Son imágenes que ya habíamos visto. La del beso, que imita a lo cutre al que le dio Casillas a Carbonero, que selló en la memoria la victoria de nuestros guerreros y que acabó con cualquier pretensión de profesionalidad periodística de la hasta entonces joven reportera. La de agarrarse los huevos, como Bardem, recordaba Hughes. Y como el Dibu Martínez hace nada, celebrando el Mundial de Messi.
E incluso esta última que han puesto en circulación, la de Rubiales cargándose al hombro a una jugadora, que hemos visto en tantas películas de romanos anunciando la bacanal después de la batalla. Como si también aquí la batalla la hubiese librado él y el verdadero trofeo fuesen ellas.
Porque así tenía que ser. Y porque así ha sido.
Rubiales había ganado con este Mundial su particular guerra contra tantas futbolistas y contra al menos algunos periodistas. Así que es normal que considerase la victoria un poco más suya de lo que era y que la celebrase cargándose al hombre a Athenea, como si ella fuese la mismísima diosa y él, Hiperión iluminando los rincones más oscuros de nuestra hipocresía. Del uso y el abuso que se hace de "nuestras campeonas". E incluso de lo sofisticado que se ha vuelto el futbol desde que son las mujeres las que se persiguen en calzones "dando patadas a un balón".
Es un futbol igual que el masculino e incluso mejor, por ser más técnico, más táctico, más tiquitáquico, y para no quitarle ni pizca de mérito. Pero es también un poco distinto para no negarle el éxito entrando, de verdad y a fondo, en la comparación como hacía Borrell al celebrar que "nuestras mujeres" estén "aprendiendo a jugar al fútbol tan bien como los hombres".
O como hacen todos aquellos que opinan que Putellas o Bonmatí podrían jugar de titulares en el Barça masculino, o como hace Yolanda Díaz aprovechando la ocasión para reivindicar que si son igual de buenas deberían ganar lo mismo, como si eso fuese cierto y como si el sueldo de los futbolistas lo decidiese ya, como en sus sueños más húmedos, su Ministerio y no el mercado.
Es, claro, la exhibición del ridículo paternalismo aliado que explica que incluso ahora pretendan medirlas, a ellas, a su futbol y a su éxito, en función del masculino. Como si ganar el Mundial no fuese suficiente por ser femenino. Como si todo aquí fuese imitación del futbol de verdad y del triunfo de verdad, desde el juego hasta la rúa pasando por los morreos de celebración. Como si el feminismo imperante consistiese en recordarle constantemente a las mujeres que hagan lo que hagan y logren lo que logren nunca será suficiente porque nunca serán lo suficientemente hombres. Y me temo que en esto sí van logrando la igualdad.
Lo igualitario, lo adulto y respetuoso del asunto sería que fuesen las jugadoras, con la propia Hermoso a la cabeza, las que pidiesen y lograsen su dimisión. Que "nuestras chicas", "nuestras guerreras", demostrasen su poderío también fuera de la cancha y más allá de apartarse del seleccionador o salir haciéndole muecas en los vídeos y fotos de la victoria.
Pero no. No tuvieron poder entonces para cargarse a Vilda y no lo tienen ahora, después del Mundial y después del morreo, para cargarse a Rubiales. Tendrá que venir uno de sus machos aliados, Sánchez o incluso Iceta, a salvarlas de sus terribles acosadores. Y a colgarse otra medalla en la lucha feminista.
Que no lo hayan hecho todavía, y en un caso tan obvio, tan cutre, tan unánime como este, demuestra tanto los límites de su poder poder como la naturaleza de sus aspiraciones. Lo importante aquí no es que no puedan, por lo civil o por lo criminal, cesarlo o dimitirlo. Ni que por el inconfesable motivo que sea no quieran, tampoco ahora, ni siquiera ahora, que se vaya. Lo que es importante de verdad, lo que de verdad refuerza su poder, es la admisión pública y sincera de la culpa. Que eso lleve a la condena o a la redención es aquí totalmente secundario.
Porque aquí no se lucha por empoderar a las campeonas ni por liberarlas de sus terribles acosadores. Aquí se lucha por erigirse en su único y legítimo protector y representante. Y por cobrarse el porcentaje debido de sus éxitos.