21.10.22

Mi mundo por un Van Gogh

Como parece que un tiktok tampoco vale más de mil palabras, han tenido que salir las activistas del tomate y el Van Gogh a explicarse. Y lo han hecho según lo previsto, que es lo peor que podría decirse de un revolucionario.

Dicen, como todos, que ellas sólo querían poner el tema sobre la mesa, como si no fuese este ya casi el único tema que hay sobre la mesa. Como si no fuese este, en realidad, la mesa misma sobre la que se van poniendo, asentando y legitimando todas las demás preocupaciones humanas.

Pero de todo lo que han dicho y hecho, lo peor es que juran que ellas nunca jamás de los jamases hubiesen dañado un Van Gogh. Y parecen sinceras. Aunque sólo sea porque parecen estudiantes de bellas artes. 

Ellas no dañarían nunca un Van Gogh para salvar el planeta porque en su tierna cabecita woke todas las causas nobles trabajan siempre juntas y ningún sacrificio sería realmente necesario. Nada bello debería perecer en esta lucha final por salvar el planeta porque para salvar el planeta bastaría con que los malos dejasen de hacer cosas feas. 

Es sorprendente y decepcionante, tanto por revolucionarios como por jóvenes, que si tienen que hacer la revolución tendrán que hacerla, precisamente, contra los viejos burgueses, gordos contemplativos y despreocupados, que valoran más el Van Gogh que el planeta.

La revolución pacífica, simbólica, performativa y tiktoker solo puede triunfar si logra reeducar a quienes tienen los principios, por así decirlo, invertidos y que por ello sólo pueden merecer o nuestra compasión o nuestro desprecio.

Pero lo que les pasa es que en realidad tienen el mismo discurso que sus profes, que sus padres y que sus élites mediáticas, culturales y económicas. Y lo único que les queda suyo, propio, de jóvenes, son los tintes y las prisas. Que son lo peor, porque las prisas son, como sabemos los viejos, malas consejeras.

Ellas quieren luchar contra el clima y contra la pobreza energética y lo quieren hacer al mismo tiempo y quieren que ese tiempo sea ahora mismo. 

Pero las prisas que impone el catastrofismo climático son simplemente huidas hacia adelante para no tener que perder el tiempo discutiendo, calibrando, calculando y valorando pros y contras, costes y beneficios. Cosas de burgueses, vaya.

Y lo que las apresuradas no quieren ver es que esta revolución se está haciendo, a lo largo y ancho del mundo concienciado, contra los lentos. Contra los que no pueden pasar de la gasolina al diésel, del diésel al híbrido, del híbrido al eléctrico y del eléctrico al burro de carga al creciente ritmo que marcan los consensos científicos. Ni pueden cambiar de medio de transporte y de modo de vida al ritmo al que se suceden las ordenanzas municipales del medioambiente. Esas buenas gentes que, como ellas dicen, tendrán que elegir entre "comer o calentarse". 

Lo que no saben, lo que no entienden, lo que quieren dejar atrás a toda prisa, es la trágica conciencia de que estas prisas son una condena para todos los que a lo largo y ancho de la pachamama no pueden seguir el ritmo de sus pijadas.