9.12.22

Al loro, que dice 'The Economist' que no estamos tan mal

Lo dice The Economist y lo entiende perfectamente Pedro Sánchez. No estamos tan mal como dicen, entre gritos y pitos, los españolitos. Tenemos sol y tenemos playa y tenemos esa alegría de vivir mediterránea y no deberíamos permitir que la crispación política nos haga olvidar lo que de verdad importa.

La crispación es lo peor y ya hay estudios, seguro que hay estudios, que advierten de que el clima político puede afectar seriamente a la salud mental. Los problemas existen, claro, pero no son problemas tan gordos mientras no podamos hacer ver que son responsabilidad exclusiva de Pedro Sánchez. Hasta entonces, todo tiene solución.

Y la situación de las instituciones, de la economía o de Cataluña no deberían preocuparnos hasta que The Economist, Sánchez y nuestros socios europeos nos digan lo contrario.

Qué más dará el drama este de los jueces si puede ser reducido a otra lucha partidista más. Y qué más dará que no hayamos recuperado los niveles económicos prepandemia y necesitemos todavía mascarillas en metros y autobuses para recordarnos que vivimos tiempos excepcionales y que la culpa es del virus y no del Gobierno. Y qué más dará que ERC gobierne en Cataluña y un poquito también en Madrid mientras sea garantía de que en Barcelona no queme ni un triste container desde ya hace casi cinco años.

Qué más dará nada de eso mientras Sánchez no tenga que asumir la culpa ni pagar el precio de las posibles soluciones. Qué más dará, sobre todo, mientras no nos convirtamos, otra vez, en un problema para Europa.

Por eso hay que insistir en que la crispación es lo peor. Peor que la inflación, que el paro juvenil, que el sistema de pensiones, que lo de los jueces y peor que lo de desayunar con Bildu. Y por eso hay que armonizar mucho y cada vez más. Por lo que fue y por lo que pueda ser.

Hay que armonizar delitos y tipos penales, como habrá que armonizar más pronto que tarde fiscalidades y pensiones. Pero no se trata de armonizar haciendo que las penas, los tipos y las definiciones se parezcan más a las de “nuestros socios europeos” y sus legislaciones. Porque Europa tampoco es, todavía, precisamente armónica en estas cuestiones.

No se trata de armonizar con Europa, sino de armonizarnos por Europa y para Europa. Nuestra concordia y nuestra armonía están y tienen que estar al servicio de la causa europea; del soberano naciente.

Y de ahí que preocuparse por la defensa del orden constitucional y la soberanía nacional tenga ya algo de anacrónico, de nostálgico, de reaccionario… de derechas.

Porque los enemigos ya no pueden nada contra el orden constitucional. No pueden los separatistas, que pasados los 18 meses de rigor revolucionario revolución están ahí negociando enmiendas para poner piscinas municipales en Santa Coloma. Y no pueden tampoco los marroquíes, ni sus policías, ni sus inmigrantes, ni sus espías, ni sus diplomáticos, ni sus espías, ni su selección, ni sus expatriados.

No hay que preocuparse, decimos, porque nuestra soberanía y nuestro orden constitucional están ya en manos de nuestros más mejores amigos.

Soberano es hoy quien controla el grifo de la deuda pública, que son nuestros socios europeos, y aquí no hay que preocuparse porque no hay ningún partido, ni de Gobierno, ni de oposición, ni del peligrosísimo populismo, que haya entendido que la soberanía nacional debe defenderse y que eso sólo puede hacerse con una enorme austeridad fiscal.

Como tampoco hay que preocuparse por lo que puedan hacer sus enemigos contra la Constitución cuando, si mal no recuerdo, el mayor atentado en su contra fue el Estado de alarma. Decretado por el Gobierno, con la colaboración necesaria de la oposición y de la práctica totalidad del autoproclamado constitucionalismo. Un ataque que demostró, además, la impotencia del Tribunal Constitucional para hacer cumplir la Constitución cuando toca. Es decir, cuando limita los poderes y frena las urgencias del gobierno y de la mayoría de la sociedad.

En esta situación, como bien dicen, no hay de qué preocuparse más que de no preocupar a Europa. El sol y las vistas no nos las quitará nadie, y los problemas de un pueblo soberano y de un régimen constitucional ya me dirán quién los quiere. Al loro, pues, que no estamos tan mal.