18.7.19

El evolución de Errejón

A los supuestos cambios ideológicos de Errejón los llaman evolución ideológica y hacen bien porque tiene mucho más de adaptación al medio que de progreso. En realidad el cambio no lo es tanto. Es un cambio de lenguaje, digamos de retórica, de énfasis y silencios, excepto en el tema de Venezuela, que debería haber sido menor pero que siempre tuvieron por fundamental. Porque Venezuela es el experimento populista, revolucionario y liberador más parecido a Podemos y es por eso el que mejor les ha sacado los colores y las casillas. Venezuela no es una cuestión menor porque sus susurros en la oreja del tirano es lo más cerca que han estado de gobernar un Estado. O de, como dicen ellos, aplicar su programa de gobierno. Venezuela es el efecto más real que ha conocido la humanidad de sus grandes ideales y por eso que hay que volver a repreguntar sobre el tema, porque cada vez que hablan de ella y de su relación con ella se delatan. Incluso cuando lo hacen, cuando lo hace Errejón, para rectificar.

Así por ejemplo en la entrevista que le hizo Jorge Bustos hace unos días y en la que le dio, así lo dijo, la "la ocasión de retractarse de su famosa afirmación sobre las tres comidas diarias en Venezuela". Y vaya si lo hizo. Marcó literalmente distancias con Venezuela (“Cuando ves una situación de lejos hay que ser prudente”) y reconoció que Venezuela va camino de convertirse en un Estado fallido, que esa frase ya no es verdad y que no es un debate ideológico. Pero sí que lo es. El debate es ideológico y siempre lo ha sido. Porque el problema de Venezuela no son errores técnicos sino teóricos y morales y porque esa frase suya no era una mala frase en un mal momento sino un mal principio. Como frase no era, de hecho, más que el intento de excusar el fracaso de la revolución. Al menos, venía a decir, comen tres veces al día. Pero el hambre no fue nunca argumento o el motor del cambio. Lo fue en Madrid y Barcelona, pero Venezuela, con una cultura política distinta y unos pozos de petróleo más grandes, siempre permitió soñar a lo grande. Venezuela permitía soñar con asaltar los cielos, en construir la libertad. Y por eso su fracaso es un fracaso ideológico. Es el fracaso de un sueño y la constatación de que sobre un principio como el suyo nada recto puede construirse.

Si no tienen tiempo ni ganas de leer a Raymond Aron, basta con ver y entender qué le ha pasado a su queridísima Khaleesi. Podemos y sus equivalentes internacionales, con AOC a la cabeza, compartieron desde el inicio la fascinación por la "rompedora de cadenas", la liberadora de esclavos y todo lo demás y coincidirán ahora en decir que el problema es que los guionistas, el sistema, eran machistas o porque la pobre tuvo un disgusto y un mal día. La pregunta que hay que hacerles siempre es por qué crees que esta vez sí. Por qué crees que contigo sí. Porque el problema del revolucionario, lo dijo Gómez Dávila, es creer que la revolución fracasó porque no la comandaba él. Cuando en realidad el problema de la revolución es su lógica y no su liderazgo.

El problema que tienen Errejón y los podemitas con Venezuela es que solo pueden retractarse si lo hacen del todo. Si dejan de ser revolucionarios y populistas y abrazan a pecho descubierto la fe en la democracia liberal, el libre comercio y el Estado de derecho. Ese es el nuevo Errejón y la nueva izquierda que hay que esperar que encuentre o se gane “su espacio”, a codazos y a poder ser a muerte con sus antiguos amiguitos de la revolución bolivariana.

17.7.19

¿La 'Manada de Manresa'?

La bautizaron como la Manada de Manresa, pero no tienen ni punto de comparación. Lo hicieron, claro está, con la mejor de las intenciones, para demostrar las similitudes, denunciar el silencio hipócrita y defender a las víctimas (presentes y futuras). Pero la verdad es que, en lo fundamental, que no son los hechos sino sus circunstancias, este caso tiene muy poco que ver con el tristemente célebre de Pamplona.

