16.3.22

Están locos, estos rusos

Si a Vladímir Putin le gusta tanto amenazarnos con una guerra, incluso mundial, incluso nuclear, es un poco por aquello de Montaigne y su amigote: porque él es él y porque nosotros somos nosotros. 

Nosotros somos gente a quien es fácil acojonar con una guerra. Somos la encarnación de aquel último hombre del que hablaba Nietzsche, que valora la comodidad por encima de todas las cosas, que pervierte y rebaja el valor y el sentido de sus palabras más graves para no asustarse demasiado, que toma una pastillita antes de ir a la cama para dormir tranquilo, y que se concibe a sí mismo, por la cuenta que le trae, como epígono de la historia, sin nada grande que hacer ni construir. 

Putin, en cambio, es un dictador ruso. Y eso, según cuentan, parecen ser dos cosas muy bestias. Esa es al menos la impresión que dejan unas lecturas seguro que un poco superficiales de Dostoievski, Tolstoi y demás. Y más todavía esas rusas de Killing Eve, o ese mundo loco y violento de The Great (huzzah! por la serie, por cierto), o esa escena tan magnífica de El ala oeste de la Casa Blanca, cuando el presidente Bartlet le pregunta a la embajadora rusa de dónde sacan the nerve ("el morro") y ella responde: "De un largo y frío invierno".