26.10.23

Envidia de pena o el complejo de Milei

Así cayó el muro de Berlín y así cayeron las acciones de Aena, con una comunista traspapelada anunciando por error el fin de una era. Y si la primera vez sirvió para certificar la tragedia, la segunda, ya se ve, sólo podía servir para anunciar la farsa. La farsa que se consuma cada vez que se anuncia un cambio histórico en nuestro país y la farsa que es nuestra particular perestroika. 

Una perestroika que tomará las múltiples formas que tome, con o sin cambio constitucional y con o sin cambio de "modelo productivo", pero que lo hará en la mismísima dirección de siempre. Hacia poniente. 

Si con Fukuyama podíamos ver en la llegada de los televisores y los McDonald's a Rusia el símbolo de la victoria occidental, nosotros podemos ver en la proliferación de empanaderías argentinas el de nuestra más profunda derrota.

Vivimos una argentinización en ciernes que sólo limita, o al menos disimula, el hecho de que seamos todavía súbditos de la Unión Europea y de sus políticas monetarias. 

La huelga de maquinistas provoca restricciones masivas en el tráfico ferroviario en Alemania

De ahí que, puestos a elegir entre el gentil despotismo bruselense y el peronismo de la izquierda quincemesina, los españoles hayan preferido quedarse con lo mejor de los dos mundos y estén ya esperando entusiasmados la próxima aprobación de la Ley de Cuidados, "en coherencia con la Estrategia Europea de Cuidados".

Y aplaudiendo, mientras tanto, la promesa de ver reducida su jornada laboral sin ver afectado su sueldo ni su productividad. No hace falta decir que con una inflación como la que venimos sufriendo, trabajar menos horas y cobrar lo mismo es perfectamente posible y nos dejará mucho más tiempo libre para gozar de nuestro progresivo empobrecimiento.

Y es, de hecho, incluso conveniente. Porque cuando logremos empobrecernos lo suficiente, podremos tener a dos trabajadores para hacer lo que en otros países o en otros tiempos haría uno solo, mejorando así, y mucho, las lamentables cifras de paro. 

La inflación, es sabido, es la mejor aliada de la argentinización.

Y el sueño húmedo aquí es ir construyendo una nación de ratas peleando por un churro con música de Linkin Park de fondo. Donde los churros, la música y la consecuente mala leche se financian con fondos europeos y se parten y reparten desde el Ministerio de Cuidados de la muy honorable señora Pam.

Porque cuanto más pobres, más necesarios son los cuidados.

Es la misma lógica que en la política de alquiler, donde no se reduce el precio, pero sí la oferta, y donde la poca oferta y los pocos recursos que quedan van quedando en manos del Gobierno. Parque público de alquiler y ayudas concedidas con criterios lo más opacos y arbitrarios posibles en función de los sucesivos intereses electorales. 

Un sistema de reparto de cuidados, que es necesariamente un sistema clientelar, donde el ciudadano depende cada vez más del Estado y de la generosidad de sus gobernantes, incluso para tener un techo bajo el que dormir y la pastillita para conciliar el sueño.

Viendo la magnitud de los problemas que tenemos, el nerviosismo de nuestros políticos con el ascenso de Milei allende los mares sería un tanto sorprendente, pero es tan sintomático como lo de las empanadas. Hay por aquí una cierta "envidia de pena" que ha llevado a tantos líderes izquierdistas a cruzar el charco para aprender de los ministros del 139% de inflación. Y una cierta envidia de Milei por la claridad del diagnóstico y la radicalidad de su oposición, mientras aquí vemos la decadencia sin saber ni poder combatirla. 

Por eso Sánchez aprovechó para acusar a Ayuso de apoyar al candidato "ultraderechista" y por eso aprovechó Ayuso para insistir en que espera un cambio en Argentina. Pero sin citar a Milei, porque ni Ayuso se atreve todavía a tanto.

Pueden estar tranquilos. Todavía es pronto para un Milei, y no será Ayuso. Falta todavía mucha pobreza y mucha red clientelar por construir. Pero todo llegará.

24.10.23

Contra Israel se manifiestan mejor

Cuando uno va a estas manis contra el genocidio que no es, que no será y que no hubiese sido, debería cuidarse muy mucho de no acabar dando su apoyo a los auténticos genocidas. Debería, por lo tanto, asegurarse de que la mani es realmente a favor del pueblo palestino y dejar muy, muy claro que no hay que confundirlo nunca, ni por un momento, con sus carceleros: los terroristas de Hamás. 

Para evitar estas confusiones, debería por ejemplo presentarse con una pancarta que denunciase las atrocidades de Hamás, aunque lo hiciese con el lenguaje más tibio que cualquier persona civilizada pueda emplear contra estas gentes. Un triste Hamás No bastaría.

Si se considera que esta pancarta no es necesaria o no es conveniente, desvía la atención o pone a sus porteadores en peligro, debe concluirse que la manifestación no es a favor de Palestina, sino de Hamás. 

No deberían ir, por lo tanto. Y, sin embargo, van.

Van por la absurda convicción, fundamental en la izquierda interseccionalista, de que todas las causas nobles son compatibles, aunque la derecha sea incapaz de entender cómo pueden serlo, por ejemplo, la causa queer con la causa de Hamás, que al menos no es TERF, porque para ser TERF hay que ser feminista.

Van por la irresponsabilidad típica de quien vive de negligir las consecuencias negativas que sus actos puedan tener y de magnificar hasta el nivel "veterano del Mayo Francés" cualquier pequeña influencia positiva que pudiesen tener, por remotísima que sea.  

Van por haber estado allí, por ese absurdo narcisismo del adolescente revolucionario, que parece que no curan ni la edad, ni los viajes, ni las poltronas a cargo del erario público, de querer participar de la historia ofreciendo siempre el mejor perfil.

Es además un narcisismo inherente a toda manifestación, basada en la ególatra convicción de que el mundo necesita escuchar nuestra voz.

Eso es algo que puede hacerse contra Israel, que ya vemos que es capaz de cualquier cosa. Incluso de escuchar sus esperanzados grititos y de no cometer el genocidio que no quería cometer. Pero es algo que todos sabemos que no se puede hacer contra Hamás. Porque Hamás no escucha y no atiende. No, al menos, a las razones habituales del pacifismo progre.

Manifestarse contra Hamás, que es la primera reacción que deberían haber tenido todas estas bellas almas, es inútil. Y hay quien ha venido a la política, e incluso al mundo, a ser útil. Y quizás por eso le exigen, y le exigimos de hecho todos, mucho más al gobierno israelí que a los terroristas de Hamás.

Quizás sea esa la forma más aceptable de racismo, por cuanto aceptamos que los de Hamás no son capaces de nada más, mientras que Israel es, y por lo tanto debe ser, capaz de convertir la santidad en un deber patriótico. Y la más útil, además, por cuanto permite usar a los palestinos y a su causa nacional para avanzar en la propia agenda.

El colmo sería esta crisis de gobierno (también futuro, también hipotético, como el genocidio) que está intentando Podemos para recuperar su momentum y, cabe suponer, algo de su poder.

Y por eso van contra Israel aunque tengan que ir con Hamás. Porque Israel es un país capaz de cualquier cosa. Incluso de escucharles a ellos. Israel es capaz, incluso, de no cometer el genocidio que no quería cometer y de darles una excusa perfecta para presumir, ante el espejo, el psicólogo, los nietos o los gatos que vendrán, de que ellos fueron capaces de parar un genocidio.

11.10.23

Nunca Hamás: lo que los israelíes saben que nosotros ignoramos

Israel tendrá paz cuando Palestina tenga esperanza. Es una frase que ha circulado estos días con gran éxito de crítica y público pero que es sólo media verdad.  

Su éxito consiste en que la llamada a la esperanza no se dirige a los palestinos sino a nosotros, las bellas conciencias occidentales, necesitados para seguir funcionando de la esperanza en que el progreso es posible. Incluso en Oriente Medio; incluso en tierra santa. Y que para lograrlo bastaría con que Israel deje de robarle los sueños a los niños palestinos.  

Pero es una media verdad porque habíamos quedado que los autores de estos atentados y los enemigos de Israel no son los palestinos sino Hamás, que no es lo mismo y que está muy feo confundirlos. Si es así, lo que se quiere decir es que en Israel no habrá paz hasta que los terroristas de Hamás tengan esperanza. ¿Y no es precisamente la esperanza de Hamás la culpable de esta y de tantas otras barbaridades y guerras?

¿No es todo esto culpa de la esperanza de Hamás y de sus aliados en poder algún día acabar con Israel? ¿No lo es la esperanza de sus aliados en que los palestinos desesperados seguirán teniendo hijos a quienes poder usar de carne de cañón cuando convenga a sus intereses? La esperanza de que esto no se acabará y de que para siempre tendrán una arma para destruir cualquier posibilidad de paz, democracia y prosperidad en la región que ponga en riesgo su poder. 

¿No es en el fondo la esperanza la auténtica culpable de la guerra? 

Es algo que no explora la izquierda, que tantos culpables ha tenido que buscar estos días, hasta en los más recónditos apuntes de historia del bachillerato. Porque no puede. Porque sea quien sea el culpable que encuentren saben que no podría ser nunca Hamás. Pero explica mucho. Explica, por ejemplo, por qué cuanto más bestias son los asesinos más desesperados y, por lo tanto, más inocentes parecen a sus ojos. La desesperación explica la asimetría moral con la que tratan al machista del bar de la esquina y al luchador revolucionario que viola, mata y exhibe públicamente y no necesariamente en este orden a una joven israelí secuestrada. 

Lo que no puede contemplar la buena conciencia occidental es que si todo depende de la esperanza de los palestinos, es decir, de la conveniencia de Hamás y de sus aliados, entonces Israel no vivirá nunca en paz. Nunca Hamás. 

Y es eso lo que de verdad admira hasta el punto de lo insoportable a las buenas conciencias occidentales. El constatar el empeño de una gente, de un pueblo, en vivir en ese polvoriento polvorín aunque les vaya la vida en ello y sin esperanzas de que eso vaya a cambiar pronto.  

El que mata les es mucho más comprensible. Por eso suele entender mejor a los asesinos de ETA que a las empecinadas de sus víctimas y por eso le pide a Ucrania con los más variados eufemismos que se rinda de una vez, que estar todo el día muriendo por unos metros de frontera no es manera. 

El que mata es más comprensible porque con sus actos espera erradicar el mal en el mundo. Para recuperar la historia a contrapelo, para deshacer las injusticias del pasado y dejarnos un futuro mejor. El israelí que se resiste a rendirse es incomprensible porque parece vivir sin esta esperanza. Porque vive cada día aceptando la existencia del mal. Y la condena, bíblica, de tener que convivir con él o perecer en el intento. 

El israelí sabe y acepta lo que tantos de nuestros hipócritas y cobardes analistas de partido no se atreven ni a contemplar. Que en este mundo no habrá paz para los justos. Nunca Hamás.

5.10.23

¡Qué 'geta'!

El Getafe CF puede tener a Bordalás en el banquillo, a Greenwood en la mediapunta y a Damián en el lateral, pero ya no puede tener a Alfonso Pérez en el nombre del estadio. Porque todo tiene un límite.

No vale, por ejemplo, con haber sido, según dicen, una leyenda de la ciudad. Y no vale, de hecho, con ser futbolista, porque ya me dirán ustedes cómo va a transmitir valores como la igualdad gente empeñada en ser mejor que sus rivales.

Para transmitir estos altísimos valores deportivos, de hecho, ser deportista es lo peor. Mucho mejor, y más que suficiente, es en cambio ser concejal del Ayuntamiento de Getafe, donde uno puede, entre desayuno y almuerzo, salvar al futbol, o al menos al Geta, de la terrible crisis de valores en la que está sumido.

En casos tan graves como estos, entrar a valorar las declaraciones es perder el tiempo.

Primero, porque son declaraciones de un futbolista, y a un futbolista no hay que preguntarle, y mucho menos escucharle. Ni siquiera sobre fútbol.

Segundo, porque no hay ya nadie en nuestro país, ni siquiera Rubiales, que pueda hacer una declaración mínimamente polémica que merezca detallados análisis. En nuestro país toda polémica es sólo una oportunidad para que algún concejal o su community manager puedan lucirse un rato exhibiendo el enorme tamaño de su virtud. Y por eso uno puede dar siempre por seguro que el castigo aplicado excede al delito.

No es necesario mayor comentario, porque todo el mundo entiende enseguida que el motivo es el machismo. Y que contra el machismo vale todo. Es ya lo único serio, y todo lo demás es chiste. Como eso de ir a Manchester a ponerle a Guardiola una rojigualda en los morros. O como fingir que estas han sido declaraciones polémicas que obligan a cualquier politicastro de tres al cuatro a intervenir.

