27.1.23

La mejor promoción de Eli, la de la Complutense

Aveces los elogios hacen más daño que las críticas. Y por eso es lamentable el bombo que la izquierda está dándole a "la mejor estudiante de su promoción". Que insistan tanto en sus excelentes calificaciones casi parece una excusatio non petita, porque no creo que un discurso como ese pueda parecerles gran cosa ni siquiera a ellos. Y porque tampoco puede ser un reconocimiento de la meritocracia, por mucho que lo pretenda Gabriel Rufián. 

Su entusiasmo se explica, simplemente, porque tener a la mejor estudiante de su parte es una forma de recordarnos que la Universidad es suya. Y que de eso va todo.

Que de eso va que Isabel Díaz Ayuso tenga que entrar a recibir un reconocimiento con el ejército, como denunciaba con gran preocupación el buenazo de Íñigo Errejón, cuando Pablo Iglesias pudo hacerlo con la sobria solemnidad que el momento merecía. 

La Universidad es uno de los pocos ámbitos, prácticamente el único, donde presumen de la excelencia como mérito. Cuando es sabido que, desde sus inicios, el movimiento político ese del que usted me habla ha demostrado un profundo desprecio por el mérito y la excelencia (siempre supuestos, siempre financiados por la cartera de papá) en nombre de la democracia y de la indignación moral.

Pero es que de la Universidad vienen ellos. Y de ahí venían también los elogios a sus fundadores, grandísimos intelectuales de reconocido prestigio internacional, y la defensa tan recurrente, tan socorrida, de la ministra Irene Montero cada vez que alguien duda de su capacidad y sus méritos. Ella, también excelentísima estudiante, que dejó pasar la oportunidad de hacer carrera en Harvard para dedicarse a salvar la democracia.

En estos elogios y en esta defensa se esconde algo que la mejor de su promoción quizá no ha entendido todavía. Y es la conciencia de que el salto de la Universidad a la política es un sacrificio porque es una degradación. Intelectual, claro, que no económica ni moral. Moralmente no hay nada superior al sacrificio por el bien común.

Pero es sin duda una degradación intelectual que gente tan y tan válida tenga que rebajarse a discutir con gente como nosotros. Y de ahí que sus líderes busquen volver a volar libres por el mundo que les es propio, que es el de las ideas, el de los intelectuales, las series, las expos alternativas y las birras por Malasaña. 

Ellos son muy conscientes del precio que están pagando, y eso explica la desfachatez con la que cabalgan contradicciones para cobrarse los servicios prestados.

Porque de esa conciencia viene el cinismo que "la mejor de su promoción" todavía no ha hecho suyo. Y esa inocencia, y no el nivel de la Universidad, es el gran problema de su discurso.

Porque seguro, segurísimo, que muchos estudiantes mucho peores que ella hubiesen hecho un discurso mucho mejor. Pero lo que buscaba ella y lo que se aplaude en su discurso no era la solidez argumentativa ni la capacidad retórica. Ese discurso no era una conferencia académica. Ese discurso era un discurso político, improvisado además, en el que lo importante era el entusiasmo y la indignación.

Lo único que demuestra ese discurso, y lo único que de él se aplaude cínicamente, es la naturaleza y la intensidad de la afiliación política de su vocera.

Y todo lo que está mal en él es la convicción de que no podría estar mejor. De que es un discurso casi perfecto en su imperfección, que trata todos los temas que tiene que tratar como tiene que tratarlos.

Que tiene el tono entre quejumbroso y cabreado que les es tan propio, que va pasando del susurro paternalista al grito indignado según responda el auditorio, que presume sin presumir de sus logros y que tiene su dosis de queja feminista, de clase trabajadora, de denuncia partidista, de demagogia de alta intensidad, de retórica violenta, de eslogan ridículo y de la valentía impostada de hacer como que rompes lo que no quieres romper. 

Lo peor es que es posible que el discurso le sea tan útil como el título. Y por eso hace bien en no romperlo. Porque la mejor de su promoción entiende muy bien que el conocimiento no es eso. Que no son las notas ni las cámaras ni el título.

