30.4.23

No habrá okupa para tanto pisazo

El PNV, el PDeCat y Junts han votado en contra de la Ley de Vivienda argumentando que invade competencias autonómicas. No es una simple excusa, es una señal.

Defender las competencias autonómicas, cuando no ampliarlas, es la primera obligación de un partido nacionalista. Y la sorpresa, de haberla, sería ver a Esquerra y Bildu recentralizando en nombre de la izquierda y del pueblo español.

Pero si el respeto a las competencias autonómicas suena a excusa es porque sólo la izquierda se encuentra cómoda en la discusión ideológica. Y esta ley es sólo la última muestra de ello, y una de las mejores. 

Porque esta es una ley que debería suscitar el desprecio de cualquier diputado, como suscitaría el desprecio de cualquier estudiante de primero de economía. La intervención de los precios de alquiler es una mala política con efectos contrarios a los deseados. Y la inseguridad jurídica que genera la protección de los okupas, jetas o necesitados no va a animar a muchos propietarios a poner su casa en alquiler.

Son cosas que sabe todo el mundo. Y que deben de saber incluso el Gobierno y sus afines cuando por toda defensa se limitan a insistir en que esta ley no es tan mala como parece, que es algo que sirve para todo, desde Hitler para abajo. 

Es una mala ley, que tendrá efectos a nivel nacional parecidos a los que ha tenido a nivel catalán, y que son simplemente desastrosos. Y parece mentira, pero no lo es, que con evidencias como estas el argumento principal sea, incluso en el PP, el de las competencias autonómicas. Es un buen ejemplo de lo que significa que no haya batalla ideológica ni ganas de ella.  

Sánchez puede, por falta de vergüenza, sí, pero también un poco por falta de oposición, prometer cada día unos miles de viviendas más, hasta que a estas alturas de la campaña yo no debe quedar en España suficiente okupa para tanto pisazo vacío.

Es decir, puede al mismo tiempo pronunciar un discurso delirante sobre el mercado inmobiliario, el neoliberalismo hipotecario y la especulación de los fondos buitre, un discurso salido de los apuntes más confusos de los ideólogos de Podemos, mientras propone soluciones que por refritas, y por exageradas e imposibles de cumplir que sean, dejan bien a las claras que en el fondo él también sabe, como todo buen liberal, que el problema de la vivienda en España es un problema de oferta. Y poco más.

Por eso, aunque el PP pueda votar en contra de la Ley de Vivienda, lo hará en más de un sentido al lado de Junts, que la encuentra "poco ambiciosa". Porque cualquier alternativa pasará por otro discurso pero por el mismo camino: prometiendo más vivienda y más facilidades para acceder a ella. Extendiendo así la sensación, que tanto favorece siempre a quien gobierna, de qué la única diferencia real que hay entre los 20.000 € que quiere regalar Yolanda a los jóvenes y el 15% que les quiere avalar Feijóo son unos pocos miles de euros de déficit público.

Lo que no parece acabar de entender la derecha expectante es que Sánchez y su ejecutivo han basado su existencia y funcionamiento en la contradicción constante entre discurso y obra. Y que eso deja sin mucho espacio ni mucha alternativa (tranquila y centrada) a la oposición.

También en esta ley, como en todas, el Gobierno es oposición, y es radical y moderado. Así, no es sorprendente que los excesos de la izquierda se encuentren tan bien con los defectos de la derecha. Ya hasta parece una campaña coordinada. Una pinza electoral incluso. Que un día salga la izquierda prometiendo una playa (vaya, vaya) en cada barrio de Madrid y a la mañana siguiente se presente Vox con un programa para proteger las playas madrileñas.

Es la condena de la derechita cobarde, el apuntarse siempre dos minutos tarde a la fiesta de la izquierda. 

