7.10.24

Israel nunca fue víctima

Un año después, y según los críticos más razonables, "Israel ha pasado de ser visto como víctima a ser visto como verdugo".

Pero Israel nunca fue víctima. Israel fue verdugo desde el mismo día 7 y el 8 el pescado se envolvía ya con un mundo en vilo a la espera de las represalias de Netanyahu.

Y Macron, moderado, ha querido celebrar el aniversario pidiendo que se deje de suministrar armas a Israel porque la guerra exige una claridad moral que el centrismo europeo no está preparado para ofrecer.

El macronismo quiere situar como suele a los contendientes en dos extremos equidistantes al centro virtuoso que representa. Y certifica así que Judith Butler está muy bien acompañada al considerar que Hamás y Hezbolá forman parte de la izquierda global.

Esta bonita coincidencia muestra a las claras la inclinación de la balanza ideológica occidental. El centro coincide con la izquierda atribulada en el diagnóstico pero no todavía en la cura. Porque el centro prefiere abstenerse y dejar que la historia le haga el trabajo sucio.

Así se ve cómo también aquí, tanto en Gaza como en París, el extremo centrista acaba favoreciendo a la izquierda porque mientras a la extrema derecha se la castiga, a la extrema izquierda siempre se la pretende reeducar y devolver al redil de la cordura y el consenso progresista.

La claridad moral que exige la guerra es de una enorme incomodidad, pero parte de una constatación objetiva y muy simple: Israel son los nuestros. Hay un ellos y hay un nosotros e Israel son los nuestros.

Porque Israel es una democracia, porque su estilo de vida es nuestro estilo de vida y porque sus enemigos son nuestros enemigos. Incluso aunque muy a menudo sea a nuestro pesar.

Y nada de esto implica que no se pueda criticar a Israel en general ni a Netanyahu en particular. Ni quiere decir que lo hagan todo bien ni ninguna de estas cosas que da un poquito de vergüenza tener que escribir entre adultos.

Lo único que quiere decir, y no es poco, es que las críticas a Israel son las críticas a un país amigo que vive tiempos especialmente difíciles y que por eso es una crítica un poco más complicad a incómoda de lo que nos gustaría.

Porque es y tiene que ser una crítica por su bien, por su beneficio, y no por el de sus enemigos. Es la crítica de quien pretendería saber mejor que los propios israelíes qué es lo mejor para su supervivencia a medio y largo plazo.

Una crítica, en fin, en la que fácilmente pareceríamos ese Macron enfundado en camiseta de camuflaje para reunirse con Zelenski, porque es una crítica básicamente militar, que está mucho mejor en manos de los estrategas del mal menor que de los presuntos virtuosos.

Ninguna de todas estas críticas bienpensantes del último año se está haciendo en este sentido. Todas las críticas que Israel recibe, incluso de sus presuntos aliados, como el extremadamente coherente y centrista Macron, se hacen en el sentido de dejarlo más indefenso y más solo frente a sus enemigos existenciales.

Porque todas ellas parten de la simple constatación de que Israel nunca fue víctima, sino que siempre ha sido verdugo.

Y eso lo sabe perfectamente Netanyahu, que entiende perfectamente que Israel está solo, o a una mala noche en Ohio de quedarse completamente solo frente a todos y cada uno de sus enemigos, y ante la indiferencia del resto del mundo civilizado.

Para cualquier gobernante israelí es evidente que no puede confiar la seguridad de su país a las peticiones de alto al fuego de Macron y el centrismo europeo, o a la firmeza y el coraje de Joe Biden o de su posible sucesora Kamala Harris. Habría que ver hasta qué punto esta retórica no explica mucho mejor la situación actual que la supuesta ceguera del presunto fanático Netanyahu.

13.9.24

'Normalizar' Cataluña

Estas cosas no son agradables de ver. Cómo se hacen las salchichas y cómo se hacen las leyes, decía el chiste. Y cómo se hacen las nuevas normalidades, tampoco.

