Cuanto más lejos del partido, mejor, dicen en Vox. Y es verdad que Tamames, con esto de la "Gran ocasión" y de la "Nación catalana", más lejos de Vox ya casi no se puede estar.
Porque a Vox lo han convertido en muchas cosas, pero si algo era cuando era algo definido y definible era eso, era la voz alzada del pueblo español contra la falsedad y el trapicheo con los nacionalistas de sus élites. Algo raro hay en que presenten ahora a alguien de la élite de las del trapicheo con los nacionalistas y algo raro en que buscasen a una figura de la transición, ellos que eran, en el justo reverso del podemismo, críticos a su manera con la transición y el pacto constitucional, tanto en su espíritu como en su letra.
Quizás sea Vox ya se conforma, o se resigne almenos, en ir quedando como el último depósito de votos descontentos con el sistema. O quizás es que ya no aspira a gobernar propiamente y con sus ideas, y quizás sea por eso que se ha borrado justo cuando debería estar gritando que los focos a mi persona. Pero decir que esta moción no va a servir de nada es mucho decir.
No va a servir para echar a Sánchez ni va a servir para presentar en sociedad al líder del futuro. No va a servir, en fin, para lo que se supone que tienen que servir estas cosas. Pero es que la moción de Vox no es ni se pretende una moción contra Sánchez, sino contra el sistema. Es una moción contra la deriva, la “slippery slope”, del gobierno pero, sobre todo, de la democracia española que nos dimos entre todos. Es, pues una moción anti-sistema y nostálgica. Y es curioso que cuando estos dos adjetivos, que tantas veces se le han adjudicado a Vox, toman un sentido pleno, encuentran al fin su significante, Vox se borre como para no molestar. Como si no quisiera entorpecer el encuentro de la democracia española con sus miedos y complejos.
¿Queríais partidos nostálgicos? Pues aquí nos tenéis. ¿Queríais espíritu de la transición? Pues aquí lo tenéis. Reencarnado en carne, como diría Mecano. Y si no es para contraponer a Sánchez con su sucesor, que sea para confrontarlo a él, a la izquierda, y a España en general con sus fantasmas; con la imagen de lo que podría haber sido y no será.
Porque son muy capaces, los españoles de bien, de temer más a Tamames de lo que temem a Otegi.
Y porque más allá de esto, y en la dialéctica imposible de Sánchez o Tamames, en este anacronismo, se encuentra en realidad algo de fondo, algo fundamental, del funcionamiento de nuestra democracia. Hay, efectivamente, una tensión entre lo joven y lo viejo que la farsa decadente del sistema disimula pero que no logra superar y que el partido, ahora ya sí que sí que nostálgico y anti-sistema, tiene la obligación de poner sobre la mesa para salvar su mal nombre.
En esta contraposición entre la efebocracia que tan bien gobierna Sánchez y la gerontocracia que nunca nos devolverá Tamames se demuestra que la española es una democracia escindida generacionalmente y que si el extremismo pretendiese acabar con la paz social sólo podría hacerlo explotando esta fisura del sistema por donde a los jóvenes se les da la razón y a los viejos el parné.
La nuestra es una democracia que por hacerse la moderna querría acercarse a la juventud pero que por la creciente fuerza de la demografía tiende y tenderá cada vez más a dirigirse hacia la senectud. Discurso de jóvenes y política de viejos. Y aquí está la hipocresía sistémica que realmente podría hacerlo saltar todo por los aires. Y que Tamames, por su mera presencia, pone en evidencia.
Aunque ni sea ni tema en su discurso. Porque esta es otra. Incluso quienes más critican y se burlan de Vox esperan en el fondo, quizás alguno incluso teme, que Tamames haga un gran discurso que ponga en su sitio a los líderes actuales; es decir, frente al espejo jibarizante de los grandes hombres de la transición.
Y con ello Vox los arrastra a todos (quieran o no, voten a favor, en contra, rabien, lloren o rían, se abstengan o se vayan al bar) a la moción por la nostalgia. Nostalgia por lo que debería haber sido y no está siendo. Por la izquierda posible, por la derecha posible o por la España posible. Y nostalgia, en definitiva, por un país donde los ahora viejos eran todavía jóvenes y donde Vox no existía porque no era necesario.
Vox es, ahora más que nunca, la caricatura de los miedos españoles. Y si así, en su presencia espectral, no parece que pueda ganar, tampoco está tan claro que tenga que perder.