30.6.23

Gays sí, longanizas no

Apesar de lo evidente de su error, Pedro Sánchez dijo que no echó a Irene Montero del Gobierno tras el fiasco de la ley del 'sí es sí' para no poner en riesgo las conquistas sociales de su gobierno. Eso dijo. Y si de verdad existe una izquierda a su izquierda, debería empezar a preguntarle de qué conquistas está hablando. Ya no podrá ser por la ley del 'sí es sí', que se cargó él mismo. 

Pero conquistas tendrá que haber, y seguro que son muchas y seguras, porque la Semana del Orgullo se ha convertido en una fiesta en la que ya se cuela todo el mundo. Hasta la alcaldesa de Ripoll, que tanto molesta a casi todo el mundo por facha y por independentista, y que ha colgado la bandera LGTBI en la fachada del Ayuntamiento, aunque me parece a mí que para desmentir que sea la Vox catalana y un poquito también para molestar a musulmanes y denunciar la hipocresía de los cuperos, que no saldrán ahora a pedir respeto por sus creencias como hicieron con la polémica de la longaniza.

Gays sí, pero longaniza no: doble rasero.

Sabe Sánchez que ser verdaderamente de izquierdas está cada vez más difícil, y es normal que la prensa afín, ese 10% de resistentes a la ola antisanchista y reaccionaria que asola al periodismo patrio, deba conformarse ya con librar pequeñas batallitas y celebrar pequeñas victorias.

Así libraban estos días una épica contienda contra "la lona del odio" de Vox y han podido festejar por todo lo alto y con gran orgullo que la Junta electoral haya obligado a retirarla por incumplir la ley electoral. Y no por odio, como pretenden, porque este sigue siendo un país libre donde es posible, legal y legítimo, criticar a los movimientos comunistas, independentistas y LGTBI. 

Y así se han vuelto ahora contra la atleta Ana Peleteiro, que por aquella extraña ley matemática de la interseccionalidad tenía todos los números para ser de izquierdas de verdad, pero que ha acabado siendo una terf de manual. Muy a su pesar, claro. Porque ella tiene muchos amigos y hasta familiares en el colectivo LGTBI. 

Pero ha cometido el terrible error de señalar hacia el límite de la igualdad de oportunidades, que es la genética, muy generosa con ella, pero no tanto como con los hombres. "Genéticamente superiores a nosotras", ha llegado a decir ¡en pleno siglo XXI!

La izquierda ha tenido que fingir escándalo y alerta antifascista como si se hablase aquí de dignidad y campos de concentración y no de niveles de testosterona, masa ósea y muscular, y velocidad punta. Como si no se hablase, en definitiva, de todo lo que evidentemente justifica que haya categorías masculinas y femeninas en todos los deportes a partir de los doce años. 

Peleteiro se niega a cargarse el deporte femenino, a sacrificar su forma de vida al altar de las buenas intenciones del movimiento. Y lo hace olvidando (¡qué rápido olvidan algunas!) el privilegio que tiene ella de ser morena de piel en un deporte que, según cuentan, no es para blancos. Privilegios para mí y no para ti, le tuitean algunos. ¡Doble rasero! Como si fuese cierto que los atletas de color ganan las carreras por tener mejor genética y los hombres por entrenar más. Como si también la biología nos obligase, como hace la prensa progresista, a elegir entre el racismo o la transfobia.

23.6.23

El PP tenía motivos para dudar en Barcelona

Hay algo que dijo Ada Colau en el pleno de investidura del alcalde de Barcelona que no está recibiendo la atención que merece. No por lo que dice de ella, que ya le gustaría, sino por lo que dice de los demás. 

Mientras explicaba su voto y su apoyo al candidato socialista, Colau reveló que Jaume Collboni le había ofrecido un pacto secreto para entrar en el gobierno municipal una vez superada la votación de investidura. Y que ella, muy digna, había preferido pasar a la oposición. 

No dijo ni cómo, ni cuánto, ni hasta cuándo, y ya nos conocemos. Pero el engaño que denunciaba Colau tenía un sólo destinatario, que era el PP. El PP había condicionado su apoyo a Collboni a la promesa de que Colau quedase fuera del gobierno municipal. Y al hacerlo, el PP había pedido, como un amante desesperado, casi como un incel, que le mintiesen. Y le mintieron.  