Feijóo y los suyos esperan muy tranquilos a que la gente vea y se canse de la radicalidad y la incompetencia de este gobierno. Pero esta ley vuelve a demostrar que el Gobierno no es, sólo, tan radical como creen. Si lo fuese, lo estaría disimulando. Y no lo está. Porque sabe, mejor que la oposición, que esta ley, como tantas otras, no es una ley catastrófica, sino simplemente una ley decadente.

Esta es sólo es otra mala ley que en lugar de ir mejorando las cosas las va empeorando. Y en este nuestro primer mundo siempre queda margen para seguir empeorando las cosas si se hace con serenidad y buenas intenciones. 

España lleva muchos años sin crecimiento real. Y eso quiere decir que los españoles llevan muchos años empobreciéndose, poco a poco y con mucha tranquilidad. Y pueden, como las ranas del caldero, estar mucho rato, muchos años, perdiendo un poco de oportunidades, viviendo un poco a la expectativa, perdiendo un poco de poder adquisitivo cada año antes de verse obligados a cambiar.

Es lo que decía Don Draper sobre el divorcio: nadie se da cuenta de cómo de mal tiene que ir para llegar a dar el paso. Y nuestra izquierda sabe muy bien lo que hace cuando se hace fotos con dirigentes argentinos. No sé si lo sabe nuestra oposición. Porque se les puede hacer muy largo si se limitan a esperar a que la gente se vaya dando cuenta de los errores socialistas.

28.4.23

Ada Colau declara la guerra a los 'cascarrabias'

Los restauradores barceloneses han entrado en campaña electoral con un anuncio que nos pide que seamos un poco menos cascarrabias y que aprendamos a valorar lo bonita que está dejando la ciudad Ada Colau con sus superislas. Se ve que nos quejamos de vicio y no hemos visto fotos más bonitas de niños jugando a la pelota donde antes había coches y contaminación. Pero las hemos visto. 

Y también hemos visto como lo que tenían que ser estos idílicos parques para el juego de niños y el paseo de los viejos se han convertido, también ellos, en pocas horas, en una inmensa terraza para guiris.

Es comprensible la alegría y comprensión de los hosteleros (quién los ha visto y quién los ve). Porque Colau, que algo de instinto tiene, ha entendido muy bien que en una Barcelona decadente tanto política como económicamente, pero que conserva el encanto de Gaudí, el sol y la playa, lo más barato que puede ofrecer a propios y extraños es el terraceo. Esa versión moderna y medio pija del viejuno, pueblerino y pobretón "echar la tarde a la sombra delante de casa". 

De aquí que estas superislas, después de tantos años, de tantas promesas y de tantos meses de obras, lleguen justo a tiempo para las elecciones. Con la esperanza, muy razonable, de que, además de a los restauradores, le sirvan a la alcaldesa para ganarse el favor de todos aquellos que sueñan con ser los siguientes agraciados. De todos los que esperan que la siguiente superisla sea justo, justo, justo debajo de su casa. Aunque ahora, de momento, tengan que soportar el tráfico desviado, la basura acumulada y el ruido insoportable de las obras y las retenciones debajo de su ventana. 

Es un poco como el sueño americano, donde todo es posible y todo el mundo espera hacerse rico de un día para el otro, pero sin ninguna de sus virtudes supuestamente protestantes. Aquí no se trata nunca de tener una magnífica idea, sino, básicamente, de que te toque la lotería y seas el próximo agraciado por las buenas intenciones de Colau. 

Pero, por triste que sea, sobre esa ingenuidad, esas esperanzas y esos intereses se han fundado grandes civilizaciones. Por eso, mucho más triste que lo de los conversos y lo de los vendidos es lo de los decepcionados con Colau. Porque ellos sólo pueden estarlo por motivos equivocados. 

Porque las superislas son una cosa muy capitalista y decorativa para quienes esperaban de Colau poco menos que la revolución socialista definitiva. Y, además, y como dicen ahora, gentrifican. Porque son un gran invento para hosteleros y propietarios de esas calles en concreto. Propietarios que, después de unos pocos meses de obras, han visto "pacificada" la calle y multiplicado el valor de sus propiedades.

