Un año después, y según los críticos más razonables, "Israel ha pasado de ser visto como víctima a ser visto como verdugo".
Pero Israel nunca fue víctima. Israel fue verdugo desde el mismo día 7 y el 8 el pescado se envolvía ya con un mundo en vilo a la espera de las represalias de Netanyahu.
Y Macron, moderado, ha querido celebrar el aniversario pidiendo que se deje de suministrar armas a Israel porque la guerra exige una claridad moral que el centrismo europeo no está preparado para ofrecer.
El macronismo quiere situar como suele a los contendientes en dos extremos equidistantes al centro virtuoso que representa. Y certifica así que Judith Butler está muy bien acompañada al considerar que Hamás y Hezbolá forman parte de la izquierda global.
Esta bonita coincidencia muestra a las claras la inclinación de la balanza ideológica occidental. El centro coincide con la izquierda atribulada en el diagnóstico pero no todavía en la cura. Porque el centro prefiere abstenerse y dejar que la historia le haga el trabajo sucio.
Así se ve cómo también aquí, tanto en Gaza como en París, el extremo centrista acaba favoreciendo a la izquierda porque mientras a la extrema derecha se la castiga, a la extrema izquierda siempre se la pretende reeducar y devolver al redil de la cordura y el consenso progresista.
La claridad moral que exige la guerra es de una enorme incomodidad, pero parte de una constatación objetiva y muy simple: Israel son los nuestros. Hay un ellos y hay un nosotros e Israel son los nuestros.
Porque Israel es una democracia, porque su estilo de vida es nuestro estilo de vida y porque sus enemigos son nuestros enemigos. Incluso aunque muy a menudo sea a nuestro pesar.
Y nada de esto implica que no se pueda criticar a Israel en general ni a Netanyahu en particular. Ni quiere decir que lo hagan todo bien ni ninguna de estas cosas que da un poquito de vergüenza tener que escribir entre adultos.
Lo único que quiere decir, y no es poco, es que las críticas a Israel son las críticas a un país amigo que vive tiempos especialmente difíciles y que por eso es una crítica un poco más complicad a incómoda de lo que nos gustaría.
Porque es y tiene que ser una crítica por su bien, por su beneficio, y no por el de sus enemigos. Es la crítica de quien pretendería saber mejor que los propios israelíes qué es lo mejor para su supervivencia a medio y largo plazo.
Una crítica, en fin, en la que fácilmente pareceríamos ese Macron enfundado en camiseta de camuflaje para reunirse con Zelenski, porque es una crítica básicamente militar, que está mucho mejor en manos de los estrategas del mal menor que de los presuntos virtuosos.
Ninguna de todas estas críticas bienpensantes del último año se está haciendo en este sentido. Todas las críticas que Israel recibe, incluso de sus presuntos aliados, como el extremadamente coherente y centrista Macron, se hacen en el sentido de dejarlo más indefenso y más solo frente a sus enemigos existenciales.
Porque todas ellas parten de la simple constatación de que Israel nunca fue víctima, sino que siempre ha sido verdugo.
Y eso lo sabe perfectamente Netanyahu, que entiende perfectamente que Israel está solo, o a una mala noche en Ohio de quedarse completamente solo frente a todos y cada uno de sus enemigos, y ante la indiferencia del resto del mundo civilizado.
Para cualquier gobernante israelí es evidente que no puede confiar la seguridad de su país a las peticiones de alto al fuego de Macron y el centrismo europeo, o a la firmeza y el coraje de Joe Biden o de su posible sucesora Kamala Harris. Habría que ver hasta qué punto esta retórica no explica mucho mejor la situación actual que la supuesta ceguera del presunto fanático Netanyahu.