31.8.23

Jenni y España progresan adecuadamente

Este nuevo vídeo que han puesto en circulación no aporta en realidad ninguna novedad. A Jenni Hermoso ya la habíamos escuchado en la COPE, la noche misma de los hechos, quitando importancia al asunto y riéndose de la polémica, y la habíamos visto también en el vestuario y en plena celebración, riéndose con sus compañeras y explicando como un chiste la historia del pico hasta entonces consentido. 

Habíamos visto incluso como alguna de sus compañeras se escandalizaba con un "tía pero qué haces" como se escandaliza la adolescente timidilla ante el atrevimiento de su amiga. Y en un ambiente en el que podían burlarse, como hacen ellas tan a menudo, de las tristes apetencias de chicos como Rubiales, que siendo todo un presidente de la RFEF le pide un piquito a una campeona del mundo como el niño de 13 años con la bata manchada de barro se lo pediría a su compañera de pupitre. 

Es un ridículo que por sí solo, pero más todavía con el gesto en el palco y algún otro sobre el césped, justificaría el cese, si no la dimisión. Y que hubiese servido para defenderlo así si la izquierda pudiese atreverse en este país a pedir decoro, ejemplaridad y respeto institucional a los cargos públicos. Si no fuese porque todas estas cuestiones fundamentales se han despreciado como costumbres de la casta para mejor sustituir la costumbre por la ley, que es más fácil de cambiar a su antojo y conveniencia. 

Por eso en estos casos y en estos tiempos no se admiten medias tintas, medias bromas ni medias burlas. Y lo que hemos vivido estos días ha sido un auténtico despertar de Jenni Hermoso y de tantos y tantas como ella. Un ejemplar, canónico, "amiga, date cuenta". "Que esto no es de risa, que esto no es un piquito inocente, que esto es una relación de poder y por lo tanto abuso". 

Es algo que habíamos visto ya en bastante ocasiones en los últimos años, entre tantas feministas militantes, que antes se reían y se burlaban de miserias que ahora no las dejan dormir, y entre tanto aliado que confiesa en redes pecados que ya le gustaría haber cometido y que espera con ello algún género de reconciliación y de amnistía.

No han entendido que la lógica de las confesiones públicas que se exigen ahora es la misma que han tenido siempre y que lo único que liberan con su hipocresía es la arbitrariedad del poder para actuar sin resistencia y sin necesidad de coartada. Especialmente, claro, cuando este poder es el de la masa anónima que habita en las redes sociales. 

Es algo que habíamos visto muchas veces, digo, pero nunca a esta velocidad ni en plano secuencia. Y es admirable lo rápido que ha pasado Jenni Hermoso del cachondeíto al victimismo traumático, porque demuestra que el caso tiene menos que ver con el tocino que con la velocidad. En la lógica progresista, que es la lógica que nos gobierna, la velocidad es la unidad de medida del poder. El único poder real es el poder que se ejerce sobre el tiempo, sobre la Historia, para empujar el progreso. Y de aquí tanto revisionismo y de aquí tanto cambio histórico y de aquí la aceleración en la sucesión de traumas colectivos que tienen que suponer un punto y aparte definitivo. 

Dirán los boomers que la culpa es de las redes, y algo de razón tendrán. Pero casos como este demuestran que esta lógica de aceleración del progreso está redefiniendo la naturaleza de nuestro régimen. La velocidad del despertar, de la conversión a la americana, es inversamente proporcional a la libertad del converso y sus conciudadanos. Y es célebre el pasaje de 1984 donde a media manifestación se cambia de enemigo para certificar que "siempre hemos estado en guerra con Asia Oriental". 

En cuestión de días, se diría que de horas, Jenni ha pasado de campeona mundial a víctima. Si fuese hombre dirían que se ha deconstruido. Pero, en cualquier caso, ha progresado. Y este progreso sería incomprensible si no lo hubiésemos visto con nuestros propios ojos. Y si no fuese acompañado de un reconocimiento, el apoyo y la solidaridad del mundo del futbol femenino, masculino, y del mundo en general. Reconocimiento, apoyo y solidaridad que nunca hubiese obtenido como profesional del futbol femenino. En la cima se está muy sola, eso dicen, y hay algunas aspiraciones muy, demasiado humanas, que sólo puede saciar la sociedad.