Lo único que justifica leer y constatar que lo que dijo Alfonso no es para tanto porque no es para nada, es ver cómo va desplazándose la línea roja de la cancelación en nuestro país.

Lo impresionante de estas "polémicas declaraciones" es justamente lo poco polémicas que fueron en un ambientazo como el que tenemos. Y por eso son especialmente útiles para ver hasta qué ridículo punto están estos justicieros de empeñados en que todo esté siempre al servicio de sus más tristes y miserables politiquerías.

Y para constatar, aunque ya sin el horror que estos debería causarnos, que lo que se pide ahora ya no es que no se cuestionen sus valores, sino que se den muestras públicas, claras y transparentes, de una absoluta adhesión. Porque esto es lo que se le está pidiendo a Alfonso Pérez cuando se le castiga por dar su opinión "en lugar de" hacer lo que toca, que es "ensalzar aspectos tan importantes en el deporte como la superación, el esfuerzo o la igualdad".

Son totalitarios hasta el punto del ridículo. Coronado con un broche final cuando estos progresistas empeñados en parecerlo más que nadie le recuerdan al club que en lugar del nombre de un machista, podrían poner el de alguna multinacional que les dé pasta de verdad, como hacen los clubes serios.

En el fondo, les están haciendo un favor. Y con ellos, a todos los demás.

Hasta yo creo que Getafe, su club, sus aficionados y sus leyendas deportivas merecen un poquito más de respeto. O, al menos, un poquito más de porfavó.

28.9.23

Por qué la "burguesía pesetera" vasca y catalana prefiere a Sumar

El discurso de Alberto Núñez Feijóo, y no sé yo si la estrategia, partía de una mentira fundamental, de esas que se van diciendo para no tener que decir la verdad.

Y la verdad, tan obvia que hasta se le perdona el amago, es que si Feijóo no puede ser presidente no es por dignidad democrática o patriótica, sino, simplemente, porque no es cierto que tenga "los votos necesarios para serlo".

No podía tener los votos de Junts, con su amnistía y su referéndum o sus sucedáneos, y conservar al mismo tiempo el apoyo de Vox. Y prueba de ello es que no entrase en detalles sobre el hipotético pacto contranatura. Porque de hacerlo, de ser cierto o parecerlo, acabaría de una vez por todos con su mayor problema, que se llama Vox.

Y por eso el recurso retórico de dirigirse a los votantes de Junts, a "lo que quede de Convergencia", y a los del PNV, preguntándoles si votan para que se hagan las políticas económicas de Sumar, puede ser mucho más efectista que efectivo.

Porque ni los nacionalistas son tan peseteros, ni Feijóo es tan distinto a la política económica de Sumar. Y ya no digamos de la del PSOE, que es quien se supone que tiene que gobernar, y a quien no cita para hacer más creíble el susto y la distancia.

Es algo que costará de entender a todos aquellos de la derecha marxista que creían o fingían que el procés era una batalla económica entre la rica burguesía catalana y los pobres españoles. Es difícil de entender que "lo que queda de Convergencia" aprovechase la pandemia para subir el impuesto de sucesiones y cargarse con ello a la clase media trabajadora que se levanta cada mañana ben d'hora, ben d'hora, ben d'hora para levantar la persiana de la botigueta, a la que se suponía que tenían que defender y representar.

Es difícil de entender, claro, si se insiste en creer que "lo que queda de Convergencia" es la extrema derecha nacionalista y que la extrema derecha nacionalista tiene algo que ver con el liberalismo económico.

No les votan, efectivamente, para que hagan las políticas económicas de Sumar. Pero los votan con una creciente indiferencia sobre las políticas económicas y sobre cuánto se parezcan a las de Sumar.

Porque la pela será la pela. Pero para el nacionalista, la protección de la lengua, la cultura, la autonomía y la nación, todas esas cosas que Vox menosprecia y amenaza y el PP a ratos y a conveniencia, son mucho más importantes.

Por eso, y porque en términos generales vivimos cada día más instalados en un fatalismo económico del que no parece que el PP tenga ninguna intención de sacarnos. Un fatalismo que normaliza el paro más alto y la recuperación más lenta y la inflación enquistada y el empobrecimiento generalizado, año tras año y ya durante décadas. Y por el cual toda la culpa es siempre externa. De las subprime, de los millonarios de Silicon Valley, del metaverso o de la guerra en Ucrania. Y toda solución vendrá siempre de los socios (fondos) europeos.

En su discurso, Feijóo abogó por subir el salario mínimo, alargar las ayudas y mantener las tasas a la banca y las energéticas. Y, lógicamente, ni una palabra de tocar las pensiones. Es decir, abogó por más gasto, más deuda, más socialdemocracia, más dependencia económica y por lo tanto política de Europa. Y, en justa correspondencia, menos libertad y menos democracia.

Feijóo no conseguirá ahora esos votos de las burguesías periféricas que tan desesperadamente buscaba, pero los encontrará muy probablemente, y muy a pesar nuestro, más pronto que tarde. Cuando, nuevamente, al PSOE ya no le baste con ser el más socialdemócrata de la clase para purgar los recortes que vendrán.

22.9.23

La teatrocracia del pinganillo

Con la introducción del pinganillo, el Parlamento no se parece más a la realidad lingüística española. Porque la realidad española es que la gente cambia del catalán (y supongo que del euskera y el gallego) al castellano cuando no lo entienden. Es decir, todo el rato.

A lo que se parece ahora el Parlamento es a lo que tienden a parecerse los Parlamentos modernos de las democracias liberales modernas y de masas. A una teatrocracia donde los políticos hablan para sus votantes, y no para sus colegas congresistas.

Parlamentos donde todo presunto diálogo es en realidad una sucesión de monólogos. Una farsa que cuando no disimula una negociación, disimula un insulto. Poco que ver, digamos, con los principios de la discusión y la publicidad que se suponían principios esenciales del Parlamento. 

Oponerse al uso del pinganillo con el argumento económico es absurdo por principio, porque como dicen las abuelas pijas con toda la razón del mundo, "lo bueno sale barato". Y el pinganillo tiene la virtud de demostrar que la farsa parlamentaria es cada día más cara.

La crítica honesta es la nacionalista, basada en la irrenunciable necesidad de la koiné para mantener unida la nación española y certificada por el simple hecho de que, a diferencia de lo que pasa en Suiza o en Europa, en España no puede haber por principio un parlamentario que no hable español, porque el conocimiento del catalán, el euskera o el gallego es un derecho (histórico), pero el conocimiento del español, un deber.

[Por mucho que se empeñen en ignorarlo cuatro nonagenarias en algún pueblecillo de Gerona]. 

Por eso es curioso, y tiene que ser el colmo de algo, que quienes defienden la normalidad de la medida, el "se hace así en otros sitios y no pasa nada", lo hagan poniendo como ejemplo el Parlamento vasco, que por motivos que no vienen al caso no parece ser la sede de la concordia nacional que aquí todos juran que es.

De lo que aquí se trata, y quién sabe si también en el País Vasco, es de fingir la imposibilidad del entendimiento por exceso de pluralismo, mientras se entienden en perfecto castellano entre bambalinas. Pero como tan bien se está viendo en las negociaciones por la investidura, entre lo que se pretende y lo que se consigue hay un trecho que alguno acabará metiéndose entre espalda y pecho.

En esto, algo sí tienen razón los socialistas. También el Parlamento Europeo está lleno de pinganillos y Europa está, aunque no sólo por eso, más unida que nunca.

Aquí han bastado pocas horas y dos o tres chistes para ver cómo la introducción de los pinganillos ha reforzado la unidad de esta nueva España plural. España amaneció más unida que nunca porque ahora ya somos todos (¡hasta Cayetana Álvarez de Toledo!) los que podemos reírnos del catalán de Rufián, y no sólo los supremacistas gerundenses. 

España amaneció más unida que nunca en su desprecio al xarnego agradecido. Es decir, en el desprecio a la posibilidad de supervivencia de Cataluña como nación española. Cosa que es un gran logro y un hecho que no sucede todos los días, porque satisfará, por las más plurales razones, un poquito a todo el mundo.

15.9.23

El derecho contra Colau, la ley contra el progreso

Nos lo habían avisado. Sabíamos que los críticos de Colau eran reaccionarios contrarios al progreso. Y sabíamos, sobre todo, que solo podían ser reaccionarios contrarios al progreso. Colau pasó todo su mandato quejándose de la campaña en su contra que los poderes fácticos de la ciudad habían emprendido y presumiendo de su capacidad de resistencia y de que el tiempo y la ley estaban de su parte.

Como era previsible, la fe de los comunes en la justicia ha durado hasta que la justicia les ha negado la razón y obligando a revertir la peatonalización de unos tramos de "superisla". 

La sentencia confirma que Colau hizo y defendió su proyecto estrella con la misma mezcla de suficiencia, dejadez e incompetencia con la que solía dedicarse a los asuntos aburridos de la política, con la convicción de que esos asuntos papeleos trámites, informes de los de verdad, no de los de entidades afines, no eran más que excusas de la casta para mantener el 'status quo'.

La ley es un instrumento al servicio del progreso, y eso explica que presuman constantemente de su abultada agenda legislativa. Porque a más ley, más progreso. Pero precisamente por eso, la ley se respeta como instrumento, y nada más, y el instrumento sirve mientras sirve a quien tiene que servir.

Así, por ejemplo, sabemos que hay veces que es pecado y futuro delito nombrar a la víctima del delito, decir por ejemplo dónde estaba o cómo vestía. Culpar a la víctima, se le llama. Otras veces, a menudo las mismas, sabemos que el pecado es nombrar al criminal, cómo hablaba o de dónde venía. Y hay otras ocasiones en las que no puede hablarse del delito ni del delincuente sino que lo interesante de verdad, lo conveniente en realidad, es hablar del denunciante. 

De qué dependen estas cosas parece a veces complejo por cambiante, pero es evidente y muy claro. Depende de si sirve a su discurso, es decir, de si sirve a su poder. En ocasiones como estas, ocasiones como la que aquí nos ocupa, la izquierda tiene no sólo el derecho sino la obligación de preocuparse más de la ideología de la víctima, del denunciante, que de la condena al poderoso. 

En casos como estos se investiga al denunciante para recordarnos que nadie de buena fe denunciaría a Colau; es decir, que nadie de buena fe se preocuparía de hacer cumplir la ley. Estas investigaciones refuerzan un principio tóxico: las leyes tienen que estar, en primera instancia, al servicio del progreso. Es decir, de los gobiernos progresistas. 

La legitimidad de la defensa de los intereses, e incluso de los derechos y del derecho sin más, se confunde aquí con la alineación ideológica. 

De modo que ya no es que se creen derechos de parte pensados como particulares. Derechos digamos como los derechos de las minorías que por su propia naturaleza, solo ellas podrían ejercer. La cuestión es que todos los derechos se vuelven derechos de parte. Y por eso hay que recordarle constantemente a la gente qué derechos debería ejercer y cuáles no.

Así por ejemplo esa reportera a la que tocan el culo en directo y a la que hay que explicarle que ahora sí puede y por lo tanto debe quejarse. Que ahora ya no tiene que limitarse a poner una cara compungida y a tratar de seguir haciendo su trabajo. Hay que explicarle que ahora tiene el derecho, y por lo tanto, el deber de indignarse, de denunciar, de hacer que caiga sobre el tipejo todo el peso del sistema.

O al mismísimo Aznar, al que se le llama golpista para que no se le ocurra ejercer su otrora derecho a manifestarse en contra del gobierno. Hay que recordarle a la reportera su condición de mujer y a Aznar su condición de facha para que sepan muy bien cada uno cuáles son sus derechos y cuáles son sus obligaciones.

Aquí, y cada vez más, la pregunta interesante es quién tiene derecho a ejercer sus derechos. Es decir, quién tiene derecho al Derecho. Y es la más interesante porque es la última pregunta que se hacen los países libres. 

9.9.23

La generosidad de Pedro Sánchez hará historia

Mucho peor que el cinismo son las cursilerías con las que pretenden disimularlo. Porque el enorme montón de bullshit tras el que pretenden esconder su viciosa necesidad de poder y reconocimiento imposibilita cualquier crítica o discusión mínimamente adulta. 

La "generosidad" de la que se supone que tiene que hacer gala la democracia española, por ejemplo (porque, si pudo una vez, ¿por qué no iba a poder un par o tres o las que hagan falta?). "Generosidad" que consiste en pacificar Cataluña, otra vez y las que sean necesarias. Porque los problemas políticos, lo sabía Groucho, pueden solucionarse tantas veces como convenga al poder. 