No es agradable, pero alguien tiene que hacerlas. Y también en Cataluña la vuelta a la nueva normalidad es una vuelta a lo mismo, pero un poco peor. 

La nueva normalidad es que el 10 de septiembre, en el Fossar de les Moreres, donde antes se lanzaban puyitas las juventudes convergentes y las republicanas, ahora se las lancen los jóvenes de Arran y los radicales de Sílvia Orriols.

Y que así se vaya considerando. Que los radicales vayan siendo ya únicamente los de Orriols y que Arran, incluso para los no alineados con el socialismo imperante, vuelvan a ser anécdota, a pesar de su impresionante currículum de actos vandálicos orgullosamente reivindicados en nombre de la patria y del socialismo.

A los de Orriols no se les conoce más que el tono, el acento y el aspecto de su portavoz, tan marcados, tan severos, tan como de Cataluña de antes. Como si regresase del futuro para advertirnos de los peligros del Estado español y de la inmigración.

La nueva normalización de Cataluña pasa por las multas y las advertencias parlamentarias a Orriols, porque tanto a los socialistas como a los demás partidos del procés les conviene desviar el foco de sus pactos, engaños y negociados varios.

La Generalitat impuso a Orriols una multa de 10.000 € por afirmar que "la identidad catalana está amenazada" (que es algo que sabe todo el mundo, y que no pocos celebran) o que "en una Cataluña islámica habría violaciones en grupo, mutilaciones genitales y matrimonios forzados".

Algo que, por la parte de las violaciones, se supone que ya sucede. Y que por la parte de las mutilaciones y los matrimonios forzados, asumiendo que ya no se da ni durante las vacaciones en el pueblo de los abuelos, supone en todo caso un temor al que sólo cabe responder con el optimismo progresista de la feliz e inevitable secularización (y tinderización, incluso) de los nuevos catalanes.

Lo que se le ha prohibido a Orriols, y con ella a todos los demás, es el pesimismo. 

Porque la nueva normalidad, también ahora, y siempre con Salvador Illa y Pedro Sánchez al mando, impone el optimismo con toda la fuerza sancionadora del poder político. También de esta "saldremos mejores".

La nueva normalidad en Cataluña es que, como en el resto de España, toda la atención política y mediática se centre en el peligro de la extrema derecha para que el Gobierno haga sus cositas en paz mientras deja pudrirse todo lo demás. 

Así se entiende también lo que hace que Illa quiera volver a ese seguramente mítico catalanismo moderado y cordial, para que algunos le acusen de nacionalista mientras deja que la nación catalana desaparezca en la feliz pluralidad cultural del Estado.

Se ve en los dos grandes temas en los que no trabajar de lleno y con todas las fuerzas en su favor es tanto como actuar en su contra.

Se ve en la financiación singular, presunto pacto fiscal, que consistía en darle a ERC una excusa para votar susto en vez de muerte, que ahora negociarían dos socialistas entre ellos, y que cada uno debería interpretar como quiera, pero siempre a favor del gobierno de Sánchez.

Y está muy bien que la oposición diga que es un pacto fiscal como el cupo vasco, y tan mal calculado como el cupo vasco. Y está muy bien que pasen de negar la existencia del déficit fiscal a afirmar que con semejante cupo los españoles morirían de inanición, porque ante semejante panorama, al PSOE le bastarían las buenas intenciones para mantenerse en el poder en Cataluña y en Madrid.

Y se ve también en la inmersión lingüística, que es el gran tema nacional y que si no se cumplía con Junts, ni se cumplía con ERC, mucho menos se va a cumplir con Illa.

Illa dice que está a favor de la inmersión por no decir que está en contra, porque proponer cualquier alternativa es un jaleo innecesario y de dimensiones colosales que pondría en peligro su poder.

