Ha dicho la actriz Melanie Olivares que ella a su hija de 16 años no le va a dejar nada de nada. Parece una amenaza, pero sólo es un lamento. Porque Olivares no es una de esas actrices americanas que dejan a sus hijos sin herencia para darles, dicen, "la más importante de las lecciones". Para que aprendan el valor del esfuerzo y a ganarse la vida por sí mismos. Porque el rico hace por gusto lo que el pobre por necesidad.
Y a mí, debo confesarlo, estas pijadas americanas me encantan. Me encanta ver a esos jóvenes millonarios, guapos y talentosos haciéndose los virtuosos y dejando que sus hijos, algo más jóvenes, pero algo menos guapos y talentosos, jueguen a ganarse la vida como si fuesen pobres.
Y me encanta porque es la perfecta y monstruosa unión de dos mundos supuestamente antagónicos. Por un lado, el discurso de la izquierda socialmente concienciada, que sospecha de la herencia porque perpetúa la diferencia social. Por el otro, el de una derecha libertaria que sospecha de la herencia para presumirse hecha a sí misma y no sentirse en deuda con nadie. Discursos, además, acompañados por un conservadurismo meramente retórico que insiste en el valor del esfuerzo y en el de ganarse las cosas con el sudor de la frente para aprender a valorarlas.
Discursos de pijos, porque ningún pobre renuncia a hacerle a sus hijos la vida un poco más fácil ni al orgullo de poder dejarles algo. Discursos que suelen acabar como el de mi amigo de la infancia, que llegó muy triste y preocupado el día de su 18º cumpleaños porque su padre lo había echado de casa con los bolsillos vacíos.
La verdad desagradable tardó cinco minutos en asomar. Su padre lo había echado de casa para mandarlo a vivir a un enorme piso con parking, cochazo y vistas al Paseo de Gracia de Barcelona. Y lo había dejado, es verdad, sin su hasta entonces generosa paga semanal. Pero con el 40% de las acciones de la lucrativa empresa familiar, que por primera vez en su historia iba a repartir dividendos esa misma tarde.
Y a pesar de todo, la alternativa, creérselo, es peor. Porque los pijos pueden y deben tener sus mitos consoladores, pero los demás hay pijerías que no podemos permitirnos y valores que no podemos importar sin más. Nosotros no podemos, ni económica ni moralmente, copiar esos luxury values de los millonarios americanos. Porque ni somos millonarios ni somos americanos.
Porque España, a diferencia del Los Angeles de las películas, no es el país ideal para que un joven aspirante a actor se largue de casa a los 18 años con una maleta cargada de ilusiones y los bolsillos vacíos. España sólo es el país de las oportunidades para quien es familia de exministro y para quien viene de la miseria africana.
Para los demás, para esa gente a la que llaman ahora la clase media trabajadora, y para la que depende de la pensión del abuelo para llegar a fin de mes, labrarse un futuro es muy jodido. Y cada día un poco más.
España no es esa economía dinámica, como el Silicon Valley del cuento, donde un joven con conexión a internet y ganas de comerse el mundo puede hacerse millonario de un día para otro creando una app o programando cualquier otra genialidad. Y quizás sea por eso que en España, más que las start-ups, lo que prolifera como setas son las casas de apuestas y los cryptobros disfrazados de Steve Jobs que queman la paga semanal en internet como sus abuelos queman la pensión en el bingo y la lotería.
Por eso, de todos los valores pijoprogres que sí podemos copiar, ninguno más peligroso que el de creer que es bueno y posible dejar a los niños en paz. Puede estar tranquila Olivares, porque a los 16 ya es demasiado tarde para dejarlos sin nada. A los 16 ya les has dado una cierta educación, una cierta cultura, unas ciertas aspiraciones y eso que llamamos valores y una cierta forma de ir por la vida y de entender la normalidad.
Con eso debería bastar para salir a la vida a perseguir sus sueños "currando de lo que les guste" como cualquier hijo de millonario yanqui. Pero en un país como el nuestro, si a tus hijos no les dejas dinero para que puedan cumplir sus sueños, sólo les dejas la deuda con la que se pagan los tuyos.
Porque aquí, y pretendiendo hacer virtud de la necesidad virtud, nos vamos acostumbrando a pensar, hablar y legislar como pijoprogres. Los americanos los lanzan a la aventura de la vida convencidos de que con su talento (y un poco con sus genes) les bastará. Aquí los lanzamos a la vida sin herencia con la esperanza de que el Estado los rescate. Aquí queremos darles la educación del niño rico, el mérito del de clase media y la protección estatal del de clase baja. Y esto, además de imposible, es políticamente muy peligroso.
Porque todo este discurso pijoprogre, que pretende descubrir y denunciar una injusta y enorme herencia detrás de cada pequeño mérito, es un discurso que se basa en el individualismo más radical para entregarnos a un Estado hipertrofiado.
Aquí, quien pretende dejar a su hijo volar sólo no lo deja nunca libre, sino a merced de los demás. Aquí (no sé cómo será en Silicon Valley o en Los Angeles) la alternativa a la familia y a la herencia no es nunca el sujeto libre y hecho a sí mismo que se labra su propio futuro. Aquí la alternativa es un Estado que promete más de lo que puede, una sociedad cada vez más dependiente y un individuo menos libre.