Me gustó el discurso de una regidora de la Cup en Sant Cugat. Le habían pedido, creo que los de C’s pero no se veía en el vídeo, que condenase la violencia que se ha vivido estos días en Barcelona. Y ella se tomó en serio el reto y se puso muy seria, casi técnica, a definir qué es violencia y a distinguirla de los altercados para justificar su previsible negativa a condenar nada.
Acabó donde empezó, en ese lugar en el que la violencia no se condena cuando es propia. Pero en el camino dejó al menos claro que ella y, cabe suponer, su partido, entienden que la violencia sólo es tal cuando se ejerce contra humanos y que lo demás son "altercados". Y entendemos también por qué se apresuró a señalar que violencia es lo de los neonazis (por qué, por cierto, se les llamará neo, si son el de siempre) que cruzaron Barcelona con bates y machetes para proteger los contenedores de la quema. Esa violencia que nadie pide que se condene porque se da por condenada, y que sólo se recuerda para atribuírsela a alguien o para relativizar la propia. Nosotros quemamos contenedores, pero es que vosotros salís a matar.
Lo que tiene de novedoso o de interesante esta aclaración es que explica por qué un partido que constantmente y con gran descaro justifica tanto la violencia como los altercados de los suyos es tan estricto al condenar casi cualquier cosa o decisión que no le guste como "violencia sistémica". Porque, como en esa magnífica escena de Los caballeros de la mesa cuadrada, la violencia del sistema es contra las personas, no contra los contenedores.
Pero lo que nos enseñan Los caballeros de la mesa cuadrada es que el sistema sólo es violento de forma interpuesta o, mejor dicho, metafórica. Que lo que define la violencia no es, como pretende la cupera en cuestión, contra qué se ejerce sino quién la ejerce. Y quien ejerce violencia es siempre un hombre en nombre de una idea y que la ejerce siempre con un fin; el de lograr la obediencia que no puede lograr por falta de poder (de convicción). Es casi pornográfico ver escenas tan típicas y que se repetían ayer mismo en las que el mismo que cierra por dentro la universidad se abre a dialogar con aquellos a quienes impide el paso. El diálogo es ficticio y él lo sabe mejor que nadie, pero el gesto se repite constantemente porque mientras finge explicar, mientras finge que intenta ilustrar y convencer, el violento revolucionario se va convenciendo de los poderosos e inocentes que son él y su causa.