De ahí que se recupere el discurso de la pacificación y del recosido de la sociedad catalana, que está dividida o rota o perfectamente unida como un solo pueblo según le convenga al enfermero de turno.

Porque grandes soluciones requieren de grandes males y la amnistía es el intento de ajustar la realidad a la retórica catastrofista. No conocemos solución mayor. Y después de tantos años oyendo, a diestra y siniestra, que el problema catalán es, junto con el machismo, el gran problema de España, es de suponer que la sociedad española estará ya madura para aceptar soluciones a la altura del problema. 

La Amnistía es lo único que le daría al procés la dimensión, la importancia histórica, que quieren los independentistas y que fingen todos los demás. 

Por eso recupera el socialismo algo que ha ido y venido según iban y venían sus intereses retóricos, la división de la sociedad catalana. Una división que sólo existe cuando la puede arreglar el PSOE. Y que por eso seguirá existiendo en la medida en que existe, que es en el ir y venir del argumentario partidista, porque es enormemente útil para sus diagnosticadores. Si la sociedad catalana es hoy una sociedad dividida y necesitada de una amnistía que le permita olvidar el pasado y empezar de nuevo, temamos a quien la quiera unida y pacífica.

Los catalanes deberíamos estar ilusionados, contentos y agradecidos de poder volver a celebrar la Navidad con nuestros familiares, con los que queden, después de tantos años de doloroso enfrentamiento. 

La retórica de la pacificación siempre ha sido una forma de decir, de reconocer o de fingir, que con la ley no basta. Con la ley no bastó para evitar el 1-O, no bastó para juzgar y condenar a Puigdemont y otros tantos y no basta ni bastaba para imponer la reconciliación y acabar con el nacionalismo cuando la buscaba la derecha y no basta ahora para garantizarse la investidura y la hegemonía cuando la busca la izquierda.

La idea y la histórica generosidad de esta amnistía son que el Estado admita una culpa que no sabía que tenía para que los dirigentes catalanes tengan algo que vender a sus votantes. Aceptando la amnistía como solución a la división social catalana, y no a la situación jurídica de algunos de sus dirigentes, el sistema entero podrá seguir confundiendo las soluciones de sus políticos con cesiones a los catalanes.  

De ahí lo ridículo de esta última pretensión adánica de los jóvenes palmeros socialistas, que quieren volver a empezar de cero como lo hicieron sus papás y sus jefes. Como si se pudiese. Como si la gracia de empezar de cero no fuese precisamente que no se puede nunca y que por eso es siempre un recurso, una excusa disponible para reabrir el pasado para arrojárselo a la cara del adversario político.

No habrá que explicárselo a un sanchista, supongo. Pero no estará mal recordarlo de vez en cuando. Por si las moscas.

Prueba de la naturaleza de esta amnistía es que quienes siempre han negado que hubiese un problema de convivencia en Cataluña se acogen ahora a ella como la única solución posible, y quienes siempre han insistido en ella se nieguen ahora hasta a considerar algo tan bonito de ver como es una reconciliación nacional histórica.

Les falta, supongo, esa generosidad que ahora presumen suya unos socialistas que nunca se la reconocerían al régimen franquista. Y con razón, claro, porque no fue tal o no fue tanta generosidad como conciencia compartida de la impotencia ante la necesidad histórica de la transición democrática. Lo que la vuelta de la generosidad y de la reconciliación nacional ocultan es precisamente que hoy la amnistía sólo es necesaria para que algunos líderes políticos puedan mantener su estatus. 

Mucho más allá, claro está, de lo que puedan decir leyes, constituciones y constitucionalistas, siempre susceptibles de revisión y, por supuesto, de empeoramiento.

4.9.23

Feijóo; investidura y fallida

Feijóo se presenta a la investidura para perderla. Y debería asumirlo. Debe asumir que a veces se pierde el poder por cuatro diputados, la Champions por dos centímetros de palo o de fuera de juego y la vida por pisar la calle un segundo antes de tiempo, cuando pasa el autobús. Pero así es la vida. 

Intentar lo imposible siempre tiene un precio y todo lo que de momento ha hecho Feijóo para disimular su triste condición  no ha hecho más que empeorarla. 

Todo el disimulo acomplejado al pactar con Vox solo ha conseguido que parezca débil incluso ahí donde gobierna, donde ha ganado.

Y todos esos cálculos sobre posibles pactos con Junts solo ha conseguido poner en cuestión la solidez de sus principios y de su liderazgo. No tiene sentido empeñarse en cálculos y equilibrios, condenados al fracaso. Y mucho menos cuando ponen en cuestión el discurso central de la campaña y de la oposición al sanchismo. En política uno puede venderse los principios, pero solo si con ello se asegura el poder. Y no es solo que estás estrategia, no le vaya a llevar al gobierno sino que lo está alejando más y quién sabe si para siempre.

Por un lado, si este tonteo llegase a parecer creíble, forzaría a Junts a huir hacia el PSOE, abaratándole por lo tanto la investidura a Pedro Sánchez.

Por el otro, el único resultado que han dado todas estas cínicas cábalas ha sido enfrentarle con Alejandro Fernández, el líder del PP catalán. Un enfrentamiento se diría que innecesario por hacerse el nombre de una estrategia fallida que no tiene justificación ideológica alguna. No se conoce ninguna discrepancia de principios entre los dos líderes populares.

No sabemos ni siquiera qué diferencia hay entre el galleguismo de Feijóo y el catalanismo moderado, centrado, liberal con el que se presentó Alejandro Fernández a las últimas elecciones autonómicas. Lo que sí que sabemos es que sus intereses aquí son muy dispares.

Porque Alejandro Fernández no puede ni siquiera soñar con gobernar Cataluña y fijo está obligado a intentar gobernar España. En el PP catalán, los principios y los intereses coinciden y obligan a marcar distancias con Junts por España y por la derecha. El PP catalán, con Alejandro Fernández o sin él, solo puede aspirar a ser un partido de oposición ejemplar. Un partido que pretenda gobernar España, en cambio, y a los resultados me remito, no puede permitirse según qué exhibicionismos morales.

Lo que sí que tiene que exigirse es una coherencia, a prueba de recepciones electorales. No tiene ningún sentido negarse a pactar e incluso gobernar con Vox, como no tiene ningún sentido negarse por principio a pactar con los nacionalistas. Lo que sí que tiene todo el sentido del mundo es explicar muy claro porque es perfectamente legítimo, necesario y conveniente intentar pactar con el PNV y no hacerlo con Junts. Por si a alguien, en el PP, en Junts o en el PNV, se le han olvidado las diferencias.

Todo lo que ha hecho Feijóo desde que ganó las elecciones y perdió la posibilidad de gobernar, han sido los cálculos, la aritmética, y la discusión de hipotéticas alianzas… que se negaba a hacer en campaña. Visto que estos cálculos no van a servir para cambiar la realidad, y visto, por tanto que se va a presentar a la investidura para perderla, Feijóo, debería aprovechar para dar el gran discurso que nos debe. Para explicar que le une y que le separa de Vox, del PNV, de Junts, del PSOE… para explicar, en definitiva, cuál es su proyecto para España. 

Porque todos estos cálculos y todas estas posibles alianzas, y todas estas hipotéticas investiduras Frankenstein, solo tienen sentido y posibilidad de éxito de crítica y público cuando se sabe, o se intuye al menos, cuáles son los principios que darán vida a su gobierno.

Si el debate de investidura no va a servir para ganar el gobierno, debería servir al menos para preparar el próximo. Venga en cuatro meses, o venga en cuatro años.

31.8.23

Jenni y España progresan adecuadamente

Este nuevo vídeo que han puesto en circulación no aporta en realidad ninguna novedad. A Jenni Hermoso ya la habíamos escuchado en la COPE, la noche misma de los hechos, quitando importancia al asunto y riéndose de la polémica, y la habíamos visto también en el vestuario y en plena celebración, riéndose con sus compañeras y explicando como un chiste la historia del pico hasta entonces consentido. 

Habíamos visto incluso como alguna de sus compañeras se escandalizaba con un "tía pero qué haces" como se escandaliza la adolescente timidilla ante el atrevimiento de su amiga. Y en un ambiente en el que podían burlarse, como hacen ellas tan a menudo, de las tristes apetencias de chicos como Rubiales, que siendo todo un presidente de la RFEF le pide un piquito a una campeona del mundo como el niño de 13 años con la bata manchada de barro se lo pediría a su compañera de pupitre. 

Es un ridículo que por sí solo, pero más todavía con el gesto en el palco y algún otro sobre el césped, justificaría el cese, si no la dimisión. Y que hubiese servido para defenderlo así si la izquierda pudiese atreverse en este país a pedir decoro, ejemplaridad y respeto institucional a los cargos públicos. Si no fuese porque todas estas cuestiones fundamentales se han despreciado como costumbres de la casta para mejor sustituir la costumbre por la ley, que es más fácil de cambiar a su antojo y conveniencia. 

Por eso en estos casos y en estos tiempos no se admiten medias tintas, medias bromas ni medias burlas. Y lo que hemos vivido estos días ha sido un auténtico despertar de Jenni Hermoso y de tantos y tantas como ella. Un ejemplar, canónico, "amiga, date cuenta". "Que esto no es de risa, que esto no es un piquito inocente, que esto es una relación de poder y por lo tanto abuso". 

Es algo que habíamos visto ya en bastante ocasiones en los últimos años, entre tantas feministas militantes, que antes se reían y se burlaban de miserias que ahora no las dejan dormir, y entre tanto aliado que confiesa en redes pecados que ya le gustaría haber cometido y que espera con ello algún género de reconciliación y de amnistía.

No han entendido que la lógica de las confesiones públicas que se exigen ahora es la misma que han tenido siempre y que lo único que liberan con su hipocresía es la arbitrariedad del poder para actuar sin resistencia y sin necesidad de coartada. Especialmente, claro, cuando este poder es el de la masa anónima que habita en las redes sociales. 

Es algo que habíamos visto muchas veces, digo, pero nunca a esta velocidad ni en plano secuencia. Y es admirable lo rápido que ha pasado Jenni Hermoso del cachondeíto al victimismo traumático, porque demuestra que el caso tiene menos que ver con el tocino que con la velocidad. En la lógica progresista, que es la lógica que nos gobierna, la velocidad es la unidad de medida del poder. El único poder real es el poder que se ejerce sobre el tiempo, sobre la Historia, para empujar el progreso. Y de aquí tanto revisionismo y de aquí tanto cambio histórico y de aquí la aceleración en la sucesión de traumas colectivos que tienen que suponer un punto y aparte definitivo. 

Dirán los boomers que la culpa es de las redes, y algo de razón tendrán. Pero casos como este demuestran que esta lógica de aceleración del progreso está redefiniendo la naturaleza de nuestro régimen. La velocidad del despertar, de la conversión a la americana, es inversamente proporcional a la libertad del converso y sus conciudadanos. Y es célebre el pasaje de 1984 donde a media manifestación se cambia de enemigo para certificar que "siempre hemos estado en guerra con Asia Oriental". 

En cuestión de días, se diría que de horas, Jenni ha pasado de campeona mundial a víctima. Si fuese hombre dirían que se ha deconstruido. Pero, en cualquier caso, ha progresado. Y este progreso sería incomprensible si no lo hubiésemos visto con nuestros propios ojos. Y si no fuese acompañado de un reconocimiento, el apoyo y la solidaridad del mundo del futbol femenino, masculino, y del mundo en general. Reconocimiento, apoyo y solidaridad que nunca hubiese obtenido como profesional del futbol femenino. En la cima se está muy sola, eso dicen, y hay algunas aspiraciones muy, demasiado humanas, que sólo puede saciar la sociedad.

Casos como este ya no son cortinas de humo, si es que alguna vez lo fueron. Ya no sirven para tapar nada, sino para mostrar la lógica del nuevo orden social, de la nueva normalidad. Ya desde antes, pero especialmente después de la pandemia, vivimos sometidos a un continuo stress test con el que debemos demostrar a los poderes que estamos a lo que estamos y que no nos dejamos distraer por idioteces como el paro, las pensiones, el constante y sistemático empobrecimiento que vivimos, la seguridad ciudadana o la decadencia de Occidente.

Sirva el caso que nos ocupa para certificar que nosotros, como Jenni, también progresamos adecuadamente.

24.8.23

Rubiales y las mujeres trofeo

Son imágenes que ya habíamos visto. La del beso, que imita a lo cutre al que le dio Casillas a Carbonero, que selló en la memoria la victoria de nuestros guerreros y que acabó con cualquier pretensión de profesionalidad periodística de la hasta entonces joven reportera. La de agarrarse los huevos, como Bardem, recordaba Hughes. Y como el Dibu Martínez hace nada, celebrando el Mundial de Messi.