Y Colau confía en que, con estas minorías evidentemente beneficiadas y con la gran masa de los votantes aspiracionistas que sueñan con ser los siguientes, le baste para conservar el poder. 

Pero, para los demás, para quienes viven de alquiler, por ejemplo, la superisla es uno de esos raros manjares que verán, pero no catarán. La superisla no es para ellos, que no podrán pagar los nuevos alquileres y se verán, como dicen cuando pasa en otros barrios y con otros alcaldes, expulsados de sus casas para dejárselas a los hipsters esos que vienen a teletrabajar a Barcelona para vivir aquí como ricos y al solete y en un pisazo del Eixample con el sueldo que en su país les daría para vivir como currantes de clase media compartiendo habitación con algún estudiante borrachuzo. 

Así que tienen razón, las superislas gentrifican. Y la única alternativa a la gentrificación parece ser la miseria. Porque de un barrio pobre y sucio nadie se ve expulsado.

Y, sin embargo, en la Barcelona de Colau todo parece posible al mismo tiempo. Es posible tener un alquiler cada vez más alto en la calle cada vez más sucia y más ruidosa. Porque ese es el efecto que para muchos ciudadanos de Barcelona ha tenido la regulación del precio del alquiler, que se ha cargado la oferta de pisos, especialmente en los barrios más modestos.

Y es el efecto de las superislas, que han desviado el tráfico hacia las calles colindantes, aumentando las retenciones, el ruido y la contaminación. Urbanismo táctico, lo llaman, ese tecnicismo con el que han bautizado la política que consiste en putear a los ciudadanos para que hagan lo que les mandamos, pero sin quejarse. Que dejen el coche y vayan paseando tranquilamente al trabajo (porque en bus, claro, ahora es imposible) o a vivir fuera de Barcelona, donde el aire es más puro y la gente está menos amargada.

Es lo bueno de la campaña de los restauradores y del sueño barcelonés de Ada Colau. Que nos convierte a todos, detractores y decepcionados, en cascarrabias parodiables a quienes cada vez hay que hacer menos caso.


21.4.23

La herencia de papá os hará libres

Ha dicho la actriz Melanie Olivares que ella a su hija de 16 años no le va a dejar nada de nada. Parece una amenaza, pero sólo es un lamento. Porque Olivares no es una de esas actrices americanas que dejan a sus hijos sin herencia para darles, dicen, "la más importante de las lecciones". Para que aprendan el valor del esfuerzo y a ganarse la vida por sí mismos. Porque el rico hace por gusto lo que el pobre por necesidad.

Y a mí, debo confesarlo, estas pijadas americanas me encantan. Me encanta ver a esos jóvenes millonarios, guapos y talentosos haciéndose los virtuosos y dejando que sus hijos, algo más jóvenes, pero algo menos guapos y talentosos, jueguen a ganarse la vida como si fuesen pobres. 

Y me encanta porque es la perfecta y monstruosa unión de dos mundos supuestamente antagónicos. Por un lado, el discurso de la izquierda socialmente concienciada, que sospecha de la herencia porque perpetúa la diferencia social. Por el otro, el de una derecha libertaria que sospecha de la herencia para presumirse hecha a sí misma y no sentirse en deuda con nadie. Discursos, además, acompañados por un conservadurismo meramente retórico que insiste en el valor del esfuerzo y en el de ganarse las cosas con el sudor de la frente para aprender a valorarlas. 

Discursos de pijos, porque ningún pobre renuncia a hacerle a sus hijos la vida un poco más fácil ni al orgullo de poder dejarles algo. Discursos que suelen acabar como el de mi amigo de la infancia, que llegó muy triste y preocupado el día de su 18º cumpleaños porque su padre lo había echado de casa con los bolsillos vacíos.

