Hay lecciones que sólo nos pueden dar los propios. Y por eso todo equipo debería tener un Puyol capitán eterno que recuerde a los joviales brasileños de turno que está muy bien meter goles y celebrarlos y ser felices y demás, pero que bailar en un córner puede parecerse demasiado a bailar sobre una tumba. Y que eso aquí no es costumbre y que nuestras costumbres y nuestros rivales también merecen un respeto.
Si te lo dicen los demás, los tristes, los perdedores, será siempre partidista, sectario, consuelo de tontos y, en ocasiones, especialmente en las que cuenten con la participación del Frente Atlético, incluso racista.
De ahí la importancia de que fuesen también los propios socialistas, aunque pocos, quienes se opongan al indulto a Griñán y le recuerden a la dirección sus propios principios y los precedentes que les llevaron al poder.
Porque si los brasileños pueden confundir una alegre lambretta con una cruel danza triunfal, también los socialistas pueden y suelen confundir la socialdemócrata redistribución de la riqueza con la corrupta prebenda y compra de votos y favores y demás.
Y es bueno que se lo recuerden los suyos para que pueda surtir algún efecto positivo. Algo que no sea la simple cerrazón sectaria o el aislamiento del vencedor que sólo pide, fíjese usted qué poquita cosa, que le dejen celebrar su poderío en paz.
Los pocos socialistas valientes y felices que queden deberían además atreverse a las comparaciones que los demás rehúyen. Con Vinicius y el Frente Atlético, claro. Pero también y sobre todo con los indultos del procés, el elefante blanco en el argumentario de la defensa. Porque, efectivamente, no son lo mismo. Pero aclaran algunas cosas.
Por un lado, porque con el indulto a los golpistas el Gobierno tenía la esperanza, muy razonable, de ganar votos, apoyos y poder a corto plazo. Y, a un plazo tampoco muy largo, poder presumir de haber acabado, con su interesada clemencia y comprensión, con el procés.
Con Griñán no podrían tanto. A corto plazo, el descaro, el sectarismo, la incoherencia, la hipocresía, la arbitrariedad y demás, de tan evidentes sólo podrían perjudicarles. A largo plazo, esta operación es enormemente útil y necesaria para hacernos olvidar la escandalosa corrupción socialista que cuestiona, y mucho, su presunta superioridad moral sobre la derecha. Pero es una inversión de futuro que no sé si Sánchez y su partido pueden permitirse ahora mismo.
Por el otro, porque los independentistas sí tenían motivos para hacer lo que hicieron. Motivos que podían explicar a los suyos y que no tendrían por qué esconder ni disimular ni siquiera ahora. Motivos para prometer y para presumir de lo que iban a hacer, como hicieron durante años y como fingen hacer todavía. Y motivos por los que pueden ahora pasar por mártires, que es todo el heroísmo que conocen. De ahí que ellos no puedan arrepentirse y que los suyos no puedan castigarles ni puedan perdonarles.
Griñán, en cambio, ni podría presumir entonces ni se atreve a confesar ahora por qué lo hizo y por qué lamenta que le hayan pillado y tengan que indultarlo. Si se atreviese a confesar y se atreviese a arrepentirse, entonces quizás los suyos podrían perdonarle y la vergüenza que ve en el espejo podría ser pena suficiente.
Pero ese arrepentimiento del que hablan estos días sus indultadores yo no se lo he oído. Lo que sí que le he leído, en cambio, y con enorme vergüenza ajena, por cierto, es que la corrupción, su corrupción, es una fatalidad que le cayó encima. Como algo lamentable que no debería haber ocurrido. Como un tsunami, una plaga de langostas, o un "conflicto político" en las vascongadas.
Con esto quizá le llegue un poco justo para un indulto digno, pero para un par de bailoteos en el córner le llega de sobra.