12.11.19

Matar a una universidad

Por suerte y por desgracia, este tipo de protestas universitarias no son nuevas. Hace aƱos protestaban igual contra el plan Bologna y despuĆ©s por el 15M y siempre con la privatizaciĆ³n de la universidad como excusa. Se dirĆ­a, en fin, que son los mismos revolucionarios con (no tan) distintas pancartas. Lo novedoso en CataluƱa es la dimisiĆ³n del poder; de los dirigentes y de la “intelligentsia” de la derecha nacionalista, presuntamente liberal. Antes un Convergente de bien tenĆ­a que estar en contra de la violencia en los campus y a favor del derecho de los estudiantes a ir a clase. Pero ya no. Ahora una candidata BorrĆ”s tiene que confundir el derecho a huelga con el derecho a okupar la Universidad y a impedir a los estudiantes ejercer sus derechos y a los profesores sus deberes. Porque lo de antes era en su contra y lo de ahora es a favor de su procĆ©s y en defensa de sus presos. No es que hayan perdido la autoridad moral para llamar al orden, es que ya no saben a quĆ© orden llamar. No tienen alternativa a la protesta. Y sus discĆ­pulos tampoco.

AsĆ­ se entiende que unos encierros en contra del encarcelamiento de sus lĆ­deres acabasen, con Ć©xito, cuando se les concediĆ³ la evaluaciĆ³n Ćŗnica. Los lĆ­deres siguen en prisiĆ³n pero ellos pueden seguir protestando sin arriesgar el curso. Los jĆ³venes revolucionarios y sus gobernantes defienden ya exactamente lo mismo y tan poco: el derecho a la pataleta indefinida.

Pero peor son siempre esas otras negociaciones simuladas entre los estudiantes que cierran la universidad y los que se quedan fuera. Porque sĆ³lo sirven para legitimar la violencia. El estudiante expulsado no es interlocutor sino simple reclamo para los medios que acuden a la llamada de la violencia. La discusiĆ³n en condiciones de igualdad es imposible porque hay uno que puede silenciar y silencia de hecho al saberse inmune a cualquier argumento que se le puede presentar. Le digan lo que le digan, la barricada seguirĆ” en pie. La decisiĆ³n ya estĆ” tomada y Ć©l mismo no podrĆ­a cambiarla aunque se dejase convencer. Es un mero funcionario de la revoluciĆ³n y se encuentra, como ese Orwell matador de elefantes, con que lo primero que ha destruido al tomar la Universidad es su propia libertad. El diĆ”logo que finge es un intento de olvidar su condiciĆ³n, y por no debemos regalarle una sola palabra.

En estas situaciones, cualquier apariencia de conversaciĆ³n es una perversiĆ³n del diĆ”logo y, con Ć©l, de la propia instituciĆ³n universitaria. Porque la palabra se devalĆŗa al ponerla al servicio de la confrontaciĆ³n y al convertir toda conversaciĆ³n en un debate, con unos ganadores y unos perdedores (que ya estĆ”n, encima, decididos de antemano). Quien se encierra en la universidad estĆ” convencido de que el diĆ”logo es imposible y que toda aparente bĆŗsqueda de la verdad es en realidad bĆŗsqueda del poder y de la dominaciĆ³n. Que la sociedad es lucha por el poder y las palabras un arma mĆ”s. Si el revolucionario se cree legitimado para usar la violencia es porque la da por supuesta y porque cree que Ć©l sĆ³lo la hace explĆ­cita, en protesta contra la hipocresĆ­a del sistema y en legĆ­tima defensa.

Esta es su convicciĆ³n fundamental, pero no sĆ³lo la suya. Si vemos tantas dificultades en combatirla es porque este es un discurso cada vez mĆ”s generalizado en nuestras democracias en la era a la que venimos llamando de la posverdad. Los estudiantes nos demuestran que en este mundo puede haber debates y puede haber democracia, pero no puede haber diĆ”logo y no puede, por lo tanto, haber Universidad propiamente dicha. Porque la vida universitaria es una vida centrada en la bĆŗsqueda y la transmisiĆ³n de la verdad mediante la palabra, el diĆ”logo, mientras que el debate sĆ³lo es la bĆŗsqueda del poder mediante la palabra.

La indefensiĆ³n de la Universidad frente a estos argumentos contra la verdad, en parte por ser tan suyos, se ve reforzada por la convicciĆ³n, tan democrĆ”tica, de que la Universidad tiene que ser para todos. Pero lo que demuestran estos dĆ­as es precisamente que la Universidad sĆ³lo es tal cuando es una sociedad cerrada para quienes pretenden dedicar unos cuantos aƱos de su vida a la bĆŗsqueda sistemĆ”tica de la verdad. Los demĆ”s tienen sitios mejores y mĆ”s Ćŗtiles para perseguir sus fines, pero estos sĆ³lo tienen la Universidad. Para seguir siendo digna de su nombre, la Universidad debe ser una instituciĆ³n militante. Que expulse sin complejos a quienes impiden su correcto funcionamiento y defienda su carĆ”cter exclusivo y elitista en el mĆ”s democrĆ”tico de los sentidos. SĆ³lo asĆ­ puede cumplir con su funciĆ³n social en una Ć©poca en la que parece mĆ”s urgente que nunca. Al fin, incluso el antisistema merece un sistema que funcione y se defienda.

Publicado en ExpansiĆ³n