27.10.22

En Truss descansen

Descansan en Truss la izquierda y el europeísmo, convencidos los unos de que el culpable de los males de la premier caída es de las bajadas de impuestos y convencidos los otros de que es del brexit. Convencidos, en fin, de que los mercados, los británicos y la mismísima realidad al completo no tendrán piedad ninguna de sus adversarios ideológicos: populistas, nacionalistas y, en general, enemigos de la democracia liberal. 

Y recitan al unísono que esto en Europa no pasaría. Y tienen razón.

Pero cuando dicen que en Europa esto no pasaría están diciendo que aquí los premier no caen tan fácil ni por menudencias tales como un desajuste presupuestario. Que aquí, simplemente, los gobiernos, y bien que lo sabemos, pueden endeudarse y podrían, si quisieran y les conviniese, endeudarse más todavía sin recortar el gasto porque aquí ya intervendría, antes o después el BCE o esa entelequia llamada Europa para decidir si es mejor que nos suba el pan, la hipoteca o las dos cosas a la vez.

Lo que están diciendo, orgullosísimos de nuestra estabilidad, es que aquí los premier tienen mucho más margen para la irresponsabilidad. Y que cuando no lo tienen es porque no le conviene a "Europa". Es decir, a otros países o a otros dirigentes, no porque no convenga a sus bien llamados súbditos.

Como si no fuese ese, precisamente, el mejor argumento en favor del brexit.

Lo que de verdad no pasa en Europa es el correctivo, y en esta vida imperfecta que llevamos seres tan imperfectos como nosotros los europeos de bien, la falta de correctivos sólo presagia crisis más duras, más largas y más duraderas. En una palabra, peores.

Lo sabemos bien en España, además, donde todavía no hemos salido de la crisis del 2008 y ya estamos metidos hasta la cintura en otra que algunos presagian incluso peor. 

En Truss y en su fracaso descansan todas nuestras superioridades, nuestros principios y también un poquito, por qué no decirlo, nuestros miedos y complejos. El brexit es, efectivamente, necesariamente, la mayor amenaza que ha sufrido la Unión Europea. Porque podría funcionar. A pesar de las copichuelas de Boris y las frivolidades de Truss y los trajes de 5.000 euros de Rishi Sunak (ese charnego agradecido que debería horrorizar a los xenófobos brexiters y que, sin embargo…).

Podría funcionar. Y si funcionase, nuestras crisis, nuestras inflaciones, nuestras inseguridades, miedos, extremismos y debilidades… serían culpa nuestra. Y no de Putin o del destino o de los enemigos de la democracia liberal, sino nuestra. De los buenos. De los jardineros kantianos como Borrell.

También nosotros tenemos un peligroso ejemplo democrático a las puertas. Y quizá por eso hay que llamar ahora tiranía de los mercados al correctivo, libérrimo, de quienes no quisieron regalarle su dinero a un gobierno irresponsable.

Y democracia orgánica a una democracia parlamentaria donde, ¡oh gensanta!, son los parlamentarios quienes eligen al primer ministro y donde, además, lo hacen, ¡sancrispín!, teniendo muy en cuenta lo que interesa, conviene y preocupa a sus electores.

No porque los parlamentarios británicos sean mejores personas que los nuestros, supongo. Sino porque ellos tendrán que responder ante sus votantes y no, como sucede en nuestras democracias continentales, mucho más estables y asentadas, donde sólo tienen que responder ante su jefe y, si se tercia y les apetece, ante su conciencia. 

En Reino Unido han sido los brexiters y los mercados, la nación y el comercio, quienes, como en los viejos tiempos, han depuesto pacíficamente al mal gobernante. Y hasta hace poco, esto era bueno. Muy bueno, incluso.

Al correctivo de los mercados se le solía llamar libre comercio; al de los diputados, parlamentarismo; y al de los ciudadanos, democracia. Y a todo eso junto, y hasta hace muy poco, se le llamaba democracia liberal. Y bien estaba. Y se murió.

En Truss descanse.


21.10.22

Mi mundo por un Van Gogh

Como parece que un tiktok tampoco vale más de mil palabras, han tenido que salir las activistas del tomate y el Van Gogh a explicarse. Y lo han hecho según lo previsto, que es lo peor que podría decirse de un revolucionario.

Dicen, como todos, que ellas sólo querían poner el tema sobre la mesa, como si no fuese este ya casi el único tema que hay sobre la mesa. Como si no fuese este, en realidad, la mesa misma sobre la que se van poniendo, asentando y legitimando todas las demás preocupaciones humanas.

Pero de todo lo que han dicho y hecho, lo peor es que juran que ellas nunca jamás de los jamases hubiesen dañado un Van Gogh. Y parecen sinceras. Aunque sólo sea porque parecen estudiantes de bellas artes. 

