30.12.22

La ley trans o salvar a los niños de sus retrógrados padres

Esta no será una segunda ley del sí es sí.

Esta ley no es un error evidente, avisado, de consecuencias nefastas, previstas y previsibles, que acabará teniendo aunque sea lo sea mínimo coste político para sus autores y que deberá finalmente enmendarse para volver a la senda de la cordura.

Aquí no hay vuelta posible.

Porque todos los defectos morales y procedimentales que podamos encontrar esta ley son perfectamente excusables. Porque una ley que, como dicen, amplía derechos y libertades es una ley que por definición no puede estar equivocada. 

No puede estarlo porque sus intenciones y sus pretensiones no pueden ser explicitados ni cuantificadas ni pueden por lo tanto sus resultados compararse con la realidad. No puede estarlo, además, porque todos los efectos negativos de la ley recaen sobre los propios transexuales y su libre voluntad. Todo posible arrepentimiento, por ejemplo, sería culpa de sus propias decisiones o en el peor de los casos de la retrógrada influencia de su familia o de su entorno social.

Es una ley que, por eso, se parece mucho a la ley de la eutanasia, tanto en la bondad de sus intenciones como en el relativo horror de sus consecuencias. También la ley de la eutanasia es un éxito indudable si nos fijamos en la alegría con la que sube el número de solicitantes. Y sólo para algunas viejas conciencias cristianas parece ser un espantoso fracaso cuando normaliza la eutanasia de adolescentes deprimidos o de viejos que no quieren ser una carga o de pobres que no quieren morir pero a los que es mejor y por dignidad no seguir compadeciendo con limosnas.

La ley trans tampoco permite el error, y por el mismo motivo. Porque es una ley basada en el rechazo explícito a cualquier árbitro fundamental. Es una ley sin metafísica, sin ciencia y sin consenso.

Sin metafísica por ser una ley que pretende superar, dejar atrás para siempre, los viejos prejuicios religiosos. Sin ciencia, porque se justifica por un dualismo que, fuese cristiano o cartesiano, es simplemente injustificable para el cientifismo moderno. Y sin más consenso social que el que la convicción del dogmático impone sobre la duda razonable del cobarde. 

Su único fundamento es la voluntad del legislador que funda derecho y su única justificación es la voluntad del menor que funda realidad. Pero con ello olvida y a conciencia que estas dos voluntades no son fácilmente compatibles. 

Es algo que vemos constantemente en todos y cada uno de los debates que nos plantea el feminismo gubernamental, donde la libre voluntad de la mujer es ley o es mera palabrería según coincida en cada momento con las convicciones ideológicas o los intereses propagandísticos del Gobierno.

También esta ley, como la ley de la eutanasia, tendrá sus excesos. También aquí veremos transicionar a jóvenes dubitativos o a adolescentes acomplejados por su cuerpo y por su entorno. Pero tampoco aquí sabremos cómo ponerle freno legal porque simplemente no sabemos qué fundamento oponer a la libre voluntad de los individuos.

Por eso, dejar a los menores a merced de su libre voluntad es tanto como dejarlos a merced de las modas ideológicas y del poder político, que las dicta o la sigue, según el poder y el momento, pero que es siempre incapaz de resistirse a ella por presunta virtud democrática.

Hasta las Derry Girls saben que ningún adolescente quiere ser auténtico en solitario. Y que es por eso por lo que el fenómeno del contagio trans no es muy distinto al de la moda skater o del juego del diábolo que nos asaltaron en mi juventud, pero es mucho más trágico porque no puede abandonarse en un altillo y porque sus consecuencias son para toda la vida.

La función del adulto, del padre, que esta ley no sólo desprecia sino que penaliza, es la de frenar la libre voluntad del hijo. Echarle un pulso a la pandilla, a la sociedad y las peores de las veces incluso al Gobierno, en defensa del interés a largo plazo del menor. Todo intento de proteger a los niños de sus retrógrados padres los acaba dejando solos frente al enorme poder del Gobierno de turno o de los vaivenes ideológicos de las modas sociales.


22.12.22

Rufián no los dejará tirados, porque no puede

Es sabido que nada le gusta más al independentismo que tener razón. Que más que el poder o la libertad o la inmersión lingüística, lo que de verdad le pone es “cargarse de razones”. Y es normal, por lo tanto, que su primera y unitaria reacción a la crisis actual haya sido salir en tromba a decir que nos habían avisado.

Con ese extraño paternalismo del derrotado que ya habíamos visto en otros movimientos moralmente superiores a sus carceleros, como el feminismo y el black lives matter, donde se presume que si el hombre blanco es violento y opresor es porque el pobrecillo no ha aprendido todavía a relacionarse con sus sentimientos.

Os advertimos, dicen, que suspender la democracia en Cataluña tendría consecuencias y que los próximos en sufrirlas seríais vosotros. La diferencia, ha querido puntualizar Rufián, es que nosotros no os dejaremos tirados porque antes que independentistas somos demócratas.

En realidad, ni una cosa ni la otra. En realidad, ni tenían razón entonces ni la tienen ahora. Y se ahorrarían muchos ridículos muy peligrosos para todos si fuesen capaces de decirse la verdad y reconocer, de una vez por todas, y ahora en serio, que para hacer la independencia tenían que romper con la democracia española. Como reconocen sin rubor y con toda la razón del mundo cuando están contentos y crecidos que no es posible hacer una tortilla sin romper algún huevo.

Y por eso, en lugar de salir como perritos falderos del Gobierno, deberían haber salido en tromba pero al lado de Inés Arrimadas, a reivindicar su superioridad moral y a afearle a los socialistas catalanes y en particular a ese pobre hombre Zaragoza que el 6 y 7 de octubre hiciesen en el Parlamento catalán lo mismo que ahora critican en el Congreso de los Diputados. Sabiendo, además, que si ahora condenan como golpe de Estado lo que antes se hacían en nombre de la democracia es porque en realidad ni les interesa el Estado ni les interesa la democracia, sino que ya sólo les interesa el poder. 

Que la reacción del independentismo haya sido de apoyo incondicional al Gobierno y a sus planes demuestra hasta qué punto es preocupante la desaparición de un nacionalismo ideológicamente centrado que sirva de equilibrio parlamentario y por lo tanto, y aunque sea por defecto, a la estabilidad del Estado.

Que el nacionalismo sea ahora tan dependiente de Sánchez y de la izquierda española como Sánchez y la izquierda española lo son del independentismo deja al Parlamento, quizás por mucho tiempo, sin esa extraña geometría variable que modera por miedo o por necesidad los excesos del entusiasmo ideológico.

Especialmente cuando los únicos que tienen principios e ideología en el Gobierno y en la bancada correcta del Parlamento los tienen digamos que bolivarianos, enamorados de las crisis y convencidos de que cada una de ellas es la penúltima oportunidad para perpetuarse en el poder.

Si el independentismo no ha podido salir al lado de Arrimadas no es solo por ideología sino por necesidad. A la fuerza ahorcan y la democracia española necesita tener siempre un nacionalista al que la oposición pueda sobornar. Si Rufián puede salir ahora a presumir de demócrata es sólo porque es, literalmente, insobornable. Porque nadie puede ahora, todavía, y quizás nunca más, hacer cambiar de principios ni de alianzas al nacionalismo catalán.

La absoluta y perfecta coordinación del nacionalismo y el Gobierno es, además, el perfecto corolario a la mendacidad de Sánchez.

Sánchez y sus socios no pueden, ni por fuerza ni por conveniencia y ni siquiera por error, separar sus caminos, sus principios y sus ambiciones. Hasta el punto tragicómico de que si Sánchez sale a decir que no habrá nunca ni un referéndum ni una consulta ni nada parecido en Cataluña, Rufián y los suyos ni tienen que romper sus pactos y ententes ni tienen siquiera que responder. Pueden limitarse a sonreír.

Todo el mundo sabe que pueden seguir confiando en Sánchez porque Sánchez es un hombre sin palabra.

16.12.22

Quien bien te quiere te hará llorar

Hace unos días, en un encuentro con jóvenes estudiantes de periodismo, Ada Colau hizo llorar a una chica. La pobre le había preguntado si "la ropa más formal (que ahora lleva quien antes vestía con camisetas reivindicativas) refleja a lo mejor una moderación de ideas o una maduración política". "Entiendo la intención de la pregunta, respondió la alcaldesa, pero a mí me sabe mal que una mujer me pregunte sobre mi forma de vestir y no responderé. Me visto como me da la gana".

Después del acto, y pasado ya el disgusto, la chica quiso explicarse y aclarar que la pregunta estaba hecha con todo el respeto y con la más normal de las admiraciones. Pero es que no sólo es un grave error deontológico (tanto el primer llanto como el posterior lloriqueo), sino que era innecesario. Colau sabía perfectamente que la pregunta estaba hecha con la mejor de las intenciones y por eso se negó a responderla. 

Porque la pregunta era pertinente y porque la respuesta era evidente. Y es que sí. Que Colau ha cambiado de ropa y ha cambiado de ideología. O, mejor dicho, que Colau ha cambiado de ropa y ha empezado a vestirse como creen sus asesores que debe vestirse una pijaprogre barcelonesa, porque ha abandonado la ideología revolucionaria que la llevó al poder para abrazar el decadentismo socialdemócrata que la mantendrá en él.

Colau es, por mucho que le pese, por mucho que le moleste que se lo recuerden, una dirigente socialdemócrata más. Por eso conserva el puesto, por eso ostenta el poder de no responder las preguntas incómodas, y por eso tiene todavía y contra toda lógica aparente posibilidades de volver a ganarle unas elecciones a Trias y de perpetuarse en el cargo.

Si Colau no responde es porque la verdad duele y es más fea que sus antiguos disfraces. Pero es, sobre todo, porque la lucha del poderoso es evitar que se la recuerden.

Pero la pregunta estaba hecha desde ese ambiente periodístico que establecieron las fuerzas del cambio en el cual las discusiones interesantes ya no eran sobre impuestos, ni sistema de pensiones, ni política internacional, ni ninguna de esas marcianadas de señoros en corbata. Sino sobre las camisetas de Colau, la coleta de Iglesias, las zapatillas o babuchas de los demás revolucionarios y demás. Donde todo era político y debía ser politizado hasta que llegaron al poder y todo fue machismo que debía ser silenciado. 

Eso es todo lo que ha pasado. Que el mismo discurso que desde la oposición servía para cuestionar sirve ahora, desde el poder, para acallar. Y estas preguntas tan pertinentes y bienintencionadas que antes sólo hacían los periodistas valientes ahora, simplemente, ya no tocan. Que aquí, como en ese anuncio de los padres maltratadores, ya no hay nada que ver.

Nada que ver y nada que decir porque a ver quién se atreve. Y esa es la desgracia de Colau y de un anuncio que parece tan extemporáneo que cuesta imaginar que haya en España cinco padres dispuestos a mirar a cámara y decirnos a nosotros, pobres buenazos, que ellos hacen llorar a sus hijos porque les da la gana.

Como hicieron con la ley del 'sí es sí', justificada por el atávico machismo en el que se suponía que vivía todavía la sociedad española, tienen ahora que inventarse una sociedad de padres violentos para presumir de bondad, modernidad y agenda legislativa.

Es como si estos lechuzos siempre llegasen tarde a los grandes cambios sociales, justo a tiempo para estampar su firma al final de la historia y asegurarse de que nadie más moderno pueda añadir ni una triste nota al pie de página. Todos sus discursos moralistas y sus indignados aspavientos son inútiles para sancionar al opositor, que ya ven, pero sirven para recordarle al buenazo que no se tolerará ni una insinuación de enmienda.

Se trata ya, y esta es en realidad nuestra esperanza, porque suele ser el preludio de la caída, de un "prietas las filas". De que cualquier pequeña duda es alta traición.

Es justo y necesario decir que, al finalizar el acto, Colau se acercó a consolar a la afectada periodista. Lo dejaron claro las dos y lo dejan claro las crónicas. Lo que no consta, ni en claro ni en oscuro, es que Colau aprovechase ese último abrazo de osito para responder a la bienintencionada pregunta.

Y no consta porque al final, como al principio, de lo que se trataba era de politizar el dolor. Preferiblemente, el dolor ajeno.

