26.5.23

Vinicius Lives Matter

Ya lo hemos entendido. Ya sabemos que el racismo está mal y no hace falta que nos repitan como a los niños, o como a Ancelotti, que no es lo mismo llamarle "tonto" a alguien que llamarle "mono". Ya sabemos que llamarle mono es racista aunque tengas un amigo negro y aunque no haya nada peor, ningún carné del kukluxklan ni de los UltraSur, ningún odio racial, ninguna agenda de exterminio escondida, tras el insulto en lo más fondo de tu alma. 

Tampoco hace falta que nos expliquen por qué los del otro equipo son siempre más negros y por qué los Vinicius de turno son siempre los más negros de todos. Los que regatean mejor, los que se enfadan más, y se quejan y protestan con más vehemencia. 

Sabemos por qué le llaman "negro" y sabemos por qué después le llaman "tonto" por no querer aceptar que todo es un juego y que los insultos sólo servían para hacerle perder la paciencia, los nervios y el partido. Conocemos perfectamente las excusas del ultra y sabemos de sobra que son excusas y que tout comprendre ce n’est pas tout pardonner. 

Sabemos que se pica a quien más se rasca porque lo hemos visto muchísimas veces en otros campos de fútbol, en otros patios de colegio, en tantos lugares donde la oposición provoca con su mera presencia y porque, en definitiva, conocemos sobradamente la lógica del bully.

Pero cuando se dedica tanto esfuerzo, tanta energía, tanto titular, tanta tinta y tanta Juanola para poder seguir gritando obviedades un rato más, es que algo no tan obvio se nos está queriendo hacer entender.

Pasa con el feminismo y pasa con el Vinicius Lives Matter como pasaba con el otro. Caballos de Troya de tanta tontería, de tanta causa innoble, que en nombre de la igualdad entre hombres y mujeres de todas las razas y procedencias acaba siempre vendiéndonos la moto de que lo verdaderamente necesario y la única solución a semejante problemón es la revolución que nos dicten ellos.

Se repiten obviedades para cambiar el foco y para dirigir la mirada, el debate público y la agenda legislativa hacia lo importante. Para cambiar la jerarquía de los valores y los discursos. Así ha desaparecido, por ejemplo, la banderita ucraniana que acompañaba el marcador en las televisiones, sustituida por un mensaje de solidaridad contra el racismo. Ese es un poder, una influencia, de la que no goza cualquier víctima.

Es algo que descubrimos ya por entonces en América, con todos esos pijos blanquitos gritando "black lives matter" y robando televisores, y que vemos ahora en el wokismo merengón. Es algo que nos explica ya hasta la prensa deportiva cuando insiste en que no es suficiente con no ser racista, sino que hay que ser antirracista. Es decir, merengue y, preferiblemente, mourinhista. Que hay que decir lo que dicen ellos y que hay que defender lo que defienden ellos para no ser acusados de racistas. 

El wokismo merengón prepara la vuelta de Mou y de ese dedo suyo que con tanto orgullo les señalaba el camino porque, como saben Florentino e Isabel Díaz Ayuso, es él quien decide qué violencias y qué provocaciones son inaceptables y cuáles son excusables o directamente necesarias para restablecer la justicia y el orden natural de las tablas clasificatorias. Es el que autoproclama la impunidad para el sufriente y el que marca los tiempos de la justicia, al menos de la deportiva, y que explica lo rápido que se indulta a Vinicius, por ejemplo, lo rápido que se sanciona al Valencia y lo lento que se sanciona al RCD Español o a Fede 'el pajarito' Valverde.  

Sólo los señoritos podrán explicarnos lo que es el señorío, y tendrían que volver las histéricas ruedas de prensa para aclararnos a los demás, tristes racistas de camisetas coloradas, cuándo es justo y necesario partirle la cara al rival, así en el campo como en el parking.  

El wokismo es la (pen)última excusa de los poderosos para aprovechar el sufrimiento ajeno para presumir de virtuosos, expiar sus culpas e imponer su agenda. De ahí que los insultos a Vinicius y el racismo estructural de nuestra sociedad le hayan servido a su pobre y perseguido club para hacer limpia de árbitros, avanzar en su trágica lucha contra Tebas y contra LaLiga y para cargarse de argumentos en favor de la Superliga, una competición que cabe suponer libre de racismo y de un par o tres de molestias más. 