Ellas no dañarían nunca un Van Gogh para salvar el planeta porque en su tierna cabecita woke todas las causas nobles trabajan siempre juntas y ningún sacrificio sería realmente necesario. Nada bello debería perecer en esta lucha final por salvar el planeta porque para salvar el planeta bastaría con que los malos dejasen de hacer cosas feas. 

Es sorprendente y decepcionante, tanto por revolucionarios como por jóvenes, que si tienen que hacer la revolución tendrán que hacerla, precisamente, contra los viejos burgueses, gordos contemplativos y despreocupados, que valoran más el Van Gogh que el planeta.

La revolución pacífica, simbólica, performativa y tiktoker solo puede triunfar si logra reeducar a quienes tienen los principios, por así decirlo, invertidos y que por ello sólo pueden merecer o nuestra compasión o nuestro desprecio.

Pero lo que les pasa es que en realidad tienen el mismo discurso que sus profes, que sus padres y que sus élites mediáticas, culturales y económicas. Y lo único que les queda suyo, propio, de jóvenes, son los tintes y las prisas. Que son lo peor, porque las prisas son, como sabemos los viejos, malas consejeras.

Ellas quieren luchar contra el clima y contra la pobreza energética y lo quieren hacer al mismo tiempo y quieren que ese tiempo sea ahora mismo. 

Pero las prisas que impone el catastrofismo climático son simplemente huidas hacia adelante para no tener que perder el tiempo discutiendo, calibrando, calculando y valorando pros y contras, costes y beneficios. Cosas de burgueses, vaya.

Y lo que las apresuradas no quieren ver es que esta revolución se está haciendo, a lo largo y ancho del mundo concienciado, contra los lentos. Contra los que no pueden pasar de la gasolina al diésel, del diésel al híbrido, del híbrido al eléctrico y del eléctrico al burro de carga al creciente ritmo que marcan los consensos científicos. Ni pueden cambiar de medio de transporte y de modo de vida al ritmo al que se suceden las ordenanzas municipales del medioambiente. Esas buenas gentes que, como ellas dicen, tendrán que elegir entre "comer o calentarse". 

Lo que no saben, lo que no entienden, lo que quieren dejar atrás a toda prisa, es la trágica conciencia de que estas prisas son una condena para todos los que a lo largo y ancho de la pachamama no pueden seguir el ritmo de sus pijadas.

13.10.22

Monedero, la Greta lista que no quiso crecer

Hay mucho ruso en Rusia y mucho listo en Twitter.

Lo inteligente es diferenciar y juzgar, pero el listo es quien todo lo mezcla y confunde para ahorrarse al mismo tiempo el trabajo y el compromiso con una causa imperfecta, que no esté a la altura de su bondad. Es el caso de Juan Carlos Monedero comparando a Vladímir Putin y Volodímir Zelenski, e implorando cordura y la paz universal.

Es un tuit que parece una parodia. Pero sirve, al menos, para dejar claro que mucho más digna que esta equidistancia crítica, tan cínica y cobardica, es la defensa de Putin y la exigencia de que se abandone a los ucranianos a su propia suerte. Aunque sea en nombre del gas, de la realpolitik o del futuro de la cristiandad. Pero que sea por algo al menos. Algo que podamos criticar u odiar, incluso, y que no se limite a medrar entre la mentira, el bullshit y la barbaridad despreciable.

Algo por lo que estemos dispuestos a investigar posibles ejecuciones y denunciar las mentiras de los nuestros. Pero que no nos obligue, por vergüenza torera, a recordar que ni siquiera en una guerra es lo mismo volar un puente que bombardear civiles.

El problema, claro, es que a Monedero le basta y le sobra con pasar por listo. Tanto por ser de izquierdas de las verdaderas, como por ser intelectual, como por ser tuitero.

Por todas estas cosas y muchas más, Monedero es una conciencia pura, que vuela libre, como decía su amiguito de partido. Y que por eso puede vivir y vive de denunciar y lamentar los problemas, pero no de solucionarlos. Le basta con alimentar la esperanza de que una revolución futura, una autoridad más alta o un deus ex machina se ponga, ahora sí y en serio, a arreglarnos este desaguisado.

"¿Es que nadie va a parar a estos putos locos?", se preguntaba. Como esa pobre señora de Los Simpson que siempre se pregunta, escandalizada por la indiferencia ajena, si es que nadie va a pensar en los niños. Todos, señora. Todos pensamos en los niños todo el rato.

Pero algunos sospechamos que quizás con eso no baste. Que quizás pensar en ellos no solucione ningún problema y que sea necesario hacer algo más, un poco más complicado, incierto y me temo que molesto, para asegurar su supervivencia y su bienestar.

Y con los niños pequeños y con las almas puras en general pasa esto. Que es insoportable, que hay que aplaudirlos y felicitarlos tanto cuando se equivocan, por sus buenas intenciones, y también después, cuando se contradicen y aciertan, por haber aprendido.

