Cuando uno va a estas manis contra el genocidio que no es, que no será y que no hubiese sido, debería cuidarse muy mucho de no acabar dando su apoyo a los auténticos genocidas. Debería, por lo tanto, asegurarse de que la mani es realmente a favor del pueblo palestino y dejar muy, muy claro que no hay que confundirlo nunca, ni por un momento, con sus carceleros: los terroristas de Hamás.
Para evitar estas confusiones, debería por ejemplo presentarse con una pancarta que denunciase las atrocidades de Hamás, aunque lo hiciese con el lenguaje más tibio que cualquier persona civilizada pueda emplear contra estas gentes. Un triste Hamás No bastaría.
Si se considera que esta pancarta no es necesaria o no es conveniente, desvía la atención o pone a sus porteadores en peligro, debe concluirse que la manifestación no es a favor de Palestina, sino de Hamás.
No deberían ir, por lo tanto. Y, sin embargo, van.
Van por la absurda convicción, fundamental en la izquierda interseccionalista, de que todas las causas nobles son compatibles, aunque la derecha sea incapaz de entender cómo pueden serlo, por ejemplo, la causa queer con la causa de Hamás, que al menos no es TERF, porque para ser TERF hay que ser feminista.
Van por la irresponsabilidad típica de quien vive de negligir las consecuencias negativas que sus actos puedan tener y de magnificar hasta el nivel "veterano del Mayo Francés" cualquier pequeña influencia positiva que pudiesen tener, por remotísima que sea.
Van por haber estado allí, por ese absurdo narcisismo del adolescente revolucionario, que parece que no curan ni la edad, ni los viajes, ni las poltronas a cargo del erario público, de querer participar de la historia ofreciendo siempre el mejor perfil.
Es además un narcisismo inherente a toda manifestación, basada en la ególatra convicción de que el mundo necesita escuchar nuestra voz.
Eso es algo que puede hacerse contra Israel, que ya vemos que es capaz de cualquier cosa. Incluso de escuchar sus esperanzados grititos y de no cometer el genocidio que no quería cometer. Pero es algo que todos sabemos que no se puede hacer contra Hamás. Porque Hamás no escucha y no atiende. No, al menos, a las razones habituales del pacifismo progre.
Manifestarse contra Hamás, que es la primera reacción que deberían haber tenido todas estas bellas almas, es inútil. Y hay quien ha venido a la política, e incluso al mundo, a ser útil. Y quizás por eso le exigen, y le exigimos de hecho todos, mucho más al gobierno israelí que a los terroristas de Hamás.
Quizás sea esa la forma más aceptable de racismo, por cuanto aceptamos que los de Hamás no son capaces de nada más, mientras que Israel es, y por lo tanto debe ser, capaz de convertir la santidad en un deber patriótico. Y la más útil, además, por cuanto permite usar a los palestinos y a su causa nacional para avanzar en la propia agenda.
El colmo sería esta crisis de gobierno (también futuro, también hipotético, como el genocidio) que está intentando Podemos para recuperar su momentum y, cabe suponer, algo de su poder.
Y por eso van contra Israel aunque tengan que ir con Hamás. Porque Israel es un país capaz de cualquier cosa. Incluso de escucharles a ellos. Israel es capaz, incluso, de no cometer el genocidio que no quería cometer y de darles una excusa perfecta para presumir, ante el espejo, el psicólogo, los nietos o los gatos que vendrán, de que ellos fueron capaces de parar un genocidio.