El wokismo merengue, como su hermano americano, es poco más que virtue signaling de los poderosos que siempre acaban pagando los demás.

18.5.23

Con Bildu y con ERC, gestionando la paz social

Ami amigo el comunista le preguntaron una vez qué es lo que le gustaba más de Barcelona. Y respondió que la paz social. Nos lo tomamos a risa, y él el primero, como suele pasar con todo lo que dice. Pero yo no había entendido la gracia del chiste hasta ahora. Hasta que he oído a Pedro Sánchez criticar a la oposición diciendo que mientras la derecha está por el insulto y la crispación, ellos están "a la gestión, a los avances sociales y a la paz social". 

Yo no entendía el chiste porque creía que paz social era redundante. Y que no era un chiste el celebrar lo pacífica que nos parecía entonces Barcelona, aunque lo hiciese un comunista tan gracioso como mi amigo. 

Pero en boca de Pedro Sánchez, que nunca jamás hablaría de seguridad porque para eso ya tiene a las solas y borrachas de Podemos y a los fachas de la oposición, se ve a las claras que la paz social no tiene nada que ver con pasear tranquilo por la calle.

La paz social tiene que ver con andar en silencio. Con seguir avanzando, como dicen todo el rato, en silencio. Con la ausencia de protestas. De contestación social. Para eso sí ha sido útil tener a Podemos en el gobierno y para eso sí ha sido muy útil contar con el apoyo de EH Bildu y ERC.   

No lo sabía el candidato Pedro, pero estos pactos con Podemos en el gobierno y con los independentistas en el Parlamento han sido lo único que le ha permitido al presidente Pedro dormir tranquilo hasta ahora, y quién sabe hasta cuándo. 

La importancia fundamental de la paz social, la tercera pata de su proyecto, que es siempre la más importante porque es la que permite mantener el taburete en pie, es algo que ya vimos en relación con el proceso y la gestión que de él ha hecho Pedro Sánchez. 

La paz social es el resumen de todo lo que Sánchez podía ofrecer a Europa y por ahí, por los pactos y sobornos a los líderes independentistas, es por donde empezó la retórica de la homologación con Europa que tantas buenas tardes y tantas buenas fotos y estatura internacional le han dado a Sánchez.  

Paz social en Cataluña, donde han acabado las protestas y algo más. Paz social entre los jóvenes, los funcionarios y los jubilados. La paz social que consiguen sus políticas, financiadas por Europa y por las generaciones futuras y gestionadas, es la palabra, por el gobierno de Sánchez. 

En eso consiste, también, su posición y su conveniencia en la polémica de las listas electorales de EH Bildu. Es inútil discutir sobre quién ha cedido ante quien o quién tiene más fuerza y más poder de chantaje y quién menos. 

Porque lo fundamental es que hay aquí una confluencia de intereses muy parecida a la que existe con ERC. El PSOE pretende convertir a EH Bildu en la nueva ERC en el País Vasco y en Navarra para tener a un socio más fiable y cautivo de lo que podría ser el PNV con el que intercambiar poderes y prebendas, en Madrid, en Pamplona y en Ajuria Enea. 

El PSOE, EH Bildu y ERC tienen intereses compartidos que no consisten, como dicen los fachas, en su empeño en romper España, sino, simplemente, en el de afianzar su poder. El poder del PSOE depende tanto de la gracia europea como de los equilibrios territoriales que hace con el independentismo periférico. 

Como demuestran estas polémicas y como demuestra esta legislatura, esta alianza de intereses es muy difícil de romper. De ahí también que nunca como hasta ahora se haya visto a EH Bildu y ERC tan cerca el uno del otro. Nunca habían hecho tanta propaganda de esta afinidad, porque nunca había necesitado tanto ERC aparentar radicalidad y EH Bildu, moderación.  

Se encuentran ahora en el centro, en la noche madrileña, como si la izquierda periférica estuviese viviendo ella sola y por todo lo alto esa segunda Transición que nos había prometido a los demás. Pero la inclusión de asesinos condenados en las listas y el escándalo de la oposición desmentía un poco esa tendencia, ese relato y ese ambientazo. 