El otro día salía Greta Thunberg, algo crecidita ya, dudando y admitiendo que es very difficult todo esto. Pero que, quizás, si las nucleares ya están abiertas y funcionando, es mejor para lo del clima la nuclear que el carbón.

Greta se está haciendo mayor y empieza a intuir las complejidades del mundo. Si no vigila, pronto tendrá que empezar a buscarse un trabajo. Debería aprender de Monedero, que es como una vieja Greta que, por los motivos que sea, que parecen muy buenos y lucrativos, nunca quiso crecer. Más listo que el hambre.

7.10.22

Pijo por pijo, prefiero a Risto Mejide

Se subieron el sueldo y enseguida salieron Patxi López y Gabriel Rufián y otros tantos a felicitarse. Que la política sea remunerada, decían, es un triunfo de la clase trabajadora. Es decir, suyo. Como todo lo bueno.

Y tendrán razón. Que sea remunerada está bien. Muy bien, incluso. Por eso que dicen de que así la política no es sólo cosa de señoritos aburridos de contar billetes, beber martinis y llevar a la querida a la ópera. 

Pero es que remunerada ya estaba. Y bastante bien, además. Hasta el punto (y será cosa mía, de tener poco mundo, quizás) que no conozco a nadie que antes de esta subida hubiese tenido que renunciar a su noble vocación política para seguir dando clases de filosofía o sirviendo martinis y cafeses o atendiendo como cajera en un supermercado porque de la política, como de la petanca, no podía vivir.

En sentido inverso, en cambio, sí sé de algunos. 

Y no sólo dignos representantes del pueblo, como diputados y ministros y gentes importantes, sino asesores y demás sacrificados en la sombra. Gentes con trabajos más o menos dignos e intereses y principios más o menos nobles que se ven, los pobres, condenados a seguir propagando y a seguir cobrando por haberse acostumbrado a un sueldo y a un ritmo que nunca volverían a encontrar en el LinkedIn de los mortales.

Una tragedia, sin duda, que no se la desearía a nadie. Una hoguera de las vanidades, la política, pero con una cárcel como de jugador del PSG. 

Es por eso de la brecha entre sueldos públicos y privados, que esta sí que existe y que no deja de crecer. Y que sería un triunfo de la casta política si este artículo de hoy fuese tan populista como sus discursos de ayer.

Que con estos sueldos, y estos cargos, y estas ínfulas de señorito se presenten todavía hoy como clase trabajadora necesitada de una pequeña ayudita para no pasar penurias y no tener que volver a sus antiguos puestos en la mina es un poquito fuerte.

Que lo hagan ahora, con esta inflación, estos tipos, ese pacto de rentas que era urgentísimo, pero no tanto como lo son las urgencias electorales, porque nada lo es nunca, pues es también un poquito una desfachatez.  

Y ante tremenda desfachatez, yo hasta prefiero a Risto Mejide y a otros pijos como él. Que saben, al menos, que los ricos no siempre son los otros. Que se habrán creído, quizás, las cifras de la ministra según las cuales ricos hay dos o tres en España, que todos los demás dependemos de su sacrificio y que por eso, a ellos y sólo a ellos, les suben los impuestos.

Y Risto, que no es tonto, habrá visto que él es rico y que, siendo uno de esos happy few, podía y por tanto debía ayudarnos a todos los demás y se mostraba favorable, encantado incluso, de que le subiesen los impuestos. Eso al menos me parece noble, aunque sea mentira, tontería y una auténtica pijada.

Porque si Risto y los suyos quieren pagar más, lo tienen incluso más fácil que Patxi y Gabi para subirse el sueldo. Les basta con darlo. Con declarar de más y dejarnos el cambio en el platito de Hacienda, que somos todos. O con donarlo a Cáritas o con invertir en algo más que su ego. 

Pero no quieren eso. Quieren que se lo hagan. Porque son pijos hasta para eso. Quieren que el Estado les saque el dinero de la cuenta sin tener que molestarse ni en pensar a qué destinarlo. Ni el gesto de hacer una transferencia quieren a cambio de nuestro aplauso unánime. 

Y la caridad, ristos, no se hace sola. La caridad hay que hacerla.

Subirse el sueldo en nombre de la clase trabajadora y celebrar que te suban los impuestos en Twitter es virtue signaling de pijos. Y cuando pretenden que esto no nos afecte a los demás me recuerdan a aquellos buenazos que estos días, viendo la diferencia entre su sueldo y el de sus amigos de lo público, piden que las empresas privadas suban sueldos. 

O a aquellos adánicos barceloneses que votan a Ada Colau desde el otro lado de la Diagonal y que se burlan del enésimo turista al que le han arrancado un relojazo y que piden no exagerar cuando ven a dos negritos matándose a machetazos por el centro de la ciudad. 

Hay que ser muy pijo para vivir en una sociedad así y creer que a ti todas estas cosas no te van a pasar factura.