23.2.23

Todos Terf. La ley trans y el borrado de mujeres y familias

Es curioso que de todas las críticas que se le pueden hacer a la ley trans haya tantos (TERFS!) que se centren en el borrado de las mujeres y de las familias. Como si estas cosas pudiesen borrarse por decreto. 

Tanta preocupación por el borrado de las mujeres dice de su concepción de la feminidad y de la ley. De la mujer, no como sujeto de derecho, sino como creación, como producto del derecho y cuya existencia y valor depende, básicamente, del tamaño de la partida presupuestaria que les corresponda.  

No pudiendo, en realidad, borrar a las mujeres, todo lo que les preocupa y todo lo que puede lograr esta ley es complicar la aplicación de las políticas de discriminación, presuntamente positivas, en las que se basa toda la pretensión legislativa del feminismo imperante. 

Aunque el efecto no será, en ningún modo, la vuelta a la igualdad ante la ley. Sino, simplemente, el aumento de las incoherencias y contradicciones, en el discurso y en la ley y, por lo tanto, de la arbitrariedad en su defensa y aplicación. Lo que no se consiguió con los jueces con la ley del sí es sí, doblegar la letra de la ley al espíritu de los tiempos, será mucho más fácil de lograr en todas aquellas asociaciones, instituciones y medios dedicadas al asunto y dependientes del presupuesto público. 

Y lo mismo pasa con las familias y con ese presunto borrado de los padres y las madres (¿qué habrán hecho con ellos? ¿quién nos hará ahora los tuppers?) para sustituirlos por progenitores gestantes y no gestantes. Da para chiste, claro, pero quizás sólo sea porque la jerga legal tiende a lo incomprensible y, por lo tanto, a lo ridículo a los oídos descontextualizados del lego. 

Decía Chesterton que “quienes hablan contra la familia no saben lo que hacen, porque no saben lo que deshacen”. Seguramente tenía razón. Y la tenía más allá de la llamada a la responsabilidad parental, al cuidado de los mayores y al respeto a la institución y a la sabiduría que esta nos lega. La tenía también en la constatación de que cuando hablan de la familia realmente parece que no sepan de lo que hablan. Ni lo que es, ni lo que defiende, ni su sentido ni su responsabilidad. 

Ayer mismo nos explicaba una chica muy seria y concienciada que nuestras abuelas habían tirado su vida cuidando de los demás. Supongo que será culpa de la fatal arrogancia adolescente. O de ese miedo, tan comprensible, a envejecer. El creer que nada tiene que ver la muerte, la ceniza, con ellos. Pero es admirable la rapidez con la que nuestras abuelas, las pobres, pasan de ser heroínas a esclavas y vuelta patrás. Y sólo podría parecerle normal a quien no las conozca o no las entienda. 

Pero es corriente, y quizás incluso normal, que adolescentes tardíos se atrevan en sus podcasts a explicarles a sus abuelos como deberían haber vivido la vida para ser tan felices como (querrían ser) ellos. Y quizás es mejor así. Que no lo entiendan y que muy poco a poco, por lo que nos cuesta y por lo viejos y tontos, casi seniles, que estamos ya, que “En defensa de Afrodita” es como muy del 2017 y que el rollo este de las relaciones abiertas ahora ya no se lleva. Que un sociólogo de twitter ha descubierto que el amor libre es el último invento del turbocapitalismo emocional y que lo verdaderamente revolucionario y lo que de verdad soluciona todos los problemas de la convivencia humana y asegura una vida feliz y sin dolor es la coresponsabilidad emocional y los cuidados peer to peer; el quererse, el cuidarse, el vivir incluso juntos, preguntarse qué tal el día, hacerse la cena y criar un par de churumbeles. Vivir como nuestros abuelos los machos tóxicos y nuestras abuelas las esclavas, pero esta vez en guay. O sea, como Irene Montero y sus compis del ministerio. 

Hay cosas que son imposibles, como borrar la realidad a golpe de ley. Y hay cosas que son inevitables. Como que la jerga legal suene a menudo ridícula, que la izquierda tienda a la creación destructiva, que los jóvenes tengan que aprenderlo todo de nuevo… o que la naturaleza humana y sus miserias y dependencias y crueles lecciones existenciales rebrote siempre y sobreviva a sus ilusos enterradores.