Pero hacer cumplir la inmersión es ya imposible en Cataluña, por el simple hecho de que en las aulas catalanas no quedan suficientes charnegos acomplejados y con ganas de integrarse. Especialmente en la parte que importa para el asunto y a la que, sabiéndolo bien, por aquel entonces llamaron Tabarnia.

Para que se cumpliese la inmersión, y ya no la que temen los tabarnios, sino la del 75% en catalán que se supone legal, la Generalitat debería inundar los colegios de inspectores dispuestos a imponer el catalán a golpe de sanción.

Y ni tiene ganas, ni tiene inspectores, ni los encontraría dispuestos a semejante drama. Pero estar de verdad a favor de la inmersión lingüística es esto, y ni Illa ni nadie en Cataluña está por la labor.

El socialismo sabe que para mantener el sistema, y para mantener el poder, necesita de la inmigración mucho más de lo que necesita una nación catalana rica y plena. Y quien no haga este esfuerzo, de una violencia que aquí sólo se atreverían a ejercer contra la pesimista Orriols, está simplemente dejando el futuro del catalán y de Cataluña en manos del progreso, o sea, de la demografía.

Es decir, está dejando que desaparezca poco a poco, pero en silencio, que algo es algo y es lo normal.

5.9.24

El islam no existe; la islamofobia también

El gobierno laborista británico ha prometido que arrancará la islamofobia de raíz. Y cuando le han preguntado qué es la islamofobia, no ha sabido dar una definición. Ha respondido con un "estamos trabajando en ello" para dar con la definición perfecta que proteja todas las sensibilidades de forma comprehensiva y demás jerigonzas con las que los listos de buenas universidades marcan ahora su virtud.

La falta de definición no es, claro está, un impedimento a la hora de perseguir la islamofobia. También nosotros vamos por la vida sin dejar de buscar algo que no sabríamos explicar.

Pero lo que para nosotros, simples mortales, es un problema, para ellos es la solución.

Hannah Arendt decía que quien va a la raíz de los problemas sólo encuentra sus propios prejuicios. Y es bastante claro qué prejuicios encuentran estos días todos los gobernantes que buscan atajar problemas de raíz. Quien busca las raíces de la islamofobia sólo puede encontrarse con la extrema derecha. Porque ese es el nombre que le da a todas las causas enemigas, y esa es la confusión que alimenta toda su política.  

La evasiva respuesta y la confusa concepción que esta gente pueda tener de la islamofobia muestra que la pretensión del legislador no son ni la claridad, ni la distinción, ni la persecución eficaz del crimen.

Aquí se busca la confusión.

Y en eso, lamento comunicar, el centro centrísimo y la extrema derecha se tocan hasta lo obsceno.

El centro centrísimo pretende combatir la islamofobia de raíz. Pero en las raíces solo hay fango y oscuridad, y allí abajo las cosas se ven siempre mucho más confusas de lo que sería deseable en un asunto tan serio.

La imposibilidad de definir la islamofobia, que no es tal, sino falta de voluntad, deriva de la negación a aceptar la simple existencia de su auténtica raíz, que sería el islam.

Lo que pretende el centro es que el islam sea indiferenciable de lo musulmán. Que el islamista sea indiferenciable del simpático pakistaní que nos vende las coca-colas cuando aprieta el calor y es domingo, y que nos mete disimuladamente un chicle en la bolsa por ser buenos clientes, casi como la abuela nos metía un eurillo en el bolsillo por ser buenos nietos.

Lo que pretende es que temer al radical que envuelve a su mujer en un burkini y la pone a freír al sol, o temer al melenas que cuchillo en mano e invocando a su Dios irrumpe en una fiesta, en Alemania o en Israel, sea algo tan malvado y, sobre todo, tan absurdo, como temer al pobre pakistaní que tan bien nos trata.