9.12.22

Al loro, que dice 'The Economist' que no estamos tan mal

Lo dice The Economist y lo entiende perfectamente Pedro Sánchez. No estamos tan mal como dicen, entre gritos y pitos, los españolitos. Tenemos sol y tenemos playa y tenemos esa alegría de vivir mediterránea y no deberíamos permitir que la crispación política nos haga olvidar lo que de verdad importa.

La crispación es lo peor y ya hay estudios, seguro que hay estudios, que advierten de que el clima político puede afectar seriamente a la salud mental. Los problemas existen, claro, pero no son problemas tan gordos mientras no podamos hacer ver que son responsabilidad exclusiva de Pedro Sánchez. Hasta entonces, todo tiene solución.

Y la situación de las instituciones, de la economía o de Cataluña no deberían preocuparnos hasta que The Economist, Sánchez y nuestros socios europeos nos digan lo contrario.

Qué más dará el drama este de los jueces si puede ser reducido a otra lucha partidista más. Y qué más dará que no hayamos recuperado los niveles económicos prepandemia y necesitemos todavía mascarillas en metros y autobuses para recordarnos que vivimos tiempos excepcionales y que la culpa es del virus y no del Gobierno. Y qué más dará que ERC gobierne en Cataluña y un poquito también en Madrid mientras sea garantía de que en Barcelona no queme ni un triste container desde ya hace casi cinco años.

Qué más dará nada de eso mientras Sánchez no tenga que asumir la culpa ni pagar el precio de las posibles soluciones. Qué más dará, sobre todo, mientras no nos convirtamos, otra vez, en un problema para Europa.

Por eso hay que insistir en que la crispación es lo peor. Peor que la inflación, que el paro juvenil, que el sistema de pensiones, que lo de los jueces y peor que lo de desayunar con Bildu. Y por eso hay que armonizar mucho y cada vez más. Por lo que fue y por lo que pueda ser.

Hay que armonizar delitos y tipos penales, como habrá que armonizar más pronto que tarde fiscalidades y pensiones. Pero no se trata de armonizar haciendo que las penas, los tipos y las definiciones se parezcan más a las de “nuestros socios europeos” y sus legislaciones. Porque Europa tampoco es, todavía, precisamente armónica en estas cuestiones.

No se trata de armonizar con Europa, sino de armonizarnos por Europa y para Europa. Nuestra concordia y nuestra armonía están y tienen que estar al servicio de la causa europea; del soberano naciente.

Y de ahí que preocuparse por la defensa del orden constitucional y la soberanía nacional tenga ya algo de anacrónico, de nostálgico, de reaccionario… de derechas.

Porque los enemigos ya no pueden nada contra el orden constitucional. No pueden los separatistas, que pasados los 18 meses de rigor revolucionario revolución están ahí negociando enmiendas para poner piscinas municipales en Santa Coloma. Y no pueden tampoco los marroquíes, ni sus policías, ni sus inmigrantes, ni sus espías, ni sus diplomáticos, ni sus espías, ni su selección, ni sus expatriados.

No hay que preocuparse, decimos, porque nuestra soberanía y nuestro orden constitucional están ya en manos de nuestros más mejores amigos.

Soberano es hoy quien controla el grifo de la deuda pública, que son nuestros socios europeos, y aquí no hay que preocuparse porque no hay ningún partido, ni de Gobierno, ni de oposición, ni del peligrosísimo populismo, que haya entendido que la soberanía nacional debe defenderse y que eso sólo puede hacerse con una enorme austeridad fiscal.

Como tampoco hay que preocuparse por lo que puedan hacer sus enemigos contra la Constitución cuando, si mal no recuerdo, el mayor atentado en su contra fue el Estado de alarma. Decretado por el Gobierno, con la colaboración necesaria de la oposición y de la práctica totalidad del autoproclamado constitucionalismo. Un ataque que demostró, además, la impotencia del Tribunal Constitucional para hacer cumplir la Constitución cuando toca. Es decir, cuando limita los poderes y frena las urgencias del gobierno y de la mayoría de la sociedad.

En esta situación, como bien dicen, no hay de qué preocuparse más que de no preocupar a Europa. El sol y las vistas no nos las quitará nadie, y los problemas de un pueblo soberano y de un régimen constitucional ya me dirán quién los quiere. Al loro, pues, que no estamos tan mal.

5.12.22

Pedro Sánchez, un lugar para la historia

Aveces pasa que la desfachatez de Sánchez, su impúdica inmodestia, se muestra como el exhibicionismo propio del adolescente que trata de ocultar una profunda inseguridad en el futuro y su lugar en él.

Aunque raro, por lo exagerado del caso, es un sentimiento muy normal y hasta comprensible a ciertas edades y en ciertos cargos. Y es importante que poco a poco se vaya encontrando, si no la virtud, si no la modestia y el buen juicio, sí al menos la seguridad y el temple que nos permite, poco a poco, ir dejando de parecer una ridícula caricatura llena de granos para empezar a parecernos al viejo elegante que querríamos ser.

Es normal que Sánchez tenga sus dudas e inseguridades sobre el futuro de su cargo y el valor de su obra y de su legado. Y es normal, por esa guapérrima incontinencia que lo caracteriza y que tanto incentiva nuestra efebocracia, que sea incapaz de disimularlas. Pero si de algo debería estar seguro cualquier presidente, hasta el punto de poder llevarlo en silencio, es de que tiene un lugar reservado en la historia.

Lo que no se sabe nunca es ni cómo ni cuándo ni ciento volando ni ayer ni mañana. Y es normal que se lo pregunte (incluso retóricamente, quien no sabría hacerlo de otro modo) porque en eso se lo juega todo. 

Esta angustia es la íntima miseria del poderoso moderno y es normal que también a nuestro Pedro le asalte sin remedio ni disimulo. Como normal es que toda ilusión nos parezca a nosotros, tristes y derrotados espectadores de sus miserias, como un falso y ridículo consuelo. 

Es posible que sus seguidores conserven el poder de escribir la crónica de nuestros tiempos y que lo encumbren, con el tiempo, como Pedro I el exhumador. Es posible, digo, porque yo tampoco tengo ni idea de cómo pasará Sánchez a la historia. Porque me fío tan poco de su juicio como del mío. 

Por eso fallan siempre estas pretensiones orwellianas de ir editando el pasado para asegurarse de pasar a la historia limpio y sin tachones como se pretende ahora con estas particulares ediciones de los insultos que se permiten en el hemiciclo o se publican en el diario de sesiones. 

Los pulcros de hoy corren el gravísimo peligro de que en un futuro no muy lejano los cronistas consideren que llamarle a alguien fascista sea mucho peor o mucho más ridículo que llamarle a alguien filoetarra. Y que sean ellos mismos, por lo tanto, quienes pasen a la historia como los de la polarización y la violencia política. Que sea precisamente su celo de editor, su transparente y vergonzante pretensión de explicarle a la historia cómo debería recordarles, lo que acabe blanqueando a la derechona y ensombreciendo su legado. 

Es muy propio y muy normal, decía, que el progresista se preocupe muy mucho de quedar bien con el futuro. Pero deberían andarse con cuidado. Porque si algo tiene el futuro es que es muy suyo y muy poco nuestro. Quizás les convenga, pues, ser un poco más modestos para aceptar como adultos que el futuro no siempre les dará la razón y un poco más orgullosos para entender que, muy probablemente, también la historia se equivocará cuando los juzgue. 

Lo que viene siendo madurar, supongo.


24.11.22

¿Es Pedro Sánchez el Joker?

Pedro Sánchez parecía el Joker. Y estas cosas, como nos enseñaron los spin doctors de la nueva política, rara vez son casuales. Ese traje color berenjena y esas risotadas que de tan exageradas, de tan obscenas, incomodan más a quien las ve que a quien las finge. Eso tenía que estar preparado porque de eso trataba precisamente ese debate: de incomodar a la oposición política y mediática.

Y porque de eso trata también este Gobierno. De exagerar tanto la felicidad que todos los demás parezcamos tristes hombrecillos, amargados por vicio.

Se ve incluso en el empeño en seguir siendo, a pesar de gobernar, la auténtica oposición al sistema. A ese sistema mediático y económico que conspira en las sombras para arrebatarle el poder que legítimamente le ha concedido el pueblo. Ser Gobierno y oposición al mismo tiempo es un privilegio raro que deja, además, sin trabajo ni sentido, empequeñecida y como apocada, a la oposición.

Hay además, es cierto, un cierto nihilismo en Pedro Sánchez. Una aparente satisfacción en ver arder el mundo a su alrededor. Nunca ha parecido más presidente que durante la pandemia y las reuniones internacionales por la guerra en Ucrania.

Pero el suyo es un nihilismo jovial, frívolo, juvenil incluso, que la derecha nunca entenderá porque se basa en esa fe auténtica en el futuro, en que el tiempo corre siempre a su favor y le dará la razón que caracteriza al verdadero izquierdista.

Todo el diagnóstico de la derecha es comprensible y real, pero todas sus preocupaciones son gratuitas. Desde la justicia hasta la decadencia de Occidente pasando por la Guardia Civil en Navarra, la rebaja de la sedición en Cataluña e incluso la ley trans.

El cortoplacismo de los Presupuestos, los trapicheos de votos y apoyos, todo ese cortoplacismo está en realidad en los miedos, manías y urgencias de sus críticos. Porque todas y cada una de esas negociaciones se hacen en nombre del futuro, y no del poder.

Sánchez no tiene, es verdad, ningún argumento para responder a las acusaciones de una derecha cada vez más preocupada, cada día más tremendista (y no sólo por estar en la oposición). Contra el pesimismo, siempre justificado, y seguro que hoy más que ayer, a Sánchez cree que le basta esa risotada tan histriónica como los antiguos bailes de Miquel Iceta.

Why so serious? ¿A qué viene tanto dramatismo?

No dramaticen, hombre. España no se rompe, la Fiscalía General del Estado nos da la razón y Europa, palmaditas en la espalda y dineros. Y con eso nos basta y nos sobra.

No hay destrucción de España por abajo, sino disolución de España por arriba, en Europa. Lo que hay es un proyecto europeo que comparte todo el mundo y que compartiría entusiasmado ese Joker socialdemócrata que encarnaba Joaquin Phoenix y que tanto éxito tuvo entre la izquierda materialista, convencida de que todos los problemas del mundo se solucionan con mayor gasto social.

Es un Joker que todo lo que puede y quiere ofrecerle al viejo mundo que arde es gasolina y política de cuidados. Más gasto, mejor sanidad, mejor educación, mejores prestaciones sociales.

Y es, sobre todo, el Joker de ese chiste final que tanta gracia les hace contarse y que no nos explican porque "no lo entenderíamos".

Es el chiste que le permite capear la única crisis auténtica que ha sufrido este Gobierno, que es la del 'sí es sí'. Porque todas las otras crisis podían ser polémicas interesadas en las que bastase con cerrar filas y repetir el catequismo. Porque en todas ellas el Gobierno se presenta como solución a problemas preexistentes y la discusión sobre sus soluciones ya son discrepancias técnicas interesadas. Menudencias.

Pero la del 'sí es sí' no es una crisis cualquiera ni una polémica más de las tantas que hemos visto pasar y desaparecer como lágrimas constitucionalistas bajo la lluvia. Sólo en la ley del 'sí es sí' se cumple a rajatabla el principio marxista de que "la política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados".

Sólo aquí el Gobierno es el problema y no la solución. Y sólo desde aquí se entiende lo que de trágico tiene la risa de Sánchez y la maldita gracia del chiste que es que a los buenos se les acabe juzgando siempre por sus intenciones y nunca, jamás, por los resultados de sus acciones. Por terribles que sean.

21.11.22

Vergüenza ajena de la propia

Para ser una fiesta, una ceremonia de inauguración, hubo mucho discurso. Es como si quisieran decirnos algo. Como si creyesen que nos debían una explicación. Y se pusieron todos los protagonistas, desde los cantantes hasta el emir pasando por el presidente de la FIFA, que ya llevaba días, Morgan Freeman y un joven árabe discapacitado.

Fue un discurso de la integración, decían las noticias. Por si no habían quedado claros los guiños capacitistas. Y las banderitas y los cánticos de todos los países. Un discurso en el que todos dijeron lo mismo pero donde no podían decir nada de verdad.

