28.9.23

Por qué la "burguesía pesetera" vasca y catalana prefiere a Sumar

El discurso de Alberto Núñez Feijóo, y no sé yo si la estrategia, partía de una mentira fundamental, de esas que se van diciendo para no tener que decir la verdad.

Y la verdad, tan obvia que hasta se le perdona el amago, es que si Feijóo no puede ser presidente no es por dignidad democrática o patriótica, sino, simplemente, porque no es cierto que tenga "los votos necesarios para serlo".

No podía tener los votos de Junts, con su amnistía y su referéndum o sus sucedáneos, y conservar al mismo tiempo el apoyo de Vox. Y prueba de ello es que no entrase en detalles sobre el hipotético pacto contranatura. Porque de hacerlo, de ser cierto o parecerlo, acabaría de una vez por todos con su mayor problema, que se llama Vox.

Y por eso el recurso retórico de dirigirse a los votantes de Junts, a "lo que quede de Convergencia", y a los del PNV, preguntándoles si votan para que se hagan las políticas económicas de Sumar, puede ser mucho más efectista que efectivo.

Porque ni los nacionalistas son tan peseteros, ni Feijóo es tan distinto a la política económica de Sumar. Y ya no digamos de la del PSOE, que es quien se supone que tiene que gobernar, y a quien no cita para hacer más creíble el susto y la distancia.

Es algo que costará de entender a todos aquellos de la derecha marxista que creían o fingían que el procés era una batalla económica entre la rica burguesía catalana y los pobres españoles. Es difícil de entender que "lo que queda de Convergencia" aprovechase la pandemia para subir el impuesto de sucesiones y cargarse con ello a la clase media trabajadora que se levanta cada mañana ben d'hora, ben d'hora, ben d'hora para levantar la persiana de la botigueta, a la que se suponía que tenían que defender y representar.

Es difícil de entender, claro, si se insiste en creer que "lo que queda de Convergencia" es la extrema derecha nacionalista y que la extrema derecha nacionalista tiene algo que ver con el liberalismo económico.

No les votan, efectivamente, para que hagan las políticas económicas de Sumar. Pero los votan con una creciente indiferencia sobre las políticas económicas y sobre cuánto se parezcan a las de Sumar.

Porque la pela será la pela. Pero para el nacionalista, la protección de la lengua, la cultura, la autonomía y la nación, todas esas cosas que Vox menosprecia y amenaza y el PP a ratos y a conveniencia, son mucho más importantes.

Por eso, y porque en términos generales vivimos cada día más instalados en un fatalismo económico del que no parece que el PP tenga ninguna intención de sacarnos. Un fatalismo que normaliza el paro más alto y la recuperación más lenta y la inflación enquistada y el empobrecimiento generalizado, año tras año y ya durante décadas. Y por el cual toda la culpa es siempre externa. De las subprime, de los millonarios de Silicon Valley, del metaverso o de la guerra en Ucrania. Y toda solución vendrá siempre de los socios (fondos) europeos.

En su discurso, Feijóo abogó por subir el salario mínimo, alargar las ayudas y mantener las tasas a la banca y las energéticas. Y, lógicamente, ni una palabra de tocar las pensiones. Es decir, abogó por más gasto, más deuda, más socialdemocracia, más dependencia económica y por lo tanto política de Europa. Y, en justa correspondencia, menos libertad y menos democracia.

Feijóo no conseguirá ahora esos votos de las burguesías periféricas que tan desesperadamente buscaba, pero los encontrará muy probablemente, y muy a pesar nuestro, más pronto que tarde. Cuando, nuevamente, al PSOE ya no le baste con ser el más socialdemócrata de la clase para purgar los recortes que vendrán.

22.9.23

La teatrocracia del pinganillo

Con la introducción del pinganillo, el Parlamento no se parece más a la realidad lingüística española. Porque la realidad española es que la gente cambia del catalán (y supongo que del euskera y el gallego) al castellano cuando no lo entienden. Es decir, todo el rato.

A lo que se parece ahora el Parlamento es a lo que tienden a parecerse los Parlamentos modernos de las democracias liberales modernas y de masas. A una teatrocracia donde los políticos hablan para sus votantes, y no para sus colegas congresistas.

Parlamentos donde todo presunto diálogo es en realidad una sucesión de monólogos. Una farsa que cuando no disimula una negociación, disimula un insulto. Poco que ver, digamos, con los principios de la discusión y la publicidad que se suponían principios esenciales del Parlamento. 

Oponerse al uso del pinganillo con el argumento económico es absurdo por principio, porque como dicen las abuelas pijas con toda la razón del mundo, "lo bueno sale barato". Y el pinganillo tiene la virtud de demostrar que la farsa parlamentaria es cada día más cara.