E incluso esta última que han puesto en circulación, la de Rubiales cargándose al hombro a una jugadora, que hemos visto en tantas películas de romanos anunciando la bacanal después de la batalla. Como si también aquí la batalla la hubiese librado él y el verdadero trofeo fuesen ellas.

Porque así tenía que ser. Y porque así ha sido. 

Rubiales había ganado con este Mundial su particular guerra contra tantas futbolistas y contra al menos algunos periodistas. Así que es normal que considerase la victoria un poco más suya de lo que era y que la celebrase cargándose al hombre a Athenea, como si ella fuese la mismísima diosa y él, Hiperión iluminando los rincones más oscuros de nuestra hipocresía. Del uso y el abuso que se hace de "nuestras campeonas". E incluso de lo sofisticado que se ha vuelto el futbol desde que son las mujeres las que se persiguen en calzones "dando patadas a un balón". 

Es un futbol igual que el masculino e incluso mejor, por ser más técnico, más táctico, más tiquitáquico, y para no quitarle ni pizca de mérito. Pero es también un poco distinto para no negarle el éxito entrando, de verdad y a fondo, en la comparación como hacía Borrell al celebrar que "nuestras mujeres" estén "aprendiendo a jugar al fútbol tan bien como los hombres".

O como hacen todos aquellos que opinan que Putellas o Bonmatí podrían jugar de titulares en el Barça masculino, o como hace Yolanda Díaz aprovechando la ocasión para reivindicar que si son igual de buenas deberían ganar lo mismo, como si eso fuese cierto y como si el sueldo de los futbolistas lo decidiese ya, como en sus sueños más húmedos, su Ministerio y no el mercado.

Es, claro, la exhibición del ridículo paternalismo aliado que explica que incluso ahora pretendan medirlas, a ellas, a su futbol y a su éxito, en función del masculino. Como si ganar el Mundial no fuese suficiente por ser femenino. Como si todo aquí fuese imitación del futbol de verdad y del triunfo de verdad, desde el juego hasta la rúa pasando por los morreos de celebración. Como si el feminismo imperante consistiese en recordarle constantemente a las mujeres que hagan lo que hagan y logren lo que logren nunca será suficiente porque nunca serán lo suficientemente hombres. Y me temo que en esto sí van logrando la igualdad.

Lo igualitario, lo adulto y respetuoso del asunto sería que fuesen las jugadoras, con la propia Hermoso a la cabeza, las que pidiesen y lograsen su dimisión. Que "nuestras chicas", "nuestras guerreras", demostrasen su poderío también fuera de la cancha y más allá de apartarse del seleccionador o salir haciéndole muecas en los vídeos y fotos de la victoria.

Pero no. No tuvieron poder entonces para cargarse a Vilda y no lo tienen ahora, después del Mundial y después del morreo, para cargarse a Rubiales. Tendrá que venir uno de sus machos aliados, Sánchez o incluso Iceta, a salvarlas de sus terribles acosadores. Y a colgarse otra medalla en la lucha feminista. 

Que no lo hayan hecho todavía, y en un caso tan obvio, tan cutre, tan unánime como este, demuestra tanto los límites de su poder poder como la naturaleza de sus aspiraciones. Lo importante aquí no es que no puedan, por lo civil o por lo criminal, cesarlo o dimitirlo. Ni que por el inconfesable motivo que sea no quieran, tampoco ahora, ni siquiera ahora, que se vaya. Lo que es importante de verdad, lo que de verdad refuerza su poder, es la admisión pública y sincera de la culpa. Que eso lleve a la condena o a la redención es aquí totalmente secundario. 

Porque aquí no se lucha por empoderar a las campeonas ni por liberarlas de sus terribles acosadores. Aquí se lucha por erigirse en su único y legítimo protector y representante. Y por cobrarse el porcentaje debido de sus éxitos.

17.8.23

En Etiopía comen con las manos

El relato del verano lo están escribiendo estos días los turistas rescatados de Etiopía. Y lo tiene todo. Hasta algo de razón.

El relato exhibe, claro, la previsible y típica hipocresía veraniega de quien busca turismo de aventuras y se queja porque los etíopes comen con las manos. Y también la hipocresía, quién sabe si peor, de quien va a Etiopía en busca de un viaje tranquilito para descubrir la cultura local, perderse por sus callejuelas, hacerse fotos con los niños negritos que viven frente al hotel y volver para contarnos lo felices que son allí con lo poco que tienen.

Está también la ilusión comprensible y tan compartida de buscar el viaje auténtico y original que no hace el cualquiera para poder sentirse, al menos estos días al año, un poquito especial. Y para poder, a la vuelta, contárselo a los demás.

Pero todas estas quejas tan naturales y todas estas lecciones tan tópicas tienen para nuestro futuro un precio mucho mayor que la huella de carbono del vuelo en avión. Todas ellas llevan a la misma y terrible exigencia socialdemócrata, liberticida, de poder elegir libremente nuestra propia aventura con la absoluta seguridad de que el Estado, el ejército, la diplomacia, lo que sea, pero algo, nos librará de cualquier mal.

Lo que piden estos pobres turistas es perfectamente infantil pero perfectamente razonable. Si esto podía pasar, ¿por qué nos dejaban viajar? ¿Por qué nos vendieron el viaje, por qué nos concedieron el visado, por qué no nos avisaron de que en Etiopía comen con las manos? ¿Soy yo acaso guardián de mi propia seguridad? ¿No pago ya agencias, seguros e impuestos para que alguien cuide de mí?

Dejemos estas preguntas como retóricas. Y como ejemplo de la profunda inmadurez con la que el ser humano es capaz de sobrevivir hasta edades antes consideradas maduras.

La lógica de estos pobres turistas es la lógica del Estado moderno, que tiene la obligación de proteger a sus ciudadanos donde quiera que estén. Sean cuales sean sus circunstancias y sus responsabilidades e idioteces porque para eso se supone que lo queremos, obedecemos y hasta adoramos como a un Dios.

Esta es su razón de ser. El Estado protege ergo obliga. El Estado moderno, burocratizado, el que tenemos en este Occidente imperfecto y decadente y que no tienen en estos países puros y vírgenes de nuestra influencia como la Etiopía de los folletos de la agencia. Y por eso el Estado es nuestra salvación y nuestra condena, porque como decía Don Draper: "People want to be told what to do so badly that they'll listen to anyone".

A un agente de viajes exóticos para funcionarios jubilados que les asegure que el viaje es aventurado y seguro al mismo tiempo. O al becario de turno del ministerio de exteriores etíope que les conceda al visado porqué, oh, sorpresa, esos etíopes que son tan felices sin nada preferirían serlo con un poco más de nuestro dinero.

Todo lo que están pidiendo estos buenos ciudadanos cuando a su vuelta a la rutina piden, ¡exigen incluso!, que se les proteja de sus posibles errores en simplemente que el Estado cumpla su parte del trato con un poco más de decoro.

Es una exigencia que deberíamos hacer nuestra si no entendiésemos a donde lleva.

Todos querríamos, como los turistas en cuestión o como el presidente Bartlet, ir por el mundo con un cartelito que nos identificase como "civis romanus" o algo así. Haciéndonos intocables y casi invisibles para el mal, y permitiéndonos gozar de la ilusión de la autenticidad. De ver y disfrutar el mundo como el mundo es en realidad, sin la influencia de los otros turistas, de los que no son como nosotros.

Pero el precio a pagar por ello es exactamente el que exigen estos afortunados guiris: una tiranía como la que no ha conocido el hombre. Una tiranía global, que no permite a los etíopes comer con las manos ni dar golpes de Estado. O una tiranía local, donde el Estado garantice tu seguridad veraniega encerrándote en un camping sin alcohol, azúcar, cubiertos metálicos ni columpios.

14.8.23

Las tetas son para el verano

Anuestra izquierda más auténtica le pasa con las tetas lo mismo que con las herencias, las vacaciones o los viajes en avión a países exóticos. Que sólo le gustan cuando son las suyas. 

Las tetas de Amaral han gustado mucho más, por ejemplo, que las nalgas de Chanel. Cuando aquella polémica de Eurovisión, el suyo era un culo oprimido. Prostituido, incluso, el pobre. Pero cada teta que enseña un cantante de izquierdas, declaradamente de izquierdas, suficientemente de izquierdas, es una teta revolucionaria. Y es la mismísima libertad guiando al pueblo ("hasta la vergüenza ajena", como decía Carlos Moliner). 

Porque a la izquierda más auténtica, como a los que leían el Playboy por los artículos, lo que de verdad les encanta no son las tetas, sino la explicación que las acompaña. Las tetas y sus circunstancias sólo son auténticamente libres cuando van acompañadas del discurso adecuado, resumido en estos lemas del no pasarán, el somos muchas más y la revolución.

Lo que les encanta es que reciten sus tópicos como si estuviesen en una misa pagana. Porque ese va siendo el imaginario con el que luchan contra esa nueva inquisición a la que nadie espera en realidad. El de las brujas que no pudimos quemar, el de las tetas sueltas así como de tribu originaria. El de las drogas naturales, incluso, como la moda esta de la ayahuasca y las setas y hasta los sapos y el matriarcado y tantas otras cosas.

Pero el problema del paganismo, del que fue tanto como del que viene, es que fácilmente confunde el pluralismo con la titanomaquia, la guerra entre dioses. Y la única solución al caos es la imposición de unas únicas filias, unas únicas fobias y unos únicos discursos. 

De ahí esta impostada urgencia en la lucha antifascista. Y de ahí esta impostada ilusión ante un par de tetas sueltas como tantas hay estos días en cualquier playa o piscina, donde las viejas feministas se excitan y gritan y aplauden y silban como jóvenes machitos adolescentes. 

Forma parte de la misma impostura que la lucha contra el fascismo, que sólo sirve para mantener prietas… las filas. Porque el fascismo al que se refieren no parece tener ningún problema con las tetas. A ese patriarcado que imaginan nada podría gustarle más que su constante exhibición. Y a la derecha real lo que le producen espectáculos y discursitos como los de Amaral son más bien chistes, memes, risas y, a los más compasivos, incluso algún que otro sonrojo de vergüenza ajena. 

Aquí no hay nada que ver. A lo sumo, un muñeco de paja cada vez más deshilachado, el pobre. No hay ningún movimiento político ni ciudadano significativo pidiendo playas familiares, con mujeres tapadas (al menos, lo que tapa un bikini). 

El drama para las tetas este verano ha sido muy otro. Por un lado, que parece que las jovenzuelas se destapan menos que sus madres. Por el otro, que las playas nudistas se están llenando de gente en bañador. Y por la derecha conservadora, un poco alineada aquí con los nudistas, ya ven qué cosas, es con el ocasional exceso de ropa en el entorno acuático que suponen el velo o el burkini.

Y es una preocupación (¿todavía?) bastante menor. Una preocupación que en su mejor versión lo es por la posibilidad de la libre convivencia en el espacio público entre mujeres en burka y mujeres en tetas. Y que en la peor versión es lo que dicen que ha pasado en una piscina valenciana, donde unos taquilleros mandaron a su casa, y presuntamente y ya de paso a su país, a una mujer musulmana que pretendía entrar con velo. 

La izquierda se queda aquí muda, casi en tetas, un poco por la cobardía típica al tratar estas cuestiones. Y un poco también por la ingenuidad liberal de creer que todos los derechos (de las mujeres) son compatibles en la práctica si logran serlo sobre el papel. 

Por mucho que quieran olvidarlo, no es a la derecha a quien le molestan las mujeres en tetas.

10.8.23

En defensa de la Pedroche (y de Barbie)

Todos los cuerpos son bellos y todas las mujeres tienen derecho a vivir su maternidad como quieran o como buenamente puedan sin ser juzgadas por ello. Menos la Pedroche, que ha presumido de vientre plano poco después de dar a luz. Y que merece por ello, y un poco también por ser rica y famosa, el juicio del tuitero y del tertuliano. Y hasta de "los expertos", que han salido a recordarle, y a recordarnos ya de paso a todos los demás, que en estos casos la prioridad es el bebé y no el aspecto de la madre.

Es indecente el paternalismo con el que los expertos, es decir, los poderes mediáticos, políticos y económicos, nos tratan al común de los mortales. Un paternalismo de tal calibre que no lo merecemos nosotros, adultos, pero que ni siquiera merecen esas adolescentes a las que tratan como a Barbies. Quieren salvarlas de la desilusión del inevitable envejecimiento mientras las privan de la comprensión de sus grandezas. Las mantienen en el desprecio constante de la vida adulta, con sus responsabilidades, sus obligaciones y sus celulitis.