Y se lo creyó, porque todo lo que quería el PP era una excusa para creer. Para creer, sobre todo, en sí mismo. En su bondad y en su poder. Por eso pidió más de lo que debía, exigiendo promesas que no podía obligar a cumplir cuando lo prudente a la vez que patriótico hubiese sido dar sus votos gratis y por amor a España. Y por eso es un poco sobreactuado el orgullo que exhibe estos días por haber hecho como hizo cuatro años atrás el francés Manuel Valls.  

Porque lo innegable, en el PP como en Descartes, es la duda. Que dudar, dudó. Que dudó hasta el último momento si votarse a sí mismo y facilitar la alcaldía de Trias o votar a Collboni y entregársela a un socialista. Y que prefería ahorrarse el problema, como nos pasa tan a menudo a todos, de elegir entre susto o muerte. Quizá porque conoce a sus votantes barceloneses, y quizá porque conoce a Trias. Hasta el punto que estos días ha tenido que recordarles a ellos, a nosotros, a sí mismo y yo diría que hasta al propio Trias, que su partido seguía siendo el de Puigdemont.  

Porque Trias se había esforzado, y con un éxito notable, en presentarse como la versión más antigua, más soft, más light, más viejo-convergente, más alejada del procés y del partido de Puigdemont, que el nacionalismo catalán podía ofrecer. Y la lección que estas elecciones dejan para él y Junts, pero también para ERC y para el independentismo en general, es la misma que recibió Walter White: no más medias tintas. O indepes de verdad, atendiendo a las consecuencias, o penitentes de verdad, aspirando a pactos y aritméticas. Pero las tibiezas retóricas y las exploraciones de terceras vías y las candidaturas moderadas y corrientes internas ya no valen. 

Pero esa lección llegó después, como suelen llegar siempre los principios. Para justificar lo hecho, a menudo ante uno mismo. Porque sus intereses tampoco estaban, ni están, tan claros como pretenden. No hace falta ser Tezanos para sospechar la posibilidad de que PP y Vox no sumen. Y no hay que ser Greta Thunberg para sospechar que si no lo hacen ahora, quizá mañana sea demasiado tarde. Quizá no sea un caso extremo, pero sí es un caso extremeño. El PP, con sus dudas y sus principios tanto como con sus votos, corre el riesgo de convertirse en el pagafantas del PSOE. 

Porque en el PP creen que nadie se preocupa tanto como ellos por España, y quizá tengan razón. Y quizá ese sea su problema. Que sólo ellos y Vox parecen preocuparse por España. Y que si están condenados a entenderse es también porque ya no pueden entenderse con nadie más.  

El PSOE y ERC pueden, en Madrid como en Barcelona, pactar por la izquierda o por la patria, según les convenga. Junts y el PP, en Madrid como en Barcelona, sólo pueden pactar por un lado y con un posible aliado.  

Sería una de esas crueles bromas del destino que la política de bloques nacionales que defiende el PP como uno de sus principios fundamentales le acabase condenando a depender de Vox o a convertirse en otro de los muchos, de los casi todos, partidos muletas del socialismo.  

El éxito de la jugada de Barcelona y la pureza de sus principios patrióticos depende, claramente, de lo que pase el próximo 23 de julio. Porque si no gana el gobierno, la auténtica política de Estado la tendrá que hacer en la oposición. Tendrá que reconstruir alianzas, que es casi como crear partidos con los que poder entenderse. Aceptando tal vez la imposibilidad de que el PP no pueda ser en Cataluña (o en el País Vasco) lo que es en la Galicia de Feijóo. 

Las dudas del PP hacen sospechar que quizá los últimos nostálgicos de esa Convergencia que pudo haber sido sean ellos. De momento, el catalanismo moderado y escarmentado quiere mandar al viejoven Montañola a Madrid. A ver si esta vez sí que pican y podemos volver a creer en los viejos tiempos del peix al cove, cuando los catalanes podían soñar con ser vascos.

16.6.23

La crueldad de Yolanda Díaz cuando finge bondad

El adoleciente obituario de Yolanda Díaz sobre Berlusconi culmina el proceso por el cual el espacio que ella representa, el que ha heredado y que en nuestro país fundó el populismo universitario, ha ido llenando el discurso político de significantes vacíos que despiertan (com)pasiones en lugar de discusiones políticas. 