Una parodia del discurso buenista occidental, con su unidad, su globalización, su pluralidad, su amor a la Tierra, su esperanza y su respeto y la unión de las naciones en este precioso juego. Y la tolerancia. En Qatar. Nos están dando lecciones de tolerancia porque estamos siendo un poco intolerantes con los qataríes y con su historia de fútbol. 

Y si este es un discurso de integración lo es, precisamente, guiño guiño, como rampas para discapacitados para hacernos más fácil dejarnos rodar hacia Qatar y su Mundial. Es a nosotros, a los buenistas occidentales, a quienes estos discursos pretendían integrar. No, claro está, a los pobres discapacitados que haya en Qatar o a sus mujeres o a sus homosexuales o a sus esclavos.  

Es una parodia, ya digo, porque todo lo noble que podían tener todos esos principios, todos esos valores, se ve en Qatar y necesariamente reducido al bullshit. Que es, junto al dinero, y bien lo saben los qataríes, el único discurso universal. Porque la única forma de que todas estas gentes se pongan de acuerdo en un mismo discurso es que el discurso, simplemente, no quiera decir nada.

Y porque lo que tienen que explicarnos ya lo sabemos y, además, es inexplicable. Es nuestra vergüenza, si quieren ponerse así. Vergüenza ajena de la propia. Y es la mayor muestra de corrupción, que no es la (¡presunta!) corrupción económica de la FIFA sino la necesaria corrupción moral a la que se han visto obligados.

Es Infantino denunciando la doble moral de Occidente mientras declara que se siente qatarí, árabe, africano, gay, discapacitado, trabajador migrante y que por ser pelirrojo sufrió bullying de pequeño.

Que está muy bien ser autocrítico y preocuparse del bullying en los colegios. Pero quizás no en Qatar. Porque, como decía Hitchens, no es eso lo que detestan de nosotros. No es que en los colegios se haga bullying a los pelirrojos sino que se enseñe matemáticas a las niñas. Por eso, de todo lo que pudo sentirse Infantino en su vergonzoso discurso, lo único que no pudo ser es esclavo. Ni vivo ni, por supuesto, muerto. 

Llegaron al punto de sacar del armario en directo y desde el mismísimo Qatar a un jefazo de la FIFA. Para dejar claro que si él se sienta allí, “como persona gay”, a dos palmos del que (¡presuntamente!) corta a los disidentes con una motosierra, por qué no íbamos a poder sentarnos nosotros en el sofá de casa, sin motosierras pero sin mariconadas moralistas, a disfrutar del Mundial como hombres. 

Con tanta lección de sufrimiento y tolerancia me recordaron a Billy Burr cuando se quejaba de que interrumpiesen el partido para recordarnos que hay gente que se muere de cáncer. Como si no lo supiésemos. Pero es la gracia del deporte. La gracia que le veía incluso Cantona en ese extravagante discurso en el que nos recordaba que los humanos somos para los dioses como moscas para los chicos malos, que nos matan por diversión. I love football. 

La gracia de olvidarse de las mierdas del mundo por un rato. Pero no nos dejan. Llevan el fútbol a Qatar como llevaron antes Qatar al fútbol. Y no nos dejan en paz con sus discursos y con sus culpas y sus corruptelas y sus intentos de lavarse las manos y la conciencia convenciéndonos de que aquí no pasa nada.

Por eso no tiene sentido el boicot a este Mundial. A este, el que menos. Apagar la tele y cerrar los ojos es justo lo que no hay que hacer. Aquí hay que verlo todo y hay que verlo tan bien como podamos. Hay que ver lo que están haciendo ellos, lo que están haciendo en nuestro nombre y en el nombre de nuestros valores y hay que ver, incluso, lo que nos estamos dejando hacer.

Porque Qatar es algo que nos hemos dejado hacer.

De ahí que no tenga sentido el debate sobre lo que hayan gastado o de si tenían tradición futbolística o de si hace calor en noviembre o de si no tenían infraestructuras. Todo eso tiene sentido en países donde les falta algo de eso y donde la corrupción puede servir al desarrollo. Pero aquí sólo puede servir a la propaganda. Qatar tiene lo que quiere y si no tiene cerveza para los ecuatorianos ni derechos para las mujeres o para los homosexuales que no sean jefazos de la FIFA es porque no le da la gana. 

Ya es tarde para la pedagogía. Ya mandan ellos. Incluso en el fútbol, donde no se trata, obviamente, de que Qatar gane el Mundial sino de que el PSG gane la Champions. 

El problema no es Qatar, es el PSG. Es lo que une el corazón de Europa y de sus más nobles valores, la ciudad de las luces de Sarkozy y Carla Bruni con el negrísimo oro y el desierto qatarí de Al Khelaifi y Al Thani. 

El corrupto cinismo de las élites y el moralismo woke de sus infantes nos han dejado, es cierto, con pocos argumentos de autodefensa. Déjennos, al menos, gozar de la fiesta mientras dure. Que gane Messi, pues, ahora que ya juega para ellos pero que todavía lo sentimos un poco nuestro.

18.11.22

La inmigración como problema, solución y tragedia

Dicen que ya estamos a puntito de los 8.000 millones de humanos. Y dicen que la población del África subsahariana se va a duplicar un abrir y cerrar de ojos, y que algo habrá que hacer.

Y las almas bellas, muy preocupadas, supongo, por cómo se va a poner el tráfico en Lagos, ya se han puesto manos a la obra redistribuyendo inmigrantes por todos los rincones del Occidente civilizado. Es la solución, anuncian. Para ellos, los subsaharianos, y para nosotros y nuestros problemas, que es nuestra bajísima natalidad (ahora sí). Alguien tendrá que pagar las pensiones a las mujeres liberadas, claro. 

Pero la inmigración no es solución ni problema. Es una tragedia.

Es una tragedia porque en la inmigración, y particularmente en la inmigración masiva (que se anuncia ahora como se anunciaba antes el fin de los tiempos; redención para unos, eterna condena para los otros), están en lucha dos bienes incompatibles e inseparables.

Por un lado, la supervivencia misma de la civilización occidental, a la que los progres, si lo prefieren, pueden llamar derechos de las mujeres y estado del bienestar.

Por el otro, la vida y el bienestar, la libertad y la prosperidad, de millones de emigrantes presentes y futuros.

Y la tragedia, además, es que uno no puede simplemente elegir un bando y quedarse tan ancho. No puede optar sin más por defender nuestras sociedades, porque el futuro de la civilización occidental dependerá cada vez más de la libertad y la prosperidad de sus afueras.

Y no sólo por eso de que tengan que venir a pagarnos las pensiones, por cierto. Sino porque uno no puede, como pretende a ratos la derechona valiente, ser un caballero de la fe cristiana y batirse en defensa de los valores de Occidente si lo único que puede ofrecer al subsahariano errante es la crueldad del mar, la valla, la mafia y la policía "marroquí". 

Y tampoco puede, como pretendería el progresismo cándido, salvar el Estado del bienestar y los derechos de las mujeres y LGTBI, y todo lo que de bueno tengan o vayan a tener nuestras sociedades, sin preocuparse del efecto que esos millones de jóvenes solteros llegados de países menos progresistas, con culturas incluso más heteropatriarcales que la nuestra, vayan a tener en nuestras sociedades y sus valores progresistas.

No podemos ser buenos progres y preocuparnos de verdad por el futuro de los inmigrantes si no nos preocupamos, de verdad, en serio, de cómo seguir siendo efectivamente una sociedad mejor a la que merezca la pena emigrar. 

De ahí también la inmoralidad de la politología socialdemócrata cuando afirma que necesitamos a los inmigrantes para que nos paguen las pensiones y el Estado del bienestar. Lo mínimo sería no tratar a los inmigrantes como simple fuerza de trabajo y lo decente, imagino, sería aceptar que si vienen también ellos tendrán que poder elegir qué hacer con sus impuestos y con su Gobierno.

A ver si al final va a resultar que estos jóvenes tan dispuestos a trabajar y a fundar las start-ups del futuro nos salen todos tan liberales como su colega Elon Musk y nos quedamos sin pensiones, sanidad, leyes feministas o ninguna de estas maravillas tan nuestras. 

Es además de una peligrosa ingenuidad creer que en una sociedad como la nuestra, con un paro juvenil con el nuestro, y con el miedo creciente a la tecnificación del mercado laboral, se asuma que venir aquí con ganas de trabajar es suficiente para poder prosperar y para salvarnos el sistema.

Una peligrosa ingenuidad, digo, como lo es siempre la ingeniería social. Especialmente cuando se concibe a escala planetaria, sin dejar siquiera la posibilidad de mantener el mínimo grupo de control que cualquier experimento (incluso en ciencias sociales) exige para ser presentable.

Es posible, por mucho que se nieguen a contemplarlo, que la inmigración masiva por si sola no solucione ni los problemas de Occidente, ni los de los inmigrantes y sus sociedades.

Es posible, de hecho, que acoger a los jóvenes subsaharianos con más ganas de trabajar y ponerlos a pagarnos las pensiones tras la barra de algún chiringuito de playa sea malo para ellos, para sus sociedades, que pierden a sus mejores activos, y para nosotros. 

Es muy posible, en fin, que todo esto sea una tragedia.


10.11.22

El cuento del trumpismo y la silla vacía

Algo entendió Clint Eastwood cuando, hace ya muchos años, subió al estrado en plena convención republicana y se puso a discutir con una silla vacía. A la silla la llamaba Obama y a Mitt Romney, futuro presidente. Pero su intuición se hizo cierta años después, cuando en esa silla no se sienta Joe Biden y la oposición no la lidera Donald Trump.

Hace años que los republicanos hablan con una silla vacía. Porque a los demócratas, para mantenerse en el poder y para salvar el sistema, les ha bastado presentar a Biden, a quien ahora y muy compasivamente empezamos a ver un poco desorientado. Y a Kamala Harris, a quien hace días que vemos más bien poco.

Trump ha sido, sin sorpresa ni paradoja, el mejor aliado de las aspiraciones demócratas. Simplemente porque hace años que los demócratas no tienen mayor argumento ni proyecto que la defensa de la democracia frente a los riesgos del fascismo y el populismo que representaría.

A pesar de la inflación, a pesar de Rusia, a pesar de Biden… a los demócratas les ha bastado una silla vacía para resistir en el poder. Y les seguirá bastando mientras puedan presentar las elecciones de forma creíble como una lucha entre democracia y fascismo. Mientras la amenaza parezca real, el viento soplará a su favor.

Pero estas elecciones demuestran que el éxito de esta vieja estrategia tiene los días contados. Porque la derrota de Trump hace la amenaza mucho menos creíble.

Y parajoda es que la derrota de Trump pueda suponer la victoria del trumpismo. La alternativa a Trump es el trumpista Ron de Santis, y no el retorno de los “republicanos McCain”, como les llama Kari Lake, la trumpista derrotada en Arizona, recordando el histórico momento en el que Trump rompió con el decoro y con el partido despreciando a John McCain por haberse dejado pillar.

Trump tenía razón. Los republicanos también prefieren a los ganadores y él ya hace tiempo que es un perdedor.

De ahí que tantos, republicanos y anti, celebren ahora la derrota presente y futura de Trump frente a de Santis. Que hasta hace pocas horas era un trumpista más y ahora es un trumpista menos.

Se demuestra así que el trumpismo sin Trump es posible y exitoso. Y se demuestra también la auténtica dimensión del cambio que supuso Trump en el Partido Republicano. Y, por ende, en la reconfiguración ideológica del bipartidismo americano.

Porque ahora el Partido Republicano ya no es sólo el partido de los McCain sino también el partido de J.D. Vance, el hillbilly más famoso de América y senador electo de Ohio. Y es también, sin sorpresa ni paradoja, el partido de cada día más liberales asaltados por la realidad de un partido demócrata en manos de zombis y tiktokers con ínfulas empeñados en representar la peor versión de sí mismos en todas y cada una de las batallas culturales que promueven.

El Partido Demócrata aguanta, dicen. Pero la derrota de Trump ha centrado y empoderado a Ron de Santis. Ha institucionalizado el trumpismo, que es lo que Trump nunca logró. Su auténtica victoria, que no podrá ser sino póstuma. Y para ganar las próximas elecciones, a los demócratas ya no les bastará con presentar una silla vacía.