La verdad desagradable tardó cinco minutos en asomar. Su padre lo había echado de casa para mandarlo a vivir a un enorme piso con parking, cochazo y vistas al Paseo de Gracia de Barcelona. Y lo había dejado, es verdad, sin su hasta entonces generosa paga semanal. Pero con el 40% de las acciones de la lucrativa empresa familiar, que por primera vez en su historia iba a repartir dividendos esa misma tarde. 

Y a pesar de todo, la alternativa, creérselo, es peor. Porque los pijos pueden y deben tener sus mitos consoladores, pero los demás hay pijerías que no podemos permitirnos y valores que no podemos importar sin más. Nosotros no podemos, ni económica ni moralmente, copiar esos luxury values de los millonarios americanos. Porque ni somos millonarios ni somos americanos.

Porque España, a diferencia del Los Angeles de las películas, no es el país ideal para que un joven aspirante a actor se largue de casa a los 18 años con una maleta cargada de ilusiones y los bolsillos vacíos. España sólo es el país de las oportunidades para quien es familia de exministro y para quien viene de la miseria africana.

Para los demás, para esa gente a la que llaman ahora la clase media trabajadora, y para la que depende de la pensión del abuelo para llegar a fin de mes, labrarse un futuro es muy jodido. Y cada día un poco más.

España no es esa economía dinámica, como el Silicon Valley del cuento, donde un joven con conexión a internet y ganas de comerse el mundo puede hacerse millonario de un día para otro creando una app o programando cualquier otra genialidad. Y quizás sea por eso que en España, más que las start-ups, lo que prolifera como setas son las casas de apuestas y los cryptobros disfrazados de Steve Jobs que queman la paga semanal en internet como sus abuelos queman la pensión en el bingo y la lotería.

Por eso, de todos los valores pijoprogres que sí podemos copiar, ninguno más peligroso que el de creer que es bueno y posible dejar a los niños en paz. Puede estar tranquila Olivares, porque a los 16 ya es demasiado tarde para dejarlos sin nada. A los 16 ya les has dado una cierta educación, una cierta cultura, unas ciertas aspiraciones y eso que llamamos valores y una cierta forma de ir por la vida y de entender la normalidad. 

Con eso debería bastar para salir a la vida a perseguir sus sueños "currando de lo que les guste" como cualquier hijo de millonario yanqui. Pero en un país como el nuestro, si a tus hijos no les dejas dinero para que puedan cumplir sus sueños, sólo les dejas la deuda con la que se pagan los tuyos.

Porque aquí, y pretendiendo hacer virtud de la necesidad virtud, nos vamos acostumbrando a pensar, hablar y legislar como pijoprogres. Los americanos los lanzan a la aventura de la vida convencidos de que con su talento (y un poco con sus genes) les bastará. Aquí los lanzamos a la vida sin herencia con la esperanza de que el Estado los rescate. Aquí queremos darles la educación del niño rico, el mérito del de clase media y la protección estatal del de clase baja. Y esto, además de imposible, es políticamente muy peligroso.

Porque todo este discurso pijoprogre, que pretende descubrir y denunciar una injusta y enorme herencia detrás de cada pequeño mérito, es un discurso que se basa en el individualismo más radical para entregarnos a un Estado hipertrofiado. 

Aquí, quien pretende dejar a su hijo volar sólo no lo deja nunca libre, sino a merced de los demás. Aquí (no sé cómo será en Silicon Valley o en Los Angeles) la alternativa a la familia y a la herencia no es nunca el sujeto libre y hecho a sí mismo que se labra su propio futuro. Aquí la alternativa es un Estado que promete más de lo que puede, una sociedad cada vez más dependiente y un individuo menos libre.


14.4.23

¡Gensanta! y los límites de lo andaluz

Con Mahoma no se atreverían y con la Moreneta tampoco, se dice. Pero en realidad sí. En realidad se han atrevido y se atreven, y en ese mismo programa. Y con chistes casi tan malos como el de la virgen. 

