Descansan en Truss la izquierda y el europeÃsmo, convencidos los unos de que el culpable de los males de la premier caÃda es de las bajadas de impuestos y convencidos los otros de que es del brexit. Convencidos, en fin, de que los mercados, los británicos y la mismÃsima realidad al completo no tendrán piedad ninguna de sus adversarios ideológicos: populistas, nacionalistas y, en general, enemigos de la democracia liberal.
Y recitan al unÃsono que esto en Europa no pasarÃa. Y tienen razón.
Pero cuando dicen que en Europa esto no pasarÃa están diciendo que aquà los premier no caen tan fácil ni por menudencias tales como un desajuste presupuestario. Que aquÃ, simplemente, los gobiernos, y bien que lo sabemos, pueden endeudarse y podrÃan, si quisieran y les conviniese, endeudarse más todavÃa sin recortar el gasto porque aquà ya intervendrÃa, antes o después el BCE o esa entelequia llamada Europa para decidir si es mejor que nos suba el pan, la hipoteca o las dos cosas a la vez.
Lo que están diciendo, orgullosÃsimos de nuestra estabilidad, es que aquà los premier tienen mucho más margen para la irresponsabilidad. Y que cuando no lo tienen es porque no le conviene a "Europa". Es decir, a otros paÃses o a otros dirigentes, no porque no convenga a sus bien llamados súbditos.
Como si no fuese ese, precisamente, el mejor argumento en favor del brexit.
Lo que de verdad no pasa en Europa es el correctivo, y en esta vida imperfecta que llevamos seres tan imperfectos como nosotros los europeos de bien, la falta de correctivos sólo presagia crisis más duras, más largas y más duraderas. En una palabra, peores.
Lo sabemos bien en España, además, donde todavÃa no hemos salido de la crisis del 2008 y ya estamos metidos hasta la cintura en otra que algunos presagian incluso peor.
En Truss y en su fracaso descansan todas nuestras superioridades, nuestros principios y también un poquito, por qué no decirlo, nuestros miedos y complejos. El brexit es, efectivamente, necesariamente, la mayor amenaza que ha sufrido la Unión Europea. Porque podrÃa funcionar. A pesar de las copichuelas de Boris y las frivolidades de Truss y los trajes de 5.000 euros de Rishi Sunak (ese charnego agradecido que deberÃa horrorizar a los xenófobos brexiters y que, sin embargo…).
PodrÃa funcionar. Y si funcionase, nuestras crisis, nuestras inflaciones, nuestras inseguridades, miedos, extremismos y debilidades… serÃan culpa nuestra. Y no de Putin o del destino o de los enemigos de la democracia liberal, sino nuestra. De los buenos. De los jardineros kantianos como Borrell.
También nosotros tenemos un peligroso ejemplo democrático a las puertas. Y quizá por eso hay que llamar ahora tiranÃa de los mercados al correctivo, libérrimo, de quienes no quisieron regalarle su dinero a un gobierno irresponsable.
Y democracia orgánica a una democracia parlamentaria donde, ¡oh gensanta!, son los parlamentarios quienes eligen al primer ministro y donde, además, lo hacen, ¡sancrispÃn!, teniendo muy en cuenta lo que interesa, conviene y preocupa a sus electores.
No porque los parlamentarios británicos sean mejores personas que los nuestros, supongo. Sino porque ellos tendrán que responder ante sus votantes y no, como sucede en nuestras democracias continentales, mucho más estables y asentadas, donde sólo tienen que responder ante su jefe y, si se tercia y les apetece, ante su conciencia.
En Reino Unido han sido los brexiters y los mercados, la nación y el comercio, quienes, como en los viejos tiempos, han depuesto pacÃficamente al mal gobernante. Y hasta hace poco, esto era bueno. Muy bueno, incluso.
Al correctivo de los mercados se le solÃa llamar libre comercio; al de los diputados, parlamentarismo; y al de los ciudadanos, democracia. Y a todo eso junto, y hasta hace muy poco, se le llamaba democracia liberal. Y bien estaba. Y se murió.
En Truss descanse.