Iceta goza de un optimismo francamente envidiable. Se diría que infantil, pero sólo es progresista. Se basa en la idea de que el mañana le pertenece, a él y a los suyos, y que las penas se van cantando. Y seguramente tenga razón, porque aunque no siempre le haya salido perfecto, a él siempre le ha ido bastante bien. Por eso se presentó bailando a las elecciones catalanas del 21-D, las de después de un 155 que también fue suyo y que tantos de sus entonces rivales y ahora socios consideraron las más importantes de la historia por todo aquello de recuperar la democracia. Y se presentó el otro día, creo que en la radio, diciendo que tranquilos todos que esto de la mesa de diálogo es como lo de Vietnam. Pero sin gravedad ninguna. Hay indepes (aunque queden cuatro) que plantean esta mesa casi como un tratado de paz entre potencias enemigas, pero no es el caso de Iceta. Hay ministros que plantean esta mesa como una «oportunidad histórica». Histéricos y exagerados. Tampoco es el caso de Iceta.
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