Casos como este ya no son cortinas de humo, si es que alguna vez lo fueron. Ya no sirven para tapar nada, sino para mostrar la lógica del nuevo orden social, de la nueva normalidad. Ya desde antes, pero especialmente después de la pandemia, vivimos sometidos a un continuo stress test con el que debemos demostrar a los poderes que estamos a lo que estamos y que no nos dejamos distraer por idioteces como el paro, las pensiones, el constante y sistemático empobrecimiento que vivimos, la seguridad ciudadana o la decadencia de Occidente.

Sirva el caso que nos ocupa para certificar que nosotros, como Jenni, también progresamos adecuadamente.

24.8.23

Rubiales y las mujeres trofeo

Son imágenes que ya habíamos visto. La del beso, que imita a lo cutre al que le dio Casillas a Carbonero, que selló en la memoria la victoria de nuestros guerreros y que acabó con cualquier pretensión de profesionalidad periodística de la hasta entonces joven reportera. La de agarrarse los huevos, como Bardem, recordaba Hughes. Y como el Dibu Martínez hace nada, celebrando el Mundial de Messi.

E incluso esta última que han puesto en circulación, la de Rubiales cargándose al hombro a una jugadora, que hemos visto en tantas películas de romanos anunciando la bacanal después de la batalla. Como si también aquí la batalla la hubiese librado él y el verdadero trofeo fuesen ellas.

Porque así tenía que ser. Y porque así ha sido. 

Rubiales había ganado con este Mundial su particular guerra contra tantas futbolistas y contra al menos algunos periodistas. Así que es normal que considerase la victoria un poco más suya de lo que era y que la celebrase cargándose al hombre a Athenea, como si ella fuese la mismísima diosa y él, Hiperión iluminando los rincones más oscuros de nuestra hipocresía. Del uso y el abuso que se hace de "nuestras campeonas". E incluso de lo sofisticado que se ha vuelto el futbol desde que son las mujeres las que se persiguen en calzones "dando patadas a un balón". 

Es un futbol igual que el masculino e incluso mejor, por ser más técnico, más táctico, más tiquitáquico, y para no quitarle ni pizca de mérito. Pero es también un poco distinto para no negarle el éxito entrando, de verdad y a fondo, en la comparación como hacía Borrell al celebrar que "nuestras mujeres" estén "aprendiendo a jugar al fútbol tan bien como los hombres".

O como hacen todos aquellos que opinan que Putellas o Bonmatí podrían jugar de titulares en el Barça masculino, o como hace Yolanda Díaz aprovechando la ocasión para reivindicar que si son igual de buenas deberían ganar lo mismo, como si eso fuese cierto y como si el sueldo de los futbolistas lo decidiese ya, como en sus sueños más húmedos, su Ministerio y no el mercado.

Es, claro, la exhibición del ridículo paternalismo aliado que explica que incluso ahora pretendan medirlas, a ellas, a su futbol y a su éxito, en función del masculino. Como si ganar el Mundial no fuese suficiente por ser femenino. Como si todo aquí fuese imitación del futbol de verdad y del triunfo de verdad, desde el juego hasta la rúa pasando por los morreos de celebración. Como si el feminismo imperante consistiese en recordarle constantemente a las mujeres que hagan lo que hagan y logren lo que logren nunca será suficiente porque nunca serán lo suficientemente hombres. Y me temo que en esto sí van logrando la igualdad.

Lo igualitario, lo adulto y respetuoso del asunto sería que fuesen las jugadoras, con la propia Hermoso a la cabeza, las que pidiesen y lograsen su dimisión. Que "nuestras chicas", "nuestras guerreras", demostrasen su poderío también fuera de la cancha y más allá de apartarse del seleccionador o salir haciéndole muecas en los vídeos y fotos de la victoria.

Pero no. No tuvieron poder entonces para cargarse a Vilda y no lo tienen ahora, después del Mundial y después del morreo, para cargarse a Rubiales. Tendrá que venir uno de sus machos aliados, Sánchez o incluso Iceta, a salvarlas de sus terribles acosadores. Y a colgarse otra medalla en la lucha feminista. 

Que no lo hayan hecho todavía, y en un caso tan obvio, tan cutre, tan unánime como este, demuestra tanto los límites de su poder poder como la naturaleza de sus aspiraciones. Lo importante aquí no es que no puedan, por lo civil o por lo criminal, cesarlo o dimitirlo. Ni que por el inconfesable motivo que sea no quieran, tampoco ahora, ni siquiera ahora, que se vaya. Lo que es importante de verdad, lo que de verdad refuerza su poder, es la admisión pública y sincera de la culpa. Que eso lleve a la condena o a la redención es aquí totalmente secundario. 

