13.9.24

'Normalizar' Cataluña

Estas cosas no son agradables de ver. Cómo se hacen las salchichas y cómo se hacen las leyes, decía el chiste. Y cómo se hacen las nuevas normalidades, tampoco.

No es agradable, pero alguien tiene que hacerlas. Y también en Cataluña la vuelta a la nueva normalidad es una vuelta a lo mismo, pero un poco peor. 

La nueva normalidad es que el 10 de septiembre, en el Fossar de les Moreres, donde antes se lanzaban puyitas las juventudes convergentes y las republicanas, ahora se las lancen los jóvenes de Arran y los radicales de Sílvia Orriols.

Y que así se vaya considerando. Que los radicales vayan siendo ya únicamente los de Orriols y que Arran, incluso para los no alineados con el socialismo imperante, vuelvan a ser anécdota, a pesar de su impresionante currículum de actos vandálicos orgullosamente reivindicados en nombre de la patria y del socialismo.

A los de Orriols no se les conoce más que el tono, el acento y el aspecto de su portavoz, tan marcados, tan severos, tan como de Cataluña de antes. Como si regresase del futuro para advertirnos de los peligros del Estado español y de la inmigración.

La nueva normalización de Cataluña pasa por las multas y las advertencias parlamentarias a Orriols, porque tanto a los socialistas como a los demás partidos del procés les conviene desviar el foco de sus pactos, engaños y negociados varios.

La Generalitat impuso a Orriols una multa de 10.000 € por afirmar que "la identidad catalana está amenazada" (que es algo que sabe todo el mundo, y que no pocos celebran) o que "en una Cataluña islámica habría violaciones en grupo, mutilaciones genitales y matrimonios forzados".

Algo que, por la parte de las violaciones, se supone que ya sucede. Y que por la parte de las mutilaciones y los matrimonios forzados, asumiendo que ya no se da ni durante las vacaciones en el pueblo de los abuelos, supone en todo caso un temor al que sólo cabe responder con el optimismo progresista de la feliz e inevitable secularización (y tinderización, incluso) de los nuevos catalanes.

Lo que se le ha prohibido a Orriols, y con ella a todos los demás, es el pesimismo. 

Porque la nueva normalidad, también ahora, y siempre con Salvador Illa y Pedro Sánchez al mando, impone el optimismo con toda la fuerza sancionadora del poder político. También de esta "saldremos mejores".

La nueva normalidad en Cataluña es que, como en el resto de España, toda la atención política y mediática se centre en el peligro de la extrema derecha para que el Gobierno haga sus cositas en paz mientras deja pudrirse todo lo demás. 

Así se entiende también lo que hace que Illa quiera volver a ese seguramente mítico catalanismo moderado y cordial, para que algunos le acusen de nacionalista mientras deja que la nación catalana desaparezca en la feliz pluralidad cultural del Estado.

Se ve en los dos grandes temas en los que no trabajar de lleno y con todas las fuerzas en su favor es tanto como actuar en su contra.

Se ve en la financiación singular, presunto pacto fiscal, que consistía en darle a ERC una excusa para votar susto en vez de muerte, que ahora negociarían dos socialistas entre ellos, y que cada uno debería interpretar como quiera, pero siempre a favor del gobierno de Sánchez.

Y está muy bien que la oposición diga que es un pacto fiscal como el cupo vasco, y tan mal calculado como el cupo vasco. Y está muy bien que pasen de negar la existencia del déficit fiscal a afirmar que con semejante cupo los españoles morirían de inanición, porque ante semejante panorama, al PSOE le bastarían las buenas intenciones para mantenerse en el poder en Cataluña y en Madrid.

Y se ve también en la inmersión lingüística, que es el gran tema nacional y que si no se cumplía con Junts, ni se cumplía con ERC, mucho menos se va a cumplir con Illa.

Illa dice que está a favor de la inmersión por no decir que está en contra, porque proponer cualquier alternativa es un jaleo innecesario y de dimensiones colosales que pondría en peligro su poder.

