14.4.23

¡Gensanta! y los límites de lo andaluz

Con Mahoma no se atreverían y con la Moreneta tampoco, se dice. Pero en realidad sí. En realidad se han atrevido y se atreven, y en ese mismo programa. Y con chistes casi tan malos como el de la virgen. 

Porque el problema de TV3 no es que falten algunas bromas, sino que sobran un montón, si no todas. El problema es que la mitad de su programación son programas de humor, y que la otra mitad lo parece. 

Y eso es un problema para una televisión pública que se supone que cumple una función fundamentalmente informativa que no cumplirían las cadenas o medios privados, siempre tan pendientes del clic y el share.

Y ese sería el único problema del chiste sobre la virgen. Que la televisión que lo emite sea pública. Es el tipo de chiste que la libertad de expresión y los límites del humor en todos estos debates absurdos ampara o debería amparar, pero que simplemente no justifican su espacio en una televisión que se presume servicio público.

TV3 ha renunciado a justificar su existencia en términos nacionalistas y nacionalizantes por los lógicos complejos y vergüenzas inconfesadas que siguen al procés. Y debe ahora justificar su generoso presupuesto como todas las demás. En términos de share, como una vulgar privada, y en términos de conciencia social y todas estas políticas, como un altavoz más de la ideología imperante. Y ahí acaba su sentido del servicio público.

Por eso no creo que tengan éxito quienes piden la cabeza y las disculpas de Toni Soler y sus humoristas. Porque gracias al share y a la ideología imperante, hace muchos años que Toni Soler marca en Cataluña los límites del humor como se diría estos días que los marca Joaquín en Andalucía.

Él es quien señala y quien decide lo que hace gracia y cuándo la hace, de qué toca reírse en qué momento y cuándo toca ponerse serio. Él es quien puede reírse con los líderes independentistas y de los líderes independentistas según el día e incluso durante el procés, y quien puede decretar jornada de luto nacional-humorístico cuando entran en prisión.

Y por eso sirve de muy poco que se pida su cabeza o que se pretenda imponer límites a su humor en nombre de la izquierda y la conciencia social, como hacía Teresa Rodríguez, la líder de Adelante Andalucía. Lo explicó Manel Vidal, humorista recientemente disculpado de TV3, él sí, por haberse metido con el PSOE.

"Sólo puede hacerse humor de abajo hacia arriba, pero todo el mundo tiene una idea distinta de qué hay arriba y qué hay abajo". 

Se frustra así la última esperanza de Chesterton, que creía que mientras fuésemos todavía capaces de diferenciar el arriba y el abajo seríamos capaces de diferenciar el bien y el mal. Porque ya ni los cristianos andaluces parecen capaces de entender que la burla de la virgen es siempre y necesariamente una burla hacia arriba. Hacia lo altísimo. ¿Qué hay más alto que la virgen? Viendo como se han puesto, se diría que sólo Andalucía.

El problema del humor hacia lo alto es, además, que lo más alto es precisamente aquello sobre lo que no se puede hacer humor. Es decir, que lo que más merecería ser ridiculizado es lo que menos puede serlo. No sé si es tanto un impedimento moral como técnico, ni si es tanto cuestión del límite de la libertad de expresión como del límite real del humor. Es decir, de lo que nos hace reír.

De ahí los chistes de transexuales de Dave Chappelle o de negros y paralíticos de Larry David. Son humor hacia arriba en el sentido de que nunca nos reímos exactamente de ellos, sino de nuestra propia incomodidad con el chiste. Son humor hacia arriba en el sentido de que tienen el enorme poder de hacernos sentir culpables. Quizás por eso dice Rémi Brague que los dioses son, precisamente, aquello de lo que no podemos reírnos. 

Hay cosas sobre las que no podemos hacer chistes, porque incluso cuando lo intentamos sólo logramos reírnos de nosotros mismos. Sobre cosas como los derechos humanos, los inmigrantes, el cambio climático, los homosexuales o la conducción de las mujeres. Y, muy pronto, por lo que parece, sobre las vírgenes andaluzas.

Será una pena, qué duda cabe, para las chirigotas de Cádiz. Y para todos los andaluces, con la fama de salaos que tenían.