Parecen siempre demasiados, pero en realidad han sido pocos quienes se han atrevido a insinuar que esta pandemia es nuestra Némesis. Que el virus representa alguna forma de justicia divina o poética como la representa para tantos, por ejemplo, el cambio climático. La diosa Gaya se venga de nosotros soplando como los tres cerditos y mandándonos virus como haría la mismísima diosa Némesis, esa implacable agente de la justicia que castigaba la Hubris dando su merecido a los arrogantes que osaban desafiar a los dioses. Pero aunque el hombre sensato no haga literatura en los periódicos ni sea ya capaz de ver dioses en los virus, creo que es todavía capaz de ver en la situación política actual la hubris (los insolentes prejuicios, la ignorancia, la mendacidad y el narcisismo) propios de nuestra sociedad y de sus dirigentes.
Hubris es, por ejemplo, y como escribía en estas mismas páginas Javier Borrás Arumí, el creer que lo que les pasa a los chinos no nos puede pasar a nosotros, porque somos nosotros. Y hubris parece, aunque quizás sea justo su contrario, el ver como se cierra Wuhan y como se cierran la Lombardía y el Véneto y negarse a cerrar Madrid o Cataluña porque España es una y no cincuenta y una. Porque cuando el Presidente dice que el virus no conoce fronteras está usando el patriotismo como último refugio y tratando a los ciudadanos de idiotas. Como es hubris creer y repetir que vamos a vencer al virus como se vence a un enemigo en el campo de batalla, juntitos y sin rechistar porque criticar al gobierno es dar munición al enemigo. Como si nos hubiesemos creído de verdad que el virus tiene twitter y sentido de la justicia (con perspectiva de género, evidentemente).
Y será hubris, pero es comprensible. Como decía Schmitt, el "protego ergo obligo" es "el cogito ergo sum" del Estado moderno y es por eso que nuestra actual impotencia para "vencer al virus" nos demuestra algo fundamental. Que el miedo es el primer motor de la obediencia. Y que por eso justo ahora nos descubrimos mucho más obedientes de lo que presumimos. Todos hemos visto, es cierto, dos o tres vídeos de un borracho que tosía encima de la gente y de otro tipo alegre paseando un peluche y ayer mismo el de otro disfrazado de dinousario. Pero los vemos haciendo el tonto solos, en calles vacías de ciudades fantasmas. Como actores de segunda en un escenario postapocalíptico. Mediterráneo y graciosete, pero postapocalíptico. Y los vemos desde el sofá porque los demás estamos encerrados en casa. Encerrados con nuestra novia y con el termómetro y los libros y con la creciente certeza y el miedo de ser uno de esos millones de infectados asintomáticos de los que hablan las estadísticas. De los que no mueren pero matan. Y sin saberlo. Encima, sin saberlo.
Porque lo decía un virólogo y habrá que hacerle caso: ya no se trata de protegerse de los demás asumiendo que estamos sanos, sino de asumir que estamos infectados y que debemos proteger a los demás. El miedo que se extiende aquí entre los civiles no es el de las guerras tradicionales que el gobierno dice estar luchando. El miedo que aquí se extiende no es tanto el miedo a morir como el miedo a matar. Y a matar, sin quererlo ni saberlo, no al enemigo sino a nuestros más allegados. Justamente a quienes más querríamos proteger. Con cada nuevo día y cada nueva víctima se refuerza el sentimiento de culpabilidad por el simple hecho de estar vivo y de haber bajado a comprar el pan sin saber a cuántos habremos infectado, a cuantos habremos matado por el camino.
Uno esperaría que una situación tan grave como esta sirviese al menos para acabar con estos discursos vacíos, con todo este bullshit que ha ido extendiendo el podemismo y que cuando debía llamar al confinamiento todavía animaba a las mujeres a ir al 8M "porque les va la vida”. Debería acabar con estos discursos y con estas irresponsabilidades aunque sólo fuese por la vergüenza torera de confrontarlos al fin con la realidad. Pero qué va. Estamos en guerra, nosotros somos el peligro y ellos nunca podrán ofrecernos una heroicidad tan barata como la de quedarnos en casa quietecitos. Este confinamiento es sólo un indicio de lo que pueden llegar a hacer con nuestro miedo.
Publicado en TheObjective