Pero hacer cumplir la inmersión es ya imposible en Cataluña, por el simple hecho de que en las aulas catalanas no quedan suficientes charnegos acomplejados y con ganas de integrarse. Especialmente en la parte que importa para el asunto y a la que, sabiéndolo bien, por aquel entonces llamaron Tabarnia.

Para que se cumpliese la inmersión, y ya no la que temen los tabarnios, sino la del 75% en catalán que se supone legal, la Generalitat debería inundar los colegios de inspectores dispuestos a imponer el catalán a golpe de sanción.

Y ni tiene ganas, ni tiene inspectores, ni los encontraría dispuestos a semejante drama. Pero estar de verdad a favor de la inmersión lingüística es esto, y ni Illa ni nadie en Cataluña está por la labor.

El socialismo sabe que para mantener el sistema, y para mantener el poder, necesita de la inmigración mucho más de lo que necesita una nación catalana rica y plena. Y quien no haga este esfuerzo, de una violencia que aquí sólo se atreverían a ejercer contra la pesimista Orriols, está simplemente dejando el futuro del catalán y de Cataluña en manos del progreso, o sea, de la demografía.

Es decir, está dejando que desaparezca poco a poco, pero en silencio, que algo es algo y es lo normal.

5.9.24

El islam no existe; la islamofobia también

El gobierno laborista británico ha prometido que arrancará la islamofobia de raíz. Y cuando le han preguntado qué es la islamofobia, no ha sabido dar una definición. Ha respondido con un "estamos trabajando en ello" para dar con la definición perfecta que proteja todas las sensibilidades de forma comprehensiva y demás jerigonzas con las que los listos de buenas universidades marcan ahora su virtud.

La falta de definición no es, claro está, un impedimento a la hora de perseguir la islamofobia. También nosotros vamos por la vida sin dejar de buscar algo que no sabríamos explicar.

Pero lo que para nosotros, simples mortales, es un problema, para ellos es la solución.

Hannah Arendt decía que quien va a la raíz de los problemas sólo encuentra sus propios prejuicios. Y es bastante claro qué prejuicios encuentran estos días todos los gobernantes que buscan atajar problemas de raíz. Quien busca las raíces de la islamofobia sólo puede encontrarse con la extrema derecha. Porque ese es el nombre que le da a todas las causas enemigas, y esa es la confusión que alimenta toda su política.  

La evasiva respuesta y la confusa concepción que esta gente pueda tener de la islamofobia muestra que la pretensión del legislador no son ni la claridad, ni la distinción, ni la persecución eficaz del crimen.

Aquí se busca la confusión.

Y en eso, lamento comunicar, el centro centrísimo y la extrema derecha se tocan hasta lo obsceno.

El centro centrísimo pretende combatir la islamofobia de raíz. Pero en las raíces solo hay fango y oscuridad, y allí abajo las cosas se ven siempre mucho más confusas de lo que sería deseable en un asunto tan serio.

La imposibilidad de definir la islamofobia, que no es tal, sino falta de voluntad, deriva de la negación a aceptar la simple existencia de su auténtica raíz, que sería el islam.

Lo que pretende el centro es que el islam sea indiferenciable de lo musulmán. Que el islamista sea indiferenciable del simpático pakistaní que nos vende las coca-colas cuando aprieta el calor y es domingo, y que nos mete disimuladamente un chicle en la bolsa por ser buenos clientes, casi como la abuela nos metía un eurillo en el bolsillo por ser buenos nietos.

Lo que pretende es que temer al radical que envuelve a su mujer en un burkini y la pone a freír al sol, o temer al melenas que cuchillo en mano e invocando a su Dios irrumpe en una fiesta, en Alemania o en Israel, sea algo tan malvado y, sobre todo, tan absurdo, como temer al pobre pakistaní que tan bien nos trata.

Hasta el pobre Vinicius sabe que esto es racismo, y que está muy feo, y que algo habrá que hacer. Lo que quiere el laborioso centrista es que no veamos la diferencia entre una cosa y la otra, que es exactamente lo mismo que pretende la extrema derecha a la que con tanta ineficacia pretenden combatir. La extrema derecha quiere que temas al pakistaní como temerías al islamista que irrumpe en esa X que el facha de Elon Musk ha programado para que votemos a Donald Trump. 

