Este no es un debate sobre el aborto, sino solo una batalla interna de la derecha. Cultural, si quieren. Pero también electoral. Porque la derecha sabe que ya no puede prohibir el aborto.
Aun así, todavía recuerda, quizás vagamente, que hay motivos morales de peso para sentirse al menos incómoda con la situación actual. Especialmente, con la frívola apología de su normalización que hace la izquierda en nombre de los derechos de las mujeres, de su empoderamiento y de ese ambiguo e intermitente principio del dominio y posesión del propio cuerpo, que le vale para el aborto pero no para la prostitución ni el escote como reclamo publicitario.
Es un problema comprensible. La izquierda no puede simplemente afirmar un principio liberal como el de "mi cuerpo es mío" porque no puede ni quiere aceptar sus consecuencias. Y a la derecha política (por liberal, conservadora o liberal-conservadora) le pasa exactamente lo mismo, aunque peor. Está buscando un lenguaje con el que sentirse algo más cómoda en los debates incómodos porque a ella no le basta el poder. Aunque sólo sea porque no lo tiene.
De aquí sus ambigüedades y sus discrepancias y sus matices, equilibrios y medias tintas.
Y el problema no es sólo de la "derechita cobarde". Vox tiene razón, por ejemplo, y cómo no, cuando defiende la importancia de tomar decisiones informadas. De ahí que también Ayuso haya subido la apuesta por aquí, con su teléfono de información y apoyo.
Pero el latido del feto es sólo una de las muchas informaciones que ayudarían a la mujer a tomar una mejor decisión. A tomar la decisión correcta, incluso. Como la información que tiene que ver con el futuro, la prosperidad y la felicidad del bebé y la suya propia, de la que no dispondría ni podría jamás disponer. Escucharlo tocar la flauta, decía un tuitero.
Sin llegar a tanto, el hecho de que ni siquiera ellos hayan propuesto la obligatoriedad de la escucha, atenta, del latido del corazón y de la voz de la conciencia, da buena medida del estado del debate.
Lo confirman, además, las respuestas que ha tenido la propuesta. El respeto a la libertad absoluta de la mujer para decidir, y respeto absoluto a sus derechos, que decía Mañueco, es lo mismo que podría decir Vox porque esto es justo lo que no se atreven a poner en duda. Y deberían, si es que han de plantear un debate, una batalla cultural de verdad, y si creen realmente como dicen que esta propuesta sería un éxito aunque evitase un único aborto.
Porque eso sólo tiene sentido si toda vida es sagrada o, al menos, buena. Y eso es algo que no puede, por lo tanto, defenderse en nombre de la libertad de las mujeres para hacer lo que quieran, informadísimas, pero lo que quieran, con sus fetos. Sino en nombre de los límites, morales, que toda sociedad impone a la libertad de sus ciudadanos.
Además, la respuesta de todos estos sanitarios que han salido en nombre de la ciencia a informarnos de que a esas alturas del embarazo la ecografía que recomienda Vox puede ser peligrosa para el bebé, nos demuestra hasta qué punto la verdad es a veces imposible y a veces peligrosa. Y por qué hay que aceptar que en las cuestiones más importantes, como es esta, lo normal, lo inevitable, es tomar decisiones a tientas.
Es por eso, precisamente, por lo que necesitamos principios y ejemplos. Porque los cálculos de coste beneficio, pecuniario o emocional, no son siempre posibles, deseables ni suficientes. Por eso no basta, tampoco, con ir simplemente avanzando en derechos o libertades como pretende el progresismo, de izquierdas y de derechas. Y por eso el debate debería plantearse en los términos de la ética y las limitaciones legales.
Pero Vox está planteando el debate con un antipático rizar el rizo, limitándose a poner en evidencia las limitaciones e hipocresías de todo el amplísimo espectro socialdemócrata español. Por eso ha pretendido introducir como novedad el recurso al tratamiento psicológico, que por supuesto sería voluntario. Aunque no se trata de una novedad, por supuesto ha recibido durísimas críticas de todos aquellos que tanto hablan de cuidar la salud mental y de normalizar la enfermedad mental
Con ello, en realidad, Vox no hace más que sustituir el principio ético en contra del aborto, del que ya ni ellos hablan (y que debería, claro, doler y afectar profundamente a la abortista) por la ética relativista de los cuidados. En ella lo que prima, lo único que importa, en realidad, es el bienestar emocional de la madre. Bienestar que definirán, libremente, ella y su psicólogo.
Y esa libertad y ese acompañamiento es ahora lo único importante. Por eso corregía Mañueco diciendo que lo que ellos quieren "es agilizar la prestación de servicios a las mujeres embarazadas que lo soliciten". Y que "el protocolo de Castilla y León respetará la ley y los derechos de los profesionales sanitarios, cuyo criterio se impondrá en todo momento".
Y lo que Vox pretende hacer y sin embargo no hace es denunciar esta tendencia de la derecha, y de la civilización occidental incluso, que consiste en limitarse a asegurar, o a prometer, de hecho, el bienestar físico, económico y emocional de la mujer. Y de todos, en general, sustituyendo progresivamente (cómo, si no) el juicio y el debate moral por el criterio científico y la tecnificación y la desmoralización de las decisiones políticas.
Si de batallar se trata contra la era de la tecnificación y la neutralización de la política, y no sólo contra el PP, lo único que le queda a Vox es hacer lo que hace la izquierda de la buena: moralizar y politizarlo todo. Hasta lo de Piqué y Shakira. Si se atreve, claro.
En el terreno de la ética es una batalla perdida, porque ya no puede plantearse en los términos que le son propios. Por eso es sólo una batalla política donde lo que importa, mucho más que el bienestar de la madre, el futuro del bebé o, incluso, de una sociedad con problemas existenciales de natalidad, es la lucha por el poder.
Y, concretamente, del poder en la derecha. Que viene del miedo de Vox a no llegar siquiera a ser el Podemos de un futuro Gobierno. Esos son los cálculos que se están haciendo, y no otros. Y de ahí que estas sean las reacciones, que prueban que el asunto no va de ninguna discrepancia profunda en los valores entre quienes ya ni siquiera saben discrepar en el lenguaje.