El mensaje de Yolanda es incomprensible, pero sólo hasta cierto punto. Se entiende que incluso cuando habla de la muerte (ajena, como todas) lo que le importa es hablar de sí misma, de su enorme moral y de sus purísimos sentimientos. Y que es así ante el muerto y el vivo y que a ello dedica todos sus esfuerzos y toda su retórica.

Pero por mucho que se pretenda sustituir el lenguaje recto por el exhibicionismo sentimental, las palabras siguen teniendo su significado y la gramática sigue imperando como un dios sobre nuestros tuits, de modo que incluso las frases mal construidas y las palabras mal usadas dicen y significan siempre algo. Aunque sea, como en este caso, lo contrario de lo que se pretende.

Esa es la condena de Yolanda y de 'todes' esos reformadores del lenguaje en el sentido de la justicia social. Porque Yolanda quería presumir de distanciamiento ideológico y savoir faire protocolario, pero terminó lamentando la muerte de Berlusconi de la forma más sentida que se haya visto en nuestras latitudes. 

Es como si algo terrible se ocultase siempre tras este lenguaje sentimentaloide con el que habla en nombre de España y de los españoles. De toda esa retórica política de los cuidados, intermitentemente feminista según quien la pronuncie, con la que ha evolucionado la pedantería del núcleo irradiador. Tras esos discursos tan cariñosetes van desfilando los cadáveres de Silvio, Irene, Pablo... y los que vendrán.  

Este lenguaje, supuestamente psicológico, pretendidamente terapéutico, pensado para cuidar de los españoles como se cuida a los jubilados americanos en su retiro en Florida, es un discurso eminentemente político, creado por políticos y pensado para la política, y que sólo en ella muestra su auténtica grandeza y sentido. Por eso es tan ridículo y preocupante ver cómo los adolescentes hablan de relaciones tóxicas y cuidados y demás. Porque sólo pueden usarlo para disimular su desconocimiento sobre las relaciones humanas y para justificar esa crueldad tan propia de la edad. Y del poder. 

Sólo en política se ve claramente el chantaje y la dominación que hay tras esas lágrimas o la crueldad que se esconde en ese "cuídate" con el que desde la pandemia los jefes firman los correos y que sólo puede leerse como una amenaza. Ese "cuídate" con el que Pablo Iglesias se ve obligado ahora, debemos creer que por primera vez, a hablar muy compungido de lo que sufren su mujer y sus hijos por toda esa violencia política que no es más que el penúltimo capítulo de la pornografía sentimental en la que se ha basado su proyecto político, su partido y su carrera desde el primer día. 

Parecería que los viejos partidos, con sus viejos principios y sus viejas retóricas y sus viejas hipocresías, tenían también sus viejos códigos de deshonor para acabar con la carrera de sus rivales. Sabían mandarlos a Europa como quien les daba un ascenso o devolverlos a la vida familiar que nunca habían tenido si la derrota era ya tan humillante que incluso Bruselas parecía demasiado castigo.

Aquí los mandan a volar libres como el Orinoco triste o les hacen ghosting en prime time y delante de toda España porque, como tiraba la Mala Rodríguez por aquí, al final la mayoría de relaciones ya no merecen ni el mal rato de decir "adiós, no eres tú, soy yo". 

Y no digamos ya discursos como el de Villacís, que siempre llegan tarde y para consuelo de cínicos, que ven confirmado así que son todos iguales, que todo es un teatrillo, y del bueno, y que es de tontos tomarse sus broncas demasiado en serio. 

En realidad, aquí, como en Podemos y en Sumar, el amor entre políticos debería servir para recordarnos que el mal rollo, el insulto y la descalificación son la norma y deben de seguir siéndolo. Es la lección de Berlusconi, supongo. Y de todos los que han venido después. Que esta entente y esta farsa es inmoral. Que lo es si es mentira y lo es si es verdad, porque las diferencias importan y tienen que importar a no ser que queramos, como nos pide Sánchez, conformarnos con ser buenos lacayos de nuestros soberanos. 

El adiós de Silvio, de Irene, de Begoña, de tantos y tantas compañeros y compañeras, debería servirnos al menos para no aceptar lecciones morales ni de los más elegantes de los perdedores. Es razonable sospechar que los más buenos quizás sean los peores.