5.11.22

Ave, Elon

Tampoco es que hasta ahora Twitter fuese público, por mucho que tantos se empeñen en creerlo. Pero quizás lo parecía. Porque se supone que era gratis. Y, sobre todo, por esa promesa de servicio público, de ágora digital global y blablabá que se traduce en una de esas colaboraciones público-privadas que tanto gustan al socialdemócrata cabal cuando tiene poder y que tanto le escandalizan cuando el poder lo tienen los demás.

Por eso Twitter (y Facebook) eran herramientas de libertad cuando nos trajeron las primaveras árabes y a Obama, y empezaron a ser una seria amenaza a la democracia cuando ganó Donald Trump y compró Elon Musk.

Por eso se lamentan ahora tantos de los que creían (con toda la razón del mundo además) que Twitter era y tenía que ser una plataforma al servicio de la democracia, que tan a menudo se confunde con los intereses ideológicos y electorales del Partido Demócrata estadounidense.

Periodistas y políticos que presumen ahora de no querer pagar ocho euros para tener un tic azulito al lado de su nombre. Porque creen que Twitter les debe algo, cuando son ellos quienes han basado toda una carrera, una ideología y una vida entera, en muchos casos, en el zasca y la butade de 140 caracteres. Vayan libres y en paz a su Canadá del metaverso y sea de ellos y de su memoria lo que el pueblo soberano considere.

Porque estas confusiones partidistas e interesadas han llevado a la plataforma a imponer, de forma sistemática, pero arbitraria, una interpretación mucho más restrictiva que la ley sobre cómo debería ser la conversación pública global.

Cuando se habla del enorme poder que tienen estas multinacionales de la información y similares habría que recordar que lo peor de este poder es la arbitrariedad y el anonimato con el que se ejerce. Hasta el punto extremo de que la mayoría de los mortales hayamos tenido que esperar a que Musk la echase para conocer a la responsable del Nomos de la red. De la ley fundamental que ordenaba de forma demencial, y muy probablemente ilegal, los códigos de buena conducta que permitían al ayatolá llamar al exterminio de los judíos, pero no a Jordan Peterson recordarnos algunas cosas básicas de la biología humana cuando todavía no le interesaba al PSOE.

Ahora tendremos a Musk. Y así podremos al menos acordarnos de él y de sus progenitores cuando la cosa decaiga. Y es una suerte y un consuelo, además, que en este ambiente y en este mundo tan orientado hacia el capitalismo de Estado, de empresas zombis y conciencias que tal bailan, con unas élites políticas, económicas y mediáticas preocupadísimas por la educación moral e ideológica de la ciudadanía, haya todavía espacio para que algunos hijos de papá jueguen al libertarianismo en lugar de gastárselo todo en lanzallamas y shitcoins.

No deberíamos preocuparnos tanto por Musk, por su posible éxito ni por su probable fracaso. Deberíamos en realidad celebrar las dos posibilidades, porque son el corolario de nuestra libertad.

Si fracasa, pues bien. Aunque sólo fuese porque todos necesitamos un poco de desenganche. Si en lugar de la plataforma libérrima que promete, Musk acaba creando una red segregada por clases, con unos ricos ordenaditos y pagando por el tic azulito, y unos pobres sumidos en el caos y dejados a merced de trols y anuncios y otros males, pues otros vendrán que lo harán mejor.

Porque, por mucho que fracase, Musk no puede cargarse la democracia ni puede cargarse un ágora pública global que, simplemente, ni existe ni puede existir. Tanto por razones técnicas como, sobre todo, por razón de nuestra naturaleza, que hace que cuando hablamos todos a la vez no se entienda nada. Todo lo que puede cargarse Musk es una red social. Una de las ya muchas que ha habido y que nadie recuerda, y de las que todavía están por venir.

Su fracaso sería, en todo caso, una peculiar forma de redistribución de la riqueza que debería servir al menos para secarle las lágrimas a todas las Ocasios que estos días guardan luto.

Y si tiene éxito, Twitter será lo que los progres creen que era. Y, por lo que parece, no hay sitio más bello ni más feliz en el mundo. Así que todos contentos.

27.10.22

En Truss descansen

Descansan en Truss la izquierda y el europeísmo, convencidos los unos de que el culpable de los males de la premier caída es de las bajadas de impuestos y convencidos los otros de que es del brexit. Convencidos, en fin, de que los mercados, los británicos y la mismísima realidad al completo no tendrán piedad ninguna de sus adversarios ideológicos: populistas, nacionalistas y, en general, enemigos de la democracia liberal. 

Y recitan al unísono que esto en Europa no pasaría. Y tienen razón.

Pero cuando dicen que en Europa esto no pasaría están diciendo que aquí los premier no caen tan fácil ni por menudencias tales como un desajuste presupuestario. Que aquí, simplemente, los gobiernos, y bien que lo sabemos, pueden endeudarse y podrían, si quisieran y les conviniese, endeudarse más todavía sin recortar el gasto porque aquí ya intervendría, antes o después el BCE o esa entelequia llamada Europa para decidir si es mejor que nos suba el pan, la hipoteca o las dos cosas a la vez.

Lo que están diciendo, orgullosísimos de nuestra estabilidad, es que aquí los premier tienen mucho más margen para la irresponsabilidad. Y que cuando no lo tienen es porque no le conviene a "Europa". Es decir, a otros países o a otros dirigentes, no porque no convenga a sus bien llamados súbditos.

Como si no fuese ese, precisamente, el mejor argumento en favor del brexit.

Lo que de verdad no pasa en Europa es el correctivo, y en esta vida imperfecta que llevamos seres tan imperfectos como nosotros los europeos de bien, la falta de correctivos sólo presagia crisis más duras, más largas y más duraderas. En una palabra, peores.

Lo sabemos bien en España, además, donde todavía no hemos salido de la crisis del 2008 y ya estamos metidos hasta la cintura en otra que algunos presagian incluso peor. 

En Truss y en su fracaso descansan todas nuestras superioridades, nuestros principios y también un poquito, por qué no decirlo, nuestros miedos y complejos. El brexit es, efectivamente, necesariamente, la mayor amenaza que ha sufrido la Unión Europea. Porque podría funcionar. A pesar de las copichuelas de Boris y las frivolidades de Truss y los trajes de 5.000 euros de Rishi Sunak (ese charnego agradecido que debería horrorizar a los xenófobos brexiters y que, sin embargo…).

Podría funcionar. Y si funcionase, nuestras crisis, nuestras inflaciones, nuestras inseguridades, miedos, extremismos y debilidades… serían culpa nuestra. Y no de Putin o del destino o de los enemigos de la democracia liberal, sino nuestra. De los buenos. De los jardineros kantianos como Borrell.

También nosotros tenemos un peligroso ejemplo democrático a las puertas. Y quizá por eso hay que llamar ahora tiranía de los mercados al correctivo, libérrimo, de quienes no quisieron regalarle su dinero a un gobierno irresponsable.

Y democracia orgánica a una democracia parlamentaria donde, ¡oh gensanta!, son los parlamentarios quienes eligen al primer ministro y donde, además, lo hacen, ¡sancrispín!, teniendo muy en cuenta lo que interesa, conviene y preocupa a sus electores.

No porque los parlamentarios británicos sean mejores personas que los nuestros, supongo. Sino porque ellos tendrán que responder ante sus votantes y no, como sucede en nuestras democracias continentales, mucho más estables y asentadas, donde sólo tienen que responder ante su jefe y, si se tercia y les apetece, ante su conciencia. 

En Reino Unido han sido los brexiters y los mercados, la nación y el comercio, quienes, como en los viejos tiempos, han depuesto pacíficamente al mal gobernante. Y hasta hace poco, esto era bueno. Muy bueno, incluso.

Al correctivo de los mercados se le solía llamar libre comercio; al de los diputados, parlamentarismo; y al de los ciudadanos, democracia. Y a todo eso junto, y hasta hace muy poco, se le llamaba democracia liberal. Y bien estaba. Y se murió.

En Truss descanse.


21.10.22

Mi mundo por un Van Gogh

Como parece que un tiktok tampoco vale más de mil palabras, han tenido que salir las activistas del tomate y el Van Gogh a explicarse. Y lo han hecho según lo previsto, que es lo peor que podría decirse de un revolucionario.

Dicen, como todos, que ellas sólo querían poner el tema sobre la mesa, como si no fuese este ya casi el único tema que hay sobre la mesa. Como si no fuese este, en realidad, la mesa misma sobre la que se van poniendo, asentando y legitimando todas las demás preocupaciones humanas.

Pero de todo lo que han dicho y hecho, lo peor es que juran que ellas nunca jamás de los jamases hubiesen dañado un Van Gogh. Y parecen sinceras. Aunque sólo sea porque parecen estudiantes de bellas artes. 

Ellas no dañarían nunca un Van Gogh para salvar el planeta porque en su tierna cabecita woke todas las causas nobles trabajan siempre juntas y ningún sacrificio sería realmente necesario. Nada bello debería perecer en esta lucha final por salvar el planeta porque para salvar el planeta bastaría con que los malos dejasen de hacer cosas feas. 

Es sorprendente y decepcionante, tanto por revolucionarios como por jóvenes, que si tienen que hacer la revolución tendrán que hacerla, precisamente, contra los viejos burgueses, gordos contemplativos y despreocupados, que valoran más el Van Gogh que el planeta.

La revolución pacífica, simbólica, performativa y tiktoker solo puede triunfar si logra reeducar a quienes tienen los principios, por así decirlo, invertidos y que por ello sólo pueden merecer o nuestra compasión o nuestro desprecio.

Pero lo que les pasa es que en realidad tienen el mismo discurso que sus profes, que sus padres y que sus élites mediáticas, culturales y económicas. Y lo único que les queda suyo, propio, de jóvenes, son los tintes y las prisas. Que son lo peor, porque las prisas son, como sabemos los viejos, malas consejeras.

Ellas quieren luchar contra el clima y contra la pobreza energética y lo quieren hacer al mismo tiempo y quieren que ese tiempo sea ahora mismo. 

Pero las prisas que impone el catastrofismo climático son simplemente huidas hacia adelante para no tener que perder el tiempo discutiendo, calibrando, calculando y valorando pros y contras, costes y beneficios. Cosas de burgueses, vaya.

Y lo que las apresuradas no quieren ver es que esta revolución se está haciendo, a lo largo y ancho del mundo concienciado, contra los lentos. Contra los que no pueden pasar de la gasolina al diésel, del diésel al híbrido, del híbrido al eléctrico y del eléctrico al burro de carga al creciente ritmo que marcan los consensos científicos. Ni pueden cambiar de medio de transporte y de modo de vida al ritmo al que se suceden las ordenanzas municipales del medioambiente. Esas buenas gentes que, como ellas dicen, tendrán que elegir entre "comer o calentarse". 

Lo que no saben, lo que no entienden, lo que quieren dejar atrás a toda prisa, es la trágica conciencia de que estas prisas son una condena para todos los que a lo largo y ancho de la pachamama no pueden seguir el ritmo de sus pijadas.

13.10.22

Monedero, la Greta lista que no quiso crecer

Hay mucho ruso en Rusia y mucho listo en Twitter.

Lo inteligente es diferenciar y juzgar, pero el listo es quien todo lo mezcla y confunde para ahorrarse al mismo tiempo el trabajo y el compromiso con una causa imperfecta, que no esté a la altura de su bondad. Es el caso de Juan Carlos Monedero comparando a Vladímir Putin y Volodímir Zelenski, e implorando cordura y la paz universal.

Es un tuit que parece una parodia. Pero sirve, al menos, para dejar claro que mucho más digna que esta equidistancia crítica, tan cínica y cobardica, es la defensa de Putin y la exigencia de que se abandone a los ucranianos a su propia suerte. Aunque sea en nombre del gas, de la realpolitik o del futuro de la cristiandad. Pero que sea por algo al menos. Algo que podamos criticar u odiar, incluso, y que no se limite a medrar entre la mentira, el bullshit y la barbaridad despreciable.

Algo por lo que estemos dispuestos a investigar posibles ejecuciones y denunciar las mentiras de los nuestros. Pero que no nos obligue, por vergüenza torera, a recordar que ni siquiera en una guerra es lo mismo volar un puente que bombardear civiles.