Hasta el pobre Vinicius sabe que esto es racismo, y que está muy feo, y que algo habrá que hacer. Lo que quiere el laborioso centrista es que no veamos la diferencia entre una cosa y la otra, que es exactamente lo mismo que pretende la extrema derecha a la que con tanta ineficacia pretenden combatir. La extrema derecha quiere que temas al pakistaní como temerías al islamista que irrumpe en esa X que el facha de Elon Musk ha programado para que votemos a Donald Trump. 

No definen el islam y hacen muy bien, porque lo siguiente sería un marrón y no sería bonito. Habría que combatir la islamofobia, pero como de verdad. Y no es allí donde está el combate.

Combatir la islamofobia sería combatir sus manifestaciones, porque no hay otra.

Combatir la islamofobia sería condenar a quienes agreden a islamistas o musulmanes o cualquiera que vayan considerando susceptible de merecer protección contra la islamofobia.

Pero eso no sería atajar el problema de raíz. Eso sería tratar la islamofobia como si fuese un problema de seguridad ciudadana, como si pudiese de algún modo solucionarse o medirse en estadísticas policiales y demás. 

La confusión de la definición es aquí fundamental para poder atajar el problema de raíz, porque deja un enorme margen, no a la libertad, sino a la represión. Deja un margen enorme para la arbitrariedad en la redacción y en la aplicación de las medidas justicieras convenientes al poder.

Y esta es la nueva función del poder que ostentan ahora los auténticos demócratas. La batalla ideológica que se impone desde el poder y que nada tiene que ver con la seguridad o la prosperidad de los ciudadanos, sino con su virtud.

Es lo mismo que vemos cada día con la violencia de género. Nadie espera que aumenten los casos, sino que aumenten las denuncias. Es decir, las excusas para seguir luchando "en todos los frentes" para "arrancar el problema de raíz". Que bajen los casos sólo querrá decir que no lo estamos haciendo bien, que la gente todavía no denuncia lo suficiente y que todavía es necesaria mucha más propaganda, mucha más pedagogía, para concienciar al pobre ciudadano medio (tonto).

Esa, ya me perdonarán, es una necesidad existencial de los regímenes totalitarios. Se necesita de un enemigo siempre presente pero elusivo, que no pueda simplemente ser detenido y condenado, porque con su detención y condena acabaría la necesidad, es decir, la excusa para el control y la represión que justifican su poder y su persistencia en el tiempo.

Mientras haya islamófobos, mientras haya violencia de género, lo justo y necesario será que gobiernen ellos. 

Por eso hay que ir a las raíces, para no llegar nunca. Por eso hay que hacer algo más que detener a los delincuentes, porque necesitan del criminal. Y por eso lo buscan en sitios donde hasta ahora no había delito, sino, como mucho, pecado. Allí donde surge a relucir lo más profundo de nuestra sucia y pérfida conciencia occidental. Es decir, en las redes sociales. Para quien quiere extirpar males de raíz, no hay espacio para la libertad de expresión.

Así que aunque no exista el islam como todos lo conocemos, existe muy claramente la islamofobia que no saben definir. Y existirán, si es menester alargar el tema, las personas islamizadas por los islamófobos como existen las racializadas por los racistas. Pero los islamistas y su credo son fake news. Deep fakes. Propaganda rusa y trumpista. 

En realidad, claro, lo normal sería que el ciudadano occidental y sus gobernantes fuesen capaces, y defensores, de una cierta claridad intelectual y moral. Que los ciudadanos supiesen todavía diferenciar, que es donde suele esconderse la inteligencia. Que fuesen islamófobos por instinto, por prejuicio pacifista, igualitarista y liberal (los tres "grandes valeurs" de la cultura occidental, si quieren hablar en estos términos).

Y que fuesen, también y al mismo tiempo, muy corteses y amables con su pakistaní de confianza, aunque fuese por una mínima reciprocidad y una básica educación.

Eso es, de hecho, lo normal, sobre todo en el sentido estadístico de la palabra. 

Y eso es lo que deberían entender y reconocer los partidos del centro centrista, combatiendo el islam y protegiendo los derechos del pakistaní. Pero el poder prefiere luchar contra la islamofobia y usar al pakistaní de escudo, porque eso es más fácil y da más votos y menos disgustos.