La crítica honesta es la nacionalista, basada en la irrenunciable necesidad de la koiné para mantener unida la nación española y certificada por el simple hecho de que, a diferencia de lo que pasa en Suiza o en Europa, en España no puede haber por principio un parlamentario que no hable español, porque el conocimiento del catalán, el euskera o el gallego es un derecho (histórico), pero el conocimiento del español, un deber.

[Por mucho que se empeñen en ignorarlo cuatro nonagenarias en algún pueblecillo de Gerona]. 

Por eso es curioso, y tiene que ser el colmo de algo, que quienes defienden la normalidad de la medida, el "se hace así en otros sitios y no pasa nada", lo hagan poniendo como ejemplo el Parlamento vasco, que por motivos que no vienen al caso no parece ser la sede de la concordia nacional que aquí todos juran que es.

De lo que aquí se trata, y quién sabe si también en el País Vasco, es de fingir la imposibilidad del entendimiento por exceso de pluralismo, mientras se entienden en perfecto castellano entre bambalinas. Pero como tan bien se está viendo en las negociaciones por la investidura, entre lo que se pretende y lo que se consigue hay un trecho que alguno acabará metiéndose entre espalda y pecho.

En esto, algo sí tienen razón los socialistas. También el Parlamento Europeo está lleno de pinganillos y Europa está, aunque no sólo por eso, más unida que nunca.

Aquí han bastado pocas horas y dos o tres chistes para ver cómo la introducción de los pinganillos ha reforzado la unidad de esta nueva España plural. España amaneció más unida que nunca porque ahora ya somos todos (¡hasta Cayetana Álvarez de Toledo!) los que podemos reírnos del catalán de Rufián, y no sólo los supremacistas gerundenses. 

España amaneció más unida que nunca en su desprecio al xarnego agradecido. Es decir, en el desprecio a la posibilidad de supervivencia de Cataluña como nación española. Cosa que es un gran logro y un hecho que no sucede todos los días, porque satisfará, por las más plurales razones, un poquito a todo el mundo.

15.9.23

El derecho contra Colau, la ley contra el progreso

Nos lo habían avisado. Sabíamos que los críticos de Colau eran reaccionarios contrarios al progreso. Y sabíamos, sobre todo, que solo podían ser reaccionarios contrarios al progreso. Colau pasó todo su mandato quejándose de la campaña en su contra que los poderes fácticos de la ciudad habían emprendido y presumiendo de su capacidad de resistencia y de que el tiempo y la ley estaban de su parte.

Como era previsible, la fe de los comunes en la justicia ha durado hasta que la justicia les ha negado la razón y obligando a revertir la peatonalización de unos tramos de "superisla". 

La sentencia confirma que Colau hizo y defendió su proyecto estrella con la misma mezcla de suficiencia, dejadez e incompetencia con la que solía dedicarse a los asuntos aburridos de la política, con la convicción de que esos asuntos papeleos trámites, informes de los de verdad, no de los de entidades afines, no eran más que excusas de la casta para mantener el 'status quo'.

La ley es un instrumento al servicio del progreso, y eso explica que presuman constantemente de su abultada agenda legislativa. Porque a más ley, más progreso. Pero precisamente por eso, la ley se respeta como instrumento, y nada más, y el instrumento sirve mientras sirve a quien tiene que servir.

Así, por ejemplo, sabemos que hay veces que es pecado y futuro delito nombrar a la víctima del delito, decir por ejemplo dónde estaba o cómo vestía. Culpar a la víctima, se le llama. Otras veces, a menudo las mismas, sabemos que el pecado es nombrar al criminal, cómo hablaba o de dónde venía. Y hay otras ocasiones en las que no puede hablarse del delito ni del delincuente sino que lo interesante de verdad, lo conveniente en realidad, es hablar del denunciante. 

De qué dependen estas cosas parece a veces complejo por cambiante, pero es evidente y muy claro. Depende de si sirve a su discurso, es decir, de si sirve a su poder. En ocasiones como estas, ocasiones como la que aquí nos ocupa, la izquierda tiene no sólo el derecho sino la obligación de preocuparse más de la ideología de la víctima, del denunciante, que de la condena al poderoso. 

En casos como estos se investiga al denunciante para recordarnos que nadie de buena fe denunciaría a Colau; es decir, que nadie de buena fe se preocuparía de hacer cumplir la ley. Estas investigaciones refuerzan un principio tóxico: las leyes tienen que estar, en primera instancia, al servicio del progreso. Es decir, de los gobiernos progresistas. 

La legitimidad de la defensa de los intereses, e incluso de los derechos y del derecho sin más, se confunde aquí con la alineación ideológica. 

