Son los mismos. Los mismos que en nombre del pueblo llevaban años menospreciando el conocimiento de los técnicos y los expertos, quienes ahora se esconden tras ellos para intentar exculpar su insoportable, ya entiendo que insoportable, responsabilidad. Algunos lo celebrarán como un progreso. Por fin la política escuchará a los expertos y la razón científica guiará nuestras decisiones. Yo no diría tanto.
Yo más bien diría que ahora como antes hay expertos y expertos porque hay verdades y verdades. Y que así hay, por ejemplo, médicos y médicos y economistas y economistas. Los médicos les gustan más si son de la pública que si son de la privada y les gustan más ahora, que sólo curan, que antes, cuando eran abstractos representantes de una medicina moderna, tecnificada y deshumanizada. Entonces pudieron flirtear con la medicina tradicional china y con los antivacunas porque expertos hay muchos, todos dicen cosas distintas y porque por mucho que les pese a las farmacéuticas hay una abuela en un pueblo de Sichuan que tiene 114 años y fuma dos paquetes de Ducados al día. Ahora pueden seguir ignorando a los economistas porque si metes a dos economistas en una habitación tienes dos opiniones distintas excepto si uno de ellos es Lord Keynes, decía Churchill, porque entonces tienes tres. Quizás por eso sea tan socorrido citar a Keynes. Y por eso les gustan tanto las doctrinas económicas de Los hermanos Garzones, tan parecidas a las de esos niños que cuando no tienes dinero te mandan al cajero a sacar unos billetes pero, evidentemente, tan distintas y sofisticadas porque lo que dicen es que si no tienes dinero te mandan al Estado a que te imprima unas monedas. Estas son las verdades que les gustan porque limpian, fijan y dan esplendor a su ideología y porque acusan, reprenden y sentencian a quienes pagan menos de los que querríamos, a quienes suman, restan, cuentan y recortan; en resumen, a la derecha, al mal y al capital. Aman a los economistas cuando nos prometen dinero y los odian cuando recomiendan contención, porque ya dijo San Agustín que los hombres "aman la verdad cuando brilla e ilumina; la odian cuando les gira la espalda, los acusa y reprende".
Y es que tampoco se podía saber, aunque lo escribiese Platón unos 2400 años antes del 8M, que los más reales de nuestros demócratas elegirían entre expertos como los niños eligen entre el cocinero que reparte pasteles y el médico que impone dietas o exige mascarillas y respiradores. El resultado de semejante liderazgo, como suele decirse, le sorprenderá.
Publicado en TheObjective