"No es una destitución, es una sustitución". El mensaje de Margarita Robles, la todavía ministra Robles, no es un mensaje, es un mantra. Se trata de repetir las cosas no para que queden, sino para que pasen. "Haz que pase", ¿recuerdan?, es el lema de la legislatura.
Aquí, en este Gobierno, en este país, ya es como si todo fuese periodismo deportivo. Como si ya sólo se tratase de lanzar el mensaje al que la gente afín, la gente de bien, la gente que podría dudar pero no debería, pueda agarrarse. Una excusa, no tanto para creer como para olvidar.
"Polémico penalti" es el titular único de la prensa afín. Porque siempre habrá alguien que le haya gritado a la tele, alguien a quien le haya molestado la justicia arbitral, porque siempre algún ángulo permitirá hacer ver que se cree que no hubo contacto o que no fue suficiente.
Porque si sólo te fijas en esa foto borrosa que colgó el más fiel tuitero, y olvidas todas las demás, y no vuelves a ver la jugada en movimiento, enseguida te olvidas de que también los tuyos hacen falta, pero ya nunca más de que los equipos de Guardiola también pierden tiempo, que las amarillas que no le sacan a Casemiro eran siempre dudosas o que la afición del Atlético de Madrid es la mejor del mundo.
La principal función del periodismo deportivo y de su variante pretenciosa, la ComPol, es darle al aficionado motivos para dudar de lo obvio, de lo que ha visto con sus propios ojos. Se trata, simplemente, de darle excusas para dudar del relato del adversario, de fomentar la sospecha, que es la primera forma de la fe que existe.
Porque, en realidad, ¿qué diferencia hay entre destitución y sustitución? ¿Quién conocía hasta hace nada a la señora Paz Esteban y qué más dará quien esté al mando del CNI mientras cace ratones? ¿Qué más dará en realidad que la ministra sea Robles o la siguiente? Lo importante es otra cosa. Que ahora no recuerdo exactamente, ya me perdonarán, pero que siempre es otra cosa.
Como lo de la ministra Nadia Calviño, la más seria del Gobierno, que se apartó muy decidida de un photocall en el que ella era la única mujer. Se ve que lo había anunciado y lo ha cumplido.
Porque el Gobierno cumple. Con lo que le da la gana, como todos, pero cumple, y eso es lo que debería de quedar. Que el Gobierno cumple. En su caso, con los gestos más inútiles, con la esperanza y, diría yo, con la creciente seguridad, de que de las cosas importantosas al final se encargarán otros. Los técnicos del norte civilizado.
Que mientras Calviño se encarga de hacer el feminismo, Ursula von der Leyen nos hace la economía. O su discurso, al menos. Que vamos bien, dice. Que el Gobierno cumple y que Pedro Sánchez está haciendo los deberes. Plagiando, como es costumbre, por un lado el Plan E de José Luis Rodríguez Zapatero y por el otro la reforma laboral de Mariano Rajoy.
Europa está muy contenta con nuestro presidente, con nuestra economía y con nuestra resiliencia, que se ve que el palabro ha llegado ya hasta los presupuestos comunitarios y el reparto de bienes, favores y prebendas.
Y nuestra resiliencia consiste en ir adaptando nuestra discusión pública al vacío de los mantras gubernamentales mientras dejamos que las decisiones importantes las tomen los que se supone que saben.
Consiste en ir vaciando la política de contenido y centrando la discusión en el análisis técnico, táctico y técnico-táctico de las jugadas del Gobierno, de las trampitas que le pone al adversario, y de los enfados y las malas miradas y peores palabras que sus socios se lanzan entre ellos. Tapándose la boca, como se hace ahora, para que nadie sepa exactamente qué se dice, pero todo el mundo puede interpretarlo como mejor le convenga.
Decía G. K. Chesterton el otro día que "lo que está mal con nuestra civilización puede resumirse en una palabra: irrealidad. Nuestro mayor peligro es el de olvidar todos los hechos, buenos y malos, en una neblina de fraseología pretenciosa".
Digamos nosotros que más bien en una neblina de bullshit, cinismo y una sucesión incesante de mentiras tan descaradas que nadie tiene tiempo de creérselas ni la necesidad de desmentirlas.
A pesar de todo, y por mucho que le pese a Margarita Robles, a Pedro Sánchez, a Ursula von der Leyen o a nosotros mismos (por la cuenta que nos trae), los hechos siempre se reservan la última palabra.
Y no suele ser bonita.