Pero que merece la pena conservarlo. No porque sea ilegal romperlo (sólo es muy caro) sino porque en este sistema, en esta titulitis de la que tan joven ya está harta, ese título sigue siendo su mejor salvavidas. Para cuando a los suyos se les baje el subidón y la dejen tirada con su ridículo discurso y sus magníficas notas. 

Supongo que en el fondo es una suerte que el sistema siga creyendo más en sus jóvenes de lo que sus jóvenes creen en él.

Per fi una bona notícia a TV3

A TV3 no hi ha censura, hi ha línia editorial. I la línia editorial la marca la direcció i la direcció la marca el govern i la línia editorial és, per tant, política. Això explica el que és TV3 i això és el que significa treballar a TV3 i no és ni pot ser una sorpresa per a ningú.
A excepció, suposo, de tota aquesta generació d'instagramers que es pensen que ser lliure i revolucionari és votar la CUP cada quatre anys mentre viuen del pressupost públic. Per als altres, la sorpresa és que es queixés el PSC i no Jordi Basté. 
Però el Joel i el Manel ja són prou grandets per saber a què juguen i què volen fer i no sembla que necessitin gaire consells. 
No crec que a TV3 li interessi que el Joel dimiteixi. Si fos així el farien fora perquè és evident TV3 pot viure perfectament sense el Joel, el Manel, el Zona Franca en general i fins i tot l'Andrés Faingold. El que no està tan clar si ells poden viure sense TV3. La qüestió fonamental és qui pot viure sense TV3, és a dir, contra TV3, i com i de què pot viure. I aquesta era la gràcia de La Sotana i El Soterrani i de totes aquestes iniciatives similars. No necessàriament els acudits que hi facin o si insulten als uns o als altres, sinó l'espai de llibertat que defensen pel simple fet d'existir i de sobreviure fora del control del poder polític i mediàtic oficial. 
Que ara els seus amics i aquesta tropa de nens mediàtics amb sous de funcionari animin el Joel a seguir (com si quedar-se cobrant una pasta per fer un programa cada cop menys propi no fos vendre's a trossets sinó el zènit de la lluita anti-sistema) només demostra que el gran perill del Zona Franca no ha estat mai la censura o que el tanquessin per un acudit de nazis o per poca audiència. El perill, evident des del primer dia, era acomodar-se a fer el paper dels gamberros i els outsiders, els folloneros, per acabar fent bàsicament el mateix humor i en la mateixa línia política que Toni Soler S.L. El perill era l'èxit. 
Per això és una bona notícia que hagin fet fora el Manel Vidal i fins i tot que Miquel Bonet presumeixi ara de que a ell no van deixar-lo anar de convidat. No per ells, clar. Sinó per tots els altres. Perquè encara que sigui d'aquesta manera covarda i per aquests càlculs i xantatges polítics tan miserables, està bé que sigui la pròpia TV3 qui ens recordi que fora de les seves estretes fronteres també hi ha vida (cada dia més) i s'hi poden fer moltes coses, molt sovint, molt millors que les que hi fan dins. 

20.1.23

Carmena y la soberbia del revolucionario

Estaba muy enfadado y dispuesto a escribir contra Elon Musk. Porque se ve que ha quitado las estrellitas de la esquina del Twitter que me permitían ordenar la información de forma cronológica y escapar de las trampas del algoritmo. Así, seguro que por culpa del algoritmo, hoy se me ha llenado el timeline de vídeos de caídas, de bromas pesadas y de elogios excesivos a Manuela Carmena.

Porque, en una entrevista en El País, se ha atrevido a criticar el empecinamiento del Ministerio de Igualdad con la ley del 'sí es sí'.

"No corregir la ley del 'sí es sí' (ha dicho) es soberbia infantil". Pero se equivoca Carmena. La soberbia no es un vicio infantil. Lo infantil es el egoísmo, incluso el narcisismo primario.