16.2.23

¿Para qué caballos en tiempos de penuria?

Contó Rodrigo Sorogoyen en su discurso de los Goya que los caballos salvajes que aparecen en As Bestas llevan siglos viviendo en libertad en los montes de Sabucedo, en Galicia. Y que ahora se están proyectando cuatro parques eólicos gigantescos que son una amenaza para la fauna y la flora de la zona. 

Como suele pasar en estas ceremonias, a Sorogoyen se le hizo largo el discurso porque todo lo importante ya lo había dicho en la película. Lo único que le quedaba por decir era "energía eólica sí, pero no así". 

Y lo único que nos queda por preguntarnos es "si no así, ¿cómo?".

Porque es ya muy habitual que la conciencia ecologista que nos obliga a abrazar las renovables para salvar el planeta sea la misma que nos impide instalar renovables para no cargarnos la fauna y la flora. El planeta. 

¿Dónde entonces serían aceptables esos parques eólicos gigantescos a los que debemos, en buena conciencia, decir que sí? ¿O es que quizás el problema es que simplemente no son aceptables? 

Dijo Nietzsche que cualquier cómo es soportable para quien tiene un por qué. Y lo que nos pasa aquí es que en realidad no sabemos por qué ni para qué queremos energía eólica. Por qué ni para qué queremos salvar el planeta, los montes de Galicia, las dos cosas o ninguna. 

¿Para qué queremos los montes limpios de molinos si no es para que se queden a vivir en ellos los que se mueren y matan por largarse de allí? Si no es por ellos, ¿para quién entonces habrá que preservarlos y protegerlos como Don Quijotes de los molinos eléctricos?

¿Debería haber en esas montañas, en esos bosques y en esa naturaleza virgen algo más que las ruinas de antiguos pueblos abandonados y las tumbas de los viejos que murieron con ellos?

Se diría que si hay que proteger la naturaleza es para que puedan disfrutarla los caballos, los franceses y algún que otro excursionista ocasional. Que hay que renunciar a las eólicas para satisfacer el nacionalismo equino de los que llevan siglos habitando esas montañas y los sueños del gabacho écolo que busca una vida más auténtica alejado de las prisas y las suciedades de una civilización hipertecnificada. 

A Sorogoyen se le hizo largo el discurso y quizá hasta la película, precisamente porque no le bastaba con decir que energía eólica sí, pero no así. Y porque cualquier intento de simplificar o reducir esa trágica historia a un eslogan como este, a una huida hacia la nada como esta, la empobrecería hasta el punto de convertirla en una parodia moralista.  

Hay en la película un arco trágico que va de la reducción de los caballos en la primera escena a la reducción del francés en la que podría ser la última. Pero que no lo es porque incluso aquí tiene que hacerse justicia. Porque sería insoportable dejar un mundo de muerte, molinos eólicos y pueblos abandonados.

Y por eso es tan tentador limitarse a decir que "energía eólica sí, pero no así" y dejarnos un pueblo reconciliado tras la tragedia, ya sin molinos y sin asesinos, y poblado por nuevo o quince ovejas y dos o tres mujeres víctimas, solas y tranquilas que quizás se ayuden y quizás sólo se dejen en paz. 

Es la tentación de la justicia climática y de la sororidad de Sorogoyen, que nos hace insoportable una tragedia que nos recuerda que nunca hemos necesitado de las grandes eléctricas para comportarnos como as bestas. Y que, forzados a elegir entre la humanidad y la naturaleza, nos obliga, en justa conciencia, a ponernos del lado de los caballos. 

Todo lo que yo sé de Galicia lo aprendí jugando a la brisca en una de esas aldeas de la película, con cuatro casas, dos viejas y una oscura casita que hacía las veces de taberna. En ese juego, las cartas que no valían nada eran "palla para o cabalo".

Quién nos iba a decir que, sólo unos años después, ya nada valdría tanto como esa paja para esos caballos.


9.2.23

De cómo la IA salvará la educación

Es imperativo recuperar el optimismo tecnológico. Aunque solo sea para protegernos de todos esos presuntos reformistas que usan la más mínima excusa, la más mínima novedad tecnológica, para tirar el niño de la educación con el agua del “viejo modelo educativo”.

