26.5.22

El malestar en la cultura de la violación

Lo primero es mandarlos a la mierda. Eso es siempre lo más urgente. Y luego ya viene el pedirles explicaciones. Porque a veces corremos el riesgo de olvidar que fueron ellos, y no yo, al menos, quienes prometieron acabar con la violencia de género y con la cultura de la violación.

Esta señora delegada del Gobierno en Valencia, por ejemplo, nos pregunta a los hombres qué nos pasa, y al hacerlo nos acusa a todos del más abyecto de los crímenes, por ser el único que no admite nunca excusa ni perdón. Que nos expliquen ella y los suyos por qué aumentan los casos de violaciones grupales durante su mandato y qué están haciendo mal. 

Porque si es cierto, como dice, que aumentan los casos de violaciones grupales y lo hacen durante el mandato de un gobierno que hizo, porque lo consideró justo y urgente, porque le dio la real gana, de esta causa, feminista, pacificadora y reeducadora la principal de sus causas, alguna explicación tendrá que dar. No pedírnosla a nosotros, hombres de buena voluntad, la enormísima mayoría, que nunca jamás le pondríamos una mano encima a nadie.

Que estamos volviendo a la cultura de la violación, dice. Absurda denominación, claro. Porque no hay tal cosa. No hay pedagogía, ni elogio, ni reconocimiento de la violación. Ni siquiera subvenciones, o talleres municipales, o titulares socialdemócratas informando de que violamos mal.

Lo que hay, como ha habido siempre, es cultura contra la violación. Intento de reprimir las más violentas y bajas de las pulsiones naturales. De poner coto o de encauzar la naturaleza, si les parece que incluso aquí "reprimir" suena demasiado fuerte. Pero la naturaleza siempre vuelve a entrar por la ventana cuando los progresistas creen haberla echado por la puerta.

Es por eso por lo que la violación vuelve precisamente cuando desaparecen el poder represivo y disuasorio de la cultura y de la policía. Y ahí está la guerra de Ucrania para recordarnos la fragilidad de nuestra civilización y la impotencia de nuestros indignados soñadores frente a una naturaleza que es terrible y que siempre espera a la vuelta de la esquina.

Si se empeñan a poner el foco en la cultura, convencidos de que pueden controlarla porque pueden financiarla, entonces deberían atreverse a diferenciar o discutir sobre si hay culturas más y menos eficaces en la represión del instinto violador que encontramos en nuestra naturaleza caída. 

De ahí la vieja polémica sobre si cabe o se debe informar sobre el origen de los criminales. Que tendrá todo el sentido o ninguno, digo yo, en función de la importancia que ese origen tenga en el crimen. Como lo tendría especificar siempre el barrio, la calle, la situación en la que se dio la violación y un montón de cosas más que tan a menudo se descartan por no "culpabilizar a la víctima".

Pero el caso es que hay violaciones grupales que se convierten en escándalo nacional durante meses y otras de las que no tenemos noticia hasta que se diluyen en la estadística. Porque los números no entienden de razas ni de culturas, sólo de sexos y presupuestos.

Y como no se atreverían a discutir sobre culturas y violaciones y valores, sexo y policía, seguirán con el discurso y los talleres de nuevas masculinidades y los observatorios y demás cuentos. Y volverán, como hacen estos días, a sacar el tema del porno y la prostitución para poder seguir diciendo las mismas cosas y subvencionando las mismas políticas sin tener que rendir nunca cuenta ni de sus palabras ni de sus actos.

Convencidos, como coaches, de que "fracaso" en chino es "oportunidad".

19.5.22

De nalgas, putones y putadas

Después de ver lo de la izquierda con Chanel ya hay quien pide un manual para saber cuándo enseñar carne es libertad y cuándo prostitución. No es necesario.

Es algo que entendemos todos. Porque esto es en el fondo como la trágica diferencia entre la puta y el putón, donde la puta le dice que sí a todos, y el putón a todos menos a ti. Ahí es donde se cruza la línea que separa la libertad de enseñar teta de la esclavitud de enseñar nalga. Y no hay mucho más.

Si les parecían mejor las tetas de Rigoberta Bandini que las nalgas de Chanel es, simplemente, porque las tetas de la una llevan ya mucho tiempo manoseándolas, y el roce hace el cariño, mientras que a las nalgas de la otra han llegado tarde.

Que no es que entonces le tuvieran manía a Chanel y ahora se les haya pasado, casualidades veredes, sino que le tenían mucho cariño a Rigoberta, porque era un producto hecho a medida exacta de su Ministerio y de sus lemas pretendidamente revolucionarios.