La soberbia es un vicio adolescente, sofisticado por las hormonas y por la ideología. Incluso por esa ideología y esa pulsión que ella misma se supone que comparte con los miembros y miembras del Ministerio en cuestión. Y, en cierto modo, incluso con Elon Musk. Y que consiste, fundamentalmente, en creer que los que mandaban antes lo hacían por mala fe o por estupidez y que, ahora que por fin llegamos los buenos, esto lo arreglamos en un par de tardes.

La diferencia, claro está, es que algunos soberbios juegan con su propio dinero y con él mismo pagan sus errores, mientras que otros juegan con el dinero, la seguridad y el futuro de los demás. Y siempre se largan sin pagar la factura.

Y es esa soberbia la que les impide tanto reconocer el bien que hicieron otros como el mal que pueden hacer ellos. Es eso mismo lo que les hace presumir en exceso de lo que van a hacer y negarse a reconocer sus errores o limitaciones cuando finalmente no están a la altura.

Elon Musk entró en Twitter alertando sobre las estrellitas y explicando cómo liberarse de la tiranía del algoritmo. Y ahora que ha claudicado, por razones seguro que muy comprensibles en quien se juega en esto la fortuna, lo ha hecho en silencio. Con nocturnidad y alevosía.

Del mismo modo en que anunció la vuelta de Kanye West como una conquista de la libertad de expresión para echarlo de nuevo poco después. O como presumió de poner en riesgo su propia seguridad personal permitiendo que una cuenta de Twitter publicara la localización de su jet privado para cerrarla después sin mayor explicación.

También así, con soberbio disimulo, pretende corregirse el Ministerio. Y propone estos días, como chutando la pelota hacia adelante, que todos los beneficiados por sus negligencias lleven una pulsera de geolocalización.

Cuando den orden a los suyos de felicitarse y celebrar, habrá que recordar que este hubiese sido, en efecto, un interesante debate. De haberse planteado.

Si hubiese estado en la ley o en su propuesta, habría sido un buen momento para tener una discusión seria sobre la reinserción de los agresores sexuales, la adecuación de las penas, la libertad de los exconvictos y de las víctimas.

Para tener un debate, en fin, sobre justicia y seguridad, que es lo que tocaría.

Pero este debate no existió. Porque no quisieron. Porque enterraron cualquier discusión razonable sobre un tema tan sensible, delicado e importante bajo toneladas de demagogia y de gravísimas acusaciones de violencia, machismo estructural y odio partidista.

Hubiera sido una discusión interesante, digo, pero no fue posible. Porque ninguna discusión lo es con quien tiene tantas prisas por enmendar la realidad.

El revolucionario, el joven adánico que ha venido aquí a poner fin a la injusticia histórica, sólo aprende a golpes. En el mejor de los casos, a golpes con la realidad. Convencido de que a su lado todo es estulticia y maldad, el justiciero avanza como aquellos caballos de carga, con la mirada siempre al frente. Avanza, como la vaca del poema, vacilando, acumulando error sobre error. Dejando desastre tras desastre.

Y, con suerte, alguna vez, con disimulo y entre aplausos comprados, rectificarán. Y en el mejor de los casos volverán al redil. Y a todo eso lo llamarán progreso.

15.1.23

¿Quién dijo aborto? Vox versus "la ciencia"

Este no es un debate sobre el aborto, sino solo una batalla interna de la derecha. Cultural, si quieren. Pero también electoral. Porque la derecha sabe que ya no puede prohibir el aborto.

Aun así, todavía recuerda, quizás vagamente, que hay motivos morales de peso para sentirse al menos incómoda con la situación actual. Especialmente, con la frívola apología de su normalización que hace la izquierda en nombre de los derechos de las mujeres, de su empoderamiento y de ese ambiguo e intermitente principio del dominio y posesión del propio cuerpo, que le vale para el aborto pero no para la prostitución ni el escote como reclamo publicitario.