No definen el islam y hacen muy bien, porque lo siguiente sería un marrón y no sería bonito. Habría que combatir la islamofobia, pero como de verdad. Y no es allí donde está el combate.

Combatir la islamofobia sería combatir sus manifestaciones, porque no hay otra.

Combatir la islamofobia sería condenar a quienes agreden a islamistas o musulmanes o cualquiera que vayan considerando susceptible de merecer protección contra la islamofobia.

Pero eso no sería atajar el problema de raíz. Eso sería tratar la islamofobia como si fuese un problema de seguridad ciudadana, como si pudiese de algún modo solucionarse o medirse en estadísticas policiales y demás. 

La confusión de la definición es aquí fundamental para poder atajar el problema de raíz, porque deja un enorme margen, no a la libertad, sino a la represión. Deja un margen enorme para la arbitrariedad en la redacción y en la aplicación de las medidas justicieras convenientes al poder.

Y esta es la nueva función del poder que ostentan ahora los auténticos demócratas. La batalla ideológica que se impone desde el poder y que nada tiene que ver con la seguridad o la prosperidad de los ciudadanos, sino con su virtud.

Es lo mismo que vemos cada día con la violencia de género. Nadie espera que aumenten los casos, sino que aumenten las denuncias. Es decir, las excusas para seguir luchando "en todos los frentes" para "arrancar el problema de raíz". Que bajen los casos sólo querrá decir que no lo estamos haciendo bien, que la gente todavía no denuncia lo suficiente y que todavía es necesaria mucha más propaganda, mucha más pedagogía, para concienciar al pobre ciudadano medio (tonto).

Esa, ya me perdonarán, es una necesidad existencial de los regímenes totalitarios. Se necesita de un enemigo siempre presente pero elusivo, que no pueda simplemente ser detenido y condenado, porque con su detención y condena acabaría la necesidad, es decir, la excusa para el control y la represión que justifican su poder y su persistencia en el tiempo.

Mientras haya islamófobos, mientras haya violencia de género, lo justo y necesario será que gobiernen ellos. 

Por eso hay que ir a las raíces, para no llegar nunca. Por eso hay que hacer algo más que detener a los delincuentes, porque necesitan del criminal. Y por eso lo buscan en sitios donde hasta ahora no había delito, sino, como mucho, pecado. Allí donde surge a relucir lo más profundo de nuestra sucia y pérfida conciencia occidental. Es decir, en las redes sociales. Para quien quiere extirpar males de raíz, no hay espacio para la libertad de expresión.

Así que aunque no exista el islam como todos lo conocemos, existe muy claramente la islamofobia que no saben definir. Y existirán, si es menester alargar el tema, las personas islamizadas por los islamófobos como existen las racializadas por los racistas. Pero los islamistas y su credo son fake news. Deep fakes. Propaganda rusa y trumpista. 

En realidad, claro, lo normal sería que el ciudadano occidental y sus gobernantes fuesen capaces, y defensores, de una cierta claridad intelectual y moral. Que los ciudadanos supiesen todavía diferenciar, que es donde suele esconderse la inteligencia. Que fuesen islamófobos por instinto, por prejuicio pacifista, igualitarista y liberal (los tres "grandes valeurs" de la cultura occidental, si quieren hablar en estos términos).

Y que fuesen, también y al mismo tiempo, muy corteses y amables con su pakistaní de confianza, aunque fuese por una mínima reciprocidad y una básica educación.

Eso es, de hecho, lo normal, sobre todo en el sentido estadístico de la palabra. 

Y eso es lo que deberían entender y reconocer los partidos del centro centrista, combatiendo el islam y protegiendo los derechos del pakistaní. Pero el poder prefiere luchar contra la islamofobia y usar al pakistaní de escudo, porque eso es más fácil y da más votos y menos disgustos.