El problema, claro, es que a Monedero le basta y le sobra con pasar por listo. Tanto por ser de izquierdas de las verdaderas, como por ser intelectual, como por ser tuitero.

Por todas estas cosas y muchas más, Monedero es una conciencia pura, que vuela libre, como decía su amiguito de partido. Y que por eso puede vivir y vive de denunciar y lamentar los problemas, pero no de solucionarlos. Le basta con alimentar la esperanza de que una revolución futura, una autoridad más alta o un deus ex machina se ponga, ahora sí y en serio, a arreglarnos este desaguisado.

"¿Es que nadie va a parar a estos putos locos?", se preguntaba. Como esa pobre señora de Los Simpson que siempre se pregunta, escandalizada por la indiferencia ajena, si es que nadie va a pensar en los niños. Todos, señora. Todos pensamos en los niños todo el rato.

Pero algunos sospechamos que quizás con eso no baste. Que quizás pensar en ellos no solucione ningún problema y que sea necesario hacer algo más, un poco más complicado, incierto y me temo que molesto, para asegurar su supervivencia y su bienestar.

Y con los niños pequeños y con las almas puras en general pasa esto. Que es insoportable, que hay que aplaudirlos y felicitarlos tanto cuando se equivocan, por sus buenas intenciones, y también después, cuando se contradicen y aciertan, por haber aprendido.

El otro día salía Greta Thunberg, algo crecidita ya, dudando y admitiendo que es very difficult todo esto. Pero que, quizás, si las nucleares ya están abiertas y funcionando, es mejor para lo del clima la nuclear que el carbón.

Greta se está haciendo mayor y empieza a intuir las complejidades del mundo. Si no vigila, pronto tendrá que empezar a buscarse un trabajo. Debería aprender de Monedero, que es como una vieja Greta que, por los motivos que sea, que parecen muy buenos y lucrativos, nunca quiso crecer. Más listo que el hambre.

7.10.22

Pijo por pijo, prefiero a Risto Mejide

Se subieron el sueldo y enseguida salieron Patxi López y Gabriel Rufián y otros tantos a felicitarse. Que la política sea remunerada, decían, es un triunfo de la clase trabajadora. Es decir, suyo. Como todo lo bueno.

Y tendrán razón. Que sea remunerada está bien. Muy bien, incluso. Por eso que dicen de que así la política no es sólo cosa de señoritos aburridos de contar billetes, beber martinis y llevar a la querida a la ópera. 

Pero es que remunerada ya estaba. Y bastante bien, además. Hasta el punto (y será cosa mía, de tener poco mundo, quizás) que no conozco a nadie que antes de esta subida hubiese tenido que renunciar a su noble vocación política para seguir dando clases de filosofía o sirviendo martinis y cafeses o atendiendo como cajera en un supermercado porque de la política, como de la petanca, no podía vivir.

En sentido inverso, en cambio, sí sé de algunos. 

Y no sólo dignos representantes del pueblo, como diputados y ministros y gentes importantes, sino asesores y demás sacrificados en la sombra. Gentes con trabajos más o menos dignos e intereses y principios más o menos nobles que se ven, los pobres, condenados a seguir propagando y a seguir cobrando por haberse acostumbrado a un sueldo y a un ritmo que nunca volverían a encontrar en el LinkedIn de los mortales.

Una tragedia, sin duda, que no se la desearía a nadie. Una hoguera de las vanidades, la política, pero con una cárcel como de jugador del PSG. 

Es por eso de la brecha entre sueldos públicos y privados, que esta sí que existe y que no deja de crecer. Y que sería un triunfo de la casta política si este artículo de hoy fuese tan populista como sus discursos de ayer.

Que con estos sueldos, y estos cargos, y estas ínfulas de señorito se presenten todavía hoy como clase trabajadora necesitada de una pequeña ayudita para no pasar penurias y no tener que volver a sus antiguos puestos en la mina es un poquito fuerte.

Que lo hagan ahora, con esta inflación, estos tipos, ese pacto de rentas que era urgentísimo, pero no tanto como lo son las urgencias electorales, porque nada lo es nunca, pues es también un poquito una desfachatez.  

Y ante tremenda desfachatez, yo hasta prefiero a Risto Mejide y a otros pijos como él. Que saben, al menos, que los ricos no siempre son los otros. Que se habrán creído, quizás, las cifras de la ministra según las cuales ricos hay dos o tres en España, que todos los demás dependemos de su sacrificio y que por eso, a ellos y sólo a ellos, les suben los impuestos.

Y Risto, que no es tonto, habrá visto que él es rico y que, siendo uno de esos happy few, podía y por tanto debía ayudarnos a todos los demás y se mostraba favorable, encantado incluso, de que le subiesen los impuestos. Eso al menos me parece noble, aunque sea mentira, tontería y una auténtica pijada.

Porque si Risto y los suyos quieren pagar más, lo tienen incluso más fácil que Patxi y Gabi para subirse el sueldo. Les basta con darlo. Con declarar de más y dejarnos el cambio en el platito de Hacienda, que somos todos. O con donarlo a Cáritas o con invertir en algo más que su ego. 

Pero no quieren eso. Quieren que se lo hagan. Porque son pijos hasta para eso. Quieren que el Estado les saque el dinero de la cuenta sin tener que molestarse ni en pensar a qué destinarlo. Ni el gesto de hacer una transferencia quieren a cambio de nuestro aplauso unánime. 

Y la caridad, ristos, no se hace sola. La caridad hay que hacerla.

Subirse el sueldo en nombre de la clase trabajadora y celebrar que te suban los impuestos en Twitter es virtue signaling de pijos. Y cuando pretenden que esto no nos afecte a los demás me recuerdan a aquellos buenazos que estos días, viendo la diferencia entre su sueldo y el de sus amigos de lo público, piden que las empresas privadas suban sueldos. 

O a aquellos adánicos barceloneses que votan a Ada Colau desde el otro lado de la Diagonal y que se burlan del enésimo turista al que le han arrancado un relojazo y que piden no exagerar cuando ven a dos negritos matándose a machetazos por el centro de la ciudad. 

Hay que ser muy pijo para vivir en una sociedad así y creer que a ti todas estas cosas no te van a pasar factura.

30.9.22

Alizzz es élite cultural y catalanísima

Aunque no lo parezca, el joven Alizzz está contento. Lo dice en su canción, esa celebrada oda a los quinquis del Baix Llobregat donde le dice a la burguesía cultural que puede comerle la poll*. Lo que pasa, nen, es que entre esas élites hay quienes, como Lluís Llach, no le consideran cultura catalana. 

Lo ha explicado estos días en todas las teles y radios catalanas, públicas y semi. Delante, una élite periodística compungida, apocada, le pedía, más que explicaciones, que tampoco hacían falta, algunas indicaciones sobre qué podríamos hacer entre todos, así como país, para que se sintiese parte de esta cultura nuestra tan rica e integradora. 

Alizzz fue incluso a La Sotana, que es un programa de deporte, es decir, de fútbol, es decir, del Barça, y era decir de Messi. Y lo hizo demostrando que, efectivamente, y como canta él mismo, es "un bon noi" y que no hay motivo alguno para "encender las alarmas" porque la cosa no va de idioma.

Aunque un poco sí que va de idioma, claro. Cuando se le preguntó que quién decide quién es y quién no cultura catalana, respondió con gran claridad, pero con timidez: "No sé, preguntádselo a la consellera de Cultura". 

La consellera de Cultura no tiene, claro está, potestad ninguna para aclarar estos debates metafísicos, pero sí para extraer sus lógicas consecuencias en forma de ayuda, subvención y similar. Y, efectivamente, uno sólo puede ser cultura catalana por la lengua o por la pasta.

Lo segundo no lo necesita, porque entre el camino de las musas, que conduce a los Grammy, y el camino de Òmnium, que conduce a las paguitas y a las mesas redondas, él hace tiempo que eligió el bueno. Y el catalán le fue vetado, digamos, por los usos y costumbres de Castefa, donde la inmersión no es tan problemática como en Canet porque, simplemente, no se da "donde muy poca gente habla catalán, [Castefa] es de los pueblos que están en contra de la inmersión lingüística". "Es de ser inútiles".

Hasta los 18 años sólo le hablaban en catalán las profes de catalán y su abuela la de Gerona, que le acusaba de charnego cuando él era incapaz de responderle en su idioma. Charnego, decía ella, y agradecido, dirían otras. Porque Alizzz el quinqui del Baix hasta votó el 1-O y sería raro, reflexiona, que justo él fuese de los pocos que votó que no. 

Pero nunca nada es suficiente para asegurarse el amor del público.

Alizzz es demasiado "bon noi" para ser el soldado que esta batalla buscaba. Bien está que el arte sea más reivindicativo, borde, quinqui y polémico que el artista. Épater le convergent sería (o era, al menos) la obligación moral del artista catalán. Pero dice algo de Cataluña en general y de los convergentes en particular que la inmersión no llegara para que nieto y abuela hablasen el mismo idioma, pero llegue justo para insultar a los convergentes en su propia lengua. 

Alizzz está contento porque quiere lo que tiene, y dicen los memes que esta es la clave de la felicidad. La canción, dice, "está guapa" y "el flame está bien tirado". Alizzz está contento porque quería el casito de las élites culturales y mediáticas, la cálida y acogedora proximidad de la lengua propia, las contrataciones y la propaganda, y le ha bastado una sola canción y en ese catalán para conseguirla. 

Lo que ha entendido Alizzz, y es fundamental, es que en un país con unas élites tan acomplejadas, la mejor manera de que te hagan caso es insultarlas. Porque, aunque a veces parezcas un poco "macarra", si lo haces con el tono justo sabrán que, en el fondo, eres "un bon noi".

23.9.22

Baila, Griñán, baila

Hay lecciones que sólo nos pueden dar los propios. Y por eso todo equipo debería tener un Puyol capitán eterno que recuerde a los joviales brasileños de turno que está muy bien meter goles y celebrarlos y ser felices y demás, pero que bailar en un córner puede parecerse demasiado a bailar sobre una tumba. Y que eso aquí no es costumbre y que nuestras costumbres y nuestros rivales también merecen un respeto.

Si te lo dicen los demás, los tristes, los perdedores, será siempre partidista, sectario, consuelo de tontos y, en ocasiones, especialmente en las que cuenten con la participación del Frente Atlético, incluso racista.

De ahí la importancia de que fuesen también los propios socialistas, aunque pocos, quienes se opongan al indulto a Griñán y le recuerden a la dirección sus propios principios y los precedentes que les llevaron al poder.

Porque si los brasileños pueden confundir una alegre lambretta con una cruel danza triunfal, también los socialistas pueden y suelen confundir la socialdemócrata redistribución de la riqueza con la corrupta prebenda y compra de votos y favores y demás.

Y es bueno que se lo recuerden los suyos para que pueda surtir algún efecto positivo. Algo que no sea la simple cerrazón sectaria o el aislamiento del vencedor que sólo pide, fíjese usted qué poquita cosa, que le dejen celebrar su poderío en paz.

Los pocos socialistas valientes y felices que queden deberían además atreverse a las comparaciones que los demás rehúyen. Con Vinicius y el Frente Atlético, claro. Pero también y sobre todo con los indultos del procés, el elefante blanco en el argumentario de la defensa. Porque, efectivamente, no son lo mismo. Pero aclaran algunas cosas. 

Por un lado, porque con el indulto a los golpistas el Gobierno tenía la esperanza, muy razonable, de ganar votos, apoyos y poder a corto plazo. Y, a un plazo tampoco muy largo, poder presumir de haber acabado, con su interesada clemencia y comprensión, con el procés. 

Con Griñán no podrían tanto. A corto plazo, el descaro, el sectarismo, la incoherencia, la hipocresía, la arbitrariedad y demás, de tan evidentes sólo podrían perjudicarles. A largo plazo, esta operación es enormemente útil y necesaria para hacernos olvidar la escandalosa corrupción socialista que cuestiona, y mucho, su presunta superioridad moral sobre la derecha. Pero es una inversión de futuro que no sé si Sánchez y su partido pueden permitirse ahora mismo.