Para prevenirnos contra esos gurús de la educación que aseguran que un mes de Chatbot ha acabado con el sistema educativo de los últimos 200 años. Cuando la verdad es que el modelo educativo de los últimos 200 años no tiene más que dos o tres reformas educativas. Y cuando es por lo tanto muy probable que lo que quede tras esta nueva revolución educativa sea algo muy parecido a lo que se hacía antes y que, en realidad, se sigue haciendo todavía en las aulas.

No es sorprendente pero sí que es auténticamente digna de estudio la prisa de tantos expertos en hacer borrón y cuenta nueva con los fundamentos de nuestra civilización. La inteligencia artificial, o mejor dicho, el jueguecito del Chatbot, no ha hecho para la educación mucho más de lo que ya hicieron en su época la enciclopedia Encarta, Google o Wikipedia. Simplemente, ha facilitado y democratizado enormemente el procedimiento de copy-paste en el que se basan muchísimas de las tareas educativas y, especialmente, evaluativas.

Creer que esto supone el fin de un modelo educativo, es no entender ni el sistema educativo ni el sentido de la copia.

Así que no deberían excederse en su optimismo nuestro reformistas. Hace muchos años de los profesores saben que los alumnos copian y no por eso han dejado de encargar presuntas investigaciones como deberes. Lo habrán hecho, imagino, con la voluntad de que aprendan a copiar, de que aprendan a buscar, de que aprendan a encontrar las fuentes más adecuadas a las distintas tareas. 

Y con la esperanza, imagino, de que algo quede tras la copia. Alguna competencia, como las llaman ahora, y algo con lo que trabajar. Que aprendan a copiar más y mejor, incluso. Es decir, a copiar menos y a pensar más.

En todo este proceso, el Chatbot, la Inteligencia Artificial, no son mucho más que una nueva fuente de vieja información. 

Si el gran cambio revolucionario en la evaluación y en la educación supone simplemente la vuelta de los exámenes presenciales y a las preguntas de razonamiento, lo único que podemos decir es que esta es solo la enésima decepción revolucionaria. Y que lo que tiene de bueno, a diferencia de tantas otras, es que esta almenos es una decepción fértil, que posibilita e incluso incentiva la vuelta a una educación en un sentido más pleno. 

Quizás sirva el miedo a esta nueva tecnología, por ejemplo, para empezar a revertir el entusiasmo con el que se han llenado nuestras clases de ordenadores y tablets y adolescentes que dedican sus horas lectivas a jugar al parxís online como si fuesen jubilados en alguna distopía venidera. Inspirada, seguramente, en el curiosísimo caso de Benjamin Button.

Todo el discurso y la discusión sobre la nueva educación podría servir, por ejemplo, para recuperar el valor de la atención y no sólo para menospreciar el conocimiento. Porque en competencia laboral e intelectual con las IA parece claro que lo que tocaría es reforzar todo aquello que nos diferencia de las máquinas, y no lo que nos condena a ser sustituidos por ellas. 

Por eso, y en contra de lo que parecen pretender tan a menudo los gurús de la nueva educación por proyectos y competencias, ahora no puedes tratarse todo de hacer menos de lo que hacen las máquinas sino de hacer más. 

Todo trabajo, toda tarea, tiene que empezar ahora más allá de la IA. Cada vez tendrá menos mérito del ser capaz de encontrar la información y ordenarla y hacerla presentable y cada vez tendrá más el ser capaz de saber qué hacer con ella. Todo ejercicio empezará donde muchos acaban ahora y se centrará en la comprensión de la información disponible y en la reflexión propia. En ser capaces de saber lo que saben las IA y de pensar lo que sólo puede pensar cada uno por sí mismo.

2.2.23

La cínica contrarreforma del 'sí es sí'

La convicción general de que este es un Gobierno débil es la mayor fortaleza del PSOE. Es la perfecta excusa que le permite gobernar sin asumir la responsabilidad que le corresponde y mantener viva la esperanza de que cualquier alternativa sería peor. Para sus socios, que nada temen más que las futuras e inevitables elecciones. Y para el conjunto de la España centrada, que a nada teme más que a Vox.

