Lo malo es la campaña, el escándalo es lo lógico. Una vez has creado el Ministerio de Igualdad, tendrás que usarlo. Y tendrás que usarlo para promover la igualdad de género allí donde no se dé, que es más allá de la ley democrática, y que es por lo tanto en el terreno de los usos, costumbres y deseos.
Y una vez te hayas atrevido a decirle a la gente, a ciudadanos presuntamente libres y adultos, qué cuerpos deberían encontrar deseables, entonces ya es, por de Quincey, cuestión de tiempo que te atrevas a robar fotos o a usar Photoshop para "normalizar" los cuerpos normalísimos que estabas promoviendo.
Porque todos los cuerpos son igualmente deseables, pero unos lo son más que los otros. Y es conocido que esta es una ley ineludible, no sólo del deseo sexual de los humanos, sino del deseo de dominación de los Gobiernos.
La campaña obliga a la selección, y del mismo modo que no incluyeron a supermodelos, que ni necesitan ayuda ni aspiran a normalidad ninguna, tampoco incluyeron la prótesis de la chica. Porque algún criterio habrá que tener y algún límite habrá que poner si vamos a tener que convivir todos juntos, en paz y tan guapos y deseables.
Y es que estas campañas no promocionan nada más que la hipocresía de los afines, según la cual ahora toca hacer ver que nuestras playas son como las de Los vigilantes de la playa. Se trata de hacernos fingir que no hay gordas en nuestras playas y que si las hubiera serían las gordas más desables del mundo. Como pasaba, por cierto, según Vladímir Putin, con las putas en Rusia.
Y por eso lo interesante de la polémica no son las críticas de los descreídos, sino las defensas de la gente honesta, que es la peor.
La de una presunta gorda, por ejemplo, que decía que claro que ella ya iba a la playa y que faltaría más y que esto es un país libre y demás, pero que ahora ella y sus semejantes lo harían sabiendo que cuentan con el apoyo del Ministerio.
Hay gente que busca constantemente que le den permiso para existir. Y que siempre encuentra a alguien encantado de dárselo.
Esa es la gente que mejor entiende estas situaciones que a los demás nos parecen, simplemente, entre ridículas y delictivas. Y que salta a la primera a mostrar su apoyo a la valentía de la ministra y de todos sus minions porque sabe bien que aquí de lo que se trata es de cohesionar la secta.
Y para eso, ante las dudas y las encuestas, hay que ir subiendo la apuesta en una espiral del ridículo que no sirve, lógicamente, para convencer a nadie. Pero sí para mantener cautivos a los propios.
A los propios les encanta que les den permiso para existir y les encanta formar parte del grupo de los buenos. Aunque sea en calidad de tonto útil. Porque cada día que pasa, cada nuevo sapo que se traga, es más difícil romper con la secta sin romper también con uno mismo.
Por eso no es justo decir que las campañas son maniobras de distracción para que no hablemos del gas o del paro o así en general de la que se nos viene encima. Ni es justo para con la fe y el esfuerzo que le ponen las promotoras y su ministra, ni es justo para con el seguidismo de los demás.
Estas campañas son mucho más y mucho peor que cortinas de humo. Son advertencias y una suerte de prueba de estrés para seguidores y seguidistas. Les muestran bien el precio a pagar para poder seguir siendo de los buenos, con todo lo bueno que eso comporta cuando los buenos mandan, y nos muestran bien a nosotros hasta dónde están dispuestos a desplazar el centro del sectarismo y la normalidad.
Y así, una vez aceptado fingir que no hay gordas en nuestras playas y que todos los cuerpos son normales e igualmente deseables, les será mucho más fácil dar los siguientes pasos. Y a nosotros entenderlos.
Entender, por ejemplo, que cuando el Gobierno decreta que la inflación es culpa de Putin, la televisión tendrá que explicar lo divertido y lo barato que sale veranear de sandía y camping, como en el tardofranquismo.
Y que cuando el Gobierno llama a remar todos juntos y a pasar calor en verano y frío en invierno, el periódico que ayer editorializaba contra el austericidio tendrá que vendernos ahora la virtud y la necesidad progresista y de izquierdas de la nueva cultura de la austeridad.