Ya puestos a tratarlas como tales, sospecho que nuestras jóvenes instagramers encontrarán en Barbie, ese bildungsroman para adolescentes en la era de las redes y del woke, una mejor maestra de vida que las que puedan encontrar en las redes, los medios, el colegio o incluso en casa.

Barbie explica mejor que cualquiera de nuestros expertos el tránsito crucial entre las relaciones y amistades entre Kens y Barbies, prácticamente asexuadas en la infancia, y la tensión propia de las relaciones entre adolescentes. Unas relaciones necesariamente problemáticas y que la crítica woke, que ve microviolencia y toxicidad en cualquier problema o incomodidad, no ha ayudado precisamente a comprender ni a facilitar.

Barbie llega al mundo de los adultos, donde los usos y costumbres de la niñez (donde los niños son tontos y las casas son rosas) ya no le sirve. Y donde el único discurso que se le ofrece para entender la realidad es el discurso del heteropatriarcado.

Y este discurso, que es en la película tan simple y tan vulgar como suele serlo en la realidad, es un discurso que simplemente no vale para la vida. Que sirve quizás como excusa para el cabreo y el postureo rebelde típico de la edad, pero no para hacerse al mundo ni mejorar la vida.

Aquí el feminismo es poco más que el rollo adolescente de quien descubre que puede ser atractiva para sus amiguitos de clase. La adolescencia es mucho más cruel que el heteropatriarcado. Y eso lo descubre Barbie como lo descubrimos todos. Un poco solos y un poco acompañados por la experiencia de un adulto real, que ha pasado por las mismas mierdas y que mal que bien las ha superado para convertirse en una personita. Con una madre que jugaba con Barbies y que creció para descubrir algo tan radical y tan reaccionario como que hay una diferencia entre Barbieland y la realidad, y que la realidad es mejor.

La progresiva desaparición de estos ejemplos de tránsito en nuestra sociedad, donde las familias son cada vez más pequeñas y los niños están cada vez más solos entre sus semejantes, es lo que vuelve ejemplares y problemáticas las fotos de las Pedroches. 

Porque para el adolescente, la peor y más tóxica imagen no es la del famoso de Instagram, sino la de los popus del curso. Para quien acaba de ser madre, la peor fuente de complejos e inseguridades es su propio cuerpo de diez meses atrás. 

La grandeza de Barbie es que sin saber muy bien el cómo ni el porqué, que es un poco como suelen pasar estas cosas, decide hacerse mayor y empezar a actuar como tal. Porque hay cosas que una no puede experimentar en Barbieland y que merecen mucho la pena. Merece la pena comprometerse con la imperfecta realidad que da sentido a nuestras vidas.

El drama que esta película supone para tantos de sus aduladores es que cuando Barbie decide hacerse mujer es cuando decide ser madre. Y que cuando Barbie decide crecer y ser una mujer real y madre, sigue siendo Margot Robbie. Que es cierto que no es la Pedroche, pero que me temo que tampoco servirá de consuelo para tanto experto y para tanta influencer wannabe.

4.8.23

El islamismo queer contra Najat el Hachmi

Jaume Collboni, el primer alcalde gay de la historia de Barcelona, tampoco es lo suficientemente LGTBI friendly. Porque ha encargado a la escritora Najat el Hachmi el pregón de las fiestas de la ciudad, y eso ha causado una enorme indignación entre todos aquellos observatorios, departamentos y librepensadores a sueldo del partido que han hecho de la indignación su modo de vida.

Han acusado a Najat el Hachmi de tránsfoba y lo han hecho gratuitamente, como siempre, porque ese es su trabajo. Porque esa es exactamente su función. Creados desde el gobierno para mantener la hegemonía cuando vuelvan, si vuelven la oposición. Para seguir despertando conciencias y linchando herejes por tierra mar y Twitter. Pagados siempre con dinero público porque a ver qué derecha extremizada se atreve a retirar fondos a un instituto en defensa de los derechos trans.

Así han salido, por ejemplo, el Observatori Contra l'Homofòbia (OCH), ACATHI, Unitat Contra el Feixisme i Racisme (UCFR) y la Plataforma Trans Estatal a exigir una rectificación. Y así, el Consell Nacional LGBTI+, que forma parte del Departament de Igualtat de la Generalitat. Todos ellos juntos y al unísono a demostrar que la naturaleza de este trabajo y de esta causa es la naturaleza propia y bajísima de las luchas partidistas. En este caso, de la lucha de ERC y Podemos, Sumar o lo que sea, contra el PSC. Para recuperar el terreno perdido y crear un bonito clima de negociación.

Todos ellos al servicio de una misma causa liberticida y de una misma violencia verbal, retórica, como posmoderna, que no por ser tan evidentemente impostada y ridícula deja de ser peligrosa y preocupante.

Son gentes a las que les va el sueldo y, aunque a menudo no sean conscientes de ello, algo más que eso. Si te pagan por encontrar tránsfobos, tienes que encontrar tránsfobos. Y tienes que denunciarlos con gran violencia para que nadie dude de su condición. Ni, sobre todo, de tus convicciones.

De ahí lo ridículo e impostado de estos discursos, manifiestos y linchamientos tan violentos. Es evidente para cualquier persona alfabetizada que El Hachmi no dijo nada tránsfobo. Pero también es evidente que no va de eso sino de monopolizar la discusión sobre el tema. De advertir al discrepante de a qué se expone quien hable sobre el tema. Por si la pereza por escribir (¡un pregón, además!) no fuese aliciente suficiente para el silencio.

Se trata de acabar con la discusión para que, sobre este tema, sólo queden sus discursos y sus decretos leyes. Incontestados, incontestables. Pero va, sobre todo, de mantener la tensión grupal, tribal, de quienes viven siempre, pero especialmente ahora, al borde de la división interna y la vuelta a la irrelevancia política.

Porque como dice, meridiano, Cormac McCarthy, "lo que une a los hombres no es compartir el pan sino los enemigos". Hay algo más importante que la paguita, pero no precisamente mejor, que explica el insulto y la descalificación gratuitos a los que se ha sometido a Najat el Hachmi.

Por eso es especialmente significativo que una de sus críticas más agresivas y a la vez de las más cobardes haya sido de la diputada de ERC Najat Driouech Ben Moussa, musulmana ejemplar, con velo y cartelitos en árabe para cazar votos. Y secretaria, ni más ni menos, que de "Derechos sociales". Porque demuestra hasta qué punto la violencia retórica es sólo el disfraz de la contradicción ideológica. A más violencia, mayor la contradicción que hay que cabalgar.

El trabajo de la diputada de Esquerra es aquí fundamental, porque es el que tiene que recoser las miserias presentes con las miserias futuras. Y no sólo de su partido. Y no sólo de su país. La diputada Driouech Ben Moussa tiene que jugar aquí el dificilísimo e histórico papel de alargar tanto como se pueda la ficción de que es posible, e incluso necesario, ser una buena progresista y una buena musulmana.

Como bien advirtió Houellebecq, aquí se juega el futuro de su formación y de buena parte de la izquierda europea. Y aquí se jugaría también y por cierto su futuro la derecha populista si decidiese de una vez cuáles son sus auténticos valores.

La diputada Driouech Ben Moussa se puso el velo para demostrar que no hay contradiccón entre ser musulmán y defender la causa LGTBI. Porque lo que quería su partido, en guerra con socialista y sumados, pero de espaldas a tantos y tantos musulmanes, es convertirse en los auténticos portavoces de la comunidad musulmana en Cataluña.

Se trata aquí de ofrecer a los musulmanes una de las suyas a quien poder votar. Y de ofrecer a los medios un ejemplo tranquilizador para no tener que preguntarse cuántos musulmanes algo más tránsfobos que Najat el Hachmi hay en Cataluña. Y, sobre todo, para evitar que alguien responda.

¿Se contradice nuestra izquierda? Y más que lo hará. Porque nuestra izquierda es queer. Y contiene multitudes.

27.7.23

A llorar a Waterloo

Veo a Ayuso muy convencida y a Sánchez muy tranquilo, pero no estoy seguro de que los socialistas tengan realmente cerrado un pacto con Puigdemont. Y más bien parece que la tranquilidad de Sánchez por tener que pactar con el partido de la "extrema derecha nacionalista catalana" demuestra que todo esto sirve como insulto, pero que no se lo cree casi nadie.

Que no se lo creen, evidentemente, los socialistas. Y no se lo creen sus socios, por mucho que lo repitan siempre que encuentran la ocasión. No se lo cree, evidentemente, el propio Puigdemont, ni su partido o su movimiento o lo que sea, que no paran de reivindicarse como partido de izquierdas.

"Extrema derecha nacionalista" es una manera de mantener vivos los complejos convergentes por haber pactado con el PP. Y es paradójico, o no tanto, que sólo la derecha centrista y moderada madrileña haya asumido como cierto el insulto. Son los únicos que insisten estos días, para fingir sorpresa ante lo obvio, en decir que Sánchez va a pactar con la "extrema derecha nacionalista". Parece que llamarle nacionalista ya no es insulto suficiente.

Pero esta "extrema derecha nacionalista" tiene un programa social y económico más progre que la derecha moderadísima y socialdemócrata de Feijóo, y no digamos ya que la de Ayuso. "Extrema derecha nacionalista" es sólo la forma de mostrar sus complejos como derecha y sus miedos como centralista, y de disimular o excusar su soledad ideológica.

Y la realidad es que en este país, ya ni siquiera el PNV, el partido jeltzale, el de "Dios y leyes viejas", se atreve a declararse de derechas. O sea, que ni siquiera el PNV se atreve a sentarse a negociar nada importante con el PP mientras ¿exista? Vox.

Es decir, que "el PP no suma sin Vox ni puede sumar con Vox mientras Vox exista".

Eso explica la tranquilidad de Sánchez. Pero sólo en parte.

Sánchez sabe que Puigdemont no tiene ningún incentivo ideológico para facilitar un gobierno del PP y de Vox. Y que sus complejos ideológicos son, precisamente, lo que lo hace susceptible al chantaje moral de ser culpable del ascenso de la derecha extremizada (o como le llamen ahora) al poder.

La tranquilidad de Sánchez es una pose que costaría entender en un contexto normal. En un contexto normal, el PSOE hace dos días que le robó la alcaldía de Barcelona al candidato de Junts, Xavier Trias.

En un contexto normal, la alcaldía sería ahora moneda de cambio, quizás insuficiente, pero necesaria, para garantizarse el apoyo a la investidura. Pero tanto Trias como Collboni, el alcalde socialista, han dicho que la alcaldía no será moneda de cambio. Podría ser que para venderse incluso más barato, o podría ser que este no fuese un contexto normal.

Que los términos de partida de Junts sean otros, y que sean la amnistía y el referéndum, es algo más que una postura maximalista para empezar la negociación. Porque no son términos que acepten mucha rebaja. Una amnistía rebajada es lo que ya tienen la mayoría de los líderes del procés y lo que tendría o tendrá Puigdemont cuando toque, y gobierne quien gobierne.

El referéndum rebajado sería una consulta no vinculante, y eso podría ser demasiado incluso para Sánchez, que quizás prefiera ir a una repetición electoral con la dignidad reforzada por haberle puesto límite a la extrema derecha nacionalista.

Lo que Puigdemont pide, Sánchez no puede dárselo. Y lo que Sánchez puede darle es lo que a Puigdemont menos le conviene. Que es lo que han conseguido Rufián y los suyos y que es lo que están pagando ya en las urnas, elección tras elección. Lo que ERC ha conseguido de Sánchez ha sido muy bueno para los líderes independentistas, pero no para los votantes independentistas, ni para los catalanes en general.

Las prebendas han sido, básicamente, los indultos, que benefician sólo a los políticos, y la reforma del Código Penal, que también les beneficia a ellos. El pactismo, la moderación de ERC, el abrazo del oso sanchista, es justo lo que Puigdemont ha intentado evitar hasta ahora, por radicalismo tanto como por pragmatismo, y parece ser que las últimas elecciones le han ido dando la razón.

ERC ha pagado su moderación y sensatez mucho más que Puigdemont su encastillamiento en Waterloo. Y si había una alternativa pactista en Junts, el PP y el PSOE se encargaron de dinamitarla en Barcelona. Fue una advertencia y es muy probable que Waterloo tomase buena nota de ella.

A Puigdemont y los suyos no les conviene electoralmente ni les compensa personalmente convertir a Junts en otra ERC. Ni se lo perdonarían sus electores ni se lo perdonarían esos miles de independentistas que han optado por la abstención y a quienes no parece darles ningún miedo un gobierno PP-Vox y mucho menos unas nuevas elecciones.

Puigdemont debe de saber mejor que nadie que a estas alturas para el independentista auténtico no hay mayor sueño que el de una España ingobernable.

21.7.23

Feijóo mintió, ¡qué alivio!