Esto es algo que se ve especialmente bien ahora que el PSOE ha empezado una (pre)campaña contra Irene Montero y ha dado permiso a sus plumillas para criticar la hasta la fecha quizás imperfecta, como todos, pero "muy necesaria" ley del 'sí es sí'.

Con esta campaña de condescendiente distanciamiento hacia Irene Montero y los suyos, el PSOE demuestra que no sólo necesita a Podemos para gobernar, sino para legitimarse como partido de ordem e progresso.

Porque si algo nos han enseñado estos años de discurso desde y sobre el populismo es que ya no hay poder ni sistema que pueda legitimarse sin integrar a sus "deplorables". Es algo que sabe bien el PSOE y que tendrá que aprender, más pronto que tarde, con sarna o con gusto, el PP de Feijóo.

Con esta campaña, el PSOE pretende aprovechar el dogmatismo ideológico y adolescente de Podemos, y particularmente de Irene Montero, para exculparse de cualquier responsabilidad sobre una de las mayores y más peligrosas chapuzas que nos haya ofrendado la democracia española. Pero aunque ella sea quien con mayor desfachatez la siga defendiendo, esta ley no es obra exclusiva ni principal de Irene Montero.

Esta es una ley del Gobierno de España. Es decir, de la coalición en su conjunto y de todos y cada uno de sus miembros.

Y todavía diría más. Esta ley es una ley española. Y aprobada, por tanto, en el Congreso. Y responsabilidad, por tanto, de todos aquellos que votaron a su favor o se abstuvieron (como la CUP).

Y el intento del PSOE de presentarse ahora como el corrector de este desaguisado, como el adulto en la habitación, es de un sonrojante cinismo. Porque no oculta, sino que evidencia, la gravísima responsabilidad que tiene como partido y como Gobierno, por haber aprobado y defendido esta ley en el Consejo de Ministros, en el Parlamento y en el debate público.

Todas y cada una de esas revisiones de condena, y todas y cada una de las posibles reincidencias que se den gracias a esta ley, son también, y principalmente, responsabilidad suya.

Culpa suya, por no haber actuado entonces, cuando tocaba, con la sensatez de la que presumen ahora, cuando les conviene.

Era entonces cuando ellos podrían haber escuchado a los expertos y a los intelectuales, al menos a los afines. E incluso pensar por sí mismos y prever, que no adivinar, los terribles efectos negativos que tendría la reforma.

Que pretendan hacer creer ahora, como llevan haciendo toda la legislatura, que estas leyes, estos errores, se explican por la debilidad del Gobierno pone sobre la mesa otro hecho quizás más cínico. Y seguro que mucho más grave.

Y es que el PSOE necesita que Podemos se equivoque para presentarse como el contrarreformismo sensato que España necesita.

Y que se plantee ahora la contrarreforma (y que haya conseguido que Podemos la haya aceptado siempre que no se toque el consentimiento) es un gran logro de la propaganda.

El consentimiento siempre estará allí porque siempre estuvo. Porque lo estaba antes de la reforma y porque el 'sí es sí' no era más que un lema de campaña.

Por eso el PSOE puede hacer con esta contrarreforma lo mismo que hizo con la del mercado laboral. Puede hacer ver que todo cambia para dejarlo todo igual. O, mejor dicho, sólo un poquito peor que antes.

Y por eso Podemos tendrá que tragar. Y limitarse a insistir en que no puede tocarse lo que no podría tocarse para no tener que aparecer antes de tiempo ante su menguante masa popular como una pandilla de niñatos soberbios indiferentes a la suerte de las mujeres.

Lo que evidencia esta campaña contrarreformista es que el PSOE ha estado calculando con las agresiones sexuales, como con las mascarillas en el transporte público, el cuándo y el cómo convenía más a sus intereses electorales salir en defensa de la cordura.

Y ahora pretende vender como logro y solución de problemas ajenos lo que es únicamente cálculo cínico y partidista para sacar rédito de sus propias y gravísimas responsabilidades.

Es bonito ver cómo políticos y opinólogos se suman ahora a la crítica a esta vergonzosa ley. Pero no deberíamos olvidar nunca que nadie está más equivocado que quien sólo tiene razón cuando toca.