La división del Gobierno es lo que salvará el feminismo. Porque, como se demuestra cada 8M, la unidad de toda la sociedad en torno al feminismo es la peor amenaza a su causa y a sus reivindicaciones.
La división del Gobierno permite al feminismo seguir jugando a ser mayoría para ostentar el poder y minoría para dirigir la rebelión. Ser Gobierno y oposición, ser mujer y ser minoría.
Es lo que permite también mandar correos institucionales en nombre de la causa y así como muy reivindicativos, como el que he recibido hoy mismo, en el que no se nos explicaba de forma muy pedagógica que feminismo es “lo que quiere la sociedad”. Dejando de lado cualquier explicación sobre en qué consiste el feminismo, cualquier consideración sobre la libertad y la pluralidad ideológica de la sociedad, y hasta la simple y lógica constatación de que si el feminismo fuese, realmente, lo que quiere la sociedad, no serían entonces necesarios estos correos tan reivindicativos y pedagógicos.
El auténtico problema del feminismo es que cualquier intento de resolver estas contradicciones y tantas otras lo mataría de éxito. Si es que el feminismo es todavía algo más de un zombi devorador de cerebros.
Y por eso está, él también, condenado a cabalgar contradicciones.
Y por eso esta, él también, condenado a dar muchas y muchas explicaciones. Condenado a explicarnos lo preocupante que es que tantas mujeres prefieran todavía la penetración varonil al satisfyer, y a explicarnos acto seguido lo urgente que es romper el tabú del sexo en esos días de la menstruación.
Parecería que a nuestro feminismo el sexo sólo le parece bien si es sucio. Un poco como a Woody Allen y un poco como a quien haya pintado hoy (de todos los días) ese graffiti que decía que “sex work is work”. Para cabalgar sus contradicciones, y salvar la unidad del feminismo (ahora abolicionista de la prostitución), habrá que suponer que era para recordarnos que siendo Work, no podía ser Sex. Y que el sex work ya solo puede ser violencia e IRPF. Es decir, lo puto peor.
De modo que ya no se trataría de redefinir el trabajo y las relaciones laborales, sino el sexo. Para convertirlo también a él en algo que el Gobierno más feminista de la historia pueda legislar, controlar, enseñar a las nuevas generaciones y demás. Algo que dé trabajo a las ministras, y no las prostitutas.
Porque ese es ahora el auténtico espíritu del 8M, que se suponía el Día de la Mujer Trabajadora pero que a medida que se institucionalizaba ha pasado a ser el día de todas las mujeres y cada día el de más gente. Cabalgando contradicciones, decíamos, el feminismo de izquierdas ha abierto la fiesta a todo el mundo hasta el punto de convertir una reivindicación de los trabajadores en un mero escaparate de “purple washing” para el Gobierno y la patronal.
El Gobierno estará dividido, pero ha conseguido que los trabajadores y los empresarios, los okupas del barrio y los líderes de todas las multinacionales habidas y por haber anden juntos y a la una en la celebración del feminismo.
Si el feminismo lo incluye todo es porque el poder pretende fagocitarlo todo, y por eso ya no queda ninguna causa noble que no pueda defenderse en su nombre. Desde el control de los precios del alquiler, el nacionalismo (catalán, por supuesto), la política energética… hasta el animalismo y el veganismo.
Por eso hasta el PACMA ha podido sumarse a la fiesta reivindicando “un feminismo antiespecista, de todas y para todas, sin distinciones”, que incluya hasta a las vacas. “¡Ni oprimidas ni opresoras!”, han tuiteado.
Es algo que ya intuyó con su habitual acierto Manolo Kabezabolo cuando nos advertía del caos que supondría reconocer el derecho al aborto de las gallinas, vacas, ovejas y cerdos. Y que supondría una nueva contradicción a cabalgar si no fuese que el feminismo también nos va haciendo vegano, para mejor proteger los derechos feministas de los animales.
Al final será verdad que la unidad del feminismo está suponiendo el borrado de las mujeres, porque ahora feminista es que se hable cada vez menos de ellas mientras constantemente se usa su nombre como reclamo en la defensa de las causas más diversas.
Sería una extraña forma de morir de éxito. Y hacen bien los partidos del Gobierno en pelearse fuerte y manifestarse juntos pero no revueltos. Porque de su capacidad para llamarse feministas y defender cada uno cosas distintas depende en realidad del futuro del feminismo.
Y, quizás, también un poco de nuestra libertad.