Hubiera sido una discusión interesante, digo, pero no fue posible. Porque ninguna discusión lo es con quien tiene tantas prisas por enmendar la realidad.

El revolucionario, el joven adánico que ha venido aquí a poner fin a la injusticia histórica, sólo aprende a golpes. En el mejor de los casos, a golpes con la realidad. Convencido de que a su lado todo es estulticia y maldad, el justiciero avanza como aquellos caballos de carga, con la mirada siempre al frente. Avanza, como la vaca del poema, vacilando, acumulando error sobre error. Dejando desastre tras desastre.

Y, con suerte, alguna vez, con disimulo y entre aplausos comprados, rectificarán. Y en el mejor de los casos volverán al redil. Y a todo eso lo llamarán progreso.

15.1.23

¿Quién dijo aborto? Vox versus "la ciencia"

Este no es un debate sobre el aborto, sino solo una batalla interna de la derecha. Cultural, si quieren. Pero también electoral. Porque la derecha sabe que ya no puede prohibir el aborto.

Aun así, todavía recuerda, quizás vagamente, que hay motivos morales de peso para sentirse al menos incómoda con la situación actual. Especialmente, con la frívola apología de su normalización que hace la izquierda en nombre de los derechos de las mujeres, de su empoderamiento y de ese ambiguo e intermitente principio del dominio y posesión del propio cuerpo, que le vale para el aborto pero no para la prostitución ni el escote como reclamo publicitario.

Es un problema comprensible. La izquierda no puede simplemente afirmar un principio liberal como el de "mi cuerpo es mío" porque no puede ni quiere aceptar sus consecuencias. Y a la derecha política (por liberal, conservadora o liberal-conservadora) le pasa exactamente lo mismo, aunque peor. Está buscando un lenguaje con el que sentirse algo más cómoda en los debates incómodos porque a ella no le basta el poder. Aunque sólo sea porque no lo tiene.

De aquí sus ambigüedades y sus discrepancias y sus matices, equilibrios y medias tintas.

Y el problema no es sólo de la "derechita cobarde". Vox tiene razón, por ejemplo, y cómo no, cuando defiende la importancia de tomar decisiones informadas. De ahí que también Ayuso haya subido la apuesta por aquí, con su teléfono de información y apoyo.

Pero el latido del feto es sólo una de las muchas informaciones que ayudarían a la mujer a tomar una mejor decisión. A tomar la decisión correcta, incluso. Como la información que tiene que ver con el futuro, la prosperidad y la felicidad del bebé y la suya propia, de la que no dispondría ni podría jamás disponer. Escucharlo tocar la flauta, decía un tuitero.

Sin llegar a tanto, el hecho de que ni siquiera ellos hayan propuesto la obligatoriedad de la escucha, atenta, del latido del corazón y de la voz de la conciencia, da buena medida del estado del debate.

Lo confirman, además, las respuestas que ha tenido la propuesta. El respeto a la libertad absoluta de la mujer para decidir, y respeto absoluto a sus derechos, que decía Mañueco, es lo mismo que podría decir Vox porque esto es justo lo que no se atreven a poner en duda. Y deberían, si es que han de plantear un debate, una batalla cultural de verdad, y si creen realmente como dicen que esta propuesta sería un éxito aunque evitase un único aborto.

Porque eso sólo tiene sentido si toda vida es sagrada o, al menos, buena. Y eso es algo que no puede, por lo tanto, defenderse en nombre de la libertad de las mujeres para hacer lo que quieran, informadísimas, pero lo que quieran, con sus fetos. Sino en nombre de los límites, morales, que toda sociedad impone a la libertad de sus ciudadanos.

Además, la respuesta de todos estos sanitarios que han salido en nombre de la ciencia a informarnos de que a esas alturas del embarazo la ecografía que recomienda Vox puede ser peligrosa para el bebé, nos demuestra hasta qué punto la verdad es a veces imposible y a veces peligrosa. Y por qué hay que aceptar que en las cuestiones más importantes, como es esta, lo normal, lo inevitable, es tomar decisiones a tientas.

Es por eso, precisamente, por lo que necesitamos principios y ejemplos. Porque los cálculos de coste beneficio, pecuniario o emocional, no son siempre posibles, deseables ni suficientes. Por eso no basta, tampoco, con ir simplemente avanzando en derechos o libertades como pretende el progresismo, de izquierdas y de derechas. Y por eso el debate debería plantearse en los términos de la ética y las limitaciones legales.

