Estaba Jaume Asens en un debate, explicando muy pedagógico que el Estado español está compuesto de distintas naciones y que Cataluña es una de ellas, cuando Arrimadas le preguntó si Andalucía también. Asens concedió y Arrimadas repreguntó: ¿Y Murcia? Murcia no. Yo pensaba que algún murciano se ofendería, pero no dio tiempo. En seguida se dio cuenta Asens de que él no era nadie para hablar en nombre de los murcianos y quiso dejar muy claro que aunque Murcia no sea una nación todavía, puede serlo si así lo desea. No tuvo tiempo ni interés en explicar cómo pero no hacía falta. Porque por mucho que se burlen de ella C’s y el PP, en esto de las identidades la izquierda tiene una posición bastante coherente.
Para la izquierda las identidades se construyen sobre la voluntad y si eso sirve para las identidades de género o de raza, con más razón todavía tiene que servir para las identidades nacionales. En este sentido entiende todo el mundo que una nación es siempre un nacionalismo; un proceso siempre en marcha y por lo tanto sin fin. Lo difícil en estos tiempos es, en realidad, sostener lo contrario. Lo difícil es encontrar pruebas objetivas de la identidad, sostener un esencialismo determinado por Dios, por la naturaleza, por alguno de esos politólogos de moda o por una historia cerrada ya y de una vez por todas. Por eso es normal que nuestros liberales confundan de forma deliberada el Estado con la nación o se nieguen en rotundo a hablar de identidades aún cuando en una elección a ciegas todo el mundo prefiere que en el airbnb de al lado se le instale una familia de suecos antes que una de napolitanos.