Por el otro, porque los independentistas sí tenían motivos para hacer lo que hicieron. Motivos que podían explicar a los suyos y que no tendrían por qué esconder ni disimular ni siquiera ahora. Motivos para prometer y para presumir de lo que iban a hacer, como hicieron durante años y como fingen hacer todavía. Y motivos por los que pueden ahora pasar por mártires, que es todo el heroísmo que conocen. De ahí que ellos no puedan arrepentirse y que los suyos no puedan castigarles ni puedan perdonarles. 

Griñán, en cambio, ni podría presumir entonces ni se atreve a confesar ahora por qué lo hizo y por qué lamenta que le hayan pillado y tengan que indultarlo. Si se atreviese a confesar y se atreviese a arrepentirse, entonces quizás los suyos podrían perdonarle y la vergüenza que ve en el espejo podría ser pena suficiente.

Pero ese arrepentimiento del que hablan estos días sus indultadores yo no se lo he oído. Lo que sí que le he leído, en cambio, y con enorme vergüenza ajena, por cierto, es que la corrupción, su corrupción, es una fatalidad que le cayó encima. Como algo lamentable que no debería haber ocurrido. Como un tsunami, una plaga de langostas, o un "conflicto político" en las vascongadas.

Con esto quizá le llegue un poco justo para un indulto digno, pero para un par de bailoteos en el córner le llega de sobra.

16.9.22

¿La ANC? Populistas a mucha honra

Los líderes independentistas acabarán haciendo suyas todas las críticas que han recibido, incluso las justas. Hay quien a eso le llama madurar, y seguramente tenga razón. Y razón tendrá también quien crea que ese madurar tiene algo de renuncia, algo de desilusión y algo de hacer pasar el fracaso por aprendizaje de la complejidad. Que también, claro. 

Si siguen madurando, los procesistas acabaran aceptando hasta eso que dijo José María Aznar y que entonces sólo quisieron ver como amenaza o como boutade: que antes se partirá Cataluña que España.

Y serán los de ERC, mientras tratan de asegurar la unidad de la España de izquierdas y se lamentan por la división del independentismo. Porque, si puede dividirse el independentismo, ¿por qué no podría dividirse Cataluña? Es más, ¿no es la división del independentismo ya, en sí misma, una división de Cataluña? 

De momento, lo que seguro que se ha dividido es esa "sociedad civil" independentista que formaban Òmnium y la ANC. Y se ha dividido exactamente por dónde dictó Xavier Antich: los de la ANC son populistas y ellos, pues no. Si alguna vez fue diagnóstico, el populismo ya es sólo acusación de las élites cuestionadas y acomplejadas en su papel.

Así que lo mismo dará que le llamen populista como que le llamen populacho, porque la cuestión clave es que, en este nuevo reparto de cargos y cargas, la ANC es populista porque Òmnium es repositorio de élites. Y lo saben.

Sabe Antich, el filósofo hermano, que la ANC es populista porque en Òmnium mandan los que fueron y son y quieren seguir siendo alguien. Manda una lista unitaria que incluye, como en los buenos tiempos del procés, a gente dirigente de todos los partidos políticos y sensibilidades relevantes, desde convergentes hasta cuperos, pasando por periodistas supuestamente serios y periodistas supuestamente graciosos. 

En Òmnium manda la élite política y toda la élite cultural y mediática que han sido capaces de encumbrar. Y es todo tan plural y tan abierto y abarca tanto que lo que queda fuera de sus dominios por fuerza tiene que parecerles poquita gente y poquita cosa. 

Lo que queda fuera del enorme paraguas del sistema es populacho y es emocional y despreciable. Es, en realidad, la pobre gente que se creyó sus mentiras, sus promesas y sus proclamas y que, a diferencia de ellos, todavía no ha encontrado ni la necesidad ni el beneficio ni la excusa de renunciar a ellas. 

Es la gente a la que le basta seguir siendo nacionalista y nacionalista como ha sido siempre y a quien no le importa quedar como los tontos del pueblo porque nunca tuvieron necesidad de presumir de listos.

No son, los habrán visto, gente seria. Son gente incluso un poco infantil, como decía con razón el expresidente Artur Mas. Pero son sólo tan infantiles como lo eran entonces, cuando se les pedía que creyesen en promesas como la independencia en 18 meses y en planes astutísimos, nunca revelados para no dar pistas a los adversarios (y para no dar sustos ni vergüenzas a los propios). 

Son populistas y son infantiles y lo son a mucha honra. Porque las cosas siempre han sido más complejas de lo que les prometieron y si es natural aunque lamentable que las élites mediáticas, culturales y políticas dirigentes jugasen a la simplificación y a la exageración, también es normal que la fe del populacho sea algo más fuerte y persistente que las apetencias o intereses de las élites.

De lo que en realidad se acusa a la ANC es de no madurar al ritmo que marcan las élites. Pero al menos un populacho que no baile al ritmo que marcan sus dirigentes es siempre, al menos, un correctivo y un freno al cinismo y a los tejemanejes de los mandamases. 

Así que serán populistas, pero a mucha honra. Porque, a pesar de la canción y de los tempos, que el populacho no baile al son de las élites es condición necesaria, aunque por desgracia no suficiente, de la libertad.

11.9.22

¿La última diada? Nada que lamentar

El president Aragonès no va a la mani de la Asamblea porque ERC no puede compartir el manifiesto.

Es un manifiesto que considera las mesas de diálogo con el Gobierno español y las trifulcas internas en el independentismo. Y Esquerra no puede compartirlo porque Mesa y trifulcas son los dos ejes básicos de su política y el camino hacia una hegemonía política que debería durar lustros.

Esquerra no comparte el manifiesto porque el manifiesto está escrito en su contra. Pero todo el mundo sabe que los manifiestos importan más bien poco, que no los lee nunca nadie y que nadie medio normal podría compartirlos. Siendo muy generosos, casi nunca.

Si Aragonès no va a la mani y ERC manda una "escasa" representación es, simplemente, porque ahora se lo pueden permitir.

Porque Esquerra ya no tiene ninguna necesidad ni ningún incentivo en hacer ver que estas manifestaciones sirven para algo o que ellos se someten a la voluntad del pueblo. O, mejor dicho, porque ya no tiene ninguna necesidad ni ningún interés en seguir fingiendo que esas manifestaciones y esas asociaciones representan al pueblo. Porque ahora mandan ellos. Y, al menos aquí, quien manda elige al pueblo y a sus legítimos representantes.

Esquerra no va a la mani porque sabe, porque siempre supo, que la unidad independentista es necesaria. Ni siquiera importante. La unidad, está dicho por aquí, es sólo la trampa de los poderosos para acallar y someter a los discrepantes. Quien manda decide quién es el que crispa y rompe la unidad y pone en peligro el procés e impide "ensanchar la base". Y ahora mandan ellos.

Esta Diada y estas ausencias rompen la ficción de unidad,. Pero la unidad no existió ni siquiera en los momentos álgidos del procés, donde ni las listas unitarias y los peligros compartidos pudieron disimular las luchas y los repartos partidistas en las entidades soberanistas de la supuesta sociedad civil. Y diría yo que en ese reparto y en esas guerras la Asamblea Nacional Catalana ni es ni fue nunca de Esquerra.

Ahora que manda, Esquerra ya no tiene que someterse a los dictados de la sociedad "civil" ex-convergente. Y la Diada puede volver a ser lo que era antes, aunque con los papeles más o menos invertidos.

Ahora con Esquerra vendiendo seny desde el poder y con los ex-convergentes vendiendo rauxa desde quién sabe dónde. Ahora la Diada puede volver a ser un desfile de distintos partidos, asociaciones, grupos, grupúsculos y, como se dice ahora, distintas sensibilidades. Y acusándose unos a otros de traidores, pragmáticos, maximalistas, vendidos, comprados, tontos del pueblo y demás, en nombre del sueño, siempre compartido, de la futura independencia de Cataluña.

Para completar el retorno a esta vieja y presunta normalidad, Ciudadanos ha vuelto a instalarse en el discurso quejoso y a lamentar que la Diada ya no es de todos, como si lo hubiese sido alguna vez o pudiese llegar a serlo. Y, en lugar de asumir, con resignación o con orgullo (ellos sabrán) que en esta fecha tan señalada ellos, simplemente, no tienen nada que lamentar. Que tampoco ellos tienen nada que lamentar.

Porque es como si ya todo el mundo compartiese el sueño socialista de una pax catalana donde todo se parece mucho a lo que había antes. Pero como un poco más de izquierdas y un poco más dependiente del PSOE. Todo tiene un cierto aire de resignado retorno al status quo ante procés. Pero nunca se vuelve al mismo Brideshead y me temo que aquí todos vuelven un poco más viejos y un poco más cínicos pero no exactamente más sabios, ni más maduros, ni más razonables.

La Diada ya no volverá a ser como la habíamos conocido. Pero si la Diada ha muerto, nadie tendrá nada que lamentar.

8.9.22

Los fantasmas de la unidad

Sin darnos siquiera tiempo a sospechar que fuese obra de un loco o de un master en Comunicación Política empachado de House of Cards (la inglesa, pelotudos), enseguida salió Pablo Echenique a explicarnos que el presunto intento de magnicidio contra Cristina Kirchner era culpa de la crispación y de la división.

La división crispada, que es el nuevo fantasma que recorre Occidente entero ahora que populistas ya somos todos y que al neoliberalismo se lo están comiendo entre los chinos y la inflación.

Fueron la crispación y la división, que se dan ahora en todas las sociedades que gobiernan, y que no se daban antes, cuando eran oposición al sistema, y que suponen una terrible amenaza para la democracia y para la libertad y para el poder del pueblo, que es el suyo. 

Porque división es el nombre que los gobiernos dan a la pluralidad que cuestiona su ideología y que amenaza su poder.

Y la división es tan grave, tan extrema y tan global, que incluso el presidente de los Estados Unidos tuvo que preparar un acto para denunciar, con toda la solemnidad que la ocasión requiere, lo peligrosa que para la democracia es la oposición.

Era una escenografía oscura, de rojos y negros, y si no fuese Joe Biden un hombre tan mayor, tan preocupado, y también un poquito senil, que susurra como susurran la nueva izquierda y la vieja vejez, daría toda la impresión de ser parodia u homenaje a cualquier líder fascista, real o ficticio.

Biden dejó claro que los "MAGA republicans" son una terrible amenaza para la libertad, no sólo en América, sino en el mundo entero. Y lo hizo mientras su partido invierte millones de dólares para asegurarse de que los más extremistas de estos trumpistas ganan las primarias republicanas. 

Pero la situación es tan grave y el peligro tan extremo que el mismísimo presidente Pere Aragonès ha anunciado que ni él ni su partido asistirán este año a la manifestación de la Diada. No irán y punto, porque se ve que también el independentismo está dividido, por culpa de la ANC y demás gente que sigue prometiendo y diciendo ahora, ¡en pleno 2022!, lo que él y los suyos decían y prometían hace cuatro días y un par o tres de indultos. 

Y porque resulta, también, que ahora Aragonès y los suyos ya no tienen que fingir que el procés es de abajo arriba. Ahora que gobiernan ya no tienen que fingirse simples siervos del pueblo soberan(ista) ni tienen que hacer ver que las manifestaciones multitudinarias imponen mandatos populares o, simplemente, que sirven para algo.

Ahora que mandan ellos y ahora que el tiempo y el cansancio y el cinismo y el Gobierno central y todo lo demás les va a favor, ahora resulta que lo más preocupante es el unilateralismo de sus socios de Gobierno y las entidades que crearon a tal efecto y la extrema derecha nacionalista que crece silenciosa y agazapada en las sombras de su mismísima Generalitat. 

Si no fuesen todos demócratas de intachables credenciales se diría que lo que pretenden es alimentar la división que tanto lamentan para asegurarse de que nunca nadie mínimamente decente se olvide de votarlos a ellos ni se atreva, por la cuenta que nos trae, a cuestionar sus políticas o sus promesas.

Se trata de alimentar a la bestia, porque nadie nunca en estas derivas autoritarias ha pretendido en realidad acabar con la oposición ni todas estas cosas que decíamos cuando les llamábamos populistas. Porque un poder absoluto implicaría una responsabilidad absoluta. Y responsabilidad es justo lo que no se quiere. De lo que se trata, por lo tanto, es de tener una oposición desprestigiada, tan temida como impotente.