25.7.24

El PSC ganó demasiado, y Junts se lo quiere hacer pagar

Sánchez consiguió domesticar a Esquerra y así la tiene, dividida y enfrentada y sin saber qué es susto y qué es muerte; si gobernar con Illa, opositar con Junts o presentarse a nuevas elecciones sin líder, sin proyecto y con un partido partido. 

Junts habrá tomado nota, aunque tomar nota no es nunca suficiente. Porque también Junts tiene que elegir entre el riesgo de morir aplastado por el abrazo del oso Sánchez o por la esterilidad de una oposición al sistema y por sistema. Las cosas se viven con tanto tremendismo que parecería que esta legislatura, o las posibles elecciones anticipadas en Cataluña, pudieran ser las últimas de los partidos del procés.

Ante este panorama, la feliz coincidencia de la visita de Sánchez a la Generalitat con las votaciones sobre déficit y extranjería en el Congreso permite entender un poco mejor lo que es realmente España como trama de afectos y lo que significa la solidaridad interterritorial. 

Quedarán patriotas en España que crean realmente en esa solidaridad. Y quedarán buenas gentes, supongo yo que progresistas, que crean en la necesidad de ayudar al inmigrante ilegal desembarque donde desembarque y gobierne quien gobierne. 

Pero la política no suele ir de eso, y tanto el pactismo de Junts como el giro retórico hacia la izquierda que ha hecho durante el procés empieza a encontrar sus límites. En Aliança Catalana, quizás en Vox, pero, sobre todo, en una demografia muy contraria a los intereses del nacionalismo catalán a medio y largo plazo. 

Los gobernantes usan la immigración para cumplir el sueño húmedo de Bertolt Brecht y elegirse un pueblo a medida. Así nos dicen los socialdemócratas que necesitamos unos cuantos millones de inmigrantes más para pagar las pensiones y mantener el sistema, así suele decirse que el Madrid liberal de Ayuso elige sudamericanos acaudalados que compren pisos, monten empresas y consuman, y así Cataluña solía preferir immigrantes más predispuestos a aprender catalán. Pero esta apuesta nacionalista tiene un límite.

Y es normal y necesario que Junts vote en contra de lo que sólo sirve para afianzar la lógica de la solidaridad interterritorial y el poder de Sánchez.

Hasta ahora, Sánchez ha sabido ahondar en las contradicciones de Junts para arrastrarlo al pactismo y conseguir que ahora centren su discurso y sus exigencias en las ejecuciones presupuestarias y cosas así. Junts ya no es un partido que esté por el bloqueo de la política española, por mucho que le guste, a veces, fingirlo. Ya no es un partido enrocado en el resistencialismo al que le da lo mismo que gobierne Vox o Podemos. Y no lo ha sido, de hecho, nunca, porque Junts es un partido que nació desde el poder y para el poder.

Junts es un partido desfigurado ideológicamente pero con una clara voluntad de poder. No es un partido de orden al que pueda llamarse en los momentos críticos y no es, claramente, un partido al que pueda convencerse en nombre del interés general de España. Junts es un agente del caos, pero sólo en la medida en que este caos sirva para hacer avanzar sus intereses electorales.

Y este es justo el escenario en el que nos encontramos. El PSOE puede darle muchas más cosas. Incluso dárselas de verdad, digamos. Pero el PSOE no puede, en estos momentos, darle lo único que le interesa. Porque en las últimas elecciones catalanas, el PSC ganó demasiado. Y ahora no hay ningún pacto posible que entregue el poder en Cataluña a Junts que no sea una humillación para Illa e incluso para Sánchez. Ni nada que pueda ofrecer a Esquerra para salvarla de su crisis existencial. 

Junts se va a aprovechar de esta debilidad todo lo que pueda, porque su única esperanza es la repetición electoral.