Con sus listas y con su promesa de no jurar el cargo, EH Bildu mata, y perdonen el humor negro, dos pájaros de un tiro. Satisface a los sádicos, porque ahí están, testimoniando lo que ha sido y es todavía "el conflicto político" en Euskadi. Y satisface a los cínicos, porque no jurarán el cargo, testimoniando el giro, la moderación y el triunfo de la democracia y de las vías pacíficas y a Otegi como hombre de paz y futuro lehendakari. Satisfaciéndolos a todos porque ahí estarán, en el País Vasco y en Navarra, gestionando la paz social como la gestiona ERC en Cataluña y Sánchez en Madrid.

11.5.23

La fatal arrogancia de las cajeras del súper

Habrá que agradecer a Podemos su enorme generosidad y sentido de la justicia social, porque si a mí se me ocurriese cómo hacer un supermercado como Mercadona dejaría inmediatamente el Gobierno y me pondría hacer un supermercado como Mercadona. Ellos, en cambio, prefieren hacernos pobres en vez de hacerse ricos.

Esta, como tantas otras ocurrencias revolucionarias de la izquierda, ha suscitado una preocupante, por optimista, reacción en la derecha. El inevitable fracaso, la ruina asegurada que sería este proyecto de supermercados públicos, infunde un extraño optimismo en la oposición basado en ese viejo lema suicida de "cuanto peor, mejor". 

La oposición política parece confiar todavía en la inteligencia de los ciudadanos y parece convencida de que tanta tontería les acabará devolviendo el gobierno.

La oposición ideológica y mediática, más largoplacista, parece convencida de que, incluso si todas estas promesas electoralistas le acaban saliendo bien al Gobierno y logran con todos sus equilibrios de movimientos, partidos y partiditos seguir en el poder otra legislatura más, la ruina inevitable a la que nos conducen supondrá un cambio cultural profundo en la sociedad española. Un giro a la derecha que durará décadas y nos devolverá a la senda de la libertad y la prosperidad. 

"Que lo intenten", dicen. Que abran este súper de precio justo y veremos lo caro y lo eficiente y lo malo y caducado que estará todo. 

Lo que no entienden estos optimistas es que no lo veremos. Que lo que pasaría si lo probasen, lo que pasaría si volvieran ejercer ese derecho a equivocarse que invocan cada vez que perpetran otra barbaridad, es que para hacer de ese el súper más barato de España cubrían sus pérdidas a cargo del déficit público. Y que con eso lo convertirían en el súper de Schrödinger: el más barato y el más caro al mismo tiempo. 

Lo que no entienden estos optimistas es que hacia abajo no hay techo. Que siempre es posible caer un poco más. El optimismo es un lujo de pijos y listillos, y es necesario, si no urgente, sustituir el optimismo de la inteligencia por el pesimismo de la voluntad. 

Porque este Gobierno, que presume como todos de querer acercarnos y homologarnos a nuestros socios europeos, a los países del norte, que son más limpios, más libres, democráticos y avanzados, como los daneses, lo hace copiando Argentina. Y esta ocurrencia, electoralista pero no sólo electoralista, es sólo una nueva muestra del peligro que esto conlleva.

Se ve en la inquina totalitaria de quien desde el Gobierno señala al ciudadano Roig y pone todo su empeño y el presupuesto habido y por haber en destruir su buen nombre y su buen negocio. Es la fatal arrogancia del legislador que cree saber cómo bajar el precio de la electricidad, de los alimentos, de los alquileres y hasta del fútbol.

Pero también se ve en algo más suyo. En algo más como de retórica de clase. En la fatal arrogancia de la cajera del súper que no entiende por qué Roig y no ella. Que, como Montaigne, se muestra convencida de que no hay explicación para el lugar que ocupamos en la cadena trófica. Perdón, en la cadena de la distribución alimentaria. Que por qué él es él y yo soy yo.  

Es muy peligroso, pero muy comprensible, porque tratar con jefes es recordar constantemente que la vida te castiga por tus virtudes incluso más que por tus defectos.

Es una arrogancia que se extiende también entre la derecha molona. Que, incluso mientras todavía se atreve a discrepar de los súpers públicos, empieza sospechar que quizás sí que podríamos hacerlo un poco mejor que las distribuidoras para conseguir pagar mejor a los agricultores y dejárselo más barato a los consumidores. Y como los del medio no riman, que se jodan.

"Para qué queremos tanto transportista y tanto intermediario", preguntarían si se atreviesen. Como si no hubiésemos tenido ya la experiencia de la Covid, cuando, a pesar de la histeria del populacho y de los populistas, de las estanterías del supermercado parecían crecer los rollos de papel de WC como las rosas. Sin porqué. 