Pero Vox está planteando el debate con un antipático rizar el rizo, limitándose a poner en evidencia las limitaciones e hipocresías de todo el amplísimo espectro socialdemócrata español. Por eso ha pretendido introducir como novedad el recurso al tratamiento psicológico, que por supuesto sería voluntario. Aunque no se trata de una novedad, por supuesto ha recibido durísimas críticas de todos aquellos que tanto hablan de cuidar la salud mental y de normalizar la enfermedad mental

Con ello, en realidad, Vox no hace más que sustituir el principio ético en contra del aborto, del que ya ni ellos hablan (y que debería, claro, doler y afectar profundamente a la abortista) por la ética relativista de los cuidados. En ella lo que prima, lo único que importa, en realidad, es el bienestar emocional de la madre. Bienestar que definirán, libremente, ella y su psicólogo.

Y esa libertad y ese acompañamiento es ahora lo único importante. Por eso corregía Mañueco diciendo que lo que ellos quieren "es agilizar la prestación de servicios a las mujeres embarazadas que lo soliciten". Y que "el protocolo de Castilla y León respetará la ley y los derechos de los profesionales sanitarios, cuyo criterio se impondrá en todo momento".

Y lo que Vox pretende hacer y sin embargo no hace es denunciar esta tendencia de la derecha, y de la civilización occidental incluso, que consiste en limitarse a asegurar, o a prometer, de hecho, el bienestar físico, económico y emocional de la mujer. Y de todos, en general, sustituyendo progresivamente (cómo, si no) el juicio y el debate moral por el criterio científico y la tecnificación y la desmoralización de las decisiones políticas.

Si de batallar se trata contra la era de la tecnificación y la neutralización de la política, y no sólo contra el PP, lo único que le queda a Vox es hacer lo que hace la izquierda de la buena: moralizar y politizarlo todo. Hasta lo de Piqué y Shakira. Si se atreve, claro.

En el terreno de la ética es una batalla perdida, porque ya no puede plantearse en los términos que le son propios. Por eso es sólo una batalla política donde lo que importa, mucho más que el bienestar de la madre, el futuro del bebé o, incluso, de una sociedad con problemas existenciales de natalidad, es la lucha por el poder.

Y, concretamente, del poder en la derecha. Que viene del miedo de Vox a no llegar siquiera a ser el Podemos de un futuro Gobierno. Esos son los cálculos que se están haciendo, y no otros. Y de ahí que estas sean las reacciones, que prueban que el asunto no va de ninguna discrepancia profunda en los valores entre quienes ya ni siquiera saben discrepar en el lenguaje.

12.1.23

Madre no hay más que una

La noticia parece ser que los jóvenes a quienes la prensa bautizó como "la manada de Sabadell" querían mucho a sus madres. Se han filtrado unos mensajes y a mí, que soy un rancio, no sé si me parece más obsceno su contenido, su exhibición o la sorpresa que parecen causar.

Amores como estos han dado nombre y sentido a grandes obras y grandes complejos. Pero no hace falta recurrir a Sófocles ni a Freud para entender el daño que puede hacer alguien que exagera, por así decirlo, el amor que siente por su madre.

La sorpresa no es culpa de la ignorancia del tópico, sino de un empache de ideología de género pretendidamente igualitaria. Una según la cual todas las mujeres son iguales y deben, por lo tanto, tratarse por igual. 

Las feministas sorprendidas y sus aliados son los únicos que se han creído esa vieja excusa de quien declaraba no poder ser machista por tener madre y hermana. Del mismo modo que aquellos nazis no podían serlo porque habían tenido un amigo o un amante judío.

Pero el machista prototipo con el que trabajan en el Ministerio de Igualdad y sus afines, y que yo conocí en mi Erasmus italiano, no confunden nunca a su madre con su hermana. Ni con su novia, ni con su amante, ni con su amiga, ni con la mía. Para él todas las mujeres eran esencialmente distintas. Y a todas había que tratarlas de forma distinta y a ninguna mejor que a la mamma

Era emocionalmente, al menos, un bebé de teta. Buscaba en todas sus amantes habidas y por haber la entrega y la devoción absolutas que sólo podría encontrar en la madre. Las acababa despreciando a todas por no estar a una altura a la que nunca podrían ni deberían estar. 

Es ingenuo y peligroso, y el origen de tantas impotencias, confusiones y exageraciones propagandísticas de nuestro feminismo, el creer y repetir que el machista, de manada o lobo solitario, mata a las mujeres por el simple hecho de serlo. 

