Feijóo se presenta a la investidura para perderla. Y debería asumirlo. Debe asumir que a veces se pierde el poder por cuatro diputados, la Champions por dos centímetros de palo o de fuera de juego y la vida por pisar la calle un segundo antes de tiempo, cuando pasa el autobús. Pero así es la vida.
Intentar lo imposible siempre tiene un precio y todo lo que de momento ha hecho Feijóo para disimular su triste condición no ha hecho más que empeorarla.
Todo el disimulo acomplejado al pactar con Vox solo ha conseguido que parezca débil incluso ahí donde gobierna, donde ha ganado.
Y todos esos cálculos sobre posibles pactos con Junts solo ha conseguido poner en cuestión la solidez de sus principios y de su liderazgo. No tiene sentido empeñarse en cálculos y equilibrios, condenados al fracaso. Y mucho menos cuando ponen en cuestión el discurso central de la campaña y de la oposición al sanchismo. En política uno puede venderse los principios, pero solo si con ello se asegura el poder. Y no es solo que estás estrategia, no le vaya a llevar al gobierno sino que lo está alejando más y quién sabe si para siempre.
Por un lado, si este tonteo llegase a parecer creíble, forzaría a Junts a huir hacia el PSOE, abaratándole por lo tanto la investidura a Pedro Sánchez.
Por el otro, el único resultado que han dado todas estas cínicas cábalas ha sido enfrentarle con Alejandro Fernández, el líder del PP catalán. Un enfrentamiento se diría que innecesario por hacerse el nombre de una estrategia fallida que no tiene justificación ideológica alguna. No se conoce ninguna discrepancia de principios entre los dos líderes populares.
No sabemos ni siquiera qué diferencia hay entre el galleguismo de Feijóo y el catalanismo moderado, centrado, liberal con el que se presentó Alejandro Fernández a las últimas elecciones autonómicas. Lo que sí que sabemos es que sus intereses aquí son muy dispares.
Porque Alejandro Fernández no puede ni siquiera soñar con gobernar Cataluña y fijo está obligado a intentar gobernar España. En el PP catalán, los principios y los intereses coinciden y obligan a marcar distancias con Junts por España y por la derecha. El PP catalán, con Alejandro Fernández o sin él, solo puede aspirar a ser un partido de oposición ejemplar. Un partido que pretenda gobernar España, en cambio, y a los resultados me remito, no puede permitirse según qué exhibicionismos morales.
Lo que sí que tiene que exigirse es una coherencia, a prueba de recepciones electorales. No tiene ningún sentido negarse a pactar e incluso gobernar con Vox, como no tiene ningún sentido negarse por principio a pactar con los nacionalistas. Lo que sí que tiene todo el sentido del mundo es explicar muy claro porque es perfectamente legítimo, necesario y conveniente intentar pactar con el PNV y no hacerlo con Junts. Por si a alguien, en el PP, en Junts o en el PNV, se le han olvidado las diferencias.
Todo lo que ha hecho Feijóo desde que ganó las elecciones y perdió la posibilidad de gobernar, han sido los cálculos, la aritmética, y la discusión de hipotéticas alianzas… que se negaba a hacer en campaña. Visto que estos cálculos no van a servir para cambiar la realidad, y visto, por tanto que se va a presentar a la investidura para perderla, Feijóo, debería aprovechar para dar el gran discurso que nos debe. Para explicar que le une y que le separa de Vox, del PNV, de Junts, del PSOE… para explicar, en definitiva, cuál es su proyecto para España.
Porque todos estos cálculos y todas estas posibles alianzas, y todas estas hipotéticas investiduras Frankenstein, solo tienen sentido y posibilidad de éxito de crítica y público cuando se sabe, o se intuye al menos, cuáles son los principios que darán vida a su gobierno.
Si el debate de investidura no va a servir para ganar el gobierno, debería servir al menos para preparar el próximo. Venga en cuatro meses, o venga en cuatro años.