El fugaz paso de Clara Ponsatí por Barcelona, y por comisaría, sólo puede interpretarse en clave electoralista. Es un problema de Cataluña y es un problema de los analistas. Pero es también y sobre todo un problema de Ponsatí y los suyos, que no han sabido construir ningún proyecto político que vaya más allá de los partidos independentistas existentes y de su fracaso.
En clave electoralista se entiende bien el movimiento de Ponsatí como un movimiento de Junts para delimitar la entente de los socialistas con ERC, tanto en Madrid como en Barcelona. Una entente que ha dado buenos frutos para ambos partidos y que ha beneficiado a los políticos independentistas, Ponsatí incluida, con los indultos, las modificaciones del Código Penal y también, y ahí está la clave, con una cierta reconciliación con España y el pactismo.
Si este análisis no es completo es porque la reconciliación no es exclusiva de ERC. Y porque Ponsatí no es exactamente de Junts.
Como les gusta repetir a sus portavoces y a ella misma, Ponsatí es independiente, como decía Jordi Graupera, "no sólo en términos digamos técnicos sino en términos morales, intelectuales y políticos".
No sé si tanto. Pero lo que está claro, en todo caso, es que volver a situarse en el foco mediático no es necesariamente un buen movimiento electoralista para Junts. Un partido dividido entre los puros de Laura Borràs, Carles Puigdemont, Ponsatí y compañía, y los rendidos, escarmentados y nostálgicos del poder, la centralidad y la tranquilidad de la antigua Convergencia.
Es la vía que tan bien representa Xavier Trias física, retórica y electoralmente, y que se está explorando en Barcelona con resultados muy prometedores. Hasta el punto que algunos del entorno empezaban a echar de menos que Trias tuviese algún guiño para con los independentistas. Veremos si logra seguir ahorrándoselo.
La escenificación de ayer de Ponsatí es, por lo tanto, la escenificación de una guerra interna en Junts. Y es una escenificación que sólo podía protagonizar ella.
Puigdemont sigue pretendiendo representar la unidad del independentismo y no estará dispuesto a perder el poco crédito que le quede entrando en batallas entre partidos y mucho menos en batallas internas del suyo.
Ponsatí, en cambio, puede presentarse como independiente ante la opinión pública y pretender todavía hacerlo todo por la independencia de Cataluña.
Este juego, claro, tiene un límite. Y es el límite que impone necesariamente, guste o no guste, el Estado. Se vio claramente en un momento de la detención, cuando el policía, el mosso, se identifica ante Ponsatí y ante las cámaras, y le pide que la acompañe. En ese momento se oye a alguien decir: "No dejaremos que la cojáis".
No se ve quién lo dice, aunque por la voz, el tono y el espíritu parece Laura Borràs. Es alguien, en todo caso, que habla con ese mismo tono descriptivo y sereno que ella tantas veces ha pretendido hacer pasar por virtud pedagógica. Aunque, en realidad, no describe nada. Porque cuando lo dice ya la están cogiendo. Gonzalo Boye por la izquierda y el mosso por la derecha, de forma suave, indicándole el camino hacia el coche y lejos de la ilusa mentirosa que no había entendido de qué iba esto.
Ponsatí y Boye la miran y sonríen y alguien pide calma, porque todos saben que la pobre está fuera de sitio. Fuera de tiempo. Que esto ya no toca. Y que no tocó nunca, en realidad.
Que lo que ahora toca es denunciar la rendición de ERC y de tantos otros y escenificar la represión del Estado, presente allí, en la pantalla, en la figura de un único policía ante lo que parecen ser centenares de cámaras. Por eso en vez de resistirse van avanzando poco a poco, como un futbolista cuando lo cambian en el minuto 91 para perder tiempo, y parando para las fotos, mostrando la credencial de eurodiputada a las cámaras y alargando una discusión con el mosso que no lleva a nada porque no puede llevar a nada, pero que sirve, según dicen, para seguir cargándose de razones ante la opinión pública europea y, sobre todo, catalana.
El mundo sigue mirando y el procés no ha muerto. Pero, a pesar de todo, el poder de representar a los auténticos beligerantes en contra del Estado es bastante limitado cuando todo lo que hace el Estado ante las cámaras es pedir que lo acompañen, levantar acta y dejar que Ponsatí vuelva al penoso exilio con una cita para ir a declarar bajo el brazo. No hay en la detención de Ponsatí ningún exceso y es hasta dudoso que sea una detención propiamente dicha y no una comparecencia voluntaria y pactada.
Explicaba Jordi Graupera, en funciones de chófer y portavoz de Ponsatí, que habían intentado entrar por el paso fronterizo que cruzaron Companys y su gobierno hacia el exilio. Pero estaba cerrado.
La lucha independentista ha sido burocratizada y el fugaz espectáculo de Ponsatí ha representado un triunfo del Estado, del gobierno de Sánchez y de sus socios independentistas escarmentados. Ponsatí va a tener que hacer mucho más para recuperar la épica y escapar de la tentación de la nostalgia por lo que podría haber sido y no fue.