21.7.24

Lo del Instituto de las Mujeres no es corrupción, es poscorrupción

Hay una ley de la política moderna que afirma que cualquier causa noble tiende por naturaleza a verse reducida a chiringuito para colocar amigotes, comprar favores y conformar voluntades. Y el feminismo gubernamental no es, precisamente, una excepción.

Así, es muy difícil ver que las políticas de género hayan mejorado en nada, en ningún aspecto objetivo y cuantificable, la vida de las mujeres españolas. Pero es indudable que han servido para mejorar, y mucho, la vida de algunas mujeres españolas.

También hay mujeres más iguales que otras y no son pocas las que en nombre de la igualdad se han distinguido de sus semejantes en proyección pública, poder y dinero. Podría decirse que he visto a las mejores mentes de mi generación podridas por las becas de investigación en estudios de género. Y de la anterior y de la siguiente.

Porque en esta corrupción hay algo más, que es la justificación ideológica, más o menos implícita, de lo conveniente que es que haya quien se lo lleve crudo.

Porque no todo el mundo sirve para estas cosas. Hay que ser muy de una manera, muy suyo, muy de los suyos, y haber estudiado cosas muy concretas y de una forma muy particular para hacer bien lo que aquí de verdad importa. Para estar realmente a la altura de las tareas que aquí se financian tan generosamente.

El nepotismo, la patrimonialización de las instituciones, el clientelismo… todo esto es, evidentemente, muy feo, pero es una corrupción muy común porque proviene de vicios muy naturales que comprende bien cualquier hijo de vecino. Es decir, cualquiera que tenga familiares y amigos. Es la corrupción que amenaza a cualquier humano que logre tocar un poco de poder y de presupuesto público.

La gracia y el peligro de este tipo de corrupción es que es perfectamente lógica y necesaria. Porque hay un tipo determinado de tareas que sólo los propios están capacitados para realizar como es debido.

Uno puede jugar a imaginar a muchos candidatos para el Ministerio de Economía, el de Interior, el de Justicia, el de Cultura… para los clásicos, digamos. Pero ¿cuántos candidatos salen para el de Igualdad?

Ministra de Igualdad podía ser Irene Montero y poca gente más. Las hermanas Serra, quizás, pero poca gente más. Y con todos estos talleres y Puntos Violeta pasa lógicamente lo mismo.

¿Quién podría impartir un buen taller de estos? Hay que ir con mucho cuidado al decidir en manos de quién se dejan estas cosas.

¿Quién podría realmente gestionar como la Igualdad manda uno de estos Puntos Violeta? ¿Quién, sino ellos?

¿De verdad creemos que habría alguien mejor? ¿Más capacitado? ¿Mejor preparado?

Porque lo normal sería no saber ni que existen. Y, de saberlo, lo normal sería estar en contra del despilfarro inútil y no querer tener nada que ver con eso. Puestos a gestionarlos, lo normal sería hacerlo fatal.

Así que lo que aquí tenemos no es ningún tipo de apropiación indebida, sino de la salvaguarda del proyecto frente a los impedimentos de los contrarios y de las inercias "garantistas" del sistema. Es un poco lo mismo que con la famosa ley del sí es sí, ahora que, como decía la ministra única, "ya sabemos que no hay leyes injustas", sino únicamente leyes cuya aplicación no está totalmente en sus manos.

No hay nada malo si está bajo su mando. El problema es que estas cosas caigan en manos equivocadas.

De ahí que estas corrupciones no sean como las demás. La corrupción normal rinde, en el fondo, un cierto homenaje a la ley y a la moral, por cuando necesita de ella para presentarse como su excepción. Y así refuerza su carácter legal, moral, normal e incluso ideal.

La corrupción ideológica a la que nos referimos, la poscorrupción, es indiferente a la distinción entre lo legal y lo ilegal del mismo modo en que la posverdad lo es a la distinción entre verdad y mentira. Por eso, no trabaja nunca, ni por accidente, ni por involuntario y ejemplar martirio, a favor del sistema sino siempre, sistemáticamente, en su contra. Corrompiéndolo y vaciándolo de sentido.

