Tomada la decisión de reconocer el Estado palestino, ahora toca racionalizarla.
No es necesario entrar ahora en el carácter frívolo y electoralista de la decisión. En todas las decisiones políticas, el momento lo es todo. Y en esta decisión pesan tanto, y para mayor vergüenza, las particulares necesidades, cálculos y equilibrios del presidente Sánchez como la situación en Gaza.
El proceso de racionalización es aquí, como siempre, un proceso de simplificación y limpieza en el que los extremos desempeñan un papel fundamental.
Yolanda Díaz es imprescindible, no sé si para explicar la decisión tomada, como decía Ayuso, pero sí para venderla ante la opinión pública. Porque su delirante antisemitismo desplaza la centralidad que tanto busca el demócrata, hacia situarla justo donde está Sánchez. Es decir, en el mero reconocimiento del Estado palestino, pero sin genocidio ninguno.
Este reconocimiento, lo dice el mismísimo presidente y con razón, es imprescindible para solucionar el conflicto que nos ocupa. "El reconocimiento de Palestina es un paso necesario para discutir e implementar la solución de los dos Estados".
Y aquí todo el mundo cree que los dos Estados son la única solución posible porque nadie tiene ni la más remota idea de cómo solucionar el conflicto.
Por eso la solución de los dos Estados es la solución central, centrista, moderada, equidistante y razonable. Porque es, sencillamente, la única solución que hay sobre la mesa de nuestras redacciones. Y la solución de dos Estados pasa, evidentemente, por reconocer que hay dos Estados.
El enorme y paradójico problema actual, que tanto ha ayudado a esclarecer Yolanda Díaz, es que en este momento es imposible reconocer el Estado palestino sin acabar gritando, aunque sea flojito y con la dulce voz y la pedagogía de una profe de parvulitos, que desde el río hasta el mar, Palestina será libre.
Porque el Estado palestino, a diferencia de, por ejemplo, el kosovar, es un Estado que tiene muy mal reconocer porque, simplemente, no existe como tal. No existe como unidad legal y administrativa y no existe como manchita de colores en un mapamundi.
Y esto obliga a quien asegure reconocer su existencia y soberanía, porque eso es lo que significa el "reconocimiento de Palestina", a crear él mismo, y aunque sólo sea sobre el papel o el discurso, el Estado palestino. A actuar como un vulgar colonialista de los de antes e imponer unas fronteras a los palestinos.
Cualquier alternativa a esta imposición, cualquier reconocimiento que no comience y se base en definir las fronteras del que debería ser el Estado palestino, no es el paso previo y necesario a la implementación de los dos Estados, sino todo lo contrario. Es la opción genocida con la que sueña Hamás. La de un Estado palestino, libre y libérrimo, desde el río y hasta el mar.