22.9.23

La teatrocracia del pinganillo

Con la introducción del pinganillo, el Parlamento no se parece más a la realidad lingüística española. Porque la realidad española es que la gente cambia del catalán (y supongo que del euskera y el gallego) al castellano cuando no lo entienden. Es decir, todo el rato.

A lo que se parece ahora el Parlamento es a lo que tienden a parecerse los Parlamentos modernos de las democracias liberales modernas y de masas. A una teatrocracia donde los políticos hablan para sus votantes, y no para sus colegas congresistas.

Parlamentos donde todo presunto diálogo es en realidad una sucesión de monólogos. Una farsa que cuando no disimula una negociación, disimula un insulto. Poco que ver, digamos, con los principios de la discusión y la publicidad que se suponían principios esenciales del Parlamento. 

Oponerse al uso del pinganillo con el argumento económico es absurdo por principio, porque como dicen las abuelas pijas con toda la razón del mundo, "lo bueno sale barato". Y el pinganillo tiene la virtud de demostrar que la farsa parlamentaria es cada día más cara.

La crítica honesta es la nacionalista, basada en la irrenunciable necesidad de la koiné para mantener unida la nación española y certificada por el simple hecho de que, a diferencia de lo que pasa en Suiza o en Europa, en España no puede haber por principio un parlamentario que no hable español, porque el conocimiento del catalán, el euskera o el gallego es un derecho (histórico), pero el conocimiento del español, un deber.

[Por mucho que se empeñen en ignorarlo cuatro nonagenarias en algún pueblecillo de Gerona]. 

Por eso es curioso, y tiene que ser el colmo de algo, que quienes defienden la normalidad de la medida, el "se hace así en otros sitios y no pasa nada", lo hagan poniendo como ejemplo el Parlamento vasco, que por motivos que no vienen al caso no parece ser la sede de la concordia nacional que aquí todos juran que es.

De lo que aquí se trata, y quién sabe si también en el País Vasco, es de fingir la imposibilidad del entendimiento por exceso de pluralismo, mientras se entienden en perfecto castellano entre bambalinas. Pero como tan bien se está viendo en las negociaciones por la investidura, entre lo que se pretende y lo que se consigue hay un trecho que alguno acabará metiéndose entre espalda y pecho.

En esto, algo sí tienen razón los socialistas. También el Parlamento Europeo está lleno de pinganillos y Europa está, aunque no sólo por eso, más unida que nunca.

Aquí han bastado pocas horas y dos o tres chistes para ver cómo la introducción de los pinganillos ha reforzado la unidad de esta nueva España plural. España amaneció más unida que nunca porque ahora ya somos todos (¡hasta Cayetana Álvarez de Toledo!) los que podemos reírnos del catalán de Rufián, y no sólo los supremacistas gerundenses. 

España amaneció más unida que nunca en su desprecio al xarnego agradecido. Es decir, en el desprecio a la posibilidad de supervivencia de Cataluña como nación española. Cosa que es un gran logro y un hecho que no sucede todos los días, porque satisfará, por las más plurales razones, un poquito a todo el mundo.