Es un problema comprensible. La izquierda no puede simplemente afirmar un principio liberal como el de "mi cuerpo es mío" porque no puede ni quiere aceptar sus consecuencias. Y a la derecha política (por liberal, conservadora o liberal-conservadora) le pasa exactamente lo mismo, aunque peor. Está buscando un lenguaje con el que sentirse algo más cómoda en los debates incómodos porque a ella no le basta el poder. Aunque sólo sea porque no lo tiene.

De aquí sus ambigüedades y sus discrepancias y sus matices, equilibrios y medias tintas.

Y el problema no es sólo de la "derechita cobarde". Vox tiene razón, por ejemplo, y cómo no, cuando defiende la importancia de tomar decisiones informadas. De ahí que también Ayuso haya subido la apuesta por aquí, con su teléfono de información y apoyo.

Pero el latido del feto es sólo una de las muchas informaciones que ayudarían a la mujer a tomar una mejor decisión. A tomar la decisión correcta, incluso. Como la información que tiene que ver con el futuro, la prosperidad y la felicidad del bebé y la suya propia, de la que no dispondría ni podría jamás disponer. Escucharlo tocar la flauta, decía un tuitero.

Sin llegar a tanto, el hecho de que ni siquiera ellos hayan propuesto la obligatoriedad de la escucha, atenta, del latido del corazón y de la voz de la conciencia, da buena medida del estado del debate.

Lo confirman, además, las respuestas que ha tenido la propuesta. El respeto a la libertad absoluta de la mujer para decidir, y respeto absoluto a sus derechos, que decía Mañueco, es lo mismo que podría decir Vox porque esto es justo lo que no se atreven a poner en duda. Y deberían, si es que han de plantear un debate, una batalla cultural de verdad, y si creen realmente como dicen que esta propuesta sería un éxito aunque evitase un único aborto.

Porque eso sólo tiene sentido si toda vida es sagrada o, al menos, buena. Y eso es algo que no puede, por lo tanto, defenderse en nombre de la libertad de las mujeres para hacer lo que quieran, informadísimas, pero lo que quieran, con sus fetos. Sino en nombre de los límites, morales, que toda sociedad impone a la libertad de sus ciudadanos.

Además, la respuesta de todos estos sanitarios que han salido en nombre de la ciencia a informarnos de que a esas alturas del embarazo la ecografía que recomienda Vox puede ser peligrosa para el bebé, nos demuestra hasta qué punto la verdad es a veces imposible y a veces peligrosa. Y por qué hay que aceptar que en las cuestiones más importantes, como es esta, lo normal, lo inevitable, es tomar decisiones a tientas.

Es por eso, precisamente, por lo que necesitamos principios y ejemplos. Porque los cálculos de coste beneficio, pecuniario o emocional, no son siempre posibles, deseables ni suficientes. Por eso no basta, tampoco, con ir simplemente avanzando en derechos o libertades como pretende el progresismo, de izquierdas y de derechas. Y por eso el debate debería plantearse en los términos de la ética y las limitaciones legales.

Pero Vox está planteando el debate con un antipático rizar el rizo, limitándose a poner en evidencia las limitaciones e hipocresías de todo el amplísimo espectro socialdemócrata español. Por eso ha pretendido introducir como novedad el recurso al tratamiento psicológico, que por supuesto sería voluntario. Aunque no se trata de una novedad, por supuesto ha recibido durísimas críticas de todos aquellos que tanto hablan de cuidar la salud mental y de normalizar la enfermedad mental

Con ello, en realidad, Vox no hace más que sustituir el principio ético en contra del aborto, del que ya ni ellos hablan (y que debería, claro, doler y afectar profundamente a la abortista) por la ética relativista de los cuidados. En ella lo que prima, lo único que importa, en realidad, es el bienestar emocional de la madre. Bienestar que definirán, libremente, ella y su psicólogo.