Las constantes apelaciones a la unidad, y más en estos momentos de emergencias de lo más variopintas, ahora que winter is coming, son sólo un arma para tener controlada a la oposición y, se diría, se sospecha, se insinúa incluso en algunas ciénagas digitales, que a la población.

You might very well think that, but I couldn’t possibly comment.

31.8.22

Pavel Nedved y la educación sexual de nuestras ministras

He visto a Pavel Nedved bailando con unas señoras sin camiseta y me ha sorprendido que en la prensa deportiva titularan como escándalo lo que en la prensa internacional ya nos habían enseñado a respetar como el derecho de las mujeres, o al menos de las jóvenes, a un poco de fiesta.

Me temo que nadie bailará por Nedved y por sus amigas como bailaron por Sanna Marin y las suyas, creyendo que sus tiktoks desafiaban a alguien, creyéndose valientes afganas por un ratito. Por aquel entonces llegaron antes los bailes en su defensa que los supuestos e insoportables ataques que estaba sufriendo. Cuando salieron las fotos de sus amigas besándose sin camiseta en lo que parecía ser la residencia oficial ya estaba todo bailado y no cabía ya ni la sospecha de que un discurso como el de Tokisha y unas fiestas que ni las de Johnson pudiesen tener nada de problemático.

Preferimos bailar en defensa de lo obvio y desafiando a nadie porque somos una civilización en retirada. Y no sólo en el frente ruso.

También en la ley feminista del día y en su defensa de la educación sexual, que se supone que ahora no existe o que existe, pero a la que hay que proteger del porno y de los colegas, que se ve que nos dicen cosas que no son.

Y es curioso, porque la educación sexual que se necesita es precisamente la que no puede competir con el porno y que tampoco está amenazada por él. La educación sexual que se necesita es la que puede darse y que al menos a mí me dieron en la clase de biología, sustituta seria del cuento de las abejas, y de la que uno sale con unas bases teóricas sobre las partes del cuerpo y sus usos y sobre los peligros de embarazos no deseados y enfermedades indeseables.

Y el porno ni explica ni desmiente nada de eso. Del mismo modo que las películas de Disney no desmienten las miserias del amor ni los momentos que nunca salen en las canciones.

Me parecía incomprensible la convicción de que el porno es competencia de la clase de biología hasta que vi el otro día a una de estas educadoras sexuales que se supone que pasan por los colegios cargadas de plátanos y preservativos explicando que quizás sí que algunos ejercicios de los que se proponen eran contraproducentes porque incomodan a los alumnos. Que los ejercicios en los que se les pide implicación en cosas como simular relaciones sexuales como en las bodas cutres generan, porque la naturaleza es más sabia que nuestros pedagogos, el lógico rechazo entre los adolescentes.

Es en ese terreno, el de la práctica, el de la gimnasia sexual, en el que el porno es competencia y, diría yo, preferible. El terreno en el que el porno no sustituye a la clase de biología sino a las más clásicas lecciones prácticas que, en épocas y sociedades pretéritas, ofrecían a los adolescentes la pederastia o la prostitución.

Es en ese terreno, en el que los adultos se proponen enseñar como colegas lo que sólo podrían enseñar como amantes, donde se ven tanto las faltas como los excesos de una educación sexual. Por esa manía de proteger a los jóvenes frente a las incomodidades de lo desconocido, que pretende enseñarles lo que no debería para que no salgan al mundo con tantos miedos y tantas dudas.

Un argumento, por cierto, muy recurrente en esa pornografía que tanto temen. Y que, en nombre de un paternalismo obsceno, que precisamente porque juega con los límites del tabú e incluso de la legalidad, nos recuerda, a nosotros y a nuestras primerísimas ministras, que hay cosas que es mejor tener que aprender solitos. Y que hay cosas que es mejor no enseñar.

24.8.22

Cuando un 'presunto culpable' pide la eutanasia antes de ir a juicio

Si el pistolero que disparó contra sus compañeros hubiese sido culpable, el debate no debería ser tan problemático. A los culpables se les encierra y se les sacan los cordones de los zapatos y se les saca el cinturón precisamente para que no se maten antes de cumplir sentencia. Porque sabemos muy bien, en contra de lo que decía la magistrada, que no siempre ni ante todo prevalece el derecho a la muerte digna.

A no ser, claro está, que muerte digna sólo sea la que autorice la magistrada.

Se les quitan los cordones y el cinturón porque se cree, claro, que el suicidio es una opción. Que habrá delincuentes que prefieran morir antes que vivir presos y culpables. Que hasta estos extremos llega y tiene que llegar el poder disuasorio de la cárcel, que es una de sus principales funciones junto con el castigo y la reinserción. Y que este poder es, de hecho, el fondo de uno de los más crueles argumentos en contra de la pena de muerte. El de que la muerte no siempre es suficiente pena, que la cárcel es peor.

Si fuese culpable no debería ser tan problemático porque ya sabemos que a los culpables no se les reconoce el derecho al suicidio, asistido o no. Porque se considera que no pueden elegir su sentencia.

El problema que tenemos aquí es que este hombre era, todavía, un presunto inocente. Y que esa condición pesa y tiene que pesar. Que esa condición es, para nosotros los civilizados, sagrada.

Si hubiese sido condenado, si hubiese sido declarado culpable, entonces podríamos haber contemplado una muerte digna. Podríamos haber entendido que también para nosotros una vida en esas condiciones de impedimento, presidio y culpabilidad no sería, simplemente, digna de ser vivida.

Pero el pistolero no llegó a solicitar nuestra compasión ni a pedir perdón. No nos ha dado ni tiempo de ser humanitarios. Hace menos de un año que disparó y hace pocos meses que pidió ser eutanasiado. Y no es un tema menor porque en este caso, tanto por la práctica de la justicia como por la práctica de la eutanasia, time is of the essence. Aunque en sentidos opuestos.

Que la justicia sea lenta, no por prudente y garantista, sino por dejadez o desborde, la hace menos justa. Que la eutanasia sea lenta, en cambio, no la hace menos compasiva o humanitaria, sino más. De ahí la insistencia en que la persistencia en el deseo de morir sea fundamental, por ejemplo. Y que precisamente por eso se considere distinta al suicidio, incluso asistido, que podría ser el impulso de un tremendo que pasa por un mal trance o una mala época.

Pero esta persistencia en el deseo de morir era aquí tan dudosa que la juez rechazó la petición de quedar en libertad a la espera de juicio por considerar que había riesgo de fuga. Y alguien que quiere huir es alguien que quiere vivir en libertad.

Y quizás este sea el problema de fondo, que es de tempos tanto como de principios. Si el juicio hubiese llegado antes que la eutanasia, quizás nos habríamos ahorrado este debate. Pero las cosas han ido al revés porque parecería que ya sólo pueden ir al revés. Que cada vez somos más rápidos (¿y menos garantistas, por lo tanto?) concediendo "muertes dignas" y más lentos celebrando juicios justos.

Que la muerte llegue antes que la justicia podría tomarse como una de esas miserias intrínsecas a la condición humana que lamentan los profetas. Pero que seamos más rápidos ejecutando que juzgando dice algo de nuestra sociedad, y no sé si muy bueno.

17.8.22

Selectos ignorantes, perfectos islamófobos

Si los islamistas hacen sus cosillas para dar ejemplo, para mandar un mensaje a Occidente, podemos afirmar y afirmamos que han fracasado. Podemos celebrar con orgullo y alegría que aquí su propaganda terrorista no funciona porque, simplemente, no nos da la gana de darnos por enterados.

Así en ese antológico titular que informaba que Se desconoce qué motivó al presunto agresor de Salman Rushdie y que casi coincide en el tiempo con el aniversario del atentado en Las Ramblas, donde unos jóvenes musulmanes mataron y murieron y "sobre los que siempre tendremos la duda de si realmente querían morir matando, como hicieron" (Marina Garcés, metafísica).

Porque los hechos, es evidente, no hablan nunca por sí solos y se necesita un poco de voluntad para entender su verdadera naturaleza y significado. Así, es normal que todavía hoy cueste entender a esos jóvenes de Ripoll que, según sus amigos, reían y salían y bailaban y se emborrachan y siempre saludaban, hasta que un día dejaron de hacerlo.

Es normal que cueste entender a esos jóvenes islamistas, en Ripoll, en Siria o en Nueva York, porque la doble condición de joven e islamista es propensa a un tremendismo y a una volatilidad que a las mentes adultas tiene que parecernos incomprensibles.

De ahí que fracasemos una y otra vez en darles la solución, digamos existencial, que creemos que tanto necesitan. Ese sentido de la existencia que les aleje del fanatismo y de este ir dando tumbos entre eros y thanatos y les acerque a la placidez de los Netflix del sábado noche. Porque estas son cosas que parece ser que, si no las hace el tiempo, no las sabe hacer nadie.

Y si el fracaso es de Occidente, como dicen, y si resulta que la culpa es nuestra, como insinúan, entonces habrá que decir que, si no hemos sabido enseñarles a vivir, al menos no hemos sido nosotros quienes les hemos enseñado a matar y a morir. Nosotros vivimos tan tranquilamente sabiendo que lo normal es no saber vivir y que el fanatismo es incomprensible.

Por eso, mucho más fácil de entender que el fanatismo de los islamistas y el sentido de la existencia humana son las ignorancias selectivas de nuestros adultos. Las excusatio non petitas de Garcés y del diario, que parecerían simple cobardía (¡islamófoba!), pero que son también algo más.

Si los que tanto saben y entienden sobre todo lo demás son los que aquí más tontos se declaran es porque con este conocimiento no sabrían qué hacer. Ya decía Nietzsche que la voluntad de conocimiento es voluntad de poder.

Y es por eso por lo que con todo lo demás, con todo lo atribuible al cambio climático y al heteropatriarcado (es decir, al capitalismo), saben exactamente lo que pasa. Saben lo que quieren hacer, saben lo que quieren destruir. Con todo este conocimiento saben exactamente cómo vivir y saben exactamente cómo medrar.

Pero con el terrorismo islamista no entienden nada porque no sabrían qué hacer. O no se atreverían.

De ahí que lo más perverso de esta ignorancia tan selectiva, de esta búsqueda de las razones profundísimas, pero sólo en algunos casos, no es tanto la excusa que regalan sino la solución que buscan.

Porque lo que ellos buscan son soluciones de verdad, no parches como poner más policía o vigilar mejor a los imanes radicales o cosas por el estilo. Todo eso son medianías liberales, basadas en la terrible convicción de que el precio de la libertad es la eterna vigilancia. Y ellos no están dispuestos a pagar el precio de vivir siempre en la incertidumbre y el miedo.

No están dispuestos a soportar la idea de que nuestra humana condición no tenga solución y de que mientras haya hombres habrá zumbados y tendrá que haber, por lo tanto, policía, y tendrá que haber, por lo tanto, escritores amenazados por el fanatismo de los unos y abandonados por la cobardísima ignorancia de los otros.

Lo que buscan nuestros selectos ignorantes es una corrección definitiva de nuestra cultura, es decir, de nuestra naturaleza, y estarían dispuestos a sacrificarlo todo por la esperanza, por la mera promesa en realidad, de que esta vez sí la humanidad vivirá, de una vez por todas, en paz.

15.8.22

T de titánica

Tienen gracia las bromas sobre la enorme cantidad de hielo que gastó Rosalía en el videoclip de Despechá porque todo lo que había de decirse sobre el asunto está dicho en la E de expansiva y en Saoko: Cuando los cubito’ de hielo ya no es agua / ahora es hielo, se congela, uh, no.

Y tienen gracia porque la verdad que asoma tras esas bromas es el mismo miedo al advenimiento de un mundo sin hielos en las gasolineras ni luces en los escenarios; el miedo a la distopía tecnológica que ella de algún modo parece combatir en toda su obra. No por sumisión al discurso ecologista y demás, claro, sino por la superación del miedo apuntando hacia un futuro al mismo tiempo plenamente tecnológico y alegre, con una aparente inocencia casi infantil. Ta-ra-ra-ta-tá-ra (en la ola de Corea).

Es algo que se vio bien en el concierto en Barcelona y, supongo, en muchos más. 

