16.2.23

¿Para qué caballos en tiempos de penuria?

Contó Rodrigo Sorogoyen en su discurso de los Goya que los caballos salvajes que aparecen en As Bestas llevan siglos viviendo en libertad en los montes de Sabucedo, en Galicia. Y que ahora se están proyectando cuatro parques eólicos gigantescos que son una amenaza para la fauna y la flora de la zona. 

Como suele pasar en estas ceremonias, a Sorogoyen se le hizo largo el discurso porque todo lo importante ya lo había dicho en la película. Lo único que le quedaba por decir era "energía eólica sí, pero no así". 

Y lo único que nos queda por preguntarnos es "si no así, ¿cómo?".

Porque es ya muy habitual que la conciencia ecologista que nos obliga a abrazar las renovables para salvar el planeta sea la misma que nos impide instalar renovables para no cargarnos la fauna y la flora. El planeta. 

¿Dónde entonces serían aceptables esos parques eólicos gigantescos a los que debemos, en buena conciencia, decir que sí? ¿O es que quizás el problema es que simplemente no son aceptables? 

Dijo Nietzsche que cualquier cómo es soportable para quien tiene un por qué. Y lo que nos pasa aquí es que en realidad no sabemos por qué ni para qué queremos energía eólica. Por qué ni para qué queremos salvar el planeta, los montes de Galicia, las dos cosas o ninguna. 

¿Para qué queremos los montes limpios de molinos si no es para que se queden a vivir en ellos los que se mueren y matan por largarse de allí? Si no es por ellos, ¿para quién entonces habrá que preservarlos y protegerlos como Don Quijotes de los molinos eléctricos?

¿Debería haber en esas montañas, en esos bosques y en esa naturaleza virgen algo más que las ruinas de antiguos pueblos abandonados y las tumbas de los viejos que murieron con ellos?

Se diría que si hay que proteger la naturaleza es para que puedan disfrutarla los caballos, los franceses y algún que otro excursionista ocasional. Que hay que renunciar a las eólicas para satisfacer el nacionalismo equino de los que llevan siglos habitando esas montañas y los sueños del gabacho écolo que busca una vida más auténtica alejado de las prisas y las suciedades de una civilización hipertecnificada. 

A Sorogoyen se le hizo largo el discurso y quizá hasta la película, precisamente porque no le bastaba con decir que energía eólica sí, pero no así. Y porque cualquier intento de simplificar o reducir esa trágica historia a un eslogan como este, a una huida hacia la nada como esta, la empobrecería hasta el punto de convertirla en una parodia moralista.  

Hay en la película un arco trágico que va de la reducción de los caballos en la primera escena a la reducción del francés en la que podría ser la última. Pero que no lo es porque incluso aquí tiene que hacerse justicia. Porque sería insoportable dejar un mundo de muerte, molinos eólicos y pueblos abandonados.

Y por eso es tan tentador limitarse a decir que "energía eólica sí, pero no así" y dejarnos un pueblo reconciliado tras la tragedia, ya sin molinos y sin asesinos, y poblado por nuevo o quince ovejas y dos o tres mujeres víctimas, solas y tranquilas que quizás se ayuden y quizás sólo se dejen en paz. 

Es la tentación de la justicia climática y de la sororidad de Sorogoyen, que nos hace insoportable una tragedia que nos recuerda que nunca hemos necesitado de las grandes eléctricas para comportarnos como as bestas. Y que, forzados a elegir entre la humanidad y la naturaleza, nos obliga, en justa conciencia, a ponernos del lado de los caballos. 

Todo lo que yo sé de Galicia lo aprendí jugando a la brisca en una de esas aldeas de la película, con cuatro casas, dos viejas y una oscura casita que hacía las veces de taberna. En ese juego, las cartas que no valían nada eran "palla para o cabalo".

Quién nos iba a decir que, sólo unos años después, ya nada valdría tanto como esa paja para esos caballos.