Y porque, básicamente, esta gente no sabe estar callada. Porque los politólogos les han dicho que tienen que opinar sobre todo, y especialmente sobre las cosas del populacho (divide et impera), y cuando perdió la suya, pues tuvieron que protestar, insultar y calumniar, gritar “tongo”, proponer comisiones parlamentarias y demás. Porque eso es lo suyo y ni sabrían hacerlo distinto ni lo necesitan.

Con Chanel no tenían ningún problema. Se trataba, simplemente, de aplicar a los pedazos de carne la misma lógica que a todos los otros pedazos de sociedad con los que tratan habitualmente. Se trataba de dividir entre hunos y otros para tenernos un poco distraídos en este juego de la teatrocracia, que es la democracia pero como de verdaz.

Y de sumarse al carro ganador, que de eso van las batallas y las guerras (incluso culturales).

Porque aquí ya todo es política menos la política, que es culpa de Vladímir Putin y de la extrema derecha y una cosa indigna de ser tratada y discutida.

Es el mismo proceso macroniano de las despolitizaciones, porque, al fin, el totalitarismo era una tecnocracia. Y funciona del mismo modo en el que todo va de sexo menos el sexo, que va del poder. De ahí que hayamos pasado sin solución de continuidad y para ir aclarando las cosas de hablar de la liberación sexual a hablar del empoderamiento femenino.

Y de ahí que también en el sexo y la libertad se aplique la lógica de que libres y empoderadas son las mías y las demás son todas unas esclavas dignas de ser salvadas, aleccionadas o tratadas con condescendencia.

El problema que tienen con Chanel es el problema que tienen con el feminismo de la ola que surfeen ahora y es el problema que tienen con la libertad y con la democracia.

Es, simplemente, que la libertad de los demás es siempre misteriosa, que lo que nos mueve de verdad es siempre desconocido para los demás, y muy a menudo para nosotros mismos.

Y que el pacto fundamental, constituyente, de las democracias liberales es que aquí y entre adultos, la libertad se presupone. Que el pacto no escrito que todo lo fundamenta es el de asumir que aquí todos somos igualmente libres.

Incluso ministras y cantantes. Igualitas y clavadas en el libre uso de su voz, de sus pechos y de sus nalgas. Y que los motivos, razones e intenciones de cada cual, pues son de cada cual.

12.5.22

Polémico penalti en el CNI

"No es una destitución, es una sustitución". El mensaje de Margarita Robles, la todavía ministra Robles, no es un mensaje, es un mantra. Se trata de repetir las cosas no para que queden, sino para que pasen. "Haz que pase", ¿recuerdan?, es el lema de la legislatura.

Aquí, en este Gobierno, en este país, ya es como si todo fuese periodismo deportivo. Como si ya sólo se tratase de lanzar el mensaje al que la gente afín, la gente de bien, la gente que podría dudar pero no debería, pueda agarrarse. Una excusa, no tanto para creer como para olvidar. 

"Polémico penalti" es el titular único de la prensa afín. Porque siempre habrá alguien que le haya gritado a la tele, alguien a quien le haya molestado la justicia arbitral, porque siempre algún ángulo permitirá hacer ver que se cree que no hubo contacto o que no fue suficiente.

Porque si sólo te fijas en esa foto borrosa que colgó el más fiel tuitero, y olvidas todas las demás, y no vuelves a ver la jugada en movimiento, enseguida te olvidas de que también los tuyos hacen falta, pero ya nunca más de que los equipos de Guardiola también pierden tiempo, que las amarillas que no le sacan a Casemiro eran siempre dudosas o que la afición del Atlético de Madrid es la mejor del mundo.

La principal función del periodismo deportivo y de su variante pretenciosa, la ComPol, es darle al aficionado motivos para dudar de lo obvio, de lo que ha visto con sus propios ojos. Se trata, simplemente, de darle excusas para dudar del relato del adversario, de fomentar la sospecha, que es la primera forma de la fe que existe. 

Porque, en realidad, ¿qué diferencia hay entre destitución y sustitución? ¿Quién conocía hasta hace nada a la señora Paz Esteban y qué más dará quien esté al mando del CNI mientras cace ratones? ¿Qué más dará en realidad que la ministra sea Robles o la siguiente? Lo importante es otra cosa. Que ahora no recuerdo exactamente, ya me perdonarán, pero que siempre es otra cosa. 

Como lo de la ministra Nadia Calviño, la más seria del Gobierno, que se apartó muy decidida de un photocall en el que ella era la única mujer. Se ve que lo había anunciado y lo ha cumplido.

Porque el Gobierno cumple. Con lo que le da la gana, como todos, pero cumple, y eso es lo que debería de quedar. Que el Gobierno cumple. En su caso, con los gestos más inútiles, con la esperanza y, diría yo, con la creciente seguridad, de que de las cosas importantosas al final se encargarán otros. Los técnicos del norte civilizado.

