7.4.20

No tienen perdón

Son tan constantes las mentiras y tan grande la incapacidad del gobierno, y son tan bestias e inhumanas sus consecuencias, que la crítica civilizada ya no es heroica sino, probablemente, imposible.
¿Cómo se critica a una Generalitat que recomienda sacar a los abuelos de las residencias porque dónde estarán ellos mejor que en casa y con sus familias? ¿O a un Gobierno que dice que las mascarillas no sirven porque no tiene suficientes? ¿O que presume de haber conseguido que bajen los contagios cuando nunca hemos tenido tests suficientes ni la más remota idea del número de contagiados reales habidos o por haber? ¿Cómo se critica a una gente que decía que el virus no entiende de fronteras pero aseguraba que no se contagiaba entre locales porque no se atrevía a cancelar su fiesta del 8M? ¿O que aprovecha la retórica belicista de la guerra contra el virus para silenciar las preguntas incómodas, censurar las críticas y espiar a los ciudadanos? 
¿Cómo vas a preguntarle a esta gente por qué seguimos encerrados a la fuerza y hasta cuándo debemos seguir así y qué tiene que pasar para que salgamos y qué piensan hacer para que no estemos así otra vez en Octubre? ¿Cómo vas a fiscalizar a un gobierno que es inmune a la crítica porque es inmune a la verdad? ¿Qué explicación puedes exigirle a una gente que a toda auténtica pregunta responde manzanas traigo y en Nueva York también muere gente? ¿Cómo vas a criticarlos siquiera cuando toda su defensa son los recortes del PP, las maldades del capitalismo y los bulos en las redes? Es, simplemente, imposible. 
Por eso empezaron apelando a la unidad patriótica y a la lealtad con el gobierno y por eso, y en un giro imprevisible de los acontecimientos, han acabado apelando a la lucha contra los bulos y las fake news. Porque al menos así estos mendaces con vocación de caudillos tienen al fin un enemigo al que creen poder vencer; la libertad de expresión de quienes osan criticar su magnífica gestión, que parece ser que ha logrado convertirnos ya en el país del mundo con mayor número de muertos por millón de habitantes. Pero su verdadero enemigo no son los bulos. Ni siquiera el virus. Su verdadero enemigo es ahora, como ha sido siempre, esa puta realidad que se resiste a plegarse a sus intereses y prejuicios cuando más lo necesitan. 
Estos mismos mentirosos son los que nos vienen a recordar ahora que la posverdad es un peligro pera la democracia. Y al menos en esto tienen razón. Porque cada vez que ellos fingen dar una respuesta y que nosotros fingimos creérnosla (¿Por miedo? ¿Por lealtad? ¿Por patriotismo?), cada vez que asumimos que hay algo noble en su mentira, que hay algún bien superior que su silencio esta pretendiendo preservar y que la verdad pondría en riesgo, asumimos como propias sus razones y su bullshit y renunciamos, por la tanto, a la mismísima posibilidad de la crítica razonable. 
Eso es lo que nunca debemos perdonarles a estos mentirosos compulsivos: que con sus mentiras y sus silencios, incluso más que con sus amenazas, pretenden que no se les pueda criticar por lo que hacen o por dicen (que podría ser nefasto o ser mentira) sino por lo que pretenden conseguir (que sólo puede ser bueno, y quién se atrevería a pensar lo contrario). Lo que nunca podremos perdonarles es, en definitiva, que en esta situación la única crítica posible, justa y equilibrada, sea el insulto.