28.4.23

Ada Colau declara la guerra a los 'cascarrabias'

Los restauradores barceloneses han entrado en campaƱa electoral con un anuncio que nos pide que seamos un poco menos cascarrabias y que aprendamos a valorar lo bonita que estĆ” dejando la ciudad Ada Colau con sus superislas. Se ve que nos quejamos de vicio y no hemos visto fotos mĆ”s bonitas de niƱos jugando a la pelota donde antes habĆ­a coches y contaminaciĆ³n. Pero las hemos visto. 

Y tambiƩn hemos visto como lo que tenƭan que ser estos idƭlicos parques para el juego de niƱos y el paseo de los viejos se han convertido, tambiƩn ellos, en pocas horas, en una inmensa terraza para guiris.

Es comprensible la alegrĆ­a y comprensiĆ³n de los hosteleros (quiĆ©n los ha visto y quiĆ©n los ve). Porque Colau, que algo de instinto tiene, ha entendido muy bien que en una Barcelona decadente tanto polĆ­tica como econĆ³micamente, pero que conserva el encanto de GaudĆ­, el sol y la playa, lo mĆ”s barato que puede ofrecer a propios y extraƱos es el terraceo. Esa versiĆ³n moderna y medio pija del viejuno, pueblerino y pobretĆ³n "echar la tarde a la sombra delante de casa". 

De aquĆ­ que estas superislas, despuĆ©s de tantos aƱos, de tantas promesas y de tantos meses de obras, lleguen justo a tiempo para las elecciones. Con la esperanza, muy razonable, de que, ademĆ”s de a los restauradores, le sirvan a la alcaldesa para ganarse el favor de todos aquellos que sueƱan con ser los siguientes agraciados. De todos los que esperan que la siguiente superisla sea justo, justo, justo debajo de su casa. Aunque ahora, de momento, tengan que soportar el trĆ”fico desviado, la basura acumulada y el ruido insoportable de las obras y las retenciones debajo de su ventana. 

Es un poco como el sueƱo americano, donde todo es posible y todo el mundo espera hacerse rico de un dĆ­a para el otro, pero sin ninguna de sus virtudes supuestamente protestantes. AquĆ­ no se trata nunca de tener una magnĆ­fica idea, sino, bĆ”sicamente, de que te toque la loterĆ­a y seas el prĆ³ximo agraciado por las buenas intenciones de Colau. 

Pero, por triste que sea, sobre esa ingenuidad, esas esperanzas y esos intereses se han fundado grandes civilizaciones. Por eso, mucho mĆ”s triste que lo de los conversos y lo de los vendidos es lo de los decepcionados con Colau. Porque ellos sĆ³lo pueden estarlo por motivos equivocados. 

Porque las superislas son una cosa muy capitalista y decorativa para quienes esperaban de Colau poco menos que la revoluciĆ³n socialista definitiva. Y, ademĆ”s, y como dicen ahora, gentrifican. Porque son un gran invento para hosteleros y propietarios de esas calles en concreto. Propietarios que, despuĆ©s de unos pocos meses de obras, han visto "pacificada" la calle y multiplicado el valor de sus propiedades.

Y Colau confĆ­a en que, con estas minorĆ­as evidentemente beneficiadas y con la gran masa de los votantes aspiracionistas que sueƱan con ser los siguientes, le baste para conservar el poder. 

Pero, para los demĆ”s, para quienes viven de alquiler, por ejemplo, la superisla es uno de esos raros manjares que verĆ”n, pero no catarĆ”n. La superisla no es para ellos, que no podrĆ”n pagar los nuevos alquileres y se verĆ”n, como dicen cuando pasa en otros barrios y con otros alcaldes, expulsados de sus casas para dejĆ”rselas a los hipsters esos que vienen a teletrabajar a Barcelona para vivir aquĆ­ como ricos y al solete y en un pisazo del Eixample con el sueldo que en su paĆ­s les darĆ­a para vivir como currantes de clase media compartiendo habitaciĆ³n con algĆŗn estudiante borrachuzo. 

AsĆ­ que tienen razĆ³n, las superislas gentrifican. Y la Ćŗnica alternativa a la gentrificaciĆ³n parece ser la miseria. Porque de un barrio pobre y sucio nadie se ve expulsado.

Y, sin embargo, en la Barcelona de Colau todo parece posible al mismo tiempo. Es posible tener un alquiler cada vez mĆ”s alto en la calle cada vez mĆ”s sucia y mĆ”s ruidosa. Porque ese es el efecto que para muchos ciudadanos de Barcelona ha tenido la regulaciĆ³n del precio del alquiler, que se ha cargado la oferta de pisos, especialmente en los barrios mĆ”s modestos.

Y es el efecto de las superislas, que han desviado el trĆ”fico hacia las calles colindantes, aumentando las retenciones, el ruido y la contaminaciĆ³n. Urbanismo tĆ”ctico, lo llaman, ese tecnicismo con el que han bautizado la polĆ­tica que consiste en putear a los ciudadanos para que hagan lo que les mandamos, pero sin quejarse. Que dejen el coche y vayan paseando tranquilamente al trabajo (porque en bus, claro, ahora es imposible) o a vivir fuera de Barcelona, donde el aire es mĆ”s puro y la gente estĆ” menos amargada.

Es lo bueno de la campaƱa de los restauradores y del sueƱo barcelonƩs de Ada Colau. Que nos convierte a todos, detractores y decepcionados, en cascarrabias parodiables a quienes cada vez hay que hacer menos caso.