En una nueva muestra de solidaridad intergeneracional, los jóvenes franceses queman el país en defensa de sus mayores. Porque, aunque parezca mentira, las revoluciones las hacen los jóvenes y no los yayoflautas. A los viejos, a ellos sí, les basta con el poder de su voto para defender sus intereses. Los yayoflautas eran los nietos.
Porque para los jóvenes franceses, en cambio, jugar a la revolución es un ritual de paso parecido al de las puertas de largo en los coles bien. O los comas etílicos en los campus estadounidenses. Y tan poderoso es su atractivo que incluso en las banlieues sirven como primera forma de integración en la quema más o menos ritualizada de coches y mobiliario urbano.
Nihilistas, se les llama en esas ocasiones y en esos barrios, donde no aparecen esos partidos de la oposición interesados en justificarlas y alentarlas, porque no sabrían cómo aprovecharlas para alcanzar el poder.
Protestas, en todo caso, autodestructivas. Porque, esta vez sí, tanto si los pilla la poli como si no, serán ellos quienes acaben pagando el precio de la destrucción. Porque incluso si triunfasen en sus quemas y Macron se echase para atrás, serían ellos quienes pagarían esas pensiones dignas y generosísimas que parecen merecer sus mayores. Y las pagarían con más impuestos, peores sueldos, más precariedad, menos ahorro… Es decir, con menos libertad.
Se pretenden anárquicas, anarquistas, incluso. Pero estas protestas contra el gobierno son siempre protestas en favor del Estado. Y la buena noticia es que quizás no triunfen, porque no se le encuentra a Macron el cálculo electoralista que pueda hacerle rectificar.
Macron no tiene partido al que proteger ni someterse ni reelección a la que presentarse. Y quizás sea por eso, y un poco también por ego, que el complejo monárquico le alcanza ya hasta para las virtudes. Y de ahí que pueda preocuparse más del futuro del Estado, e incluso del país, que del de su carrera política. Y emprender reformas costosas y resistir a protestas sabiendo que ahora ya el único juicio que de verdad importa es el de la historia.
Podrá equivocarse, claro. Pero parece evidente que la de las pensiones es una de esas reformas polémicas pero incorregibles. Que nadie se atreve a hacer por miedo a perder el poder pero que muy pocos se atreverían a deshacer cuando lo alcanzasen. Para entenderlo, basta con ver cómo (no) se han hecho en esta España de eternos aspirantes en la que nos encontramos.
Los franceses se han convertido ya estos días en las redes sociales en un meme. Esos parisinos en sus parisinas terrazas, tomando sus parisinos apéritives al calorcito del fuego revolucionario, son ya más meme que el del perro que mientras todo arde a su alrededor sorbe café y se repite "estoy bien".
Quien no se consuela es porque no quiere. Y a los jóvenes yayoflautas siempre les quedará el consuelo de vivir como fracasados un poco mejor de lo que vivirían muertos de éxito. Y de que conservarán todos y cada uno de los motivos para seguir jugando a quemar París. Como nos recordaba Leo Strauss, a nuestros nerones sólo les excusan dos cosas: que no saben que tocan la lira. Y que no saben que Roma arde.