Y en eso se basa la fatal arrogancia del legislador y la cajera. En su ignorancia, en su olvido y en su atrevimiento. Porque hay que saber olvidar mucho para poder prometer tanta y tan fatal tontería.

6.5.23

5.5.23

El trabajo dignifica y el sindicato...

Como el 8M, también el 1 de mayo se ha convertido una fiesta del Gobierno y de sus organizaciones afines. No hace falta ser muy liberal para ver algo raro en que cada fiesta reivindicativa se convierta en una celebración del Gobierno. Tampoco hace falta ser muy japonés para ver algo raro en que, en un país con un 13% de paro, el Día del Trabajador se haya convertido en la fiesta del Gobierno y de los sindicatos.

Pero ¿quién reivindicaría hoy al trabajador? ¿Quién reivindicaría hoy el trabajo? Aquí las reivindicaciones son siempre para trabajar menos y cobrar más. Menos años cotizados, menos horas a la semana y más sueldo y mejores pensiones durante más años. ¡Si hasta los jóvenes, con esas supuestas ganas de comerse el mundo que tienen, aspiran a ser funcionarios en la doble y doblemente innoble aspiración a un sueldo seguro y una jornada laboral corta, pero tranquila!

Y los que todavía quieren algo, hacer algo con su vida y con su nombre, están a dos o tres cuotas de autónomos, y a otra de estas reformas consensuadas con las asociaciones afines al Gobierno (como la última de Escrivá), de empezar a verle la gracia a esto de trabajar, lo justo, por cuenta ajena. 

Hay un consenso general y transversal contra el trabajo que en nuestro país, más que de una fatalidad cultural o metafísica, seguramente se trate de hacer de la necesidad virtud.

Es un consenso que va desde Yolanda Díaz y Errejón, que prometen trabajar menos y cobrar más, hasta los nuevos tecnooptimistas, que pretenden hacernos creer que con la inteligencia artificial, con el ChatGPT este, se alcanzan así finalmente las condiciones materiales para establecer el paraíso comunista soñado por Marx.

La historia del hombre empezaría ahora, gracias a la máquina que, liberándonos del trabajo más duro e indigno, nos permitiría jugar a la petanca por la mañana, tomar el aperitivo al mediodía, leer alguna novelita por la tarde y cenar en el japonés de moda a cuenta del inquebrantable sistema público de pensiones.

Es una aspiración, pretendidamente noble, que ya sorprendía e indignaba a Pla. Què collons és això de no treballar? ¿Qué cojones es esto de no trabajar? ¿En qué consiste? ¿Qué vida hace? ¿Qué mundo crea? Es decir, ¿qué mundo y qué vida nos están proponiendo los políticos y los sindicatos?

Es un misterio, pero muy relativo. Basta ver lo que hace la gente cuando se jubila o cuando tiene un domingo por la tarde libre de responsabilidades familiares o cuando se queda unos días de vacaciones solo in città. No sabemos qué hacer con nuestra libertad y es una suerte, me temo, que el trabajo, la obligación, la necesidad de los dineros y de satisfacer algún que otro vicio, nos ayude a olvidarlo. 

Nadie lo sabe mejor que los sindicalistas. Y de ahí que sus reivindicaciones vayan siempre en contra del trabajo y a favor de los trabajadores. Es decir, que vayan siempre en contra de la creación de empleo y a favor de quienes ya lo tienen. Quienes ya lo tienen son sus clientes y al menos eso sí que han entendido y aprendido a valorar del capitalismo: la relación clientelar. Por ahí van todos sus incentivos.

Por un mercado lo más cerrado y en la mayor cantidad de trabajadores públicos posibles. Para tener así el poder de chantajear al mismo tiempo al Gobierno y a los trabajadores. En un mercado dinámico y con pleno empleo, los trabajadores no dependerían de los sindicatos y los sindicatos no podrían extorsionar al Gobierno.

En esta utopía sindicalista, además, el Gobierno tiene la capacidad de controlar y empobrecer a la población según sus necesidades para poder comprar su voto con promesas cada vez más baratas.

Si no llega pronto un Gobierno de derechas que saque a los sindicalistas a la calle a hacer sus cositas viviremos pronto en la plácida utopía de un país sin trabajo ni trabajadores. Pero al fin, y para siempre, en manos de sindicalistas y de partidos obreros.