Que mientras Calviño se encarga de hacer el feminismo, Ursula von der Leyen nos hace la economía. O su discurso, al menos. Que vamos bien, dice. Que el Gobierno cumple y que Pedro Sánchez está haciendo los deberes. Plagiando, como es costumbre, por un lado el Plan E de José Luis Rodríguez Zapatero y por el otro la reforma laboral de Mariano Rajoy. 

Europa está muy contenta con nuestro presidente, con nuestra economía y con nuestra resiliencia, que se ve que el palabro ha llegado ya hasta los presupuestos comunitarios y el reparto de bienes, favores y prebendas.

Y nuestra resiliencia consiste en ir adaptando nuestra discusión pública al vacío de los mantras gubernamentales mientras dejamos que las decisiones importantes las tomen los que se supone que saben. 

Consiste en ir vaciando la política de contenido y centrando la discusión en el análisis técnico, táctico y técnico-táctico de las jugadas del Gobierno, de las trampitas que le pone al adversario, y de los enfados y las malas miradas y peores palabras que sus socios se lanzan entre ellos. Tapándose la boca, como se hace ahora, para que nadie sepa exactamente qué se dice, pero todo el mundo puede interpretarlo como mejor le convenga. 

Decía G. K. Chesterton el otro día que "lo que está mal con nuestra civilización puede resumirse en una palabra: irrealidad. Nuestro mayor peligro es el de olvidar todos los hechos, buenos y malos, en una neblina de fraseología pretenciosa".

Digamos nosotros que más bien en una neblina de bullshit, cinismo y una sucesión incesante de mentiras tan descaradas que nadie tiene tiempo de creérselas ni la necesidad de desmentirlas.

A pesar de todo, y por mucho que le pese a Margarita Robles, a Pedro Sánchez, a Ursula von der Leyen o a nosotros mismos (por la cuenta que nos trae), los hechos siempre se reservan la última palabra. 

Y no suele ser bonita.

5.5.22

Roe vs Infantino

Salían ayer unas pobres niñitas americanas en el telediario. Sollozaban y protestaban y presumían ante las cámaras. “He gritado”. “He llorado”. Son jóvenes y son monas y están preocupadas, y eso siempre es una buena noticia.

También estaba muy preocupada el otro día la consejera catalana de lo feminista, que salió a decir que "no estamos garantizando lo suficiente el derecho al aborto". En un país (o lo que sea Cataluña) donde el 25% de los embarazos acaban en aborto.

Le deben parecer pocos, y es normal. Es lo de Louis CK en su especial 2017 de Netflix, donde se burla de los que creen que el aborto debería ser legal y poco frecuente. No trataré de explicar el chiste, búsquenlo, porque ya se entiende por dónde va, hurgando en la herida.

Y por eso se entiende bien que lo de la consejera no tiene ninguna gracia. Porque en sus preocupaciones no hay contradicción ni matiz ni drama humano, sino únicamente la firmísima y mucho me temo que absurda convicción de que el aborto es un derecho humano y que es por lo tanto indiscutible.

Y todavía más y peor. Porque por la lógica y narcisista devoción que los gobernantes le tienen a papá Estado y a los derechos que tan graciosamente nos regalan, el aborto es ahora ya no tolerable, sino digno de celebración. 

¿Por qué debería ser "poco frecuente"? Si es legal, cuanto más mejor. Como la vivienda, la libertad de expresión o el helado de coco. Si fuese malo lo prohibirían o lo cargarían de impuestos. 

Porque en realidad es sólo así, a medida que aumenta el número de abortos, como puede comprobarse que se respeta cada vez más el derecho a abortar. ¿Cómo si no? ¿Cómo íbamos a ver la libertad de las mujeres para abortar si no la ejercieran o si la ejercieran cada vez menos?

Así que legal y frecuente. Porque si un aborto es una tragedia, 20.000 son sólo una estadística.

Para nosotros, los pusilánimes de los que se burlan Louis CK y la consejera, lo del aborto es como todo lo demás: hay que aprender a convivir con el mal, pero tampoco es necesario fomentarlo. Y eso, lo del mal menor, es algo que al final siempre entienden mejor los cínicos que los revolucionarios.

Lo entendía Infantino, por ejemplo, que explicaba muy tranquilo que la FIFA no puede ser la policía del mundo. Aunque sienta a veces la tentación, eso no lo dijo, de ejercer a veces de policía moral. De hincar la rodilla contra el racismo, sacar la banderita LGTBI y cosas así. No le da para policear las calles del mundo, pero sí las conciencias. Que es más barato y más agradecido y no tiene uno que mancharse las manos ni asumir responsabilidades. 