8.6.23

Sánchez quiere vencernos por agotamiento

Sánchez ha mostrado más de lo que debería. Es, de entre todos sus pecados, el más comprensible y excusable, porque es un pecado muy típico de los guapos en esta nuestra era de Facebook, TikTok e Instagram. A Sánchez se le ha visto demasiado y es normal que a los suyos les encante verlo en tan arriesgadas transparencias y que a los demás nos dé algo más de pudor. Las cosas del amor. 

Se ha visto a las claras que quiere debatir y que quiere hacerlo cara a cara, pero que tampoco tanto. Que lo que más le gustaría es que Feijóo se negase y todo el mundo pudiese ver el tembleque en su voz, el miedo en su mirada y la cobardía en su corazón. Una cobardía comprensible, muy humana, pero definitiva, de quien se sabe peor, de quien se teme mediocre y prefiere, como en el chiste, callar y parecer tonto que hablar y confirmarlo.

Será un exceso de optimismo, pero es normal en alguien que se gusta tanto como Sánchez, que se encanta, y es tan incómodo que es hasta peligroso para cualquiera que se acerque a él con una conciencia aunque sea sólo un poquito más ajustada a la realidad de sus propias virtudes y limitaciones.

Y a pesar de todo, la propuesta seis debates de Sánchez es una concesión de esas que no lo sabe, pero ya no puede permitirse. Una de esas concesiones que a estas alturas sólo muestran debilidad. Porque lo que querría él es tener un Aló, presidente diario. Y es algo que ya sabíamos desde su particular uso de los medios de comunicación durante la pandemia. Le concede un espacio a Feijóo a su lado, a su derecha, como esas guapas que salen con amigas que no lo son tanto, porque desde el célebre Kennedy vs. Nixon sabemos que la tele favorece al guapo, especialmente cuando se supone que en prime time la verdad ya no importa.

Es su forma de contrarrestar el efecto energizante y embellecedor del multipartidismo. Ese efecto cheerleader que, como explicaba Barney Stinson, es ese por el cual, por estar todos juntitos y unos al lado de los otros, todos parecen más guapos. El Pedro Sánchez en campaña, que recuerden que no es el mismo que el Pedro Sánchez presidente, prefiere estar sólo que mal acompañado.

La creciente soledad de Sánchez, esa soledad tan típica y tan trágica de los viejos príncipes, es sintomática en un presidente que tanto ha presumido, y con razón, de presidir el primer gobierno de coalición de la democracia. Es la soledad que reúne todos los vicios. Los propios del gobernante y los del narcisista adolescente. Es una táctica un poco como de futbol de Guardiola o de Johan Cruyff: si tú tienes el balón, no lo tienen ellos. Si ocupas todo el campo, no les dejas espacio.

Es un futbol total, que está muy bien, y una política totalitaria, que está muy mal. Y es la táctica de monopolizar el foco para que en él no quepa ya nadie más. Ni los socios, que tan mal le hacen quedar, ni los adversarios, que tanto mal le podrían hacer. Que no quepan ya ni el amigo ni el enemigo, ahora que todo discrepante es ya oposición.

De lo que aquí se trata es de someter a una nueva prueba de estrés a la ciudadanía española. A ver si colapsa y le deja en paz. 

En las últimas elecciones, Sánchez y los suyos han constatado, con una sorpresa francamente preocupante, como cada uno de los millones de surfistas de la reacción ha encontrado al menos un motivo, de entre los muchos y variados disponibles, para salir a votar en su contra. Sánchez ha visto que la paciencia de los españoles también tiene un límite. Y quiere usarlo en su favor.

Sánchez está jugando con nuestra paciencia, y no lo digo como amenaza, dios me libre, sino como intento de diagnóstico, me perdonen los politólogos. 

Es algo muy particular de la lógica política el que los defectos tiendan a repartirse entre todos y las virtudes se las quede todas el nuestro. De ahí que cuando alguien embarra la campaña, como dicen ahora, embarrados queden automáticamente todos. O que cuando alguien baja el nivel, es el nivel de toda una generación el que se resiente. O que cuando alguien convoca dos campañas seguidas para no dejarnos descansar en meses de la demagogia y el insulto y la batalla política, son todos, y no sólo él, quienes se nos hacen pesados.