Porque el problema de TV3 no es que falten algunas bromas, sino que sobran un montón, si no todas. El problema es que la mitad de su programación son programas de humor, y que la otra mitad lo parece. 

Y eso es un problema para una televisión pública que se supone que cumple una función fundamentalmente informativa que no cumplirían las cadenas o medios privados, siempre tan pendientes del clic y el share.

Y ese sería el único problema del chiste sobre la virgen. Que la televisión que lo emite sea pública. Es el tipo de chiste que la libertad de expresión y los límites del humor en todos estos debates absurdos ampara o debería amparar, pero que simplemente no justifican su espacio en una televisión que se presume servicio público.

TV3 ha renunciado a justificar su existencia en términos nacionalistas y nacionalizantes por los lógicos complejos y vergüenzas inconfesadas que siguen al procés. Y debe ahora justificar su generoso presupuesto como todas las demás. En términos de share, como una vulgar privada, y en términos de conciencia social y todas estas políticas, como un altavoz más de la ideología imperante. Y ahí acaba su sentido del servicio público.

Por eso no creo que tengan éxito quienes piden la cabeza y las disculpas de Toni Soler y sus humoristas. Porque gracias al share y a la ideología imperante, hace muchos años que Toni Soler marca en Cataluña los límites del humor como se diría estos días que los marca Joaquín en Andalucía.

Él es quien señala y quien decide lo que hace gracia y cuándo la hace, de qué toca reírse en qué momento y cuándo toca ponerse serio. Él es quien puede reírse con los líderes independentistas y de los líderes independentistas según el día e incluso durante el procés, y quien puede decretar jornada de luto nacional-humorístico cuando entran en prisión.

Y por eso sirve de muy poco que se pida su cabeza o que se pretenda imponer límites a su humor en nombre de la izquierda y la conciencia social, como hacía Teresa Rodríguez, la líder de Adelante Andalucía. Lo explicó Manel Vidal, humorista recientemente disculpado de TV3, él sí, por haberse metido con el PSOE.

"Sólo puede hacerse humor de abajo hacia arriba, pero todo el mundo tiene una idea distinta de qué hay arriba y qué hay abajo". 

Se frustra así la última esperanza de Chesterton, que creía que mientras fuésemos todavía capaces de diferenciar el arriba y el abajo seríamos capaces de diferenciar el bien y el mal. Porque ya ni los cristianos andaluces parecen capaces de entender que la burla de la virgen es siempre y necesariamente una burla hacia arriba. Hacia lo altísimo. ¿Qué hay más alto que la virgen? Viendo como se han puesto, se diría que sólo Andalucía.

El problema del humor hacia lo alto es, además, que lo más alto es precisamente aquello sobre lo que no se puede hacer humor. Es decir, que lo que más merecería ser ridiculizado es lo que menos puede serlo. No sé si es tanto un impedimento moral como técnico, ni si es tanto cuestión del límite de la libertad de expresión como del límite real del humor. Es decir, de lo que nos hace reír.

De ahí los chistes de transexuales de Dave Chappelle o de negros y paralíticos de Larry David. Son humor hacia arriba en el sentido de que nunca nos reímos exactamente de ellos, sino de nuestra propia incomodidad con el chiste. Son humor hacia arriba en el sentido de que tienen el enorme poder de hacernos sentir culpables. Quizás por eso dice Rémi Brague que los dioses son, precisamente, aquello de lo que no podemos reírnos. 

Hay cosas sobre las que no podemos hacer chistes, porque incluso cuando lo intentamos sólo logramos reírnos de nosotros mismos. Sobre cosas como los derechos humanos, los inmigrantes, el cambio climático, los homosexuales o la conducción de las mujeres. Y, muy pronto, por lo que parece, sobre las vírgenes andaluzas.

Será una pena, qué duda cabe, para las chirigotas de Cádiz. Y para todos los andaluces, con la fama de salaos que tenían.

