El Gobierno anda empeñado en abolir la prostitución y piensa poner el foco en la prostitución online.
Es una manera como otra de desviar el foco, porque cuando la prostitución se traslada a internet no se transforma en prostitución 2.0 o en prostitución de sexta generación, sino que pasa a ser una cosa mucho más limpia, mucho más libre y mucho más segura: el viejo exhibicionismo de siempre en un nuevo formato.
Y pasa a ser, además, porque esto trata de OnlyFans, una opción de vida (por decirlo así) mucho más atractiva que la vieja prostitución.
Al Gobierno le preocupa que tantas chicas jóvenes, pudiendo meterse a cajeras de supermercado, o a servir copas a guiris borrachos, prefieran meterse en OnlyFans.
Ya serán menos, porque siempre se exagera. Pero quizás esto sea ya lo verdaderamente sorprendente en una cultura como la nuestra, tan exhibicionista, y en un país como el nuestro, que con tanta insistencia ha confundido el destape con la libertad.
Una sociedad exhibicionista hasta tal punto que incluso nuestros últimos conservadores se sienten mucho más cómodos criticando el recatado burkini antes que el impúdico nudismo de topless y bikini de tanga.
Y una sociedad contradictoria también, donde es evidente el derecho que tienen las mujeres de elegir el traje de baño que quieran y de ir a la playa como les dé la gana, pero siempre que pueda fingirse que lo hacen libremente.
Que quiere decir aquí "inocentemente", como sin saber muy bien por qué ni para qué.
Cuando la elección evidencia lo que es evidente, cuando el subirlo a internet ya no deja excusas para tratarlas como si no supiesen lo que enseñan, entonces, justo cuando evidencian conciencia y agencia sobre sus actos, es cuando hay que empezar a protegerlas de su libertad.
En las redes mucho más que en la playa, que se ha convertido por comparación con el mundo digital en un ámbito casi privado, donde todo queda entre los vecinos de toalla, bañitos, sudores y arena.
Sorprendente será que tantas estén exhibiendo gratis en nuestras playas y piscinas lo que podrían cobrar a buen precio de colgarlo en internet.
Y sorprendente será que no lo hagan, teniendo en cuenta que el dinero es potencialmente más obsceno que el trabajo (que también es un poco lo que buscamos todos) y el riesgo, cada vez más negligible. Ya no sólo físico, sino incluso reputacional.
Cada vez son más famosas, y favorecidas por el algoritmo de las redes mainstream, las chicas que venden este tipo de contenido en OnlyFans. Y sólo en justa y lógica correspondencia se van viendo casos de arrepentidas invocando el derecho al olvido (esa ley de segunda oportunidad para insolvencias morales) como la ciclista Cecilia Sopeña o de familias como las de la célebre Lily Phillips, rotas por la vergüenza y el estigma.
Nada que ver con la antigua prostitución de saldo y esquina, que es la que justificaba el proteccionismo estatal en nombre de la libertad y la seguridad de las mujeres que se veía (y aquí es cierto en muchos casos) obligadas a ejercerla por algunos proxenetas y por mil y una terribles circunstancias.
Y mucho que ver en cambio con aquellas prostitutas de lujo a las que se acogían los liberales para demostrar que, evidentemente, hay muchas mujeres que ejercen la prostitución en libertad y conciencia eligiendo sus horarios, sus tarifas, sus hoteles y hasta sus clientes.
Si el Gobierno y los abolicionistas insisten en llamarlas prostitutas es precisamente porque creen que para con las prostitutas tienen un deber de amparo. El deber de protegerlas de su libertad.
Es una lógica muy puta ella misma, pero que funda imperios.
Puesto que saben que su principal deber es el de protegernos, no pueden evitar inventar colectivos vulnerables sobre los que cumplir con su generoso paternalismo.
De ahí que insistan en llamar putas a mujeres que nunca se han acostado con nadie por dinero. Y que no tocarían al putero medio ni con un palo. Quien las llama "putas" es porque las quiere calladitas, obedientes y agradecidas.
Y no hablo sólo de clientes y proxenetas.