El discurso de Trump después del asalto es mucho más importante que sus discursos anteriores. Trump parecía tan sorprendido como el mundo entero de que alguien se hubiese tomado la revolución en serio. No es la primera vez que lo vemos. En todos los juegos infantiles pasa que todo es un juego hasta que alguien se lo toma demasiado en serio y de las risas se pasa a los lloros y de los lloros a las duchas y las cenas y a la cama que mañana hay colegio. Es tarea de los adultos recordar entonces que era un juego y que pegarse está mal y que después del susto mejor tratar de pasar página y volver a la rutina habitual. Ese fue el discurso de Trump y es paradójico que sea ese, quizás el más adulto de todos los suyos, el que ya no pudo publicar en Twitter. ¿Demasiado tarde? Quienes tanto insisten todavía en compararlo con Hitler harán bien de recordar el discurso final de esa genial parodia que es El Gran Dictador, cuando el tiránico hombrecillo abandona sus ambiciones totalitarias para abrazar la paz y el amor universal y salvar con ello a la humanidad entera. La película da para lo que da, porque Chaplin no era Hitler, pero quizás la realidad pudiera dar para algo más, porque tampoco Trump lo es. El problema de limitar la libertad de expresión es que no sólo nos quita el derecho a equivocarnos, sino el derecho a rectificar. E, incluso, y en algunos célebres casos, a servir con ello de ejemplo a sus seguidores.
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