De modo que ya no es que se creen derechos de parte pensados como particulares. Derechos digamos como los derechos de las minorías que por su propia naturaleza, solo ellas podrían ejercer. La cuestión es que todos los derechos se vuelven derechos de parte. Y por eso hay que recordarle constantemente a la gente qué derechos debería ejercer y cuáles no.

Así por ejemplo esa reportera a la que tocan el culo en directo y a la que hay que explicarle que ahora sí puede y por lo tanto debe quejarse. Que ahora ya no tiene que limitarse a poner una cara compungida y a tratar de seguir haciendo su trabajo. Hay que explicarle que ahora tiene el derecho, y por lo tanto, el deber de indignarse, de denunciar, de hacer que caiga sobre el tipejo todo el peso del sistema.

O al mismísimo Aznar, al que se le llama golpista para que no se le ocurra ejercer su otrora derecho a manifestarse en contra del gobierno. Hay que recordarle a la reportera su condición de mujer y a Aznar su condición de facha para que sepan muy bien cada uno cuáles son sus derechos y cuáles son sus obligaciones.

Aquí, y cada vez más, la pregunta interesante es quién tiene derecho a ejercer sus derechos. Es decir, quién tiene derecho al Derecho. Y es la más interesante porque es la última pregunta que se hacen los países libres. 

9.9.23

La generosidad de Pedro Sánchez hará historia

Mucho peor que el cinismo son las cursilerías con las que pretenden disimularlo. Porque el enorme montón de bullshit tras el que pretenden esconder su viciosa necesidad de poder y reconocimiento imposibilita cualquier crítica o discusión mínimamente adulta. 

La "generosidad" de la que se supone que tiene que hacer gala la democracia española, por ejemplo (porque, si pudo una vez, ¿por qué no iba a poder un par o tres o las que hagan falta?). "Generosidad" que consiste en pacificar Cataluña, otra vez y las que sean necesarias. Porque los problemas políticos, lo sabía Groucho, pueden solucionarse tantas veces como convenga al poder. 

De ahí que se recupere el discurso de la pacificación y del recosido de la sociedad catalana, que está dividida o rota o perfectamente unida como un solo pueblo según le convenga al enfermero de turno.

Porque grandes soluciones requieren de grandes males y la amnistía es el intento de ajustar la realidad a la retórica catastrofista. No conocemos solución mayor. Y después de tantos años oyendo, a diestra y siniestra, que el problema catalán es, junto con el machismo, el gran problema de España, es de suponer que la sociedad española estará ya madura para aceptar soluciones a la altura del problema. 

La Amnistía es lo único que le daría al procés la dimensión, la importancia histórica, que quieren los independentistas y que fingen todos los demás. 

Por eso recupera el socialismo algo que ha ido y venido según iban y venían sus intereses retóricos, la división de la sociedad catalana. Una división que sólo existe cuando la puede arreglar el PSOE. Y que por eso seguirá existiendo en la medida en que existe, que es en el ir y venir del argumentario partidista, porque es enormemente útil para sus diagnosticadores. Si la sociedad catalana es hoy una sociedad dividida y necesitada de una amnistía que le permita olvidar el pasado y empezar de nuevo, temamos a quien la quiera unida y pacífica.

Los catalanes deberíamos estar ilusionados, contentos y agradecidos de poder volver a celebrar la Navidad con nuestros familiares, con los que queden, después de tantos años de doloroso enfrentamiento. 

La retórica de la pacificación siempre ha sido una forma de decir, de reconocer o de fingir, que con la ley no basta. Con la ley no bastó para evitar el 1-O, no bastó para juzgar y condenar a Puigdemont y otros tantos y no basta ni bastaba para imponer la reconciliación y acabar con el nacionalismo cuando la buscaba la derecha y no basta ahora para garantizarse la investidura y la hegemonía cuando la busca la izquierda.

La idea y la histórica generosidad de esta amnistía son que el Estado admita una culpa que no sabía que tenía para que los dirigentes catalanes tengan algo que vender a sus votantes. Aceptando la amnistía como solución a la división social catalana, y no a la situación jurídica de algunos de sus dirigentes, el sistema entero podrá seguir confundiendo las soluciones de sus políticos con cesiones a los catalanes.  

De ahí lo ridículo de esta última pretensión adánica de los jóvenes palmeros socialistas, que quieren volver a empezar de cero como lo hicieron sus papás y sus jefes. Como si se pudiese. Como si la gracia de empezar de cero no fuese precisamente que no se puede nunca y que por eso es siempre un recurso, una excusa disponible para reabrir el pasado para arrojárselo a la cara del adversario político.

No habrá que explicárselo a un sanchista, supongo. Pero no estará mal recordarlo de vez en cuando. Por si las moscas.