6.4.23

Ética para 'obregones'

Pincha en hueso Ana Obregón cuando dice que "sólo acepta críticas de quien haya perdido un hijo". Porque junta en una sola frase dos tendencias contemporáneas fundamentales y tan difíciles de reconciliar como la democracia y el utilitarismo moral.

Por un lado, el ethos democrático que impide juzgar a los demás en nombre de la igualdad. ¿Quién soy yo para juzgar?

Por el otro, el principio moral utilitarista donde el sufrimiento funda el juicio moral. Sólo quien haya perdido un hijo podrá legítimamente juzgar, nos dice Obregón, porque sólo él podrá hacerlo en condiciones de igualdad. Y los demás, a callar.

Es, además, un buen recordatorio del peligro que para nuestra democracia y nuestras libertades suponen el sentimentalismo moral y la retórica igualitarista. Y de que ser más compasivos en el discurso no nos hace necesariamente mejores en nuestras relaciones.

Como nadie sabe lo que siente el toro, ni lo que piensa el pulpo, ni lo mucho que ha sufrido Ana Obregón, el único modo de encontrar un criterio ético común que rija nuestra relaciones con la abuela y con el toro y el pulpo es presuponer, como en Disney, que piensan y sufren igual que nosotros. 

Esta ética tan compasiva es una ética que requiere, para evitar contradicciones, que todos pensemos y sintamos lo mismo. Y que tiende a tratar por lo tanto al excéntrico, al que queda fuera del sentir o el opinar mayoritario del momento, como alguien ya no sólo equivocado, sino moralmente defectuoso. Que se trate ahora y aquí de Obregón o de sus críticos ya sólo dependerá del día y las circunstancias de cada cual. 

Así que ya es imposible saber si es peor que sea su nieta, su hija, o esa mezcla de las dos que antes era tragedia y que hoy se pretende, simplemente, una opción más. Algo curiosa, es cierto, pero una de tantas al fin y al cabo.

En esta maternidad había algo incómodo, como una leve intuición de inmoralidad, también en el hecho de que Ana Obregón encontraste en esa niña un medio para olvidar o, más bien para aprender a sobrellevar, la muerte de su hijo. Es el viejo problema kantiano de usar al otro como medio y no tratarlo, en cambio, como un fin en sí mismo.

Y es un problema que resuelve al ser abuela y no madre si resulta que traer a esa niña al mundo era la última voluntad del fallecido y no, simplemente, el penúltimo intento de reconciliarse con el mundo de una madre que ha perdido a su hijo. Qué no haría una madre por su hijo. Es más, qué podría negarle una madre a su hijo. 

Es una suerte y un regalo que los muertos nos dejen sus últimas voluntades. Lo es cuando sirven como excusa, pero también cuando sirven, simplemente, para ir burocratizando el dolor. Cuando nos dejan deberes y así sabemos, al menos, qué hacer con su ausencia.

Al lado de esto, de la obligación de elegir entre la madre y la justicia, todo lo demás es secundario.

Que Obregón sea más rica y más vieja que la gestante, por ejemplo. Que sea más rica ya sólo incomoda a los de la lucha de clases y a todos esos reguladores reguleros, que, tratando de salvar de la explotación a las mujeres pobres, convertidas en sus pronósticos en las criadas del cuento, parecen muy dispuestos a legislar para que las pobres tengan menos derechos que las ricas. Porque eso es lo que implica, en realidad, esa cláusula consoladora que impediría que las mujeres por debajo de una cierta renta puedan gestar de forma subrogada.

Que sea casi vieja, a quienes parecen creer que la única vida digna de ser vivida es una vida ideal con padre y con madre jóvenes guapos, listos y prósperos que puedan ocuparse de las necesidades de sus retoños hasta que cumplan los 35. Pero es algo que debería preocupar algo menos a quienes crean sinceramente que la vida es un bien, y que es mucho mejor, por lo tanto, haber crecido bajo el cuidado y el amor de una vieja rica que, simplemente, no haber nacido.

Porque eso es lo que implica la prohibición de la gestación subrogada.