Lo más evidente y fundamental es la raza, ¡la racialización! de los presuntos agresores, que impide que nuestra izquierda se manifieste por miedo a ser confundida con los racistas. En su defensa hay que decir que es un miedo razonable. El sentido de las manifestaciones lo define tanto la causa como la compañía y en este caso siempre se trató más de demostrar que no eran machistas ni indiferentes frente al sufrimiento femenino que de defender a una víctima que por aquél entonces ya contaba con la defensa de sus abogados, la justicia y el Estado de derecho. Si se considera que esto no basta, si se cree que se necesita algo más y se exige que la sociedad entera, como una gran familia, arrope, apoye y crea y lo grite a los cuatro vientos, es sólo porque antes se la ha criminalizado como a una sociedad heteropatriarcal de violadores y explotadores.

Es por eso que estas manifestaciones no son en realidad muestras de solidaridad con la víctima sino la representación pública de una sociedad que se pide perdón a sí misma mientras exige a los políticos que la hagan virtuosa. Quizá haya algo de racismo en el hecho de que nuestra sociedad se sienta menos culpable en el caso de Manresa (Barcelona) que en el de Pamplona, pero lo que de todos modos deja claro es que ni todo el mundo puede pedir perdón en nombre de la sociedad ni todo el mundo puede concederlo. Y es por eso y por nada más que los millones que se manifestaban antes, con tanta pompa y entusiasmo, no pueden hacerlo ahora. Porque nadie quiere ser perdonado por un racista. Y porque en realidad sólo se trataba, como de costumbre, de sentirse del lado correcto de la historia. Es decir, de la pancarta.

Y para que esto sea posible, para que haya un lado bueno y de los buenos y un lado malo y de los malos, es imprescindible que haya dos versiones de la misma historia y dos lados de la misma pancarta. Y eso es algo que había en Pamplona y que falta aquí. En Pamplona había alguien al otro lado y por eso el activismo podía, y debía, intervenir. Allí tenía la oportunidad y por lo tanto la obligación de ayudar a que la balanza de la justicia se decantase por el bien. Porque en Pamplona había un contexto e incluso un pretexto de fiesta y diversión. Existía incluso la pretensión de explicar los hechos en nombre de la libertad sexual y había además una defensa pública de los acusados. Por eso tantos se sintieron obligados a actuar y por eso había que insistir hasta la extenuación en que "no es no", que "si no es sí, es no", que "no fue consentido" y que "no fue abuso sino violación". Porque había dudas razonables.

En Manresa no se dan las condiciones. En Manresa no ha salido nadie a defender públicamente a los acusados. Ni siquiera ellos mismos. Y por eso el activista moral no ha encontrado ocasión de retomar las calles hasta que ha podido salir a responder a los racistas y xenófobos que han aprovechado el caso para acusar a los llamados menas y a todos los inmigrantes en general. Aquí sí que había conflicto, ahora sí tenían ocasión para manifestarse en favor del bien y en contra del mal y algunos de los más encontraron excusa hasta para recordarnos que no deberíamos criminalizar a estos chicos sino a los hombres sin distinciones de raza, cultura o religión.

A pesar de todo esto, la cuestión fundamental no está en los acusados sino en la presunta víctima. En el hecho, sólo aparentemente paradójico, de que en el caso de La Manada, la auténtica, no había víctima. Es verdad que un pequeño reducto de sádicos y morbosos sabía de ella, pero para los demás, para la gran mayoría de la sociedad y para la totalidad de los nobles, la de Pamplona era una víctima elíptica en la que se creía a ciegas, parodiando a la diosa justicia, porque sólo de esa forma se podía creer con la fe y la devoción que exigía su unánime y simbólica defensa. No hace falta recordar la que montó Arcadi Espada cuando preguntó si alguno de sus defensores públicos sabía algo sobre sus usos y costumbres, que era algo a todas luces relevante para el juicio real pero incompatible con el circo mediático y que era, en cualquier caso, muchos menos de lo que ya sabíamos todos sobre los entonces acusados, sus familias, sus amigos y sus circunstancias.

En Pamplona teníamos a unos acusados sin víctima y en Manresa tenemos a una víctima sin acusados. Con la agravante particularidad de que la víctima conocida no es la chica sino su tío, y esta diferencia de género, se comprende, lo cambia todo. Porque el tío de la víctima es un hombre fuerte y tatuado que grita y que llora y que explica unas cosas espantosas y que casi se pega con uno de los acusados. Este hombre no es la joven pura e inocente que merece y necesita del cuidado y protección de toda una sociedad. Este hombre no es víctima de una historia de opresión sino la víctima real de un posible crimen real y aunque dice que le basta la protección del sistema y de los tribunales, de la justicia, es evidente que no le puede bastar. Este hombre es humano, demasiado humano para despertar la solidaridad de las masas. Es un hombre que cuando grita que no fue abuso sino violación no dice nada que no sepamos ya, que no creamos ya, y que nos demuestra así que no necesita de nuestra defensa sino de nuestro consuelo. Y la masa no está para esto.