Porque aquí no se lucha por empoderar a las campeonas ni por liberarlas de sus terribles acosadores. Aquí se lucha por erigirse en su único y legítimo protector y representante. Y por cobrarse el porcentaje debido de sus éxitos.

17.8.23

En Etiopía comen con las manos

El relato del verano lo están escribiendo estos días los turistas rescatados de Etiopía. Y lo tiene todo. Hasta algo de razón.

El relato exhibe, claro, la previsible y típica hipocresía veraniega de quien busca turismo de aventuras y se queja porque los etíopes comen con las manos. Y también la hipocresía, quién sabe si peor, de quien va a Etiopía en busca de un viaje tranquilito para descubrir la cultura local, perderse por sus callejuelas, hacerse fotos con los niños negritos que viven frente al hotel y volver para contarnos lo felices que son allí con lo poco que tienen.

Está también la ilusión comprensible y tan compartida de buscar el viaje auténtico y original que no hace el cualquiera para poder sentirse, al menos estos días al año, un poquito especial. Y para poder, a la vuelta, contárselo a los demás.

Pero todas estas quejas tan naturales y todas estas lecciones tan tópicas tienen para nuestro futuro un precio mucho mayor que la huella de carbono del vuelo en avión. Todas ellas llevan a la misma y terrible exigencia socialdemócrata, liberticida, de poder elegir libremente nuestra propia aventura con la absoluta seguridad de que el Estado, el ejército, la diplomacia, lo que sea, pero algo, nos librará de cualquier mal.

Lo que piden estos pobres turistas es perfectamente infantil pero perfectamente razonable. Si esto podía pasar, ¿por qué nos dejaban viajar? ¿Por qué nos vendieron el viaje, por qué nos concedieron el visado, por qué no nos avisaron de que en Etiopía comen con las manos? ¿Soy yo acaso guardián de mi propia seguridad? ¿No pago ya agencias, seguros e impuestos para que alguien cuide de mí?

Dejemos estas preguntas como retóricas. Y como ejemplo de la profunda inmadurez con la que el ser humano es capaz de sobrevivir hasta edades antes consideradas maduras.

La lógica de estos pobres turistas es la lógica del Estado moderno, que tiene la obligación de proteger a sus ciudadanos donde quiera que estén. Sean cuales sean sus circunstancias y sus responsabilidades e idioteces porque para eso se supone que lo queremos, obedecemos y hasta adoramos como a un Dios.

Esta es su razón de ser. El Estado protege ergo obliga. El Estado moderno, burocratizado, el que tenemos en este Occidente imperfecto y decadente y que no tienen en estos países puros y vírgenes de nuestra influencia como la Etiopía de los folletos de la agencia. Y por eso el Estado es nuestra salvación y nuestra condena, porque como decía Don Draper: "People want to be told what to do so badly that they'll listen to anyone".

A un agente de viajes exóticos para funcionarios jubilados que les asegure que el viaje es aventurado y seguro al mismo tiempo. O al becario de turno del ministerio de exteriores etíope que les conceda al visado porqué, oh, sorpresa, esos etíopes que son tan felices sin nada preferirían serlo con un poco más de nuestro dinero.

Todo lo que están pidiendo estos buenos ciudadanos cuando a su vuelta a la rutina piden, ¡exigen incluso!, que se les proteja de sus posibles errores en simplemente que el Estado cumpla su parte del trato con un poco más de decoro.

Es una exigencia que deberíamos hacer nuestra si no entendiésemos a donde lleva.

Todos querríamos, como los turistas en cuestión o como el presidente Bartlet, ir por el mundo con un cartelito que nos identificase como "civis romanus" o algo así. Haciéndonos intocables y casi invisibles para el mal, y permitiéndonos gozar de la ilusión de la autenticidad. De ver y disfrutar el mundo como el mundo es en realidad, sin la influencia de los otros turistas, de los que no son como nosotros.

Pero el precio a pagar por ello es exactamente el que exigen estos afortunados guiris: una tiranía como la que no ha conocido el hombre. Una tiranía global, que no permite a los etíopes comer con las manos ni dar golpes de Estado. O una tiranía local, donde el Estado garantice tu seguridad veraniega encerrándote en un camping sin alcohol, azúcar, cubiertos metálicos ni columpios.