Se anunció que algo estaba a punto de pasar cuando la pantalla, la enorme pantalla que constituía prácticamente todo el escenario, se puso a escribir sola. Y cuando las luces empezaron un crescendo de parpadeos no apto para epilépticos ni para almas sensibles como la mía y cuando el ruido fue creciendo hasta llegar al borde de lo insoportable. 

Tanta luz y tanto ruido y tanta gente gritando sólo podían anunciar la llegada de un dios o de un tirano, pero lo que emergió por un lado del escenario fueron unos seres que gateaban como bebés enormes o como bestias, vestidos de negro con máscaras blancas, luminosas, que recordaban a las de los malos de Star Wars pero que daban mucho más miedo.

Todo eso parecía anunciar el advenimiento de la distopía tecnológica hasta que de entre esa masa de cuerpos, presuntamente humanos, emergió Rosalía vestida de rojo, y quitándose la máscara le pidió al público, y un poco a sí misma, para qué engañarnos, las mismas explicaciones que estaba a punto de pedirle yo: Chica, ¿qué dices?.

El público, educado, gritó Saoko, que dicen que significa energía, movimiento, y que sirvió para que los petrificados, que éramos yo y un niño detrás de mí pero que deberíamos haber sido todos, nos sobrepusiéramos al terror y para dar comienzo a un concierto que se movería entre el rojo y el negro, es decir; entre el sexo y la muerte, entre lo obsceno y lo macabro. Pero con un toque cute, que se diría es inevitable en ella, y que la llevaría a sonrojarse y sonreírse cada vez que el público dijese Z de zorra, o la pusiera por encima de esas putas.

Rosalía empieza el concierto dejando claro que del miedo se sale hacia arriba, hacia el futuro, si prefieren, y no de vuelta hacia una supuesta pureza perdida. De ahí que ella misma sea igual de cantaora con un chándal de Versace que vestíita de bailaora. 

El optimismo hace el futuro es un optimismo tecnológico muy particular que se ve también en el salto que hay entre El mal querer y Motomami, que se supondría el salto entre el mundo de la tradición y el del futuro pero en el que, al fin, las motos japonesas se comportan como caballos andaluces; que se levantan sobre las patas traseras, giran sobre su eje; arrancan y frenan en seco. Como ella misma.

También ahí, despechá sobre las bolsas de hielo se ve que su cuerpo no está diseñado para el posado y la pasarela sino para el baile y el hentai. Una mujer que en catalán llamamos “de cuixa forta”, que pisa fuerte porque sabe dónde pisa y que ya por eso yo diría que es anti-trágica. Es, al menos, anti-edípica, por el de los pies hinchados, que no sabe quién es porque no sabe dónde pisa. O al revés.

Ella sabe bien lo que hace y sabe bien que tampoco ella podría hacer otra cosa. Y aunque no tenga dinero, no tenga a nadie / Yo voy a seguir cantando, porque me nace. Pero que ella nació para ser millonaria y que tiene gracia que en Barcelona la M no sea de Motomami sino de Milionària, en ese gesto empoderador tan daliniano de ganar y gastar y que tanto choca con la tradicional avara povertà dei catalani.

El dinero es una presencia constante en su obra como lo son todos los intentos del hombre por intentar superar la decadencia propia de nuestros asuntos, y se diría que de nuestra época, buscando la trascendencia. Dinero, decíamos. Y sexo, y fama… y amor, y Dios, y arte.

Que sabemos que la fama es mala amante y una condena, pero dime otra que te pague la cena. Y sabemos que sólo Dios salva pero tanto ella como su abuela que lo primero es Dios; ni la familia ni chingarte. Y que lo que dios te dio te lo quitará. Y lo que pasó ya no pasará. Y que sabemos que el amor con amor se paga, pero el amor que más dura no es el que no acaba sino el que no se olvida y que mientras espera una ilusión de amor lo que se oye de fondo, casi indistinguible de un latido, es una voz que repite Kiss me through the phone / While I lick you just like licorice.

Pero el que sabe sabe / Que si estoy en esto es para romper / Y si me rompo con esto, pues me romperé / ¿Y qué?. Que de eso trata el arte porque de eso trata la vida. Que ser una popstar nunca te dura, que aquí el mejor artista es Dios y que nuestra más alta tarea es la de keep it cute.

Por eso tenía que acabar el concierto con CUUUUuuuuuute, que más que una canción es un mandato.

11.8.22

Hagámonos dignos de nuestros perros

Cuenta Enric González en sus Historias de Londres que, al llegar a la ciudad, su mujer y él decidieron adoptar un perro (por hacer lo correcto) y que la perrera les mandó un inspector para evaluar si su casa se adaptaba a las necesidades del animal. El inspector consideró que una casa perfectamente adecuada para que vivieran en ella dos humanos adultos no era suficiente para un perro y les denegó la adopción.

Enric y su mujer se tuvieron que conformar con un gato, y el perro en cuestión, con la perrera municipal.

Sobre gatos yo no opino y la perrera de Londres no la conozco. Pero la imagen que tengo yo de las perreras municipales y la insistente propaganda del “no compres, adopta” me hacen sospechar que el celo protector del Estado para con los más débiles es mucho más eficaz aumentando el poder arbitrario de aquel que la protección de estos últimos.

Es un peligro muy presente en esta nueva ley sobre el asunto animal de Ione Belarra.

Se dice que una de las aportaciones de la nueva ley sería el que los padres (y madres, cabe imaginar) separados que maltratasen un animal perderían la custodia de sus hijos. Es algo enormemente problemático, como todo lo que tenga que ver con la intervención del Estado en las relaciones entre padres e hijos, especialmente si es para impedirlas.

Feminismo, animalismo, Estado del bienestar. Todo trabaja por el debilitamiento de la espontaneidad y la presunción de bondad de las relaciones afectivas.

Es verdad que con ello se apunta a una intuición moral profunda y arraigada incluso en el pensamiento de los más reacios a reconocer derechos o incluso sentimientos a los animales. Porque incluso, entre ellos, el maltrato animal es condenable porque alguien capaz de maltratar a un animal se supone más probablemente capaz de maltratar a un ser humano.

Pero lo que hace esta ley, y lo que hacen nuestros tiempos, es profundizar en la inversión de la jerarquía de las cosas, donde antes lo importante era evitar el sufrimiento de los humanos en general y de los niños en particular.

En la actual transvaloración econihilista de los valores, donde el bienestar del perro es prioritario respecto al del hombre, se deja en muy mala posición a todas aquellas personas que cuando menos pueden cuidar de un perro es justo cuando más lo necesitan. Mayores, enfermos, pobres, deprimidos: gentes a quienes el perro cuida, y no al revés.

La nuestra es una sociedad cada vez más envejecida y solitaria, donde cada vez hay más gente necesitada de animales de compañía. Poner cada vez más dificultades económicas y legales a la vida con nuestros peludos y babosos amigos deja cada vez más aspectos fundamentales para lo que ahora llamamos “bienestar” en manos de la arbitrariedad del Estado, del juez o del inspector de turno de la perrera municipal.

Mientras no lleguen para generalizarse los perros robot, todavía sin derechos (y que dure), la inversión de las jerarquías y la problematización constante de nuestra vida afectiva condena a la soledad a cada vez más personas que necesitan del cuidado de los animales más de lo que necesitan la caridad y las promesas del Estado del “bienestar”.

7.8.22

Sólo puede ganar Putin

No, claro que no sería un cambio justo. No podría serlo. 

Porque no es lo mismo una jugadora de baloncesto que un “mercader de la muerte”. Y porque no es lo mismo una condena rusa por llevar un poco de aceite de cannabis en la maleta que una condena estadounidense por tráfico de armas.

Pero es que iguales sólo lo somos ante Dios y un poco ante la ley. En su ausencia, en sus afueras, y especialmente en una guerra como esta, más o menos templada, somos, a lo sumo, intercambiables. Y aquí manda el mercado, no la justicia.

Y en el mercado el intercambio es posible porque las cosas son distintas en valor y en naturaleza. Y por eso, porque las valoramos distinto, podemos cambiar una cosa por otra y salir todos ganando y tan contentos. Podemos preferir un iPhone que los 1000€ que cuesta. O a Brittney Griner en casa que a un maldito asesino ruso entre rejas.

Porque aquí fuera, en el terreno del realismo político y de la guerra de propaganda, los hombres tienen precio y valen tanto como representan.

Por eso no son lo mismo y por eso son intercambiables una jugadora de baloncesto estadounidense, negra y lesbiana, para más inri, y un “mercader de la muerte”. E iba a decir que ni hecho aposta. Pero es que con Putin nunca se sabe y seguramente esté hecho aposta. 

Porque ha tenido que ser ella la condenada para que a Biden y a buena parte de la opinión pública, americana y diría que occidental, se le haga insoportable la injusticia de su situación y relativo el heroico principio de no negociar con terroristas.

A nosotros nos parece intolerable ver o incluso imaginar a Griner en una prisión rusa por viajar con un poquito de aceite de cannabis. Y Putin finge intolerable que los demás países se defiendan de él y de sus sicarios. Porque cada régimen se define por los ídolos que encumbra. Y no hace falta decir mucho más.

Pero es en esa discrepancia y en esa teatralización de las diferencias políticas, culturales e incluso civilizatorias que hace ahora el régimen ruso, donde se entiende el intercambio y su perversa lógica propagandística.

El intercambio de prisioneros nos remite a una lógica de guerra, que es donde halla su sentido, y especialmente a su fin, porque en realidad es allí se asume que todos han hecho más o menos lo que debían, que era lo mismo, y que lo han hecho más o menos por los mismos motivos aunque con distintas excusas, nacionales o ideológicas. 

Pero esto ahora es imposible de asumir. Y es imposible, por lo tanto, asumir la justicia de ningún intercambio con el gobierno de Putin. Para empezar, porque cualquier condenado en Rusia debe ser considerado inocente hasta que se demuestre lo contrario. Y por eso, toda apariencia de igualdad entre los presos, que es una apariencia de igualdad entre los regímenes, es una victoria de Putin y de su propaganda de guerra.

También por eso suele decirse que no hay que negociar con terroristas y secuestradores. Que no hay que pagar rescates para no incentivar secuestros y que toda negociación con ellos que no les sea en realidad una trampa mortal es ya una cesión, y por lo tanto una derrota. Por eso se repite que no se negocia con terroristas incluso cuando se negocia a escondidas. Y por eso esta negociación, tan pública y tan cruda. Y por eso este cambio de política de la administración Biden, se ve y tiene que verse como una señal de debilidad. Y, por lo tanto, como una derrota. 

Es una debilidad comprensible, porque es la debilidad fundamental, existencial, del Estado moderno, que justifica su existencia y sus impuestos y decretos leyes en el principio de protección. Al menos, de la vida de los ciudadanos. Pero es una debilidad que nuestros enemigos no pueden dejar de aprovechar siempre que pueden.

Se ve bien claro aquí, cuando se intenta el cálculo de cuántos inocentes justificarían la liberación de un culpable de los peores. Porque en el fondo de nuestro sistema garantista y de su presunción de inocencia está la convicción de que más vale un culpable suelto que un inocente preso. Y, sin embargo… ¿cuántos inocentes nuestros vale un culpable de Putin? 

Sabemos que este uno por uno no sería suficiente. Que no está bien intercambiar una inocente americana por un culpable ruso. Y tampoco tres inocentes. Ni mil. Que no es cuestión de cantidad sino de calidad. Y de la calidad, en el fondo, de la propaganda. De lo útiles que sean unos y otros y su liberación para ganar una guerra que nosotros, con Estados Unidos, en principio, no estamos luchando. 

Este es, por lo tanto, un intercambio en el que Putin saldrá mejor pagado y una batalla que sólo él puede ganar. Entre tantas otras cosas, porque él es el único que puede hacer los cálculos en limpio. Porque soltar inocentes es siempre más barato que soltar culpables y porque comerciar con la vida y la libertad de los hombres y de sus ciudadanos es lo suyo. Es su política, son sus principios y es su estrategia (y su conveniencia). 

Putin ganará esta batalla, simplemente, porque no puede perderla. Es el tipo de lujo asiático que los autócratas pueden permitirse y los demócratas no.