Sánchez quiere vencer por agotamiento del rival, que somos todos. Y saben Dios, las teles y la ñoña veraniega que es muy capaz de conseguirlo.

1.6.23

Trias será el último convergente, con permiso de Sánchez y Dembélé

Con su precipitado adelanto electoral, Pedro Sánchez ha regalado la alcaldía de Barcelona a Xavier Trias y ha devuelto a ERC a la retórica de la aritmética y el resistencialismo de la unidad independentista. No hay que exagerar, pero si Sánchez no fuerza un pacto socioconvergente en la alcaldía, podría cargarse su presunto gran logro como pacificador del proceso catalán. 

Maragall hará alcalde a Trias y no será (sólo) para devolverle la jugada a Colau y Collboni, que hace cuatro años le impidieron ser alcalde con el apoyo de Valls, y por fingirlo un peligroso secesionista. Será, también, por puro instinto de supervivencia política. 

En plena precampaña electoral, y tras el batacazo que se ha pegado y que algo tiene que ver, supongo, con su moderación en la Generalitat y con su pactismo en Madrid, ERC no puede ni plantearse formar parte de ese tripartito de izquierdas en el Ayuntamiento al que ahora pretenden arrastrarle. Después de su fracaso, ERC no puede ir a elecciones enfrentada a Junts y supeditada al partido socialista. Los comunes y los socialistas no pueden fundamentar su chantaje moralista en ningún cálculo electoralista. 

Collboni, Sánchez y el socialismo en general harían bien en abandonar esta estrategia condenada al fracaso y en proponer un pacto para Barcelona que les salve la cara y quién sabe si hasta el futuro en Cataluña. Y lo tenían fácil, porque Trias había hecho una campaña muy alejada del procés y del independentismo, para desesperación de muchos. Trias había hecho una campaña personalísima, escondiendo el logo y el nombre del partido incluso en la papeleta. Y si en algo tenían razón los comunes es que en el proyecto, la ideología e incluso el talante, Trias y Collboni se parecen mucho.

Y son entrañables los aspavientos de los comunes cuando anuncian el apocalipsis en Barcelona, porque todo el mundo sabe que Trias ha venido a la alcaldía a limpiar un poquito las súperislas que Colau inauguró antes de las elecciones. 

Pero por mucho que se haya esforzado Trias para distanciarse de su propio partido, y por presentarse ante los barceloneses, como exalcalde que fue, como amable, limpio y ordenado, fue acabar el recuento y salieron como de entre las sombras Laura Borrás, Míriam Nogueras y Jordi Turull flanqueando al vencedor para adueñarse de una victoria que no había sido suya.

En el gesto había lo que siempre hay en Laura Borrás, la afición por el poder y por la foto, pero era también algo más. Era como si hubiesen olido algo que los demás solo podríamos ver más tarde, tras el anuncio de Pedro Sánchez. Y es que la esperanza convergente en Xavier Trias moría en el mismo momento de su victoria. 

Trias había llegado decir que si lo suyo era un poco convergente, pues qué más daba. Y muchos habían querido ver en él un retorno de la vieja política del catalanismo centrado y pactista y demás. Pero no hace falta ser tan faltón como Juana Dolores para darse cuenta de que Trias ya no es un chavalín y que ni la edad, ni los suyos ni los otros, le van a permitir ser semilla de nada. 

Trias quería ser el primero de los nostálgicos y, si nada lo remedia, tendrá que conformarse con ser el último de los convergentes. Porque si en estas elecciones todo va como se supone, el reencuentro interesado de las fuerzas nacionalistas se alargará necesariamente durante toda la legislatura. Una legislatura de frente unitario, democrático y nacional frente a la amenaza de la derecha española. 

Con todo lo que ha perdido, y lo que seguramente le quede por perder todavía, Sánchez había ganado este domingo en Barcelona el poder de moderar a Junts como ha moderado a ERC. Que prefiera no intentarlo para centrarse ya en el resistencialismo electoralista del "no pasarán" demuestra que el gran logro de Sánchez en Cataluña no era más que una amenaza: "Si queréis paz en Cataluña, votad socialista".

Tenía razón Dembélé. "Seguramente el amor sea una variante del chantaje".