14.8.23

Las tetas son para el verano

Anuestra izquierda más auténtica le pasa con las tetas lo mismo que con las herencias, las vacaciones o los viajes en avión a países exóticos. Que sólo le gustan cuando son las suyas. 

Las tetas de Amaral han gustado mucho más, por ejemplo, que las nalgas de Chanel. Cuando aquella polémica de Eurovisión, el suyo era un culo oprimido. Prostituido, incluso, el pobre. Pero cada teta que enseña un cantante de izquierdas, declaradamente de izquierdas, suficientemente de izquierdas, es una teta revolucionaria. Y es la mismísima libertad guiando al pueblo ("hasta la vergüenza ajena", como decía Carlos Moliner). 

Porque a la izquierda más auténtica, como a los que leían el Playboy por los artículos, lo que de verdad les encanta no son las tetas, sino la explicación que las acompaña. Las tetas y sus circunstancias sólo son auténticamente libres cuando van acompañadas del discurso adecuado, resumido en estos lemas del no pasarán, el somos muchas más y la revolución.

Lo que les encanta es que reciten sus tópicos como si estuviesen en una misa pagana. Porque ese va siendo el imaginario con el que luchan contra esa nueva inquisición a la que nadie espera en realidad. El de las brujas que no pudimos quemar, el de las tetas sueltas así como de tribu originaria. El de las drogas naturales, incluso, como la moda esta de la ayahuasca y las setas y hasta los sapos y el matriarcado y tantas otras cosas.

Pero el problema del paganismo, del que fue tanto como del que viene, es que fácilmente confunde el pluralismo con la titanomaquia, la guerra entre dioses. Y la única solución al caos es la imposición de unas únicas filias, unas únicas fobias y unos únicos discursos. 

De ahí esta impostada urgencia en la lucha antifascista. Y de ahí esta impostada ilusión ante un par de tetas sueltas como tantas hay estos días en cualquier playa o piscina, donde las viejas feministas se excitan y gritan y aplauden y silban como jóvenes machitos adolescentes. 

Forma parte de la misma impostura que la lucha contra el fascismo, que sólo sirve para mantener prietas… las filas. Porque el fascismo al que se refieren no parece tener ningún problema con las tetas. A ese patriarcado que imaginan nada podría gustarle más que su constante exhibición. Y a la derecha real lo que le producen espectáculos y discursitos como los de Amaral son más bien chistes, memes, risas y, a los más compasivos, incluso algún que otro sonrojo de vergüenza ajena. 

Aquí no hay nada que ver. A lo sumo, un muñeco de paja cada vez más deshilachado, el pobre. No hay ningún movimiento político ni ciudadano significativo pidiendo playas familiares, con mujeres tapadas (al menos, lo que tapa un bikini). 

El drama para las tetas este verano ha sido muy otro. Por un lado, que parece que las jovenzuelas se destapan menos que sus madres. Por el otro, que las playas nudistas se están llenando de gente en bañador. Y por la derecha conservadora, un poco alineada aquí con los nudistas, ya ven qué cosas, es con el ocasional exceso de ropa en el entorno acuático que suponen el velo o el burkini.

Y es una preocupación (¿todavía?) bastante menor. Una preocupación que en su mejor versión lo es por la posibilidad de la libre convivencia en el espacio público entre mujeres en burka y mujeres en tetas. Y que en la peor versión es lo que dicen que ha pasado en una piscina valenciana, donde unos taquilleros mandaron a su casa, y presuntamente y ya de paso a su país, a una mujer musulmana que pretendía entrar con velo. 

La izquierda se queda aquí muda, casi en tetas, un poco por la cobardía típica al tratar estas cuestiones. Y un poco también por la ingenuidad liberal de creer que todos los derechos (de las mujeres) son compatibles en la práctica si logran serlo sobre el papel. 

Por mucho que quieran olvidarlo, no es a la derecha a quien le molestan las mujeres en tetas.

10.8.23

En defensa de la Pedroche (y de Barbie)

Todos los cuerpos son bellos y todas las mujeres tienen derecho a vivir su maternidad como quieran o como buenamente puedan sin ser juzgadas por ello. Menos la Pedroche, que ha presumido de vientre plano poco después de dar a luz. Y que merece por ello, y un poco también por ser rica y famosa, el juicio del tuitero y del tertuliano. Y hasta de "los expertos", que han salido a recordarle, y a recordarnos ya de paso a todos los demás, que en estos casos la prioridad es el bebé y no el aspecto de la madre.

