La separación de poderes es una fricción de poderes. Y eso debe valer también para el cuarto poder respecto a todos los otros. Si es que el cuarto también quiere ser efectivamente un poder y no, digamos, un servir. Por eso es tan normal que el periodista critique o vacile al político como que el político vacile o critique (y digo critique y no censure, que nos conocemos) al periodista. Pero hombre, hay ocasiones y hay formas y no está el horno ni está el gobierno como para ponerse gallito con la prensa. Y todavía menos con la europea.
Por eso se equivocó Illa cuando respondió con orgullo de padre a lo que debía responder con inteligencia de gobernante. El periodista holandés había presumido de que en su país había un "desconfinamiento inteligente", como queriendo decir, y le había preguntado al ministro si nunca habían pensado que este modelo podía funcionar para España. Lo que le preguntaba era, básicamente, que por qué no tratan a sus ciudadanos (aunque en demócrata debería decirse conciudadanos, ¿verdad?) como adultos. Y el ministro respondió que sus ciudadanos son los más guapos y los más listos de la clase y que tanto el virus como los mejores profesores europeos les tienen manía. El periodista fue paternalista con el ministro y el ministro lo fue con nosotros y así nos vemos reducidos a pre-adolescentes que lo hacen todo muy bien pero que a las once tienen que estar en casa porque la noche es oscura y alberga horrores.
Somos eternos adolescentes como los de aquella serie de antaño, que ahora da título a la presenta columna y a la presente fase de la nueva excepcionalidad. A las once en casa porque a los adolescentes se les presupone la rebeldía y las ganas de saltarse las normas un poco porque sí y un poco porqué ¿por qué no?. Y se refuerza así el deber de protección y se justifica por lo tanto el liberticidio, que es siempre y como siempre por nuestro bien. A las once en casa porque la libertad del adolescente es siempre, como la nuestra, una libertad condicional. En el adolescente se presupone el confinamiento, entre el colegio y el hogar y las actividades extraescolares y todo lo demás está condicionado a su buen comportamiento. A las once en casa porque aquí ya se presupone el paternalismo de estado. Se presupone que nuestros derechos son un regalo del gobierno y no una protección frente al Estado. A las once en casa porque el arresto es la norma y la libertad es la excepción.
Lo que quería decir el periodista holandés es que en los países libres, donde se trata a los ciudadanos como adultos, se presupone la libertad y la responsabilidad de los ciudadanos y no se anuncian las horas en las que pueden salir sinó las horas y los motivos en las que no (si las hubiese). En los países libres hasta las ruedas de prensa del gobierno son más cortas, porque como nos enseñan los 10 mandamientos, que son solo 10, es más corto anunciar lo que está prohibido que lo que está permitido, precisamente porque la mayoría de las cosas están permitidas y sólo unas pocas, prohibidas. Y en nuestro alarmante estado, en cambio, está prohibido todo salvo lo que diga la prensa que quería decir el gobierno. O, mejor dicho; todo está prohibido menos lo que al momento decida el urbano que te toque en suerte.
Así nos tratan en casa y así presumen de nosotros con los de fuera, con un cariño ejemplarmente paternal. Y no debería ofenderse tanto el ministro Illa, porque si todo lo que este gobierno espera de Europa es que le perdonen los pecados, que le den la paguita y que les salve del peligro del populismo ajeno, lo que espera el gobierno es, exactamente, el paternalismo con el que lo tratan.
Publicado en TheObjective