5.5.22

Roe vs Infantino

Salían ayer unas pobres niñitas americanas en el telediario. Sollozaban y protestaban y presumían ante las cámaras. “He gritado”. “He llorado”. Son jóvenes y son monas y están preocupadas, y eso siempre es una buena noticia.

También estaba muy preocupada el otro día la consejera catalana de lo feminista, que salió a decir que "no estamos garantizando lo suficiente el derecho al aborto". En un país (o lo que sea Cataluña) donde el 25% de los embarazos acaban en aborto.

Le deben parecer pocos, y es normal. Es lo de Louis CK en su especial 2017 de Netflix, donde se burla de los que creen que el aborto debería ser legal y poco frecuente. No trataré de explicar el chiste, búsquenlo, porque ya se entiende por dónde va, hurgando en la herida.

Y por eso se entiende bien que lo de la consejera no tiene ninguna gracia. Porque en sus preocupaciones no hay contradicción ni matiz ni drama humano, sino únicamente la firmísima y mucho me temo que absurda convicción de que el aborto es un derecho humano y que es por lo tanto indiscutible.

Y todavía más y peor. Porque por la lógica y narcisista devoción que los gobernantes le tienen a papá Estado y a los derechos que tan graciosamente nos regalan, el aborto es ahora ya no tolerable, sino digno de celebración. 

¿Por qué debería ser "poco frecuente"? Si es legal, cuanto más mejor. Como la vivienda, la libertad de expresión o el helado de coco. Si fuese malo lo prohibirían o lo cargarían de impuestos. 

Porque en realidad es sólo así, a medida que aumenta el número de abortos, como puede comprobarse que se respeta cada vez más el derecho a abortar. ¿Cómo si no? ¿Cómo íbamos a ver la libertad de las mujeres para abortar si no la ejercieran o si la ejercieran cada vez menos?

Así que legal y frecuente. Porque si un aborto es una tragedia, 20.000 son sólo una estadística.

Para nosotros, los pusilánimes de los que se burlan Louis CK y la consejera, lo del aborto es como todo lo demás: hay que aprender a convivir con el mal, pero tampoco es necesario fomentarlo. Y eso, lo del mal menor, es algo que al final siempre entienden mejor los cínicos que los revolucionarios.

Lo entendía Infantino, por ejemplo, que explicaba muy tranquilo que la FIFA no puede ser la policía del mundo. Aunque sienta a veces la tentación, eso no lo dijo, de ejercer a veces de policía moral. De hincar la rodilla contra el racismo, sacar la banderita LGTBI y cosas así. No le da para policear las calles del mundo, pero sí las conciencias. Que es más barato y más agradecido y no tiene uno que mancharse las manos ni asumir responsabilidades. 

Supongo que por eso hasta el más tontoltuiter se atreve, pero muy pocos van a Catar a liberar esclavos.

Será cínico, claro. Pero así es como se supone que se hace el progreso. Con comisiones, hipocresías, pelotitas, sangre, sudor y lágrimas. No con lloriqueos en horario de máxima audiencia.

Infantino se ha metido en un jaleo por decir bien a las claras que es mejor un mal trabajo que una buena esclavitud, y tres muertos que 6.000.

Pero tiene razón. También en Catar tres muertos son una tragedia, que él puede lamentar con la conciencia muy tranquila, y 6.000 una mera estadística, que no permite excusa y que muestra de forma inequívoca la auténtica naturaleza del régimen catarí y de sus colaboradores. 

Qué duda cabe. Mejor estas tragedias que según qué normalidades.