Es indecente el paternalismo con el que los expertos, es decir, los poderes mediáticos, políticos y económicos, nos tratan al común de los mortales. Un paternalismo de tal calibre que no lo merecemos nosotros, adultos, pero que ni siquiera merecen esas adolescentes a las que tratan como a Barbies. Quieren salvarlas de la desilusión del inevitable envejecimiento mientras las privan de la comprensión de sus grandezas. Las mantienen en el desprecio constante de la vida adulta, con sus responsabilidades, sus obligaciones y sus celulitis.

Ya puestos a tratarlas como tales, sospecho que nuestras jóvenes instagramers encontrarán en Barbie, ese bildungsroman para adolescentes en la era de las redes y del woke, una mejor maestra de vida que las que puedan encontrar en las redes, los medios, el colegio o incluso en casa.

Barbie explica mejor que cualquiera de nuestros expertos el tránsito crucial entre las relaciones y amistades entre Kens y Barbies, prácticamente asexuadas en la infancia, y la tensión propia de las relaciones entre adolescentes. Unas relaciones necesariamente problemáticas y que la crítica woke, que ve microviolencia y toxicidad en cualquier problema o incomodidad, no ha ayudado precisamente a comprender ni a facilitar.

Barbie llega al mundo de los adultos, donde los usos y costumbres de la niñez (donde los niños son tontos y las casas son rosas) ya no le sirve. Y donde el único discurso que se le ofrece para entender la realidad es el discurso del heteropatriarcado.

Y este discurso, que es en la película tan simple y tan vulgar como suele serlo en la realidad, es un discurso que simplemente no vale para la vida. Que sirve quizás como excusa para el cabreo y el postureo rebelde típico de la edad, pero no para hacerse al mundo ni mejorar la vida.

Aquí el feminismo es poco más que el rollo adolescente de quien descubre que puede ser atractiva para sus amiguitos de clase. La adolescencia es mucho más cruel que el heteropatriarcado. Y eso lo descubre Barbie como lo descubrimos todos. Un poco solos y un poco acompañados por la experiencia de un adulto real, que ha pasado por las mismas mierdas y que mal que bien las ha superado para convertirse en una personita. Con una madre que jugaba con Barbies y que creció para descubrir algo tan radical y tan reaccionario como que hay una diferencia entre Barbieland y la realidad, y que la realidad es mejor.

La progresiva desaparición de estos ejemplos de tránsito en nuestra sociedad, donde las familias son cada vez más pequeñas y los niños están cada vez más solos entre sus semejantes, es lo que vuelve ejemplares y problemáticas las fotos de las Pedroches. 

Porque para el adolescente, la peor y más tóxica imagen no es la del famoso de Instagram, sino la de los popus del curso. Para quien acaba de ser madre, la peor fuente de complejos e inseguridades es su propio cuerpo de diez meses atrás. 

La grandeza de Barbie es que sin saber muy bien el cómo ni el porqué, que es un poco como suelen pasar estas cosas, decide hacerse mayor y empezar a actuar como tal. Porque hay cosas que una no puede experimentar en Barbieland y que merecen mucho la pena. Merece la pena comprometerse con la imperfecta realidad que da sentido a nuestras vidas.

El drama que esta película supone para tantos de sus aduladores es que cuando Barbie decide hacerse mujer es cuando decide ser madre. Y que cuando Barbie decide crecer y ser una mujer real y madre, sigue siendo Margot Robbie. Que es cierto que no es la Pedroche, pero que me temo que tampoco servirá de consuelo para tanto experto y para tanta influencer wannabe.

4.8.23

El islamismo queer contra Najat el Hachmi

Jaume Collboni, el primer alcalde gay de la historia de Barcelona, tampoco es lo suficientemente LGTBI friendly. Porque ha encargado a la escritora Najat el Hachmi el pregón de las fiestas de la ciudad, y eso ha causado una enorme indignación entre todos aquellos observatorios, departamentos y librepensadores a sueldo del partido que han hecho de la indignación su modo de vida.