Y esa libertad y ese acompañamiento es ahora lo único importante. Por eso corregía Mañueco diciendo que lo que ellos quieren "es agilizar la prestación de servicios a las mujeres embarazadas que lo soliciten". Y que "el protocolo de Castilla y León respetará la ley y los derechos de los profesionales sanitarios, cuyo criterio se impondrá en todo momento".

Y lo que Vox pretende hacer y sin embargo no hace es denunciar esta tendencia de la derecha, y de la civilización occidental incluso, que consiste en limitarse a asegurar, o a prometer, de hecho, el bienestar físico, económico y emocional de la mujer. Y de todos, en general, sustituyendo progresivamente (cómo, si no) el juicio y el debate moral por el criterio científico y la tecnificación y la desmoralización de las decisiones políticas.

Si de batallar se trata contra la era de la tecnificación y la neutralización de la política, y no sólo contra el PP, lo único que le queda a Vox es hacer lo que hace la izquierda de la buena: moralizar y politizarlo todo. Hasta lo de Piqué y Shakira. Si se atreve, claro.

En el terreno de la ética es una batalla perdida, porque ya no puede plantearse en los términos que le son propios. Por eso es sólo una batalla política donde lo que importa, mucho más que el bienestar de la madre, el futuro del bebé o, incluso, de una sociedad con problemas existenciales de natalidad, es la lucha por el poder.

Y, concretamente, del poder en la derecha. Que viene del miedo de Vox a no llegar siquiera a ser el Podemos de un futuro Gobierno. Esos son los cálculos que se están haciendo, y no otros. Y de ahí que estas sean las reacciones, que prueban que el asunto no va de ninguna discrepancia profunda en los valores entre quienes ya ni siquiera saben discrepar en el lenguaje.

12.1.23

Madre no hay más que una

La noticia parece ser que los jóvenes a quienes la prensa bautizó como "la manada de Sabadell" querían mucho a sus madres. Se han filtrado unos mensajes y a mí, que soy un rancio, no sé si me parece más obsceno su contenido, su exhibición o la sorpresa que parecen causar.

Amores como estos han dado nombre y sentido a grandes obras y grandes complejos. Pero no hace falta recurrir a Sófocles ni a Freud para entender el daño que puede hacer alguien que exagera, por así decirlo, el amor que siente por su madre.

La sorpresa no es culpa de la ignorancia del tópico, sino de un empache de ideología de género pretendidamente igualitaria. Una según la cual todas las mujeres son iguales y deben, por lo tanto, tratarse por igual. 

Las feministas sorprendidas y sus aliados son los únicos que se han creído esa vieja excusa de quien declaraba no poder ser machista por tener madre y hermana. Del mismo modo que aquellos nazis no podían serlo porque habían tenido un amigo o un amante judío.

Pero el machista prototipo con el que trabajan en el Ministerio de Igualdad y sus afines, y que yo conocí en mi Erasmus italiano, no confunden nunca a su madre con su hermana. Ni con su novia, ni con su amante, ni con su amiga, ni con la mía. Para él todas las mujeres eran esencialmente distintas. Y a todas había que tratarlas de forma distinta y a ninguna mejor que a la mamma

Era emocionalmente, al menos, un bebé de teta. Buscaba en todas sus amantes habidas y por haber la entrega y la devoción absolutas que sólo podría encontrar en la madre. Las acababa despreciando a todas por no estar a una altura a la que nunca podrían ni deberían estar. 

Es ingenuo y peligroso, y el origen de tantas impotencias, confusiones y exageraciones propagandísticas de nuestro feminismo, el creer y repetir que el machista, de manada o lobo solitario, mata a las mujeres por el simple hecho de serlo. 

Por suerte o por desgracia, y por mucho que insistan con el chantaje moral, no pueden imponer su ideología igualitaria al machista. Porque él sabe perfectamente qué mujer merece reverencia, porque ya es suya. Y cuál es la que merece correctivo, porque nunca podrá serlo del todo. 