Feijóo mintió, para alivio y sosiego de los deontólogos del periodismo y la democracia.

Se ha celebrado como un triunfo de la democracia, casi como un nuevo pacto con Bildu, que Feijóo mintiese y, sobre todo, que rectificase. Porque es sabido que nuestra derecha sólo es plenamente democrática y homologable a las derechas modernas de las democracias más avanzadas de Europa cuando pierde. O cuando parece, al menos, que no gana. 

Y ha sido una gran noticia para el periodismo e incluso para el articulismo, porque gracias a Intxaurrondo pero, sobre todo, gracias a Feijóo, ahora, en estos últimos días de campaña, ya son posibles y democráticas las entrevistas incisivas y las sesudas reflexiones sobre el peligro de la mentira para la calidad de nuestra democracia.

Se comprende el alivio de tantos, porque escribir sobre política española estos últimos años sin haber podido escribir sobre la mentira y lo que supone tiene que haber sido un auténtico suplicio. Y si bien es cierto que esto llega ya justo para salvar esta legislatura, seguro que en la que viene y gracias a este ejemplo para la posteridad, el periodismo patrio dará un salto de calidad que nos homologará, también en esto, con las democracias más avanzadas. 

Siendo todo esto muy bueno para todos, cómo no iba a serlo para el PP. Habiéndole dado la oportunidad, casi la orden, de rectificar, a Feijóo le han dado también la oportunidad, incluso la excusa, de recordar a quien quiera escucharle que su mentira es la excepción y no la norma. Que si miente, rectifica, porque él miente por error y no por sistema. 

A eso contribuyó, muy a su pesar, la periodista Intxaurrondo al limitar su celebrada actuación a repetir "esto no es cierto" y "mis datos son fiables" mientras fruncía el ceño y ponía cara de mala leche. Porque eso de que "usted miente" es lo mismo que dicen todos todo el rato y que, beneficiando a los cínicos, pocas veces perjudica a los políticos. 

Lo que perjudica de verdad es lo que tenía que venir después, que es el periodismo ¡de datos! y las consiguientes explicaciones. Lo que faltaba aquí era que nos presentasen los datos, que llenasen de contenido esa acusación tan a menudo vacía de mentir. Que nos explicasen a nosotros, que no tenemos ni datos ni calidad democrática ni ceños fruncidos ni ná, qué es lo que hizo el PP en esas ocasiones y que obligasen al candidato a justificar su posición. 

Esta información y esta pregunta obligarían a Feijóo a dejar claro por qué miente de esta forma y sobre este tema en apariencia tan técnico como la actualización de las pensiones al IPC. Pero esa es una explicación que en este país no quieren oír ni los más incisivos de nuestros periodistas. Porque aquí la mentira fundamental, la que no es error y que no puede, por lo tanto, disculparse, es la ilusión de que nuestras pensiones las pagarán nuestros hijos y las suyas los suyos, como hemos pagado nosotros las de nuestros padres y ellos las de los suyos.

La creencia de que aquí no hay nada que ver, ni nada que repreguntar, cuando el sistema de pensiones ya no es que sea insostenible a la larga, sino que ya está lastrando nuestra economía y perjudicando la calidad de nuestra política. Y que en esta nuestra democracia homologada u homologable este debería ser un debate fundamental y no sólo una acusación partidista. 

Es normal por lo tanto el jolgorio socialdemócrata y es normal por lo tanto el susto pepero. Porque en este clima y en estos temas, que te pillen mintiendo es mucho mejor a que te obliguen a decir la verdad

14.7.23

Que te vote Indiana Jones

"Indiana Jones y el progresismo español sólo pueden imaginar argumentos con nazis". Tiene razón Claudio Ortega, como siempre.

Lo de Indiana Jones y nuestros progres es el mismo uso y abuso de la historia. Y tienen los mismos problemas.

En Indiana Jones, por ejemplo, tampoco los nazis hacen nunca, o casi nunca, cosas de nazis. Hay mucha bandera y mucho uniforme, pero en esta última han tenido que disparar a una negra para recordarnos que eran nazis y no simples arqueólogos un poco frikis, un poco excéntricos, porque el arqueólogo excéntrico es el nuestro y ellos son unos ladrones de tumbas y unos chiflados. 

Para Indiana Jones, la aventura es algo involuntario, una sucesión de casualidades e infortunios, porque la historia está cerrada y debería estar en un museo. Indiana Jones no busca la aventura, se la encuentra a su pesar. Porque su aspiración es, en el fondo, y esto parecen entenderlo muy bien sus últimas alumnas, que la historia sea aburrida. Dejarse de aventuras y volver a casa a cenar con su mujer, echar de menos a su hijo y quejarse de sus vecinos.

Pero lo que caracteriza a los nazis, en la película y en el argumentario progresista, es su empeño en mantener abierta la historia. En creer que esto no se ha acabado y que no basta con decir que algo es como muy de antes para que quede simplemente superado y pierda todo su poder. Creer que la historia puede reabrirse. Que quedan cosas gordas por hacer y resolver. Esto es lo que los convierte en malos.

Este es el principal argumento contra el independentismo y contra Vox. Contra todos aquellos que creen que el tiempo no les da ni les ha dado necesariamente la razón y que tienen todavía, si no el derecho, al menos la posibilidad, de soñar un futuro distinto, mejor.

Contra estas pretensiones ¡revisionistas!, nuestro tiempo y nuestra industria cultural nos ofrecen la nostalgia estéril de volver a luchar contra los nazis. De volver a divertirnos con las aventuras de un héroe arqueólogo. Qué extraños tiempos en los que el arqueólogo pasa por héroe. Donde la preservación del pasado, tan intacta como sea posible, pasa por ser la más urgente tarea para salvar el futuro.

Esa es la lucha contra los fanáticos que creen cosas raras. Fake news, incluso. Una lucha también aquí en nombre de la ciencia. Porque Indiana Jones cree en la ciencia como nuestro pandémico gobierno: contra toda evidencia. Y sólo para evitar que los demás hagan lo que quieran.

Y por eso es curioso, pero no tan sorprendente, que cada vez que se plantea la dicotomía entre el fanatismo y la ciencia se acabe descubriendo que el fanático irracional tenía al menos algo de razón incluso, o sobre todo, en las cosas más locas que sostenía. En los poderes sobrenaturales de las piedras y cosas así, en las que ya cree cualquier hija de vecino, y muy especialmente en la capacidad de alterar el curso del tiempo, es decir, de la historia. 

Porque ahora sabemos que volver al pasado es tan fácil como meter una papeleta de Vox en la urna y que todo progresista entienda mejor que nosotros que todos los hombres son iguales, pero que los hombres son distintos a las mujeres, y los blancos distintos a las otras razas, por ser peores.

Es una lección peligrosísima, claro. Y es normal que la tendencia de nuestro progresismo sea la de volverse conservadores. Arqueólogos. Es por eso un argumento muy recurrente contra nuestros propios y supuestos nazis el hacer ver que no tienen razón donde la tienen y el insistir en que en todo caso ya no hay nada que hacer.

Se ve bien en la polémica con la alcaldesa de Ripoll, doblemente nazi por ser independentista y de derechas. Y se ve bien en su obsesión contra el islamismo radical, que es parodiable porque parece ya como pasado de moda.

Pero cómo gestionarlo en Ripoll, que es de dónde salieron los yihadistas radicales que atentaron en las Ramblas. Para combatir sus falsas soluciones se niega y se condena su preocupación. Y se le dice al mismo tiempo y en todo caso que ella no tiene competencias para hacer lo que debería hacerse. Que ya no tiene tiempo y que ya no tiene poder y que debería resignarse y quejarse menos.

Que las cosas hay que dejarlas como están, en fin, que es lo mismo que se dice cuando se habla de replantear el aborto, la ley trans, o la eutanasia, y que es lo mismo que se decía hasta que Sánchez decretó lo contrario con respecto a la ley del 'sí es sí'. Argumento extrañamente progresista según el cual todo lo hecho, hecho está y más vale dejarlo en paz si no queremos ser acusados de nazis.

Pero ahí está la tentación y bien la conocen Indiana y nuestros progres. La tentación de "hacer historia", que es mucho más fuerte y mucho más difícil de comprender en estos tiempos que la tentación de la fama y el dinero. Es la tentación que sienten quienes tanto miedo fingen al retorno del franquismo o de los años 30.

Y es la tentación que sienten incluso esos amigos de los que hablaba Pedro Sánchez, que se sienten tan ofendidos por algunas de las cosas que se han dicho en su gobierno en nombre del feminismo. Es la tentación de creer que los más jóvenes y modernos no siempre tienen razón. Es decir, la tentación de creer que el futuro no será necesariamente mejor simplemente porque el pasado era peor. Es una tentación peligrosísima para el progresista y está bien y es simpático que sea una chica joven quien despierte a nuestro héroe del ensueño reaccionario.

Indiana y nuestros progres se han hecho conservadores. Y ya hasta ellos saben que lo más revolucionario es "parar la historia cuando el progreso nos devora".

6.7.23

20.000 € para abrirte un OnlyFans

Prometió Feijóo que los derechos LGTBI no se tocan. Y salió un cómico a advertir que estarán muy atentos de que cumpla. Lo que es cómico es ver cómo fiscalizan al Gobierno hipotético viendo lo que hacen con el Gobierno existente, que es el que les da de comer.

Y es cómico que se centren en esto, porque toda la lógica del sistema es la corrección hacia el centro. Nadie hace más de lo que promete. Y mucho menos un político centrista y moderado como Feijóo.

Siempre se incumple por defecto. Y eso es algo tan sabido, tan asumido, que explica por sí solo por qué la estrategia del miedo ya no funciona ni entre el votante independentista.

Vigilar que Feijóo no prohíba el matrimonio homosexual sería como vigilar muy mucho, con fact-checking y entrecejo de politólogo, que Yolanda Díaz no acabe regalando a los jóvenes 40.000 euros o un millón donde sólo prometió 20.000. Y de ahí que la pregunta sea siempre, entre los escépticos tanto como entre sus entusiastas, por qué no promete más, si más dinero es siempre mejor que menos.

Porque la verdad de la promesa se muestra siempre en su límite, en aquello que ni un político en campaña se atreve a prometer. Por eso salió Yolanda muy seria a decir que eso sería un poquitito de PIB y que se pagaría como se pagan siempre estas cosas. Un poco de su bolsillo, señora, y otro poco del mío. Porque el nivel es tan lamentable que ya basta con saberse un par de cifras para parecer bueno, posible y hasta razonable.

Y de ahí que sea ridículo, pero francamente interesante, ver a los suyos salir a explicar lo bien que van 20.000 €. Respiren, señores, que si hubiese que explicarlo no lo hubiese prometido. Que parece que no la conozcan. Y que nos tengan a todos por tontos.

Ya sabemos lo bien que van 20.000 €. Yo hasta tengo un Excel que me lo explica a diario. Y una fe ciega en el interés compuesto. Pero esos 20.000 € van muy bien, como todo, cuando sabes qué hacer con ellos. Es decir, cuando sabes qué hacer con tu vida. Que suele coincidir, además y por desgracia, con el momento justo en el que esos 20.000 € los has logrado ahorrar tú, por tu cuenta y esfuerzo. Y no a los 18, cuando sólo te han sido prometidos.

20.000 € pueden ser todo el Fuck you money que necesites para poder mandar a tu jefe a eso mismo y dedicarte a lo tuyo. 20.000 € a la edad correcta y en el momento justo pueden ser una magnífica herencia. Incluso la mejor de las herencias, la que te da la libertad justa para hacer lo que debes hacer con tu vida. Pero esos no son los 20.000 que promete Yolanda Díaz.

Yolanda promete, como prometen siempre los políticos, una ayuda finalista. Yolanda no quiere que te los gastes en chuches. Yolanda quiere que te los gastes en formarte o en emprender. Es decir, lo que quiere Yolanda es que esos 20.000 sirvan para financiar a notarios y Universidades, del mismo modo que las ayudas al coche eléctrico no sirven para abaratar el coche, sino para financiar a las automovilísticas.

Y es gracioso, casi cómico, que en esta su enésima promesa de Navidad para que los niños sean buenos (al menos un día al año, que esta vez cae en 23-J), lo que propone Yolanda sea exactamente lo que proponía la derecha neoliberal en la penúltima crisis, cuando se hablaba del paro juvenil como un problema. Como si tuviese solución. Que se formen y que emprendan, decían entonces.

Como ellos entonces, Yolanda está mandando a los jóvenes a pagar másters universitarios rezando para que la acumulación de títulos disimule la falta de formación. O a emprender, como si en cada uno de nosotros se escondiese un Mark Zuckerberg un poco corto de cash.