Al fin, si sólo ellos podrían hacer gestionar bien estos asuntos, ¿a qué viene el sistema a obligar a concursos abiertos y semejantes ridiculeces? Es el sistema, y no ellos, el que obliga a presentar competidores simulados a unos concursos y a unos trabajos en los que ni hay ni debería haber competidor cualificado ninguno. Y es el sistema el que impide el "yo me lo guiso yo me lo como" de las mujeres empoderadas que nunca jamás deberían verse obligadas a cocinar leyes y canonjías para que las disfruten otros.

Asó que lo del Instituto de la Mujer no son presuntas corruptelas. Es poscorrupción, y es de justicia.

6.6.24

La enamorada es Begoña Gómez, y el juez lo sabe

Yo no sé si existe esa ley no escrita. Esa extraña convención según la cual los jueces no imputan a políticos en periodo electoral para no interferir en el resultado. Tampoco sé, sinceramente, si es bueno que exista o no lo es. Lo que sé es que Begoña Gómez no se dedica a la política, no forma parte del Gobierno y no debería, por lo tanto, beneficiarse de esa extraña prórroga electoralista. Y que el juez es el único que parece recordarlo. El único que no ha caído en la trampa de Sánchez y que ha decretado este olvido interesado para poder convertir el caso en propaganda electoral.

El juez es el único ingenuo que estos días trata a Begoña Gómez como a una ciudadana cualquiera, con todos sus deberes pero también con todos sus derechos. Porque la lógica de Sánchez, la lógica de convertir a su mujer en el tema central de la campaña electoral, atenta no sólo contra la separación de poderes, sino contra el derecho de su mujer a defenderse con todas las de la ley y ante un tribunal de justicia. Sólo ahí podrá explicarse y podrá defenderse.

Sólo ahí sus palabras serán suyas y sólo ahí sus intereses serán los que cuenten. Aquí fuera, en el mundo del cesarismo y de los juicios mediáticos en el que nos tiene instalados Sánchez, las únicas palabras y los únicos intereses que cuentan son los de su marido.

Porque Sánchez sabe que es consustancial a la lógica de su cesarismo, y a la del caso que nos ocupa, que su nombre y su futuro no puedan desligarse de los de su mujer. Y algo todavía peor y mucho más duro de soportar para un hombre enamorado: que el futuro de su mujer no puede desligarse del suyo propio y del de su Gobierno.

De ahí que el Gobierno le exija al juez un poquito de porfavor que estamos en campaña, como si también el juez estuviese obligado a olvidar que Begoña es una ciudadana con todas las de la ley y no un instrumento del Gobierno o un mero peón al que usar y sacrificar en esta particular lucha que han emprendido Sánchez y los suyos contra la extrema derecha; es decir, contra la separación de poderes.

El Gobierno y Sánchez, el presunto enamorado, pretenden que todo el mundo, incluso el juez, traten a Begoña como a una más de la pandilla.

De ahí que Sánchez, el presunto enamorado, haya arrastrado a su mujer a los mítines para ponerla en primera fila ante la máquina del fango que amenaza con destruirla. Y de ahí que su mujer, presunta enamorada también, se lo haya dejado hacer.

Porque este es el sentido y la terrible consecuencia del viejo dicho cesarista de que la mujer no sólo tiene que ser honrada sino parecerlo. La mujer del César ya no cuenta como individuo, con sus vicios y virtudes y con sus responsabilidades e intereses, porque ya no hay individuos, sólo bandos. Todo es político y todo lo político tiene que ser reducido a lucha partidista para la consecución y acomulación del poder. Porque instalarse en esa lógica y, sobre todo, instalar a los demás en esa lógica, es la única manera de nunca tener que dar explicaciones ni asumir responsabilidades.