En nombre de la igualdad, y por un exceso de celo ideológico, el periodismo lacrimógeno y la propaganda gubernamental son incapaces de reconocer la cruel diferencia que manifiestan el amor y la violencia. Y son, por eso, incapaces de proteger a las mujeres, concretas y distintas, amenazadas en particular y no en genérico, que necesitan de su protección. 

Es curioso, y es sólo aparentemente paradójico, que sean quienes más presumen de proteger a las mujeres quienes acaben actuando como el padre de aquel célebre machista ibérico que, lamentando un terrible desamor, decía que todas las mujeres son unas putas, menos la reina y su madre.

"No hijo, no. Tu mamá, también", decía el padre, igualitario.

5.1.23

Por un año nuevo un poco decepcionante

Circula por Twitter un vídeo en el que se ven breves fragmentos de los discursos de fin de año de los últimos presidentes franceses. Desde Sarkozy hasta Macron pasando por Hollande, todos coincidían en señalar que el año que dejaban atrás había sido un año duro, pero que el año siguiente sería mejor.

Esta coincidencia tan profunda entre presidentes de distintos partidos, ideologías y talantes es graciosa, claro. Y también un buen recordatorio de que en nuestra época todos los años buenos se parecen, pero los malos lo son cada uno a su manera. Un buen año es un año de paz y prosperidad. Pero un mal año puede serlo por la guerra, la crisis, la pandemia, la Champions del Madrid o un poco todo a la vez.

Si no fuésemos tan cínicos, nos sorprendería un poco el coincidente empeño de estos presidentes en destacar lo malo que había sido un año en el que, al fin y al cabo, ellos habían gobernado. Y del que, por lo tanto, también debían ser en parte responsables.

Pero no hace falta ser Risto Mejide para entender lo que hoy en día es una historia triste. Ni para imaginar lo rápidas y violentas que hubiesen sido las críticas de haberse limitado en sus discursos a presumir de logros y a celebrar el magnífico momento histórico que vivimos, olvidando de forma insensible a tantas familias que lo están pasando muy mal, y a todos aquellos que este año han perdido un trabajo, un amor, unos ahorros, una esperanza o un ser querido. 

Hoy, el pesimismo mal entendido (el que lleva a la desesperación y al lamento inútil) es casi obligatorio. Nuestro valor moral parece medirse por el empeño en infligirnos una penitencia sin posibilidad de redención. Hasta el punto de que es evidente que la religión woke, que cree en el pecado original, pero sólo para los blancos, es en realidad solamente una parodia de un espíritu de los tiempos que sobrepasa con mucho los límites del radicalismo ideológico de cierta izquierda americana.  

Si no fuésemos tan cínicos, podríamos celebrar el empecinamiento de nuestros líderes en el optimismo y su casi entrañable capacidad para dejarse sorprender siempre por la decepción. Seríamos capaces, de hecho, de reconocer también en este vídeo paródico el milagro navideño de cada año, que no es otro que la renovación de la promesa de la esperanza.

Un milagro del que todos nos queremos en realidad partícipes. Hasta el Grinch. Y hasta aquellos que se empeñan en felicitarnos el solsticio de invierno como los locos de Alicia en el País de las Maravillas nos felicitaban el no cumpleaños. Porque aunque sean fiestas que sólo celebran ellos (y me gustaría ver cómo), al menos los buenos deseos para el año nuevo y su invitación a la esperanza son compartidos.

Y eso es lo que cuenta y lo que siempre hay que agradecer. 

Pero incluso desde nuestro cinismo (y especialmente en un año como este, que es año electoral) no está de más recordar que ningún pueblo es mejor que sus políticos. Y si ellos, a pesar de todos sus evidentes defectos, a pesar de su habitual tremendismo y de sus peligrosas polarizaciones, y de las terribles amenazas que se ciernen sobre nuestra democracia, si ellos, digo, son capaces de salir año tras año, decepción tras decepción, a mostrarse esperanzados por lo que viene, también nosotros deberíamos ser capaces, al menos, de imponernos dos o tres esperanzas de año nuevo.

Y de dejarnos sorprender un poco por la decepción.