Supongo que por eso hasta el más tontoltuiter se atreve, pero muy pocos van a Catar a liberar esclavos.

Será cínico, claro. Pero así es como se supone que se hace el progreso. Con comisiones, hipocresías, pelotitas, sangre, sudor y lágrimas. No con lloriqueos en horario de máxima audiencia.

Infantino se ha metido en un jaleo por decir bien a las claras que es mejor un mal trabajo que una buena esclavitud, y tres muertos que 6.000.

Pero tiene razón. También en Catar tres muertos son una tragedia, que él puede lamentar con la conciencia muy tranquila, y 6.000 una mera estadística, que no permite excusa y que muestra de forma inequívoca la auténtica naturaleza del régimen catarí y de sus colaboradores. 

Qué duda cabe. Mejor estas tragedias que según qué normalidades.

3.5.22

Socialistas e independentistas cabalgan juntos hacia la nada

Ya lo habían intentado Ada Colau y Yolanda Díaz por Sant Jordi, confesando compungidas, las pobres, como confiesa Julia Otero que es de izquierdas, lo intranquilas e inseguras que se sentían ahora cuando hablaban de sus cosas. Porque a lo mejor a ellas también las espiaban. Se trataba de diluir el asunto y, sobre todo y como siempre, de sumarse al carro del vencedor, que por miserias que ahora tampoco merece la pena detallar, es hoy día el carro de los perdedores; el de las víctimas. 

También Colau, con la misma claridad, lloriqueo, pausa y caradura acostumbrados, explicó el otro día el porqué de todos los movimientos de estos días: "A todos nos interesa reconducir la situación, porque la alternativa es un gobierno de la derecha y de la extrema derecha". 

Toda esta polémica está condenada a acabar siendo una excusa más para alertar del peligro de la extrema derecha. No porque haya aquí una conspiración (ni siquiera en esta teoría), sino, simplemente, porque para quien sólo tiene un martillo todo son clavos. Y el independentismo sólo tiene un martillo y lo único que puede y debe ir machacando mientras le queden fuerzas es el miedo a un gobierno de la extrema derecha y la derecha extrema. 

Por eso se ha ido especializando en sacar la patita por debajo de la celda, para irle señalando al sanchismo y a sus allegados el camino del consenso, el pacto, la reforma y demás sinónimos del Poder. Y por eso en toda esta campaña que han montado con las escuchas se han limitado a pedir dimisiones y responsabilidades políticas cuando lo que corresponde a unas escuchas ilegales no es nada menos que juicios y condenas de cárcel. Era lo mínimo y ni siquiera se atrevieron a intentarlo. 

Porque ya lo dijo Colau: están condenados a entenderse o a perder el poder. Y es más fácil entenderse cuando se está al mismo lado de la trinchera y mucho más todavía cuando se está al lado de las víctimas que de los culpables. Es la solidaridad de los deeplyconcerneados. 

También por eso el PSOE se deja arrastrar, encantado, hacia la peligrosa retórica de la podredumbre y las cloacas del Estado. Porque el único modo en que sabrán resolver este problema es haciéndole recorrer el mismo camino que a todos los demás: primero es un problema del gobierno y de sus socios; luego, un problema de Estado; y ya entonces puede empezar a ser un problema de la derecha, la extrema derecha y del franquismo enquistado en las instituciones. 

Y así, víctimas todos del mismo y podrido sistema, la única distinción política, la única diferencia relevante en realidad, será entre quienes estén por la reforma en profundidad, sin apriorismos y con la mirada larga (esas cosas dicen, sí) del corrupto régimen del 78, y quienes estén, en cambio, por la involución, el oscurantismo y demás franquistadas. Es decir, y para ponerlo bien en claro: entre las fuerzas de progreso y el fascismo.  

De ahí que hasta Bildu tenga ahora más sentido de Estado que nadie. Porque en manos de esta gente, que ha educado su sentido de la realidad política viendo House of Cards (la americana), ya todo es posible menos la grandeza. 

Un escándalo de las dimensiones que está tomando o están pretendiendo que tome no servirá para grandes actos patrióticos de aquellos que ocurren entre bambalinas y salvan a un Estado y que sólo muchos años después recupera un historiador para salvar el honor de un Presidente poco reconocido. Cabía la posibilidad de una depuración silenciosa del deep state español (si es que existe algo digno de tal nombre, que al final parece que sólo los indepes reconocen ya la grandeza del Estado español), pero ya es tarde.

Esto no dará para ninguna heroicidad ni ninguna revolución. Ni siquiera para una triste película. Porque todo eso exige de una épica, de una grandeza, a la que nuestros dirigentes ni siquiera se atreven a aspirar.

Cabe suponer, en fin, que donde no hay espacio para la grandeza tendrá que haberlo para las elecciones.