Por eso, por mucho que quieran ahora solidarizarse con él y por mucho que se exijan para él las atenciones que se tuvieron con la víctima de Pamplona, la verdad es que no podrían construir una masa a su alrededor sin pervertir e instrumentalizar su causa. Porque este hombre y su familia necesitan nuestro respeto, y no nuestra fe. El respeto de no aprovecharnos de su dolor, de no usar su tragedia como una bandera ideológica y de no convertir esos vídeos que circulan por las redes en armas arrojadizas contra la hipocresía de todos esos ochomesinos que ahora guardan un escrupuloso silencio. Compartir esos vídeos es usar el dolor de una chica, de un tío y de toda una familia para sacar un rédito ideológico y político. Un hipócrita ejercicio de exhibicionismo moral. Que es justo lo que se criticaba. Y justo lo que hay que evitar.

Artículo publicado en ElMundo

11.7.19

Pacto contratiempo

Los partidos independentistas andan estos días peleados porque ambos han cometido el pecado de pactar alcaldías y demás poderes con el PSC, partido también conocido como el del 155. Este nombre se lo habían ido adjudicando en exclusiva un poco porque de los otros dos ya ni se habla y un poco también como advertencia para evitar caer en las viejas tentaciones y conveniencias de pactar con ellos. La advertencia no ha servido para nada y esa es una noticia importante.

Lo es, sobre todo, ahora que lo hace JxCat porque es quien presuntamente tenía menos "argumentos" para hacerlo. Con este gesto, JxCat se ha demostrado a sí mismo y, peor aún, ha demostrado a ERC y sus voceros, que puede haber alternativa y en ocasiones hasta beneficio a la unión de las fuerzas independentistas en torno a la estéril y peligrosa retórica de la unilateralidad. Desde el inicio del proceso, JxCat y sus distintas marcas electorales han visto su política de pactos y, por lo tanto, sus posibilidades de tocar poder, a la unión con ERC. ERC, por su parte, ha mantenido siempre como amenaza y como esperanza la posibilidad de pactar con las fuerzas "de izquierdas" y/o "favorables al derecho a decidir". Podían así pactar con Podemos (están, de hecho, y según Rufián, "condenados" a pactar con ellos) y han podido también pactar con socialistas y cuperos cuando les ha convenido. Su situación recuerda ahora a la de aquellos matrimonios abiertos (de las películas) en el que peor lo acaba pasando es quien más felices se las prometía.

JxCat no tenía a nadie más y eso ha sido, también, fundamental para el procés. Como del inevitable fracaso del unilateralismo sólo se salía por la izquierda, JxCat tenía todos los incentivos para seguir hasta el final porque en la renuncia no tenía ni un futuro que ganar. No tenía futuro porque no tenía ninguno de los tags políticos de moda. No podía hacer un pacto de izquierdas porque no parece lo suficientemente de izquierdas y no podía hacer un pacto independentista porque el pacto ya estaba hecho. No podía ampliar la base porque a su derecha sólo hay españoles y no podía representar el regeneracionismo pseudo-populista porque, como no se cansan de recordarle sus únicos y queridos aliados, es y siempre será el partido del 3%. A parte de este aroma a corrupción, lo único que le quedaba de lo que fue, y lo único que podría justificarle un gobierno -la centralidad, la gestión, la defensa de los amplios consensos del catalanismo y estas cosas que otrora fueron importantes- es justo lo que lleva años ridiculizando.

Para el independentismo, el pacto con el PSC es a día de hoy injustificable. Pero es también perfectamente comprensible. Porque el pacto con el PSC hace evidente, y por eso molesta, que los dos partidos que han liderado el proceso independentista están pensando en clave post-proceso más que en clave independentista. El pacto con el PSC evidencia que el proceso está muerto y la legislatura también y da razones para esa esperanza, fundamental de la democracia, en que la persecución del poder y de los propios intereses tienda a redundar al fin en beneficio de toda la sociedad. Evidencia que, poquito a poco, los partidos independentistas se van a ir viendo obligados a hacer de la necesidad virtud.

Artículo publicado en TheObjective