16.6.22

¿Liberando a las prostitutas?

Lo de prohibir el porno y la prostitución no puede ser por puritanismo. Será feminismo, entonces, basado en la idea de que los hombres son bestias descontroladas y que ninguna mujer en su sano juicio se acostaría con ellos sin estar muy segura de que el amor o la ley pondrán freno a sus peores instintos.

Y para lograrlo, habrá que hacer lo que se pueda.

Es como con la pandemia. La lógica de la política gubernamental no es utilitarista, sino moralista. No se busca que funcionen las medidas, sino que no se les pueda criticar por no haber hecho "todo" lo que esté en sus manos para salvarnos.

Lo que llamamos puritanismo, y que debe de ser propio de dos o tres abuelas en toda España, es o será una triste derivada. Una consecuencia indeseada de quienes todavía ahora no pretenden nada más que culminar la liberación sexual de la mujer. Será una consecuencia indeseada. Pero será excusable, como siempre, por sus buenas intenciones. Y una excusa enormemente eficaz para empecinarse en el error.

Los efectos de estas prohibiciones, se insiste estos días, son desconocidos. Como si eso fuese algo bueno. Como si gobernasen por curiosidad y a ver qué pasa. 

Pues bien. Los efectos inversos, los que derivaron por ejemplo de la legalización de la pornografía, sí son conocidos. En Japón, el imperio de los sin sexo, la violencia sexual disminuyó significativamente, los hombres se refugiaron en el porno y las mujeres, en los bares para acariciar gatos. 

Está por ver qué nuevas cuotas de violencia sexual y aislamiento social nos pueden llegar a ofrecer sociedades que junten tanta virtud como nos prometen, sin putas y sin porno. Aunque sospecho que algo nos muestra ya la historia. 

Y de ahí que su principal argumento no sea consecuencialista. De ahí que no expliquen nunca los efectos reales que esperan conseguir en la sociedad. Y que el argumento sea siempre que las prostitutas no actúan libremente y que no lo hacen porque, puestas a elegir, elegirían otra cosa.

Todas las hipérboles y demagogias de la izquierda, y esa terrible confusión entre prostitución y trata, llegan por aquí. El llamarlas esclavas, que venden su cuerpo, que son meros objetos sexuales, incluso simples depósitos de las eyaculaciones masculinas. La deshumanización, en fin, que se sucede necesariamente cada vez que se le niega a alguien la libertad, con todo lo que eso comporta, como motor último de sus actos.

Pero las putas y las actrices porno son mujeres y las mujeres son personas (esa era la convicción radical del feminismo, decían). Y las personas son libres.

Y como libres que son, ya han elegido otra cosa. Ya han elegido entre los cursillos de costura que les ofrecen las instituciones para que puedan ganarse honradamente la vida y la prostitución. Que su decisión nos resulte más o menos chocante, más o menos incomprensible, dice algo de nosotros. Pero no de su libertad.

Las prostitutas y las actrices porno lo saben bien, porque ejercen la libertad con todo su peso y con un poco más de coste, supongo, del que paga la mayoría. Los políticos paternalistas, de esos que creen que en los pueblos mallorquines no han visto nunca una lesbiana, les prometen hambre para hoy y pan para mañana.

¡Y qué pan!

Dicen que ejercen la prostitución porque las pobres no tienen otro remedio. Y en lugar de ofrecerles alternativas, les quitan la única que supuestamente tienen. Es el viejo sueño marxista, donde libres de necesidades económicas, las prostitutas, como todos los demás, puedan dedicarse "hoy a esto y mañana a aquello, que pueda por la mañana cazar, por la tarde pescar y por la noche apacentar al ganado, y después de comer, si me place, dedicarme a criticar, sin necesidad de ser exclusivamente cazador, pescador, pastor o crítico, según los casos".

Conciben la libertad como indefinición y por eso entienden y protegen mucho más al prepúber que se declara no-binario que a la señora que opta por hacerse prostituta. Con la promesa de un futuro mejor, casi perfecto, en el que ya nadie ejercerá la prostitución porque ya nadie tendrá que quererlo.

Y donde a las que quieran, como decía aquel, se las obligará a ser libres. 

Olvidan, como suelen, que lo bueno es enemigo de lo mejor, y que mientras seguimos esperando el cielito lindo y chulísimo que nos prometen elección tras elección, estas decisiones sólo logran desproteger a clientes y prostitutas, deshumanizándolas, e incentivando la arbitrariedad policial.