Han acusado a Najat el Hachmi de tránsfoba y lo han hecho gratuitamente, como siempre, porque ese es su trabajo. Porque esa es exactamente su función. Creados desde el gobierno para mantener la hegemonía cuando vuelvan, si vuelven la oposición. Para seguir despertando conciencias y linchando herejes por tierra mar y Twitter. Pagados siempre con dinero público porque a ver qué derecha extremizada se atreve a retirar fondos a un instituto en defensa de los derechos trans.

Así han salido, por ejemplo, el Observatori Contra l'Homofòbia (OCH), ACATHI, Unitat Contra el Feixisme i Racisme (UCFR) y la Plataforma Trans Estatal a exigir una rectificación. Y así, el Consell Nacional LGBTI+, que forma parte del Departament de Igualtat de la Generalitat. Todos ellos juntos y al unísono a demostrar que la naturaleza de este trabajo y de esta causa es la naturaleza propia y bajísima de las luchas partidistas. En este caso, de la lucha de ERC y Podemos, Sumar o lo que sea, contra el PSC. Para recuperar el terreno perdido y crear un bonito clima de negociación.

Todos ellos al servicio de una misma causa liberticida y de una misma violencia verbal, retórica, como posmoderna, que no por ser tan evidentemente impostada y ridícula deja de ser peligrosa y preocupante.

Son gentes a las que les va el sueldo y, aunque a menudo no sean conscientes de ello, algo más que eso. Si te pagan por encontrar tránsfobos, tienes que encontrar tránsfobos. Y tienes que denunciarlos con gran violencia para que nadie dude de su condición. Ni, sobre todo, de tus convicciones.

De ahí lo ridículo e impostado de estos discursos, manifiestos y linchamientos tan violentos. Es evidente para cualquier persona alfabetizada que El Hachmi no dijo nada tránsfobo. Pero también es evidente que no va de eso sino de monopolizar la discusión sobre el tema. De advertir al discrepante de a qué se expone quien hable sobre el tema. Por si la pereza por escribir (¡un pregón, además!) no fuese aliciente suficiente para el silencio.

Se trata de acabar con la discusión para que, sobre este tema, sólo queden sus discursos y sus decretos leyes. Incontestados, incontestables. Pero va, sobre todo, de mantener la tensión grupal, tribal, de quienes viven siempre, pero especialmente ahora, al borde de la división interna y la vuelta a la irrelevancia política.

Porque como dice, meridiano, Cormac McCarthy, "lo que une a los hombres no es compartir el pan sino los enemigos". Hay algo más importante que la paguita, pero no precisamente mejor, que explica el insulto y la descalificación gratuitos a los que se ha sometido a Najat el Hachmi.

Por eso es especialmente significativo que una de sus críticas más agresivas y a la vez de las más cobardes haya sido de la diputada de ERC Najat Driouech Ben Moussa, musulmana ejemplar, con velo y cartelitos en árabe para cazar votos. Y secretaria, ni más ni menos, que de "Derechos sociales". Porque demuestra hasta qué punto la violencia retórica es sólo el disfraz de la contradicción ideológica. A más violencia, mayor la contradicción que hay que cabalgar.

El trabajo de la diputada de Esquerra es aquí fundamental, porque es el que tiene que recoser las miserias presentes con las miserias futuras. Y no sólo de su partido. Y no sólo de su país. La diputada Driouech Ben Moussa tiene que jugar aquí el dificilísimo e histórico papel de alargar tanto como se pueda la ficción de que es posible, e incluso necesario, ser una buena progresista y una buena musulmana.

Como bien advirtió Houellebecq, aquí se juega el futuro de su formación y de buena parte de la izquierda europea. Y aquí se jugaría también y por cierto su futuro la derecha populista si decidiese de una vez cuáles son sus auténticos valores.

La diputada Driouech Ben Moussa se puso el velo para demostrar que no hay contradiccón entre ser musulmán y defender la causa LGTBI. Porque lo que quería su partido, en guerra con socialista y sumados, pero de espaldas a tantos y tantos musulmanes, es convertirse en los auténticos portavoces de la comunidad musulmana en Cataluña.

Se trata aquí de ofrecer a los musulmanes una de las suyas a quien poder votar. Y de ofrecer a los medios un ejemplo tranquilizador para no tener que preguntarse cuántos musulmanes algo más tránsfobos que Najat el Hachmi hay en Cataluña. Y, sobre todo, para evitar que alguien responda.

¿Se contradice nuestra izquierda? Y más que lo hará. Porque nuestra izquierda es queer. Y contiene multitudes.