Prueba de la naturaleza de esta amnistía es que quienes siempre han negado que hubiese un problema de convivencia en Cataluña se acogen ahora a ella como la única solución posible, y quienes siempre han insistido en ella se nieguen ahora hasta a considerar algo tan bonito de ver como es una reconciliación nacional histórica.

Les falta, supongo, esa generosidad que ahora presumen suya unos socialistas que nunca se la reconocerían al régimen franquista. Y con razón, claro, porque no fue tal o no fue tanta generosidad como conciencia compartida de la impotencia ante la necesidad histórica de la transición democrática. Lo que la vuelta de la generosidad y de la reconciliación nacional ocultan es precisamente que hoy la amnistía sólo es necesaria para que algunos líderes políticos puedan mantener su estatus. 

Mucho más allá, claro está, de lo que puedan decir leyes, constituciones y constitucionalistas, siempre susceptibles de revisión y, por supuesto, de empeoramiento.

4.9.23

Feijóo; investidura y fallida

Feijóo se presenta a la investidura para perderla. Y debería asumirlo. Debe asumir que a veces se pierde el poder por cuatro diputados, la Champions por dos centímetros de palo o de fuera de juego y la vida por pisar la calle un segundo antes de tiempo, cuando pasa el autobús. Pero así es la vida. 

Intentar lo imposible siempre tiene un precio y todo lo que de momento ha hecho Feijóo para disimular su triste condición  no ha hecho más que empeorarla. 

Todo el disimulo acomplejado al pactar con Vox solo ha conseguido que parezca débil incluso ahí donde gobierna, donde ha ganado.

Y todos esos cálculos sobre posibles pactos con Junts solo ha conseguido poner en cuestión la solidez de sus principios y de su liderazgo. No tiene sentido empeñarse en cálculos y equilibrios, condenados al fracaso. Y mucho menos cuando ponen en cuestión el discurso central de la campaña y de la oposición al sanchismo. En política uno puede venderse los principios, pero solo si con ello se asegura el poder. Y no es solo que estás estrategia, no le vaya a llevar al gobierno sino que lo está alejando más y quién sabe si para siempre.

Por un lado, si este tonteo llegase a parecer creíble, forzaría a Junts a huir hacia el PSOE, abaratándole por lo tanto la investidura a Pedro Sánchez.

Por el otro, el único resultado que han dado todas estas cínicas cábalas ha sido enfrentarle con Alejandro Fernández, el líder del PP catalán. Un enfrentamiento se diría que innecesario por hacerse el nombre de una estrategia fallida que no tiene justificación ideológica alguna. No se conoce ninguna discrepancia de principios entre los dos líderes populares.

No sabemos ni siquiera qué diferencia hay entre el galleguismo de Feijóo y el catalanismo moderado, centrado, liberal con el que se presentó Alejandro Fernández a las últimas elecciones autonómicas. Lo que sí que sabemos es que sus intereses aquí son muy dispares.

Porque Alejandro Fernández no puede ni siquiera soñar con gobernar Cataluña y fijo está obligado a intentar gobernar España. En el PP catalán, los principios y los intereses coinciden y obligan a marcar distancias con Junts por España y por la derecha. El PP catalán, con Alejandro Fernández o sin él, solo puede aspirar a ser un partido de oposición ejemplar. Un partido que pretenda gobernar España, en cambio, y a los resultados me remito, no puede permitirse según qué exhibicionismos morales.

Lo que sí que tiene que exigirse es una coherencia, a prueba de recepciones electorales. No tiene ningún sentido negarse a pactar e incluso gobernar con Vox, como no tiene ningún sentido negarse por principio a pactar con los nacionalistas. Lo que sí que tiene todo el sentido del mundo es explicar muy claro porque es perfectamente legítimo, necesario y conveniente intentar pactar con el PNV y no hacerlo con Junts. Por si a alguien, en el PP, en Junts o en el PNV, se le han olvidado las diferencias.

Todo lo que ha hecho Feijóo desde que ganó las elecciones y perdió la posibilidad de gobernar, han sido los cálculos, la aritmética, y la discusión de hipotéticas alianzas… que se negaba a hacer en campaña. Visto que estos cálculos no van a servir para cambiar la realidad, y visto, por tanto que se va a presentar a la investidura para perderla, Feijóo, debería aprovechar para dar el gran discurso que nos debe. Para explicar que le une y que le separa de Vox, del PNV, de Junts, del PSOE… para explicar, en definitiva, cuál es su proyecto para España. 

Porque todos estos cálculos y todas estas posibles alianzas, y todas estas hipotéticas investiduras Frankenstein, solo tienen sentido y posibilidad de éxito de crítica y público cuando se sabe, o se intuye al menos, cuáles son los principios que darán vida a su gobierno.

Si el debate de investidura no va a servir para ganar el gobierno, debería servir al menos para preparar el próximo. Venga en cuatro meses, o venga en cuatro años.