3.4.23

Qué bonito es ver a la izquierda queriéndose fuerte

Vendrán otros más informados y comprensivos, politólogos incluso, a explicarnos las sutiles diferencias programáticas entre la suma de Díaz y la podemia de Iglesias y sus dignas sucesoras. Pero para los filosofetes desencantados (los auténticos woke) al final todo parece siempre lo mismo.

Es casi imposible entender las diferencias de fondo que hay a la izquierda de la izquierda, porque ya es casi imposible entender lo que las diferencia del propio PSOE más allá del ímpetu legislativo o de la capacidad de empecinamiento en el error. Diferencias que hemos visto en las batallitas por las cuestiones más fundamentales, como la ley trans o la del sí es sí.

La única diferencia evidente es de tono. Del tono de perdonavidas bolivariano de la izquierda pablemita a la feminidad susurrante de esos partidos pequeñitos que no se fían del lobo, que no han acabado de integrarse en Podemos y que atraviesan la geografía española de este a oeste, de Colau a Díaz.

Podemos nació para decirnos que el miedo tenía que cambiar de lado. Que estaba bien y que era justo y necesario odiar a la casta y tomar apuntes de sus direcciones postales. Y Sumar nos dice que ahora, que ahora que gobiernan (eso ya lo digo yo) lo que toca es quererse mucho y cuidarse los unos a los otros. Quedará en España, confían, algún hippie que aquí vea progreso. Pero en lo fundamental, que es lo peligroso, no hay ninguno.

Lo fundametal es que la izquierda de la izquierda cree muy sinceramente que su función principal es la de dirigir nuestras emociones. Y de ahí que su preocupación principal es el estado de ánimo de los españoles. Su tranquilidad, su ilusión, su felicidad y, en pseudocientífico, su salud mental y su bienestar emocional.

No es casual que sea desde ese entorno y ese ambiente (ambientazo, incluso) que se insista tanto en que lo personal es político. La historia de Podemos es para el espectador, ya digo, quizás politizado pero no politólogo, muy parecida a una telenovela sudamericana.

La convicción, profundamente totalitaria, de que lo personal es político ha llevado de momento a que toda la política se haya ido reduciendo a los buenos y malos rollos y rolletes entre los dirigentes políticos. Sus amoríos y sus apuñalamientos. Hasta llegar al momento actual, en el que toda discrepancia no parece ser nada más que la justificación intelectualizada de los tragicómicos juegos de la pornografía del poder.

Por eso es obsceno de tan explícito. Pero lo fundamental, lo fundacional incluso de Sumar, es que a Yolanda Díaz la quiso Iglesias y la quiere ahora Sánchez. Y como ya todos los partidos son familias amorosas con corazoncitos en vez de principios ideológicos, de ese amor de emoticono depende ya todo.

Eso es lo que posibilita que Sánchez y Díaz se estén presentando ahora como dupla, al más puro estilo de la demónica democracia americana. Y que el PSOE parezca encantado con la idea de abrazarse a Yolanda. Como si no hubiesen visto ni en cunetas ni en documentales cómo se las gasta mamá oso cuando ve peligrar el tarro de miel.

Y será error o será genialidad electoralista del PSOE, otra más. Pero lo importante, lo fundamental, es que entre el presi y la vice haya el buen rollito que con el tiempo se había ido perdiendo con la parte morada de la coalición. Hay que cuidarse, repite Yolanda. Hay que cuidar la coalición. Hay que cuidarse fuerte.

Digo yo que no será casual (porque estas cosas las piensan muy pero que muy bien) que la parte célebre del discurso de Pocoyolanda sea que ni ella ni las mujeres son de nadie. Por si no lo habían pillado, se refiere a Pablemos.

Llegaron a la política gritando que venían a liberarnos de cualquier mal. Y ya sólo son capaces de susurrar que nos van a liberar de Pablo Iglesias. Aunque visto así, y pensándolo mejor, el progreso es evidente.