Mejor sería que los mandase directamente a hornear pasteles y a venderlos por Instagram. Aunque de todos es sabido que OnlyFans funciona mejor.

30.6.23

Gays sí, longanizas no

Apesar de lo evidente de su error, Pedro Sánchez dijo que no echó a Irene Montero del Gobierno tras el fiasco de la ley del 'sí es sí' para no poner en riesgo las conquistas sociales de su gobierno. Eso dijo. Y si de verdad existe una izquierda a su izquierda, debería empezar a preguntarle de qué conquistas está hablando. Ya no podrá ser por la ley del 'sí es sí', que se cargó él mismo. 

Pero conquistas tendrá que haber, y seguro que son muchas y seguras, porque la Semana del Orgullo se ha convertido en una fiesta en la que ya se cuela todo el mundo. Hasta la alcaldesa de Ripoll, que tanto molesta a casi todo el mundo por facha y por independentista, y que ha colgado la bandera LGTBI en la fachada del Ayuntamiento, aunque me parece a mí que para desmentir que sea la Vox catalana y un poquito también para molestar a musulmanes y denunciar la hipocresía de los cuperos, que no saldrán ahora a pedir respeto por sus creencias como hicieron con la polémica de la longaniza.

Gays sí, pero longaniza no: doble rasero.

Sabe Sánchez que ser verdaderamente de izquierdas está cada vez más difícil, y es normal que la prensa afín, ese 10% de resistentes a la ola antisanchista y reaccionaria que asola al periodismo patrio, deba conformarse ya con librar pequeñas batallitas y celebrar pequeñas victorias.

Así libraban estos días una épica contienda contra "la lona del odio" de Vox y han podido festejar por todo lo alto y con gran orgullo que la Junta electoral haya obligado a retirarla por incumplir la ley electoral. Y no por odio, como pretenden, porque este sigue siendo un país libre donde es posible, legal y legítimo, criticar a los movimientos comunistas, independentistas y LGTBI. 

Y así se han vuelto ahora contra la atleta Ana Peleteiro, que por aquella extraña ley matemática de la interseccionalidad tenía todos los números para ser de izquierdas de verdad, pero que ha acabado siendo una terf de manual. Muy a su pesar, claro. Porque ella tiene muchos amigos y hasta familiares en el colectivo LGTBI. 

Pero ha cometido el terrible error de señalar hacia el límite de la igualdad de oportunidades, que es la genética, muy generosa con ella, pero no tanto como con los hombres. "Genéticamente superiores a nosotras", ha llegado a decir ¡en pleno siglo XXI!

La izquierda ha tenido que fingir escándalo y alerta antifascista como si se hablase aquí de dignidad y campos de concentración y no de niveles de testosterona, masa ósea y muscular, y velocidad punta. Como si no se hablase, en definitiva, de todo lo que evidentemente justifica que haya categorías masculinas y femeninas en todos los deportes a partir de los doce años. 

Peleteiro se niega a cargarse el deporte femenino, a sacrificar su forma de vida al altar de las buenas intenciones del movimiento. Y lo hace olvidando (¡qué rápido olvidan algunas!) el privilegio que tiene ella de ser morena de piel en un deporte que, según cuentan, no es para blancos. Privilegios para mí y no para ti, le tuitean algunos. ¡Doble rasero! Como si fuese cierto que los atletas de color ganan las carreras por tener mejor genética y los hombres por entrenar más. Como si también la biología nos obligase, como hace la prensa progresista, a elegir entre el racismo o la transfobia.

23.6.23

El PP tenía motivos para dudar en Barcelona

Hay algo que dijo Ada Colau en el pleno de investidura del alcalde de Barcelona que no está recibiendo la atención que merece. No por lo que dice de ella, que ya le gustaría, sino por lo que dice de los demás. 

Mientras explicaba su voto y su apoyo al candidato socialista, Colau reveló que Jaume Collboni le había ofrecido un pacto secreto para entrar en el gobierno municipal una vez superada la votación de investidura. Y que ella, muy digna, había preferido pasar a la oposición. 

No dijo ni cómo, ni cuánto, ni hasta cuándo, y ya nos conocemos. Pero el engaño que denunciaba Colau tenía un sólo destinatario, que era el PP. El PP había condicionado su apoyo a Collboni a la promesa de que Colau quedase fuera del gobierno municipal. Y al hacerlo, el PP había pedido, como un amante desesperado, casi como un incel, que le mintiesen. Y le mintieron.  

Y se lo creyó, porque todo lo que quería el PP era una excusa para creer. Para creer, sobre todo, en sí mismo. En su bondad y en su poder. Por eso pidió más de lo que debía, exigiendo promesas que no podía obligar a cumplir cuando lo prudente a la vez que patriótico hubiese sido dar sus votos gratis y por amor a España. Y por eso es un poco sobreactuado el orgullo que exhibe estos días por haber hecho como hizo cuatro años atrás el francés Manuel Valls.  

Porque lo innegable, en el PP como en Descartes, es la duda. Que dudar, dudó. Que dudó hasta el último momento si votarse a sí mismo y facilitar la alcaldía de Trias o votar a Collboni y entregársela a un socialista. Y que prefería ahorrarse el problema, como nos pasa tan a menudo a todos, de elegir entre susto o muerte. Quizá porque conoce a sus votantes barceloneses, y quizá porque conoce a Trias. Hasta el punto que estos días ha tenido que recordarles a ellos, a nosotros, a sí mismo y yo diría que hasta al propio Trias, que su partido seguía siendo el de Puigdemont.  

Porque Trias se había esforzado, y con un éxito notable, en presentarse como la versión más antigua, más soft, más light, más viejo-convergente, más alejada del procés y del partido de Puigdemont, que el nacionalismo catalán podía ofrecer. Y la lección que estas elecciones dejan para él y Junts, pero también para ERC y para el independentismo en general, es la misma que recibió Walter White: no más medias tintas. O indepes de verdad, atendiendo a las consecuencias, o penitentes de verdad, aspirando a pactos y aritméticas. Pero las tibiezas retóricas y las exploraciones de terceras vías y las candidaturas moderadas y corrientes internas ya no valen. 

Pero esa lección llegó después, como suelen llegar siempre los principios. Para justificar lo hecho, a menudo ante uno mismo. Porque sus intereses tampoco estaban, ni están, tan claros como pretenden. No hace falta ser Tezanos para sospechar la posibilidad de que PP y Vox no sumen. Y no hay que ser Greta Thunberg para sospechar que si no lo hacen ahora, quizá mañana sea demasiado tarde. Quizá no sea un caso extremo, pero sí es un caso extremeño. El PP, con sus dudas y sus principios tanto como con sus votos, corre el riesgo de convertirse en el pagafantas del PSOE. 

Porque en el PP creen que nadie se preocupa tanto como ellos por España, y quizá tengan razón. Y quizá ese sea su problema. Que sólo ellos y Vox parecen preocuparse por España. Y que si están condenados a entenderse es también porque ya no pueden entenderse con nadie más.  

El PSOE y ERC pueden, en Madrid como en Barcelona, pactar por la izquierda o por la patria, según les convenga. Junts y el PP, en Madrid como en Barcelona, sólo pueden pactar por un lado y con un posible aliado.  

Sería una de esas crueles bromas del destino que la política de bloques nacionales que defiende el PP como uno de sus principios fundamentales le acabase condenando a depender de Vox o a convertirse en otro de los muchos, de los casi todos, partidos muletas del socialismo.  

El éxito de la jugada de Barcelona y la pureza de sus principios patrióticos depende, claramente, de lo que pase el próximo 23 de julio. Porque si no gana el gobierno, la auténtica política de Estado la tendrá que hacer en la oposición. Tendrá que reconstruir alianzas, que es casi como crear partidos con los que poder entenderse. Aceptando tal vez la imposibilidad de que el PP no pueda ser en Cataluña (o en el País Vasco) lo que es en la Galicia de Feijóo. 

Las dudas del PP hacen sospechar que quizá los últimos nostálgicos de esa Convergencia que pudo haber sido sean ellos. De momento, el catalanismo moderado y escarmentado quiere mandar al viejoven Montañola a Madrid. A ver si esta vez sí que pican y podemos volver a creer en los viejos tiempos del peix al cove, cuando los catalanes podían soñar con ser vascos.

16.6.23

La crueldad de Yolanda Díaz cuando finge bondad

El adoleciente obituario de Yolanda Díaz sobre Berlusconi culmina el proceso por el cual el espacio que ella representa, el que ha heredado y que en nuestro país fundó el populismo universitario, ha ido llenando el discurso político de significantes vacíos que despiertan (com)pasiones en lugar de discusiones políticas. 

El mensaje de Yolanda es incomprensible, pero sólo hasta cierto punto. Se entiende que incluso cuando habla de la muerte (ajena, como todas) lo que le importa es hablar de sí misma, de su enorme moral y de sus purísimos sentimientos. Y que es así ante el muerto y el vivo y que a ello dedica todos sus esfuerzos y toda su retórica.

Pero por mucho que se pretenda sustituir el lenguaje recto por el exhibicionismo sentimental, las palabras siguen teniendo su significado y la gramática sigue imperando como un dios sobre nuestros tuits, de modo que incluso las frases mal construidas y las palabras mal usadas dicen y significan siempre algo. Aunque sea, como en este caso, lo contrario de lo que se pretende.

Esa es la condena de Yolanda y de 'todes' esos reformadores del lenguaje en el sentido de la justicia social. Porque Yolanda quería presumir de distanciamiento ideológico y savoir faire protocolario, pero terminó lamentando la muerte de Berlusconi de la forma más sentida que se haya visto en nuestras latitudes. 

Es como si algo terrible se ocultase siempre tras este lenguaje sentimentaloide con el que habla en nombre de España y de los españoles. De toda esa retórica política de los cuidados, intermitentemente feminista según quien la pronuncie, con la que ha evolucionado la pedantería del núcleo irradiador. Tras esos discursos tan cariñosetes van desfilando los cadáveres de Silvio, Irene, Pablo... y los que vendrán.  

Este lenguaje, supuestamente psicológico, pretendidamente terapéutico, pensado para cuidar de los españoles como se cuida a los jubilados americanos en su retiro en Florida, es un discurso eminentemente político, creado por políticos y pensado para la política, y que sólo en ella muestra su auténtica grandeza y sentido. Por eso es tan ridículo y preocupante ver cómo los adolescentes hablan de relaciones tóxicas y cuidados y demás. Porque sólo pueden usarlo para disimular su desconocimiento sobre las relaciones humanas y para justificar esa crueldad tan propia de la edad. Y del poder. 

Sólo en política se ve claramente el chantaje y la dominación que hay tras esas lágrimas o la crueldad que se esconde en ese "cuídate" con el que desde la pandemia los jefes firman los correos y que sólo puede leerse como una amenaza. Ese "cuídate" con el que Pablo Iglesias se ve obligado ahora, debemos creer que por primera vez, a hablar muy compungido de lo que sufren su mujer y sus hijos por toda esa violencia política que no es más que el penúltimo capítulo de la pornografía sentimental en la que se ha basado su proyecto político, su partido y su carrera desde el primer día. 

Parecería que los viejos partidos, con sus viejos principios y sus viejas retóricas y sus viejas hipocresías, tenían también sus viejos códigos de deshonor para acabar con la carrera de sus rivales. Sabían mandarlos a Europa como quien les daba un ascenso o devolverlos a la vida familiar que nunca habían tenido si la derrota era ya tan humillante que incluso Bruselas parecía demasiado castigo.

Aquí los mandan a volar libres como el Orinoco triste o les hacen ghosting en prime time y delante de toda España porque, como tiraba la Mala Rodríguez por aquí, al final la mayoría de relaciones ya no merecen ni el mal rato de decir "adiós, no eres tú, soy yo". 

Y no digamos ya discursos como el de Villacís, que siempre llegan tarde y para consuelo de cínicos, que ven confirmado así que son todos iguales, que todo es un teatrillo, y del bueno, y que es de tontos tomarse sus broncas demasiado en serio. 

En realidad, aquí, como en Podemos y en Sumar, el amor entre políticos debería servir para recordarnos que el mal rollo, el insulto y la descalificación son la norma y deben de seguir siéndolo. Es la lección de Berlusconi, supongo. Y de todos los que han venido después. Que esta entente y esta farsa es inmoral. Que lo es si es mentira y lo es si es verdad, porque las diferencias importan y tienen que importar a no ser que queramos, como nos pide Sánchez, conformarnos con ser buenos lacayos de nuestros soberanos. 

El adiós de Silvio, de Irene, de Begoña, de tantos y tantas compañeros y compañeras, debería servirnos al menos para no aceptar lecciones morales ni de los más elegantes de los perdedores. Es razonable sospechar que los más buenos quizás sean los peores.