Por suerte o por desgracia, y por mucho que insistan con el chantaje moral, no pueden imponer su ideología igualitaria al machista. Porque él sabe perfectamente qué mujer merece reverencia, porque ya es suya. Y cuál es la que merece correctivo, porque nunca podrá serlo del todo. 

En nombre de la igualdad, y por un exceso de celo ideológico, el periodismo lacrimógeno y la propaganda gubernamental son incapaces de reconocer la cruel diferencia que manifiestan el amor y la violencia. Y son, por eso, incapaces de proteger a las mujeres, concretas y distintas, amenazadas en particular y no en genérico, que necesitan de su protección. 

Es curioso, y es sólo aparentemente paradójico, que sean quienes más presumen de proteger a las mujeres quienes acaben actuando como el padre de aquel célebre machista ibérico que, lamentando un terrible desamor, decía que todas las mujeres son unas putas, menos la reina y su madre.

"No hijo, no. Tu mamá, también", decía el padre, igualitario.

5.1.23

Por un año nuevo un poco decepcionante

Circula por Twitter un vídeo en el que se ven breves fragmentos de los discursos de fin de año de los últimos presidentes franceses. Desde Sarkozy hasta Macron pasando por Hollande, todos coincidían en señalar que el año que dejaban atrás había sido un año duro, pero que el año siguiente sería mejor.

Esta coincidencia tan profunda entre presidentes de distintos partidos, ideologías y talantes es graciosa, claro. Y también un buen recordatorio de que en nuestra época todos los años buenos se parecen, pero los malos lo son cada uno a su manera. Un buen año es un año de paz y prosperidad. Pero un mal año puede serlo por la guerra, la crisis, la pandemia, la Champions del Madrid o un poco todo a la vez.

Si no fuésemos tan cínicos, nos sorprendería un poco el coincidente empeño de estos presidentes en destacar lo malo que había sido un año en el que, al fin y al cabo, ellos habían gobernado. Y del que, por lo tanto, también debían ser en parte responsables.

Pero no hace falta ser Risto Mejide para entender lo que hoy en día es una historia triste. Ni para imaginar lo rápidas y violentas que hubiesen sido las críticas de haberse limitado en sus discursos a presumir de logros y a celebrar el magnífico momento histórico que vivimos, olvidando de forma insensible a tantas familias que lo están pasando muy mal, y a todos aquellos que este año han perdido un trabajo, un amor, unos ahorros, una esperanza o un ser querido. 

Hoy, el pesimismo mal entendido (el que lleva a la desesperación y al lamento inútil) es casi obligatorio. Nuestro valor moral parece medirse por el empeño en infligirnos una penitencia sin posibilidad de redención. Hasta el punto de que es evidente que la religión woke, que cree en el pecado original, pero sólo para los blancos, es en realidad solamente una parodia de un espíritu de los tiempos que sobrepasa con mucho los límites del radicalismo ideológico de cierta izquierda americana.  

Si no fuésemos tan cínicos, podríamos celebrar el empecinamiento de nuestros líderes en el optimismo y su casi entrañable capacidad para dejarse sorprender siempre por la decepción. Seríamos capaces, de hecho, de reconocer también en este vídeo paródico el milagro navideño de cada año, que no es otro que la renovación de la promesa de la esperanza.

Un milagro del que todos nos queremos en realidad partícipes. Hasta el Grinch. Y hasta aquellos que se empeñan en felicitarnos el solsticio de invierno como los locos de Alicia en el País de las Maravillas nos felicitaban el no cumpleaños. Porque aunque sean fiestas que sólo celebran ellos (y me gustaría ver cómo), al menos los buenos deseos para el año nuevo y su invitación a la esperanza son compartidos.

Y eso es lo que cuenta y lo que siempre hay que agradecer. 

Pero incluso desde nuestro cinismo (y especialmente en un año como este, que es año electoral) no está de más recordar que ningún pueblo es mejor que sus políticos. Y si ellos, a pesar de todos sus evidentes defectos, a pesar de su habitual tremendismo y de sus peligrosas polarizaciones, y de las terribles amenazas que se ciernen sobre nuestra democracia, si ellos, digo, son capaces de salir año tras año, decepción tras decepción, a mostrarse esperanzados por lo que viene, también nosotros deberíamos ser capaces, al menos, de imponernos dos o tres esperanzas de año nuevo.

Y de dejarnos sorprender un poco por la decepción.