Sánchez ha arrastrado a su mujer, y con ella a toda la sociedad española, a las que tanto quiere, a un escenario pantanoso del que es imposible salir limpio porque en él es imposible defenderse. En este escenario en el que la justicia y los jueces ya no tienen, ni siquiera presuntamente, más razón que el tuitero de turno, uno siempre será culpable e inocente según a quién le pregunte, y preservar la honorabilidad es ya una tarea imposible.

La lucha contra la separación de poderes es inevitablemente una lucha por sustituir las responsabilidades individuales por las lealtades personales y grupales. De ahí que Sánchez dedique mucho más espacio en sus cartas a hablar de sus emociones que a negar las acusaciones contra su querida esposa.

El otro día, en esa máquina del fango antiguamente llamada Twitter, alguien de cuyo nombre no logro enterarme le recomendaba a Begoña que no se fíase de un hombre enamorado y en contacto con sus emociones. Porque las únicas emociones con las que estos sensibles aliados están en contacto son las suyas.

Este alguien parecía saber de lo que hablaba. Y el juez también.

26.5.24

Desde el río hasta el mar, dos Estados y un genocidio

Tomada la decisión de reconocer el Estado palestino, ahora toca racionalizarla.

No es necesario entrar ahora en el carácter frívolo y electoralista de la decisión. En todas las decisiones políticas, el momento lo es todo. Y en esta decisión pesan tanto, y para mayor vergüenza, las particulares necesidades, cálculos y equilibrios del presidente Sánchez como la situación en Gaza. 

El proceso de racionalización es aquí, como siempre, un proceso de simplificación y limpieza en el que los extremos desempeñan un papel fundamental.

Yolanda Díaz es imprescindible, no sé si para explicar la decisión tomada, como decía Ayuso, pero sí para venderla ante la opinión pública. Porque su delirante antisemitismo desplaza la centralidad que tanto busca el demócrata, hacia situarla justo donde está Sánchez. Es decir, en el mero reconocimiento del Estado palestino, pero sin genocidio ninguno.

Este reconocimiento, lo dice el mismísimo presidente y con razón, es imprescindible para solucionar el conflicto que nos ocupa. "El reconocimiento de Palestina es un paso necesario para discutir e implementar la solución de los dos Estados".

Y aquí todo el mundo cree que los dos Estados son la única solución posible porque nadie tiene ni la más remota idea de cómo solucionar el conflicto. 

Por eso la solución de los dos Estados es la solución central, centrista, moderada, equidistante y razonable. Porque es, sencillamente, la única solución que hay sobre la mesa de nuestras redacciones. Y la solución de dos Estados pasa, evidentemente, por reconocer que hay dos Estados. 

El enorme y paradójico problema actual, que tanto ha ayudado a esclarecer Yolanda Díaz, es que en este momento es imposible reconocer el Estado palestino sin acabar gritando, aunque sea flojito y con la dulce voz y la pedagogía de una profe de parvulitos, que desde el río hasta el mar, Palestina será libre. 

Porque el Estado palestino, a diferencia de, por ejemplo, el kosovar, es un Estado que tiene muy mal reconocer porque, simplemente, no existe como tal. No existe como unidad legal y administrativa y no existe como manchita de colores en un mapamundi.

Y esto obliga a quien asegure reconocer su existencia y soberanía, porque eso es lo que significa el "reconocimiento de Palestina", a crear él mismo, y aunque sólo sea sobre el papel o el discurso, el Estado palestino. A actuar como un vulgar colonialista de los de antes e imponer unas fronteras a los palestinos. 

Cualquier alternativa a esta imposición, cualquier reconocimiento que no comience y se base en definir las fronteras del que debería ser el Estado palestino, no es el paso previo y necesario a la implementación de los dos Estados, sino todo lo contrario. Es la opción genocida con la que sueña Hamás. La de un Estado palestino, libre y libérrimo, desde el río y hasta el mar.