8.6.23

Sánchez quiere vencernos por agotamiento

Sánchez ha mostrado más de lo que debería. Es, de entre todos sus pecados, el más comprensible y excusable, porque es un pecado muy típico de los guapos en esta nuestra era de Facebook, TikTok e Instagram. A Sánchez se le ha visto demasiado y es normal que a los suyos les encante verlo en tan arriesgadas transparencias y que a los demás nos dé algo más de pudor. Las cosas del amor. 

Se ha visto a las claras que quiere debatir y que quiere hacerlo cara a cara, pero que tampoco tanto. Que lo que más le gustaría es que Feijóo se negase y todo el mundo pudiese ver el tembleque en su voz, el miedo en su mirada y la cobardía en su corazón. Una cobardía comprensible, muy humana, pero definitiva, de quien se sabe peor, de quien se teme mediocre y prefiere, como en el chiste, callar y parecer tonto que hablar y confirmarlo.

Será un exceso de optimismo, pero es normal en alguien que se gusta tanto como Sánchez, que se encanta, y es tan incómodo que es hasta peligroso para cualquiera que se acerque a él con una conciencia aunque sea sólo un poquito más ajustada a la realidad de sus propias virtudes y limitaciones.

Y a pesar de todo, la propuesta seis debates de Sánchez es una concesión de esas que no lo sabe, pero ya no puede permitirse. Una de esas concesiones que a estas alturas sólo muestran debilidad. Porque lo que querría él es tener un Aló, presidente diario. Y es algo que ya sabíamos desde su particular uso de los medios de comunicación durante la pandemia. Le concede un espacio a Feijóo a su lado, a su derecha, como esas guapas que salen con amigas que no lo son tanto, porque desde el célebre Kennedy vs. Nixon sabemos que la tele favorece al guapo, especialmente cuando se supone que en prime time la verdad ya no importa.

Es su forma de contrarrestar el efecto energizante y embellecedor del multipartidismo. Ese efecto cheerleader que, como explicaba Barney Stinson, es ese por el cual, por estar todos juntitos y unos al lado de los otros, todos parecen más guapos. El Pedro Sánchez en campaña, que recuerden que no es el mismo que el Pedro Sánchez presidente, prefiere estar sólo que mal acompañado.

La creciente soledad de Sánchez, esa soledad tan típica y tan trágica de los viejos príncipes, es sintomática en un presidente que tanto ha presumido, y con razón, de presidir el primer gobierno de coalición de la democracia. Es la soledad que reúne todos los vicios. Los propios del gobernante y los del narcisista adolescente. Es una táctica un poco como de futbol de Guardiola o de Johan Cruyff: si tú tienes el balón, no lo tienen ellos. Si ocupas todo el campo, no les dejas espacio.

Es un futbol total, que está muy bien, y una política totalitaria, que está muy mal. Y es la táctica de monopolizar el foco para que en él no quepa ya nadie más. Ni los socios, que tan mal le hacen quedar, ni los adversarios, que tanto mal le podrían hacer. Que no quepan ya ni el amigo ni el enemigo, ahora que todo discrepante es ya oposición.

De lo que aquí se trata es de someter a una nueva prueba de estrés a la ciudadanía española. A ver si colapsa y le deja en paz. 

En las últimas elecciones, Sánchez y los suyos han constatado, con una sorpresa francamente preocupante, como cada uno de los millones de surfistas de la reacción ha encontrado al menos un motivo, de entre los muchos y variados disponibles, para salir a votar en su contra. Sánchez ha visto que la paciencia de los españoles también tiene un límite. Y quiere usarlo en su favor.

Sánchez está jugando con nuestra paciencia, y no lo digo como amenaza, dios me libre, sino como intento de diagnóstico, me perdonen los politólogos. 

Es algo muy particular de la lógica política el que los defectos tiendan a repartirse entre todos y las virtudes se las quede todas el nuestro. De ahí que cuando alguien embarra la campaña, como dicen ahora, embarrados queden automáticamente todos. O que cuando alguien baja el nivel, es el nivel de toda una generación el que se resiente. O que cuando alguien convoca dos campañas seguidas para no dejarnos descansar en meses de la demagogia y el insulto y la batalla política, son todos, y no sólo él, quienes se nos hacen pesados.

Sánchez quiere vencer por agotamiento del rival, que somos todos. Y saben Dios, las teles y la ñoña veraniega que es muy capaz de conseguirlo.

1.6.23

Trias será el último convergente, con permiso de Sánchez y Dembélé

Con su precipitado adelanto electoral, Pedro Sánchez ha regalado la alcaldía de Barcelona a Xavier Trias y ha devuelto a ERC a la retórica de la aritmética y el resistencialismo de la unidad independentista. No hay que exagerar, pero si Sánchez no fuerza un pacto socioconvergente en la alcaldía, podría cargarse su presunto gran logro como pacificador del proceso catalán. 

Maragall hará alcalde a Trias y no será (sólo) para devolverle la jugada a Colau y Collboni, que hace cuatro años le impidieron ser alcalde con el apoyo de Valls, y por fingirlo un peligroso secesionista. Será, también, por puro instinto de supervivencia política. 

En plena precampaña electoral, y tras el batacazo que se ha pegado y que algo tiene que ver, supongo, con su moderación en la Generalitat y con su pactismo en Madrid, ERC no puede ni plantearse formar parte de ese tripartito de izquierdas en el Ayuntamiento al que ahora pretenden arrastrarle. Después de su fracaso, ERC no puede ir a elecciones enfrentada a Junts y supeditada al partido socialista. Los comunes y los socialistas no pueden fundamentar su chantaje moralista en ningún cálculo electoralista. 

Collboni, Sánchez y el socialismo en general harían bien en abandonar esta estrategia condenada al fracaso y en proponer un pacto para Barcelona que les salve la cara y quién sabe si hasta el futuro en Cataluña. Y lo tenían fácil, porque Trias había hecho una campaña muy alejada del procés y del independentismo, para desesperación de muchos. Trias había hecho una campaña personalísima, escondiendo el logo y el nombre del partido incluso en la papeleta. Y si en algo tenían razón los comunes es que en el proyecto, la ideología e incluso el talante, Trias y Collboni se parecen mucho.

Y son entrañables los aspavientos de los comunes cuando anuncian el apocalipsis en Barcelona, porque todo el mundo sabe que Trias ha venido a la alcaldía a limpiar un poquito las súperislas que Colau inauguró antes de las elecciones. 

Pero por mucho que se haya esforzado Trias para distanciarse de su propio partido, y por presentarse ante los barceloneses, como exalcalde que fue, como amable, limpio y ordenado, fue acabar el recuento y salieron como de entre las sombras Laura Borrás, Míriam Nogueras y Jordi Turull flanqueando al vencedor para adueñarse de una victoria que no había sido suya.

En el gesto había lo que siempre hay en Laura Borrás, la afición por el poder y por la foto, pero era también algo más. Era como si hubiesen olido algo que los demás solo podríamos ver más tarde, tras el anuncio de Pedro Sánchez. Y es que la esperanza convergente en Xavier Trias moría en el mismo momento de su victoria. 

Trias había llegado decir que si lo suyo era un poco convergente, pues qué más daba. Y muchos habían querido ver en él un retorno de la vieja política del catalanismo centrado y pactista y demás. Pero no hace falta ser tan faltón como Juana Dolores para darse cuenta de que Trias ya no es un chavalín y que ni la edad, ni los suyos ni los otros, le van a permitir ser semilla de nada. 

Trias quería ser el primero de los nostálgicos y, si nada lo remedia, tendrá que conformarse con ser el último de los convergentes. Porque si en estas elecciones todo va como se supone, el reencuentro interesado de las fuerzas nacionalistas se alargará necesariamente durante toda la legislatura. Una legislatura de frente unitario, democrático y nacional frente a la amenaza de la derecha española. 

Con todo lo que ha perdido, y lo que seguramente le quede por perder todavía, Sánchez había ganado este domingo en Barcelona el poder de moderar a Junts como ha moderado a ERC. Que prefiera no intentarlo para centrarse ya en el resistencialismo electoralista del "no pasarán" demuestra que el gran logro de Sánchez en Cataluña no era más que una amenaza: "Si queréis paz en Cataluña, votad socialista".

Tenía razón Dembélé. "Seguramente el amor sea una variante del chantaje".

26.5.23

Vinicius Lives Matter

Ya lo hemos entendido. Ya sabemos que el racismo está mal y no hace falta que nos repitan como a los niños, o como a Ancelotti, que no es lo mismo llamarle "tonto" a alguien que llamarle "mono". Ya sabemos que llamarle mono es racista aunque tengas un amigo negro y aunque no haya nada peor, ningún carné del kukluxklan ni de los UltraSur, ningún odio racial, ninguna agenda de exterminio escondida, tras el insulto en lo más fondo de tu alma. 

Tampoco hace falta que nos expliquen por qué los del otro equipo son siempre más negros y por qué los Vinicius de turno son siempre los más negros de todos. Los que regatean mejor, los que se enfadan más, y se quejan y protestan con más vehemencia. 

Sabemos por qué le llaman "negro" y sabemos por qué después le llaman "tonto" por no querer aceptar que todo es un juego y que los insultos sólo servían para hacerle perder la paciencia, los nervios y el partido. Conocemos perfectamente las excusas del ultra y sabemos de sobra que son excusas y que tout comprendre ce n’est pas tout pardonner. 

Sabemos que se pica a quien más se rasca porque lo hemos visto muchísimas veces en otros campos de fútbol, en otros patios de colegio, en tantos lugares donde la oposición provoca con su mera presencia y porque, en definitiva, conocemos sobradamente la lógica del bully.

Pero cuando se dedica tanto esfuerzo, tanta energía, tanto titular, tanta tinta y tanta Juanola para poder seguir gritando obviedades un rato más, es que algo no tan obvio se nos está queriendo hacer entender.

Pasa con el feminismo y pasa con el Vinicius Lives Matter como pasaba con el otro. Caballos de Troya de tanta tontería, de tanta causa innoble, que en nombre de la igualdad entre hombres y mujeres de todas las razas y procedencias acaba siempre vendiéndonos la moto de que lo verdaderamente necesario y la única solución a semejante problemón es la revolución que nos dicten ellos.

Se repiten obviedades para cambiar el foco y para dirigir la mirada, el debate público y la agenda legislativa hacia lo importante. Para cambiar la jerarquía de los valores y los discursos. Así ha desaparecido, por ejemplo, la banderita ucraniana que acompañaba el marcador en las televisiones, sustituida por un mensaje de solidaridad contra el racismo. Ese es un poder, una influencia, de la que no goza cualquier víctima.

Es algo que descubrimos ya por entonces en América, con todos esos pijos blanquitos gritando "black lives matter" y robando televisores, y que vemos ahora en el wokismo merengón. Es algo que nos explica ya hasta la prensa deportiva cuando insiste en que no es suficiente con no ser racista, sino que hay que ser antirracista. Es decir, merengue y, preferiblemente, mourinhista. Que hay que decir lo que dicen ellos y que hay que defender lo que defienden ellos para no ser acusados de racistas. 

El wokismo merengón prepara la vuelta de Mou y de ese dedo suyo que con tanto orgullo les señalaba el camino porque, como saben Florentino e Isabel Díaz Ayuso, es él quien decide qué violencias y qué provocaciones son inaceptables y cuáles son excusables o directamente necesarias para restablecer la justicia y el orden natural de las tablas clasificatorias. Es el que autoproclama la impunidad para el sufriente y el que marca los tiempos de la justicia, al menos de la deportiva, y que explica lo rápido que se indulta a Vinicius, por ejemplo, lo rápido que se sanciona al Valencia y lo lento que se sanciona al RCD Español o a Fede 'el pajarito' Valverde.  

Sólo los señoritos podrán explicarnos lo que es el señorío, y tendrían que volver las histéricas ruedas de prensa para aclararnos a los demás, tristes racistas de camisetas coloradas, cuándo es justo y necesario partirle la cara al rival, así en el campo como en el parking.  

El wokismo es la (pen)última excusa de los poderosos para aprovechar el sufrimiento ajeno para presumir de virtuosos, expiar sus culpas e imponer su agenda. De ahí que los insultos a Vinicius y el racismo estructural de nuestra sociedad le hayan servido a su pobre y perseguido club para hacer limpia de árbitros, avanzar en su trágica lucha contra Tebas y contra LaLiga y para cargarse de argumentos en favor de la Superliga, una competición que cabe suponer libre de racismo y de un par o tres de molestias más. 

El wokismo merengue, como su hermano americano, es poco más que virtue signaling de los poderosos que siempre acaban pagando los demás.